Sunday, December 12, 2021

La cultura popular

   

¿Es la cultura popular  la  expresión autónoma de los  intereses y experiencias del pueblo? ¿O  es  otro de esos mecanismos del poder  para expandir la comercialización y el control social?  

 

 Hoy día, gracias a la sociedad de masas y la casi infinita reproducción mecánica, es posible generar tantas películas, música, libros, pinturas y esculturas como autos, bicicletas, refrigeradores o hamburguesas. Esta reproducción que  facilita el acceso a la cultura plantea al mismo tiempo serios problemas a la idea tradicional acerca del papel de la cultura y el arte en la sociedad contemporánea. Estos productos al no ser obras autenticas ni genuinas, ni tampoco cultura popular al no expresar los intereses ni experiencias del pueblo son productos comerciales antes que trabajos artísticos. Según una opinión bastante común la cultura de masas socava la integridad del arte y suprime la cultura folklórica. La creatividad, la experimentación y  los desafíos intelectuales que el arte plantea no pueden lograrse con las técnicas ni las  condiciones de la industria cultural.  La transformación de la sociedad en sociedad de masas y los artefactos culturales en mercancías convierten al individuo en consumidor pasivo de artículos de entretenimiento en serie. El consumidor, sin pensar ni reflexionar, no es capaz de ver o crear alternativas y su universo cultural es reducido al estándar de la masa expuesta  a la manipulación y explotación comercial del mercado.

 

 Recientemente  un artista canadiense  fijo el precio de  su obra  en un millon de dolares antes de tomar el pincel. Cuando su trabajo se exhibió  500 personas asistieron a su presentación.  En una entrevista periodística  el artista expreso…“Encuentro interesante como tan pronto el aspecto monetario entra en juego toda la atención se dirige a él, lo que pienso que es lamentable. Pero, si uno quiere jugar el juego y capitalizarlo, uno puede” (“The Ottawa Citizen”, June 14, 2005) Según Adorno, miembro de la Escuela de Frankfur, este es el verdadero secreto del éxito porque muestra como el valor de cambio ejerce su poder de manera especial en el ambito de los productos culturales. El dinero ejemplifica como las relaciones entre la gente pueden asumir la forma fantástica de una relacion definida por una “cosa”, el dinero, que es la definición básica del valor de la mercancía en el capitalismo. No su valor de uso, sino su valor de cambio. Lo que Adorno hace es extender el análisis marxista del fetichismo de la mercancía al mundo de los productos culturales. La industria cultural, dice,  modela el gusto y las preferencias de la masa  creando el deseo  por necesidades falsas que excluyen las necesidades reales. Sus productos fomentan la conformidad y la obediencia al sistema  con tal efectividad que la mayoría ni siquiera  se da cuenta de lo que pasa. Para la industria la masa es un objeto de cálculo, un apéndice de la maquinaria. El consumidor no es rey, como  pretende hacernos creer, sino su objeto. El poder de la ideología de la industria cultural es de tal magnitud que la conformidad  reemplaza la conciencia,  la obediencia reemplaza la capacidad crítica.  La motivación de la ganancia es el último criterio que  determina la naturaleza de las formas culturales  y la estandarización, común a toda mercancía, es el proceso en que su producción se basa.

 

La industria del cine, la televisión y la música obviamente obedecen a esta logica. Si nos fijamos en la música popular, por ejemplo, notamos que esta dominada por la estandarización y la seudo individualización. Las canciones populares suenan cada vez más  parecidas unas a otras. Una vez que escuchamos una canción “rap”ya las hemos escuchado todas.  Según Adorno esto es porque su estructura central se caracteriza por partes que son intercambiables unas con otras, proceso  que se oculta con novedades periféricas o variaciones estilísticas que se agregan a la música como signos de una supuesta originalidad.  Estandarización se refiere a las similitudes sustanciales  entre canciones. Seudo individualización, a las diferencias incidentales que las hacen aparecer distintas unas de otras.  En la música clásica cada detalle adquiere su sentido musical de la totalidad de la pieza  y del  lugar que ocupa  dentro de esa totalidad. En la música popular el comienzo del coro es reemplazable por el comienzo de innumerables otro coros. Cada detalle es sustituible como el tornillo en la maquina. La diferencia no es entre simplicidad y complejidad, sino entre estandarización y no estandarización, diferencia  que establece la superioridad de una sobre la otra ¿Por qué superior? Porque a diferencia de la música clásica la estandarización estructural tiene por fin reacciones estándares. La seudo individualización le ahorra al consumidor el esfuerzo de poner atención a la genuina novedad. La industria cultural al proveer confort y entretenimiento  funciona como catarsis para las masas, pero una catarsis  que los mantiene firmemente en línea.

 

Este análisis de la cultura popular  de Adorno no esta libre de dificultades. Uno de los reproches más comunes dirigidos en su contra  es la acusación de elitismo porque asume que la cultura popular o de masas solo puede ser  interpretada, entendida  y juzgada  desde una posición privilegiada. En este caso, desde la perspectiva de la estética  y  gusto cultural de la elite intelectual. El problema con esto es que estas opiniones y juicios descansan, en última instancia, en un conjunto de valores  que se dan por supuestos. La cultura de masa puede ser entendida  y apreciada  por otros grupos con distintas posiciones estéticas. Por tanto… ¿En base a que criterio se puede argumentar que la percepción de la cultura popular de un grupo es mejor  que la de otro? Los juicios elitistas fracasan en reconocer otras interpretaciones desarrolladas desde puntos de vista y valores alternativos y si describen a la cultura popular como homogénea y estandarizada es porque  ignoran el espectrum y la  diversidad, las  contradicciones y tensiones que se dan dentro de ella.

 

¿Que es lo que nos capacita para juzgar el gusto estético de otros?  Digamos, de partida, no las supuestas  “razones universales y objetivas” que nadie todavía ha podido encontrar a pesar de los esfuerzos del genio humano. Los gustos y estilos son social  y culturalmente determinados y es el poder que circula dentro de la sociedad el que decide sobre la definición del gusto y el estilo. Este poder que  determina los estándares  culturales no se limita solo al poder económico y político que ejerce la industria de la cultura de masas, con todo lo crucial que es para cualquier explicación adecuada del proceso, sino que también hay que incluir  el poder de  los intelectuales o productores de ideas que, aunque sea desde una posición secundaria, igualmente  ejercen su influencia en el intento de establecer  criterios de discriminación cultural.  ¿Y que pasa con el pueblo? ¿Cómo podemos apreciar su capacidad creadora y gusto estético? Una forma bastante común  de valorar la cultura popular es la de alabar su autenticidad  y contrastarla con la artificialidad  de la industria cultural. Solo comparemos  a una Violeta Parra con un Justin Bieber para tener una idea. La cultura popular no puede ser entendida solo  como una imposición del mercado o como un instrumento de control ideológico, sino también como una expresión más o menos genuina de  la voz del pueblo. El problema con esto, sin embargo, es… ¿Qué significa  “autentico” y como sabemos que una cultura es “autentica”? ¿Podemos hablar de una cultura pura con raíces y valores comunales, libre de  influencias externas y contaminación comercial? ¿Es solo la música autentica, buena música?  Las preguntas no están demás, porque los criterios de “comunidad y autenticidad”, como lo vemos constantemente, pueden ser usados como estrategias comerciales para conquistar determinados sectores de la población.

 

 En  la teoría crítica de la cultura de masas la audiencia es vista como una masa de consumidores pasivos, vulnerables y explotables, presa fácil de la publicidad y  las fantasías que la industria vende. Y lo  irónico de todo esto, dicen, es que  es posible con la complicidad y disfrute de la propia masa.  La dificultad con  esta visión es que supone la existencia de una masa homogénea de consumidores que muy bien puede  no existir en los lugares de consumo. Lo que la industria cultural hace es  dirigirse a sectores del mercado que divide de acuerdo a gusto, dinero y poder y que, a pesar de ello, los resultados  no están necesariamente  garantizados. Por ejemplo, la industria define al consumidor en base a la información que recolecta acerca de sus hábitos de compra. Pero, el hecho de que  la audiencia sea construida de esta manera no significa que los individuos reales  que la componen responderán en la  forma que estos discursos quieren.  La audiencia, o ciertos  sectores de ella, también puede ser entendida por la forma en que resiste el discurso del poder industrial.

 

 La imagen opuesta al  elitismo cultural  que ve a la audiencia como una manada de ingenuos incapaces de asumir una actitud critica, es la del discurso populista que la ve  como auto conciente, activamente subversiva, capaz de explotar la industria cultural  para sus propios fines al resistir y reinterpretar  los mensajes que ella circula. Si para el elitismo  la audiencia  es estupida, para el populismo es  subversiva.

 

Y sin embargo, a pesar de esto, la situación política actual vindica el pesimismo de Adorno y, tristemente, su diagnosis es tan verdadero hoy como en los años 40’s. Se estima que solo seis mega compañías, conectadas unas con otras, controlan entre el 80 y el  90 por ciento del mercado cultural actual. La cultura étnica y las creaciones artísticas de los pueblos rápidamente son colonizadas por esta maquinaria corporativa que lejos de  estar al servicio de la  expresión de  nuevas sensibilidades esta, por el contrario, para moldearlas según  la racionalidad  del mercado global que disipa todo potencial critico que ellas pudieran tener. Los brotes de radicalismo que la creación popular genera se integran en el circuito productivo para domesticar su radicalidad. Dentro de este ambiente el peligro que enfrenta el arte  es la ausencia de peligro. La industria cultural con una concentración de poder como nunca antes el mundo había visto produce, controla y digiere  prácticamente  todo lo que circula en el mercado global. Y si algo se le escapa muy pronto lo vuelve a atrapar.

 

Nieves y Miro Fuenzalida


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