Cuando Sir Paul McCartney descubrió que el Dalai Lama no era
vegetariano le escribió para hacerle notar
que si comía animales algún sufrimiento causaba a lo largo del camino
contradiciendo los principios budistas de no causar daño a ningún ser
sensorial. El Dalai Lama le respondió que sus doctores le dijeron que el
necesitaba comer carne por razones de salud… El llamado espiritual a la compasión por todos
los seres vivos tiene su límite… ¿Cierto? Aquí uno no podría dejar de preguntar… ¿Y que ha pasado con la famosa superación del yo?
Los derechos del animal comúnmente se ven como un problema
de segunda o tercera importancia o, simplemente, como un lujo de activistas
burgueses a pesar de que nunca antes en
la historia humana tantos animales habían sido sometidos a tan horribles
consecuencias, a tantos abusos continuos y tantas condiciones de vida
torturantes. Lo remarcable es que, incluso, bajo estas condiciones de
dominación tan absoluta, todavía es posible notar formas de resistencias singulares, aunque sin
éxito, que los animales llevan a cabo. El cerdo que huye del matadero y termina
baleado en la calle, el elefante que escapa de la prisión del circo o el
chimpancé que ataca al científico en el laboratorio. Este destino terrible del
animal sufriente podemos, a veces, captarlo fugazmente a la hora de comida o en los videos clandestinos de los
mataderos.
¿Que justifica el
derecho del ser humano a dominar a todas
las otras especies que habitan el planeta? La respuesta es bastante conocida.
Los seres humanos creemos tener el derecho a dominar a los animales porque
estamos convencidos de que poseemos un
tipo especial de subjetividad… ¿No será tiempo de criticar la sabiduría común
que da por hecho que todos los seres
vivos están aquí para nuestro uso? ¿De cuestionar esta especie de guerra que se
lleva a cabo en contra de la vida animal y efectuar algún cambio en nuestra
relacion con ellos? ¿No habrá llegado el momento de dejar de ser humanos?
La corporalidad,
vulnerabilidad y finitud común que tenemos con el animal nos hace compañeros de viaje en la aventura de la vida y es el punto
de partida desde el que es posible articular una respuesta ética animal diferente.
Tradicionalmente nuestra capacidad racional
y simbólica, nuestra habilidad para entrar en contratos o nuestra conciencia de
la muerte han trazado una línea
divisoria insalvable entre el homo sapiens y el resto de la naturaleza. Cuando
el filosofo ingles J. Bentham, en una
nota al pie de página, afirmo que la cuestión no es… ¿pueden ellos razonar o pueden ellos hablar? sino… ¿pueden ellos sufrir? cambio
completamente el foco al mostrar que la
capacidad para el sufrimiento no es solo otra característica como la capacidad
para el lenguaje, sino el prerrequisito para tener interés del todo, la condición
que debemos satisfacer antes que podamos hablar de interés en cualquier sentido
significativo y es esta capacidad la que, lejos de separarnos del animal, nos une a ellos
La distinción histórica
que postula la discontinuidad
radical entre animal y humano ha sido criticada desde una multiplicidad de perspectivas
teóricas y políticas. Darwin, mas que ningún otro, ha tenido el efecto de debilitar
esta dicotomía en nombre del continuismo
gradual. Igualmente, en las humanidades
y ciencias sociales las características típicas
de lo humano (lenguaje, conciencia de la muerte, razón, etc.) han experimentado
un desplazamiento similar al mostrar que estas
también pueden existir entre los
animales no humanos o no existir entre los humanos en la manera en que
tradicionalmente se ha creído. Lo que estos cambios indican es que la noción de
que es lo que constituye animalidad depende
de su relacion con lo que supuestamente constituye humanidad y cuando esta entra en duda la
comprensión de animalidad sufre una suerte similar que nos quita la certidumbre al dejarnos sin saber como
proceder… ¿Debiera esta distinción ser redescrita? ¿O debiera ser abandonada?
Las consecuencias del gesto humanista son particularmente visibles
en la variedad de fantasías sociales que crean y sostienen un “nosotros”
colectivo en cuyo nombre se concibe la animalidad y la
violencia en contra de ella. Es la tesis de un límite entendido como absoluto
entre el animal y el ser humano y es esta tesis la que
permite la libertad de experimentar y consumirlos industrialmente sin
riesgo moral y calificar de reacción infantil o femenina cualquier brote
emocional o interés ético que se pudiera tener por formas de vida carentes de
razón y lenguaje. Es esta tesis la que hoy día empieza a despertar un creciente sentido de
culpa por la tortuosa historia en la que nos ha comprometido y las nociones que se han erigido sobre ella.
El sufrimiento que ha causado hoy día pareciera abrumarnos con sentimientos de
piedad y compasión por el mundo
biológico. “No animal ha sido herido en la producción de esta película” es una
prescripción ética en la industria cinematográfica inglesa que trasluce la
ansiedad europea que el daño al animal produce.
Uno puede decir si… ciertamente el animal sufre y merece nuestra
piedad. Debemos abandonar el humanismo. Pero… ¿Dónde comienza el pos humanismo?
Los defensores de los derechos del animal creen que han empezado a efectuar un
desplazamiento radical del antropocentrismo. En su lugar, sin embargo, han
empezado a producir versiones, con ligeras diferencias, del mismo antropocentrismo revelando que no es tan fácil desprenderse de
el. Las fuentes de estas dificultades la encontramos en las limitaciones antropocéntricas tacitas
funcionando en las instituciones políticas y legales que hacen que el discurso
de los derechos del animal termine reproduciendo estas mismas limitaciones. El modelo filosófico
dominante, por ejemplo, que ellos tratan de desarrollar, intenta demostrar que
los animales, en medida significativa, son iguales que los seres humanos en
tanto son sujetos con preferencias personales, deseos, afectos y expresiones
que los coloca bajo consideraciones morales. La confianza total en las
descripciones científicas del animal, que frecuentemente encontramos en los
discursos sobre los derechos del animal,
les sirve de base para establecer afirmaciones éticas sobre ellos. Por
ejemplo, evidencia de que ciertas especies poseen mentalidad para afirmar la
existencia de subjetividad y sentido moral (o a la inversa, para negarles
cualquier consideración moral o legal) El
problema es que la filosofía moral funciona dentro de un modelo centrado exclusivamente
en el sujeto humano y para ubicarse dentro de el uno tiene que hablar su lenguaje y ceder a sus
demandas. Y, paradójicamente, resulta que es justamente este modelo el que ha
sido usado para negarle al animal cualquier
derecho por siglos.
La defensa del animal
basada en su naturaleza o en sus
derechos, en última instancia, no cambia nada fuera de disminuir el sentido de
culpa y recuperar la buena conciencia. Necesitamos ir mas allá de la defensa
legal del animal y reconocer el poder que el animal tiene para interrumpir,
sorprender y, tal vez, reconstituir la comunidad humana. Una interrupción que
viene de un animal “singular”, un animal que yo encaro y me encara y que
cuestiona mi modo de vida. Algunos teoricos contemporáneos piensan que la
respuesta esta en retornarle la mirada al animal no humano y recibirla de vuelta.
Gracias a este doble gesto la comunidad
humana podría expandirse para incorporar la animalidad. Esta nueva forma de
estar con el animal surge, a veces, en
esos momentos inesperados en donde se produce un ligero reajuste de la conciencia ¿No es a esto
a lo que el filosofo Derrida se refiere cuando una mañana caminando desnudo
hacia la ducha descubre que su gato lo estaba mirando? Es en ese instante cuando
un animal nos quita nuestra superioridad soberana y la desnudez se
transforma en la condición límite que
caracteriza la relacion comunitaria. Mientras el animal mira al humano el prohíbe ser reducido solo a un puro cuerpo desnudo, a un puro cuerpo
que se acaricia y cepilla. La interrupción
de lo humano por el animal no es solo una anécdota o una excentricidad personal. Es una interrupción
que nos abre a la posibilidad de
descubrir que la forma en que hoy vemos
al animal es parte de un registro
histórico que la une a una tradición particular que hoy, tal vez,
debiéramos re-evaluar.
Más allá de la intención de Derrida la cuestión
del animal contiene significados
adicionales. Nuestros discursos, ya sean científicos o filosóficos, son inadecuados
para describir la rica multiplicidad de las formas de vida y perspectivas que
se encuentran en los seres que llamamos animales y su origen antropocéntrico
les impide lograr por si mismas la revolución en pensamiento y lenguaje
necesaria para confrontar las dificultades que rodean la vida animal. Casi
todos los movimientos liberadores y revolucionarios de los últimos tiempos (y
el movimiento que busca desplazar el antropocentrismo es uno de ellos) corren
el riesgo de revertir la jerarquía de las distinciones binarias. Cuando un grupo
de seres como los animales ha sido consistentemente devaluado a través del
tiempo una de las pocas formas de desafiar los prejuicios conceptuales e
institucionales es otorgarle al grupo devaluado un valor más alto del que
poseen aquellos con los que se comparan negativamente. Sin embargo, con todo el
merito que esto pueda tener, no es
suficiente para alcanzar una perspectiva genuinamente pos antropocéntrica.
El abandono del
antropocentrismo no significa volver a una completa identidad entre seres
humanos y animales. De lo que se trata es de ir mas allá
de las visiones reductivas del animal que hemos heredado de la tradición
filosófica, especialmente Aristóteles y
Descartes, y que todavía nos domina. No solo la perspectiva humana se ha
aceptado acríticamente como el punto de partida
para casi todas las investigaciones epistemológicas, sino que también
cualquier cuestión filosófica ha sido subordinada primariamente al interés
humano. En todos los niveles, sea científico, social, moral o experiencial el
modelo humanista trata de mantener la discontinuidad al precio de cerrarse a si mismo a nuevos encuentros emocionales o autocriticos mostrando con ello su debilidad mas que su
fortaleza. La filosofía, como algunos teoricos contemporáneos creen, ya no
puede fundarse a si misma en la
suposición de que la perspectiva y el interés humano constituyen el locus primario del pensamiento. Hacer filosofía hoy
día, dicen, significa proceder con vista a la ruptura de la distinción jerárquica
entre animal y humano que tradicionalmente ha fundado el pensamiento hasta
ahora.
Un genuino pensamiento pos humanista solo puede ser
desarrollado descentrando el ser humano
y pensando desde una nueva humildad y generosidad hacia el animal no humano. Y mientras
el animal no entre en nuestra consideración difícilmente podremos lograr ese
nuevo proyecto.
Nieves y Miro Fuenzalida.
Ottawa, Enero 2009.
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