Sunday, December 26, 2021

El reloj y el universo

   

El amigo evangelista, frente a nuestro descarado ateismo, responde… “Supongan que ustedes encuentran un reloj…”  Aaah!  El argumento del reloj…

 

Que el mundo  fue creado por una realidad  súper natural o una divinidad celestial es una de las creencias más persistentes en la historia de la especie humana que muy pocos resisten.  Y  el argumento más popular en su favor es, sin duda, el del Gran Diseño. El Universo, y en especial  los seres vivos, son realidades demasiado complejas para que hayan surgido por azahar o simples mecanismos naturales. Cuando la ciencia erodó las creencias basadas en la tradición, la revelación  y los libros sagrados  los hombres de buena voluntad se volcaron a ella en la búsqueda de evidencias de la existencia de un Ser Supremo. La sola observación de la Naturaleza  ahora es capaz de proveer  las evidencias científicas de la existencia de Dios.

 

El archidiácono anglicano Williams Paley en su obra “Teología Natural” de 1802 usa brillantemente la analogía del relojero para probar el caso. Imagina, dice, que encuentras una piedra y un reloj cuando cruzabas el páramo. Mientras consideramos a la piedra como una simple parte de la naturaleza, nadie cuestionaría  que el reloj es un artefacto diseñado por alguien para decirnos la hora. Pero, los objetos de la naturaleza, como el ojo humano, también nos ofrecen evidencias de ser seres diseñados. Si el complejo funcionamiento interno del reloj necesita un diseñador inteligente, la complejidad de un órgano natural como el ojo, el sistema solar o el universo  necesitan con mayor razón   un diseñador. 

 

Su versión contemporánea la encontramos  en el principio antropico que establece que las constantes y leyes físicas del universo están exactamente  sincronizadas  para que exista  la  vida. Pequeños cambios en las características básicas del universo hubieran hecho la evolución de la vida imposible. El universo es como es porque si fuera diferente no podría producir la vida y nosotros no estaríamos aquí para especular acerca de su ser.  Las condiciones que observamos son las condiciones necesarias para nuestra presencia como observadores. Sus propiedades básicas están exactamente afinadas para este fin. Y la prueba esta en  la literatura de la cosmología moderna en donde  encontramos con frecuencia  aserciones como estas…

       En los primeros milisegundos de su existencia el promedio de expansión del cosmos  tuvo que estar cuidadosamente afinado para evitar  colapsarse o expandirse demasiado rápido. De lo contrario, la formación de galaxias hubiera sido imposible.

       Si la fuerza nuclear hubiese sido mas fuerte el Big Ban hubiera quemado todo el hidrogeno y el helio y no hubiera habido agua ni estrellas estables con una larga vida. Por el contrario, si hubiese sido mas débil igualmente hubiera destruido el hidrogeno y los neutrones formados mas temprano no habrían decaído en protones.

       Si la fuerza nuclear hubiese sido 1% más fuerte o más débil  no hubiese sido posible la creación de  suficiente carbón  en el interior de las estrellas. Un aumento del 2% hubiera bloqueado la formación de protones, sin los cuales no hay átomos, o los protones se hubiesen ligados en di protones  y las estrellas  se hubiesen quemados varios billones de billones mas rápido que el sol. Una disminución del 5%, en cambio, hubiera desvinculado el deuterón  haciendo imposible que las estrellas se quemaran.

       Con una fuerza electromagnética ligeramente más fuerte la luminiscencia estelar  hubiera disminuido considerablemente y las estrellas hubieran sido demasiado frías para impulsar la evolución de la vida. Ligeramente más débil hubieran sido demasiado calientes.

       La fuerza de gravedad necesita ser aproximadamente 10 seguido de 38 ceros veces mas débil que la fuerza electromagnética para que las estrellas ardan establemente por varios billones de años. Si hubiese sido 10 seguido de 33 ceros veces mas débil, las estrellas hubiesen tenido un billón de veces  menos masa  y se hubiesen quemado mucho mas rápido.

      Si la diferencia de masa del neutron-protón no hubiese sido exactamente dos veces el de la masa del electrón, entonces todos los neutrones hubieran decaído en protones o todos los protones se hubieran transformado  irreversiblemente en neutrones. De una u otra manera no hubiera habido los diferentes átomos que son la base de la química y la biología.

 

Algunas de estas aserciones pueden estar erradas, pero la mayoría han adquirido el estatus de hechos bien establecidos y es a partir de estos hechos que los proponentes del creacionismo científico concluyen  que  la distribución de la materia en los primeros momentos del Big Ban y la forma que las leyes físicas tomaron sugiere la actividad creadora de Dios que impone su necesidad sustancial en la evolución  del cosmos. No hay otra explicación.

 

 ¿No recuerda esto la noción hegeliano de “postular el presupuesto” que consiste precisamente en esta conversión retroactiva de la contingencia en necesidad, en conferirle la forma de necesidad a la realidad circunstancial en la que nos encontramos? Hegel es uno de esos filósofos  que rompe radicalmente con las teodiceas metafísicas tradicionales. Según el no hay armonía celestial resonando en el sonido y la furia. Es solo cuando el tumulto se recolecta a si mismo en el pasado, cuando una vez que lo que tuvo lugar es concebido, podemos decir que el curso de la Historia se configura, cuando el ser se fija. La Historia se dirige hacia adelante solo para los que la miran hacia atrás. Es solo cuando se mira retrospectivamente cuando la Historia aparece como una progresión, como un despliegue temporal que  actualiza alguna estructura conceptual atemporal pre existente. Es solo al final que hay una historia a ser contada que reconstituye el Significado de los procesos precedentes. El proceso del devenir retroactivamente engendra o proyecta su necesidad.

 

En una ontología materialista lo que se afirma, a diferencia de la metafísica tradicional, es la contingencia radical. Para el filósofo francés Meillassoux, por ejemplo, incluso  la estabilidad  de las leyes,  lejos de indicar una necesidad subyacente, esta sujeta a la contingencia  y su estabilidad, por no ser necesaria, puede cambiar  en cualquier momento.  La proclamación de la radicalidad total de la contingencia implica nada menos que  la suspensión del principio de razón suficiente,  porque  el problema no es solo que  nunca llegamos a conocer la cadena  completa de determinaciones causales, como aspiraba el físico francés Simón Laplace, sino porque, suponiendo la legitimidad ontológica de la concepción del infinito de Cantor, la cadena causal es en si misma  incompleta y al ser incompleta  abre el espacio para la contingencia inmanente del devenir.  Según Cantor cualquier set  infinito tiene una cardinalidad determinada que otro set infinito puede exceder lo que lleva a la detotalizacion de lo posible. Es decir, lo posible no se puede totalizar.  Lo que esta ontología entrega es un devenir caótico que no esta sujeto a un orden preexistente o, ni siquiera, a  la ley de la  probabilidad. No es posible totalizar el conjunto de posibilidades  como en el dado en que sabemos que  ofrece 1 en  6 veces la chance de que salga un 6.  Y es la imposibilidad de la totalización la que permite la emergencia de algo nuevo,  la realización de lo que no existía en el conjunto de posibilidades pre existentes. En otras palabras, si negamos la existencia de  una estructura subyacente  que contenga lo radicalmente nuevo como potencialidad eterna, la  irrupción de lo nuevo  solo puede provenir desde la “nada cuantica”. Es  lo imprevisible que rompe el orden de lo posible. La inserción de una séptima  chance en el momento de tirar el dado. La  emergencia de lo sorprendente  no actualiza una posibilidad esperando su oportunidad,  sino que su  actualización crea retroactivamente su propia posibilidad.  La emergencia  desde la “nada cuantica” de un fenómeno inexplicable por la cadena de razones suficientes ya no es, como en la metafísica tradicional, el signo de la intervención directa de Dios. Todo lo contrario, es  el signo de su inexistencia, la prueba de que la naturaleza  no esta asegurada por un orden Trascendente o un Poder que la regula. El milagro no es la intervención de Dios en el mundo, sino la emergencia de lo radicalmente nuevo que no tiene lugar en  la red causal existente.

 

De lo que aquí se desprende es que si no hay estándar o determinismo absoluto ningún fenómeno es más improbable que cualquier otro. Por eso la sugestión del Principio Antropico en cosmología es errada. Empieza con la vida humana que solo pudo haber evolucionado dentro de un conjunto de precondiciones muy precisas  y luego, mirando al pasado, no podemos sino sorprendernos como el universo  fue equipado justamente con el conjunto apropiado de características para la emergencia de la vida. Este  es un  razonamiento que presupone  una totalidad preexistente de posibilidades, un conjunto eterno de potencialidades que se despliegan temporalmente. El futuro ya estaba contenido en el pasado.

 

 Toda esta abrumadora  evidencia se disipa cuando consideramos la retroactividad radical de la noción hegeliana. Lo nuevo emerge de la “ nada cuantica”  y retroactivamente postula o crea su propia necesidad.  Un mismo conjunto de datos da origen a dos diferentes interpretaciones. En uno, la necesidad de la trascendencia, en el otro, la necesidad de la contingencia… ¿No confirma esto el “postulado hegeliano del presupuesto”?

 

Nieves y Miro Fuenzalida.


Sunday, December 19, 2021

Entre tiempos


Soy tiempo

encerrada

entre

dos fechas

pero

tambien

tu

sonrisa.

 

Nieves.


Sunday, December 12, 2021

La cultura popular

   

¿Es la cultura popular  la  expresión autónoma de los  intereses y experiencias del pueblo? ¿O  es  otro de esos mecanismos del poder  para expandir la comercialización y el control social?  

 

 Hoy día, gracias a la sociedad de masas y la casi infinita reproducción mecánica, es posible generar tantas películas, música, libros, pinturas y esculturas como autos, bicicletas, refrigeradores o hamburguesas. Esta reproducción que  facilita el acceso a la cultura plantea al mismo tiempo serios problemas a la idea tradicional acerca del papel de la cultura y el arte en la sociedad contemporánea. Estos productos al no ser obras autenticas ni genuinas, ni tampoco cultura popular al no expresar los intereses ni experiencias del pueblo son productos comerciales antes que trabajos artísticos. Según una opinión bastante común la cultura de masas socava la integridad del arte y suprime la cultura folklórica. La creatividad, la experimentación y  los desafíos intelectuales que el arte plantea no pueden lograrse con las técnicas ni las  condiciones de la industria cultural.  La transformación de la sociedad en sociedad de masas y los artefactos culturales en mercancías convierten al individuo en consumidor pasivo de artículos de entretenimiento en serie. El consumidor, sin pensar ni reflexionar, no es capaz de ver o crear alternativas y su universo cultural es reducido al estándar de la masa expuesta  a la manipulación y explotación comercial del mercado.

 

 Recientemente  un artista canadiense  fijo el precio de  su obra  en un millon de dolares antes de tomar el pincel. Cuando su trabajo se exhibió  500 personas asistieron a su presentación.  En una entrevista periodística  el artista expreso…“Encuentro interesante como tan pronto el aspecto monetario entra en juego toda la atención se dirige a él, lo que pienso que es lamentable. Pero, si uno quiere jugar el juego y capitalizarlo, uno puede” (“The Ottawa Citizen”, June 14, 2005) Según Adorno, miembro de la Escuela de Frankfur, este es el verdadero secreto del éxito porque muestra como el valor de cambio ejerce su poder de manera especial en el ambito de los productos culturales. El dinero ejemplifica como las relaciones entre la gente pueden asumir la forma fantástica de una relacion definida por una “cosa”, el dinero, que es la definición básica del valor de la mercancía en el capitalismo. No su valor de uso, sino su valor de cambio. Lo que Adorno hace es extender el análisis marxista del fetichismo de la mercancía al mundo de los productos culturales. La industria cultural, dice,  modela el gusto y las preferencias de la masa  creando el deseo  por necesidades falsas que excluyen las necesidades reales. Sus productos fomentan la conformidad y la obediencia al sistema  con tal efectividad que la mayoría ni siquiera  se da cuenta de lo que pasa. Para la industria la masa es un objeto de cálculo, un apéndice de la maquinaria. El consumidor no es rey, como  pretende hacernos creer, sino su objeto. El poder de la ideología de la industria cultural es de tal magnitud que la conformidad  reemplaza la conciencia,  la obediencia reemplaza la capacidad crítica.  La motivación de la ganancia es el último criterio que  determina la naturaleza de las formas culturales  y la estandarización, común a toda mercancía, es el proceso en que su producción se basa.

 

La industria del cine, la televisión y la música obviamente obedecen a esta logica. Si nos fijamos en la música popular, por ejemplo, notamos que esta dominada por la estandarización y la seudo individualización. Las canciones populares suenan cada vez más  parecidas unas a otras. Una vez que escuchamos una canción “rap”ya las hemos escuchado todas.  Según Adorno esto es porque su estructura central se caracteriza por partes que son intercambiables unas con otras, proceso  que se oculta con novedades periféricas o variaciones estilísticas que se agregan a la música como signos de una supuesta originalidad.  Estandarización se refiere a las similitudes sustanciales  entre canciones. Seudo individualización, a las diferencias incidentales que las hacen aparecer distintas unas de otras.  En la música clásica cada detalle adquiere su sentido musical de la totalidad de la pieza  y del  lugar que ocupa  dentro de esa totalidad. En la música popular el comienzo del coro es reemplazable por el comienzo de innumerables otro coros. Cada detalle es sustituible como el tornillo en la maquina. La diferencia no es entre simplicidad y complejidad, sino entre estandarización y no estandarización, diferencia  que establece la superioridad de una sobre la otra ¿Por qué superior? Porque a diferencia de la música clásica la estandarización estructural tiene por fin reacciones estándares. La seudo individualización le ahorra al consumidor el esfuerzo de poner atención a la genuina novedad. La industria cultural al proveer confort y entretenimiento  funciona como catarsis para las masas, pero una catarsis  que los mantiene firmemente en línea.

 

Este análisis de la cultura popular  de Adorno no esta libre de dificultades. Uno de los reproches más comunes dirigidos en su contra  es la acusación de elitismo porque asume que la cultura popular o de masas solo puede ser  interpretada, entendida  y juzgada  desde una posición privilegiada. En este caso, desde la perspectiva de la estética  y  gusto cultural de la elite intelectual. El problema con esto es que estas opiniones y juicios descansan, en última instancia, en un conjunto de valores  que se dan por supuestos. La cultura de masa puede ser entendida  y apreciada  por otros grupos con distintas posiciones estéticas. Por tanto… ¿En base a que criterio se puede argumentar que la percepción de la cultura popular de un grupo es mejor  que la de otro? Los juicios elitistas fracasan en reconocer otras interpretaciones desarrolladas desde puntos de vista y valores alternativos y si describen a la cultura popular como homogénea y estandarizada es porque  ignoran el espectrum y la  diversidad, las  contradicciones y tensiones que se dan dentro de ella.

 

¿Que es lo que nos capacita para juzgar el gusto estético de otros?  Digamos, de partida, no las supuestas  “razones universales y objetivas” que nadie todavía ha podido encontrar a pesar de los esfuerzos del genio humano. Los gustos y estilos son social  y culturalmente determinados y es el poder que circula dentro de la sociedad el que decide sobre la definición del gusto y el estilo. Este poder que  determina los estándares  culturales no se limita solo al poder económico y político que ejerce la industria de la cultura de masas, con todo lo crucial que es para cualquier explicación adecuada del proceso, sino que también hay que incluir  el poder de  los intelectuales o productores de ideas que, aunque sea desde una posición secundaria, igualmente  ejercen su influencia en el intento de establecer  criterios de discriminación cultural.  ¿Y que pasa con el pueblo? ¿Cómo podemos apreciar su capacidad creadora y gusto estético? Una forma bastante común  de valorar la cultura popular es la de alabar su autenticidad  y contrastarla con la artificialidad  de la industria cultural. Solo comparemos  a una Violeta Parra con un Justin Bieber para tener una idea. La cultura popular no puede ser entendida solo  como una imposición del mercado o como un instrumento de control ideológico, sino también como una expresión más o menos genuina de  la voz del pueblo. El problema con esto, sin embargo, es… ¿Qué significa  “autentico” y como sabemos que una cultura es “autentica”? ¿Podemos hablar de una cultura pura con raíces y valores comunales, libre de  influencias externas y contaminación comercial? ¿Es solo la música autentica, buena música?  Las preguntas no están demás, porque los criterios de “comunidad y autenticidad”, como lo vemos constantemente, pueden ser usados como estrategias comerciales para conquistar determinados sectores de la población.

 

 En  la teoría crítica de la cultura de masas la audiencia es vista como una masa de consumidores pasivos, vulnerables y explotables, presa fácil de la publicidad y  las fantasías que la industria vende. Y lo  irónico de todo esto, dicen, es que  es posible con la complicidad y disfrute de la propia masa.  La dificultad con  esta visión es que supone la existencia de una masa homogénea de consumidores que muy bien puede  no existir en los lugares de consumo. Lo que la industria cultural hace es  dirigirse a sectores del mercado que divide de acuerdo a gusto, dinero y poder y que, a pesar de ello, los resultados  no están necesariamente  garantizados. Por ejemplo, la industria define al consumidor en base a la información que recolecta acerca de sus hábitos de compra. Pero, el hecho de que  la audiencia sea construida de esta manera no significa que los individuos reales  que la componen responderán en la  forma que estos discursos quieren.  La audiencia, o ciertos  sectores de ella, también puede ser entendida por la forma en que resiste el discurso del poder industrial.

 

 La imagen opuesta al  elitismo cultural  que ve a la audiencia como una manada de ingenuos incapaces de asumir una actitud critica, es la del discurso populista que la ve  como auto conciente, activamente subversiva, capaz de explotar la industria cultural  para sus propios fines al resistir y reinterpretar  los mensajes que ella circula. Si para el elitismo  la audiencia  es estupida, para el populismo es  subversiva.

 

Y sin embargo, a pesar de esto, la situación política actual vindica el pesimismo de Adorno y, tristemente, su diagnosis es tan verdadero hoy como en los años 40’s. Se estima que solo seis mega compañías, conectadas unas con otras, controlan entre el 80 y el  90 por ciento del mercado cultural actual. La cultura étnica y las creaciones artísticas de los pueblos rápidamente son colonizadas por esta maquinaria corporativa que lejos de  estar al servicio de la  expresión de  nuevas sensibilidades esta, por el contrario, para moldearlas según  la racionalidad  del mercado global que disipa todo potencial critico que ellas pudieran tener. Los brotes de radicalismo que la creación popular genera se integran en el circuito productivo para domesticar su radicalidad. Dentro de este ambiente el peligro que enfrenta el arte  es la ausencia de peligro. La industria cultural con una concentración de poder como nunca antes el mundo había visto produce, controla y digiere  prácticamente  todo lo que circula en el mercado global. Y si algo se le escapa muy pronto lo vuelve a atrapar.

 

Nieves y Miro Fuenzalida


Sunday, December 5, 2021

El guiño

 

Un rayo

de

sol

me saco

la lengua

y

me guiño

uno

de

sus ojos

en

mi ventana azul.

 

Nieves.