Sunday, February 26, 2023

El Intelectual


 

Históricamente tendemos a pensar que el intelectual es aquella criatura que surge de la academia. Y no sin razón. Las cátedras en el siglo XIX proporcionaron la oportunidad  de seguir líneas de investigación con impunidad, sin temor a ser censurado, desafiando las creencias establecidas que pasan por verdades universales. Hoy día este valor académico parece estar en su etapa terminal, cuando los intereses del mercado y las ideologías dominantes empiezan a determinar los objetivos académicos sin mucha consideración por lo que conocíamos como  “autonomía intelectual”,  algo esencial para quien vive de la producción y distribución de ideas.

 

Si no recordamos mal, en  los años 60’s la figura mas reconocida del intelectual era la representada por ese extraordinariamente atractivo  escritor, filosofo y activista Jean Paul Sartre. A pesar de escuchar ciertas declaraciones en algunos círculos  sobre la anulación del intelectual, este sigue siendo relevante hoy día al igual que en los 60’s. Y una de las razones de ello es que el intelectual “clásico”  o “universal”, como se le llamaba en aquella época, todavía se puede ver vivo y coleando en este mundo pos moderno. Puede ser reinterpretado y reinscrito, pero no erradicado.

 

Sartre, después del evento de 1968, abandona el “concepto clásico”  de la figura del intelectual a favor de uno comprometido con la lucha social.  La división del trabajo que opera en la sociedad moderna, dice,  significa que diferentes tareas que  tomadas en conjunto constituyen la praxis son separadas  y asignadas a diferentes grupos de especialistas. Estos especialistas tienen control sobre la evaluación de los usos a los que ponen su conocimiento y su realización se deja a las clases trabajadoras, con excepción del cirujano. Estos teóricos no son intelectuales, aunque es de este grupo de donde muchos de ellos salen. El “intelectual” es, según Sartre, alguien que se da cuenta de la oposición entre una búsqueda de verdad practica, con todas las normas que implica,  y una ideología dominante, con su sistema de valores tradicionales. Si el técnico del conocimiento acepta la ideología dominante o se adapta ella, entonces no es un intelectual, sino meramente un funcionario subalterno de la súper estructura, un teórico practico de la clases dominante. Pero... “si el técnico del conocimiento practico toma consciencia de la particularidad de su ideología y no puede reconciliarse con ella, entonces el agente del conocimiento practico se convierte en un monstruo, es decir, un intelectual, alguien que atiende a lo que le preocupa y a quien otros se refieren como hombre que interfiere en lo que no le concierne”. Esta es la razón de por que para Sartre no se puede tener un intelectual que no sea de izquierda. Su papel es liberarse a si mismo de esta ideología. Pero, esto no puede hacerlo simplemente estudiándola, porque es “su propia ideología”. La única forma en que el intelectual pueda realmente distanciarse de la ideología dominante es adoptando el punto de vista de sus miembros mas desfavorecidos. Los intelectuales de esta manera calman sus consciencias culpables mediante el uso del conocimiento y poder que han adquirido como miembros de la burguesía y de su propio condicionamiento como pequeño burgués. 

 

Las clases desfavorecidas están en contradicción con la de la burguesía, al igual que la clase intelectual, pero carece del conocimiento técnico o, mejor aun, de la consciencia reflexiva de su situación. En consecuencia, no pueden hablar por si mismas. Necesitan intelectuales para hablar por ellas y dar expresión a su causa revelando la verdadera naturaleza de su situación.

 

El problema con esto, sin embargo, es... ¿ por que el intelectual posee esta consciencia superior? ¿qué es lo que exactamente legitima el reclamo intelectual para saber mas acerca de las clases desfavorecidas  de lo que ellas mismas saben? Sartre reconoce explícitamente esta falta de legitimidad. El intelectual, dice,  no tiene mandato de nadie. Pero, es precisamente  la naturaleza contradictoria de la situación del intelectual la que le proporciona una función. Las contradicciones intelectuales son las contradicciones inherentes a cada uno de nosotros y a toda la sociedad. Al esforzarse por lograr una consciencia reflexiva de su situación, el intelectual hace un esfuerzo para lograr consciencia  para todos.

 

Todo esto esta muy bien, pero la pregunta persiste... ¿qué evidencia tenemos de que las contradicciones del intelectual son las de la sociedad en su conjunto?  y, mejor aun ¿cuales son los medios con los que  el intelectual logra una consciencia reflexiva mejor y mas profunda que cualquier otro? Sartre nunca se planteo estas preguntas. Simplemente dio por sentado que el intelectual puede actuar como el guardián de la emancipación o humanización del ser humano. 

 

Esta narrativa Sartriana marxista solo puede mantenerse impidiendo que las clases desfavorecidas se conviertan en narradores de su propia historia, restringiéndolas a las posiciones de meros destinatarios. El intelectual acaba hablando por las clases oprimidas, imponiendo en ellas sus puntos de vista de la misma manera que la burguesía lo hace. Como dice Guilles Deleuze, el intelectual acaba cometiendo el pecado de la “indignidad de hablar por otros.”  Esta imagen del intelectual como el portador de lo universal  y el proletariado como  su forma obscura ha perdido hoy día su poder y el intelectual  ya no tiene el llamado a desempeñar este papel.

 

Esta fue principalmente la problemática en la que el intelectual  estuvo inmerso en el siglo pasado y sus respuestas en contra de las amenazas a la civilización mundial  generadas por  la pobreza, la explotación económica, el genocidio y las guerras  imperialistas.

 

Esta nueva centuria, a diferencia de la anterior, plantea nuevos desafíos y las amenazas a las que se enfrenta la humanidad hoy día son de una naturaleza conceptual diferente... ¿como dividimos lo humano y lo no humano, división cada vez mas cuestionada? Considérense solo estos tres desarrollos recientes... el mayor estatus moral y legal otorgado a los animales, la mayor culpa que se le da a los patrones de comportamiento específicamente humanos por varias crisis ecológicas  y los avances científicos  y tecnológicos masivos relacionados con el desciframiento del código genético y la proliferación de los códigos computacionales. La Declaración  Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas de 1948 no anticipo nada de esto. Los intelectuales necesitan hoy día pensar en términos de una nueva Declaración para el siglo XXI.

 

Si por verdadero  intelectual entendemos ese individuo que dice lo que piensa y no funciona como portavoz ideológico de los intereses imperantes, entonces el requisito mínimo es que sus ingresos no dependan de la popularidad o la validez de lo que dicen.  Algunos académicos han utilizado su posición para convertirse en intelectuales públicos porque saben que incluso si dicen cosas muy impopulares, aun pueden conservar su trabajo, al igual que uno que otro periodista. Pero sus efectos, como podemos apreciar,  han sido solo marginales en los modos de reproducción social. Joseph Schumpeter, por ejemplo, sarcásticamente explico el surgimiento de los intelectuales como “una válvula de seguridad” que se desahoga cuando la maquina  capitalista  comienza a sobrecalentarse.

 

Según Foucault,  ese “intelectual universal”, el  que hace uso de sus conocimientos, de su competencia y de su relación con la verdad en beneficio de las luchas políticas, nació del jurista, del hombre que invoco la universalidad de una ley justa, en ocasiones contra las profesiones jurídicas mismas y que encuentra  su máxima expresión en el escritor, el portador de valores y significados en los que todos pueden reconocerse a si mismos.  Lo que hoy tenemos en cambio, dice, no es el “intelectual universal”, sino  el “intelectual especifico”, el que deriva su figura  del experto en lugar del jurista.

 

En verdad, la creciente especialización del conocimiento ha servido para disminuir el papel de los académicos  como intelectuales. La autoridad del académico como intelectual esta ahora ligada al trabajo de investigación que se supone produce una forma de conocimiento y comprensión que otros no tendrían. Foucault llama la atención al hecho de que los intelectuales se han acostumbrado a trabajar no en el carácter de lo universal, ejemplar, justo y verdadero para todos, sino en sectores específicos, en puntos precisos donde están situados, ya sea por sus condiciones profesionales de trabajo o sus condiciones de vida... vivienda, hospital, laboratorio, universidad y relaciones familiares y sexuales. Es  este ámbito el que les permite ganar una consciencia mas concreta de las luchas sociales que no siempre son las mismos del proletariado y las masas. Y, sin embargo, a pesar de esto, Foucault cree que ellos se han acercado también al proletariado porque enfrentan cuestiones reales, luchas materiales y cotidianas y porque, aunque en forma diferente, actúan en contra de las multinacionales, los aparatos jurídicos y policiales, los especuladores inmobiliarios, etc. que son los mismo adversarios del proletariado. 

 

Esta nueva configuración hace posible re articular categorías que previamente estaban separadas. La escritura, que había sido la marca sacrosanta del intelectual, ha desaparecido  y reemplazada por conexiones transversales entre diferentes áreas de conocimiento... magistrados y psiquiatras, laboratoristas y sociólogos, médicos y obreros, cada uno en su propio campo, han logrado  participar en un proceso global de politización  de los intelectuales. Esto explica como, a medida que el escritor tiende a desaparecer como figura central, el conferencista y la universidad emergen ahora como “intercambiadores o puntos privilegiados de intersección”.

 

Este intelectual especifico no esta libre de ciertos obstáculos y del peligro de sumergirse en luchas meramente coyunturales, en demandas urgentes pero solo dentro de sectores particulares que corren el riesgo de no lograr  avances significativos  por falta de estrategia global o del soporte limitado de pequeños grupos. El precio de reclamar experiencia  en un campo determinado los deja con una  reducida relevancia  en el discurso publico. Es por esto que el llamado “intelectual clásico” todavía tiene un papel relevante en el discurso social.  Lo irónico en Foucault, por ejemplo, es que el contradice su propia tesis sobre el intelectual universal al continuar operando en mayor o menor medida dentro de esta tradición.

 

No estaría demás recordar que durante la ilustración el papel publico del intelectual era demostrar la capacidad de emitir juicios independientemente de las consecuencias concretas que tuvieran, cuyo prototipo estuvo encarnado en Francia en la extraordinaria figura de Voltaire.  

 

En la medida en que los intelectuales adoptan una posición “objetiva” que simplemente muestra todos los lados del problema sin emitir juicios o, peor aun,  reducirse a meros instrumentos de manipulación,  corren el riesgo de perder toda  relevancia o ser reemplazados por los llamados “expertos” en los canales de televisión que denuncian, se burlan, vituperan y arremeten contra sus oponentes, generando mas calor que luz. Necesitamos como siempre intelectuales y filósofos que  inspiren discusiones,  ideas criticas y escenarios alternativos en temas de naturaleza política, social y ética.

 

Nieves y Miro Fuenzalida.


Sunday, February 19, 2023

La hoja

 

Me encontre

En

Mi camino

Con

Una hoja perdida

Que

Buscaba

El mar.

Queria

ser
gaviota
 jugando

Con

Las olas

En

El dia

Y

Nadando

De

Noche

De

Espalda

Para

Descubrir

Planetas fantasmales

Como

Lo

Haciamos

Tu y yo. 

 

Nieves.

 


Sunday, February 12, 2023

El asalto del nihilismo

 

¿Que es lo que podemos hacer con nuestras vidas? ¿Perseguir un gol final, cualquiera que este sea? ¿Sacrificar la vida en defensa de algún valor supremo y trascendente? ¿Seguir un destino supuestamente pre ordenado?  

 

¿Y, por otro lado, que pasa si no hay un esquema cósmico de las cosas, un orden trascendente del que creemos derivar la verdad? En tal caso ¿no seria mejor olvidarnos de toda metafísica  y sumergirnos en un puro hedonismo sensorial, en el mero placer como ultima motivación? Según algunas mentes bien inteligentes este seria el significado del nihilismo.

 

¿Sera esta una buena definición? La verdad es que la palabra “nihilismo”, si carece de claridad, la pone en peligro de convertirse en un signo de todo lo malo y decadente. Así el nihilista pasa a ser aquel individuo que no cree en nada, que no es leal a ninguna cosa y que no tiene otro propósito, tal vez,  que el de destruir por el mero placer de destruir. En la cultura popular el ejemplo típico es el Joker, el enemigo de Batman, que no le importa nada en absoluto, ni siquiera el dinero ni la fama. Solo quiere causar caos y destrucción. Un nihilista de principio a fin. La gente común y corriente, por el contrario, no es nihilista. Eso es solo para los que odian la vida o para los desesperados.

 

 ¿Realmente?... según otro sentido, es justamente la gente común y corriente la peor culpable, porque son ellas las que se sumergen irreflexivamente en trivialidades en lugar de las cosas importantes de la vida como si esta no tuviera una significación ultima o mas profunda. Cuando perdemos la dimensión trascendental de las cosas lo único que nos queda es la banalidad de la existencia... ¿como llegamos a esta conclusión?

 

Llegamos a ella, podríamos decir, porque las ilusiones son parte de nuestras vidas y por cientos de años la adoctrinación religiosa nos ha llevado a creer que todo el valor e importancia de la vida provienen de un mundo imaginario, supra sensible, ubicado en el  cielo, en algún lugar detrás de las nubes, haciendo que  las cosas de la vida real solo valen la pena gracias a esa supuesta realidad. La muerte de Dios en Nietzsche es la abreviatura de toda esa tradición metafísica y su mundo atemporal, inmutable y suprasensible en contraste con el mundo tal  como aparece a nuestros sentidos que es el mundo del tiempo y el devenir. El significado de la muerte de Dios contiene la idea de que el verdadero mundo, el supra sensual, pierde su poder efectivo, de que las creencias dejan de ser creíbles y que la base de la realidad se pierde. En breve, el mundo imaginario de la teología colapsa en el mundo actual. La realidad ordinaria se convierte en la única realidad desprovista de objetivo, unidad, verdad y valor. En breve... un mundo sin sentido. Y es esta ausencia de sentido lo que alimenta al nihilismo.

 

Sentido de la vida y nihilismo, lo bueno y lo malo, pasan a ser motivo de especulación a mediados del siglo XIX. Soren Kierkegaard, creador del existencialismo, usa el termino “nivelación”, que posteriormente se  equipara con el de nihilismo, en referencia  a una vida moderna tremendamente trivial y superficial, carente de toda pasión. Su solución fue la de recuperar el fervor del cristianismo, viendo la fe como una lucha emocional por la existencia de una vida verdaderamente autentica frente a un Dios inescrutable  y caprichoso. En el siglo XX la discusión del nihilismo se extendió por todas partes viéndola en ocasiones como una fuerza de decadencia que conduce a la civilización a su propia destrucción, mientras que en otras se la ve como una fuerza liberadora que ofrece nuevas oportunidades. Martin Heidegger, el famoso filosofo alemán que participo en el régimen nazista, concibe el nihilismo como un proceso histórico que se remonta al nacimiento de la metafísica en la antigua Grecia que inicia el olvido del Ser y la caída en el ente. La adopción posterior de una forma de vida puramente cientificista termina por sofocar nuestra capacidad de escuchar la voz del Ser y acaba con las posibilidades de asombro.

 

Para hacer la historia corta, digamos que, si leemos entre líneas, la historia del nihilismo es la historia del humano que poco a poco se da cuenta que no hay una buena razón para suponer que vivimos en un realidad diseñada por Dios, con un propósito especifico que cumplir y un mas allá que nos espera. Ver esto por primera vez fue impactante porque todavía se quería ver la vida llena sentido y valor. Rechazar a Dios y el paraíso es una cosa, pero aceptar la idea de que nuestras vidas no tienen una existencia cósmicamente valiosa es otra muy distinta. El problema es que sin Dios para otorgar un significado cósmico a la existencia la tarea se hacia bien difícil, si no, imposible.

 

Para disipar los temores a la falta de sentido y evitar el nihilismo muchos buenos pensadores promueven sustitutos de Dios, ya sea la naturaleza, la ciencia, formas extravagantes de etnonacionalismo, lideres autoritarios y cosas parecida. Teóricos como Charles Taylor, Huber Dreyfus y Sean Kelly, por ejemplo, siguiendo a Heidegger, creen que es posible superar la amenaza de la falta de sentido recuperando o redescubriendo algún poder “sagrado” para curar las consecuencias existenciales negativas del nihilismo contemporáneo. Según Taylor, el filosofo canadiense, lo que distingue a la modernidad occidental de otras etapas de la historia humana es la erosión de su apego a seres y cosas que tienen poder sobrenatural y estatus divino, como los amuletos mágicos, los ritos sagrados  o los festivales anuales de fertilidad para que traigan lluvias y buena cosecha. Dreyfus y Kelly piensan que al centrar nuestras vidas en torno a una voluntad antropocéntrica, o libertad radical como dicen los existencialistas, ha producido la condición social del nihilismo moderno. Su liberación, según dicen, requiere la participación de algo mas que lo humano... algo misterioso, mas poderoso y sagrado. Definitivamente algo no tan mortal y humano. La espiritualidad a la New Age, la meditación yoga, el uso de sicodélicos, el éxtasis producido por un concierto de música rock o el estallido emocional de los fanáticos desencadenado por el triunfo del equipo de football, entre otras, serian experiencias no racionales, pre modernas y no científicas de abordar el mundo. Exactamente el tipo de experiencias misteriosas y trascendentes que los oponentes de la ilustración creían que el nihilismo amenazaba. Experiencias que nos dejan con asombro existencial y con un profundo sentido de conexión con la vida, con la historia y las tradiciones de la comunidad a la que pertenecemos. Durante esos momentos dicen “sucede algo tan abrumador que brota ante ti como una presencia palpable y te lleva como una ola poderosa”. Esto habría que verlo como una renovada articulación de lo sagrado que podría salvarnos del flagelo del vacío y la desesperación que el nihilismo supuestamente produce. Una posibilidad salvadora después de la muerte de Dios y la ruptura del monoteísmo.

 

Pero, esta es la cosa... lo que es genuinamente sagrado solo puede ser trascendente y lo que es en ultima instancia trascendente es el ser mas elevado en la cadena de seres. Y así, entonces, traemos por la puerta trasera de vuelta el  problema de Dios.

 

La verdad es que preferimos quedarnos con Nietzsche que a finales del siglo XIX vio el nihilismo como una fuerza destructiva  dispuesta a barrer el orden cristiano. Lo que realmente esta en juego, dice, es si  mantenemos los valores que tenemos o los sometemos a una reevaluación radical.

 

La vida, o la voluntad de poder, como dice, nos obliga a establecer valores que son las formas en que la vida se interpreta o expresa a si misma. Lo que mantiene unido al mundo no es un elemento o juicio trascendente, ya sea Dios o la racionalidad, sino la voluntad inmanente. Sin vida obviamente nada seria posible y los valores, por tanto, tendrían que ser vistos desde esta perspectiva. La elección, por tanto, no es entre valor o ausencia de valor, sino que la cuestión crucial es el valor de los valores, su relación con la vida, ya sea que estén afirmándola o negándola. Si el vínculo entre el humano y el mundo, entre el animal que somos y la naturaleza se rompe la tarea es, entonces, ahora y mas que nunca, la de restablecer este vinculo con nuevos valores y nuevas creencias que no sean trascendentes. La polaridad mas significativa dentro de este contexto es entre la metafísica de un “verdadero mundo” y el materialismo de este mundo, entre la trascendencia y la inmanencia. La trascendencia es esencialmente el dominio del sacerdote en tanto que la inmanencia es el de la filosofía. Como dice Deleuze, siempre que hay trascendencia, Ser vertical, Estado imperial en el cielo o la tierra, hay religión y hay filosofía siempre que hay inmanencia. Según la perspectiva inmanente no hay dimensión suplementaria o un “mas allá”. Inmanencia es inmanente solo a si misma y, en consecuencia, capta y absorbe todo sin dejar nada restante. El gesto esencial seria, dice Nietzsche, volver a la naturaleza, a la tierra, como fuente de valores y creencias... “ Os ruego, hermanos míos, permanecer fieles a la tierra y no creas a los que te hablan de esperanzas supra terrestres”.  Este no es un darwinismo ni un regreso romántico a una naturaleza idealizada a lo Rousseau, sino un “ascenso”, una especie de superación practica que no separa la razón, el afecto y la voluntad, uno del otro    

 

Esta idea de inmanencia es un tipo perfecto de nihilismo, uno que busca sus propios limites, se vuelve contra si mismo y se destruye a si mismo.  Paradójicamente una  enfermedad y una cura al mismo tiempo. La disolución activa del yo y la desaparición del significado, es la oportunidad de otro yo, de otro significado... “cuando la negación se deshace de las fuerzas reactivas que lo caracterizan, el nihilismo se completa, es decir, pasa al servicio de la vida”.

 

Nieves y Miro Fuenzalida.


Sunday, February 5, 2023

El mercado de las palabras

 

 

Ire

Al

Mercado

De

Palabras

Para

Comprar

Algunos gramos

De

Puntos suspensivos

Y

De

Comas,

1 kilo

De

Palabras,

Un frasco de salsa

De

Tinta azul,

Unas hojas de papel

De

Arroz.

Hare

Con

Estos ingredientes

Una hermosa

Ensalada poetica.

 

Nieves.