Monday, March 31, 2014

Un postmodernismo latinoamericano.



 “Un albañil cae de un techo
 muere y ya no almuerza
 ¿Innovar, luego, el tropo,
 la metáfora?” (Cesar Vallejo).   

Visto solamente a partir del contraste, tan ricamente expresado por Vallejos, entre extravagancia teorética o estética y una concreta instancia de dolor humano, el Post-Modernismo latino-americano aparece como un pobre esquema interpretativo. A la luz de las desigualdades, explotaciones  y miserias sufridas por las clases mas pobres los refinamientos Pos-Modernos son irrelevantes y, para muchos, su retórica ha sido hoy día capitalizada beneficiosamente por el “neo liberalismo” para renovar su proyecto de hegemonía cultural, económica y política.

Para el filosofo argentino Arturo Annes Roig, por ejemplo, el Pos-Modernismo es un discurso alienante porque invalida los mejores logros del pensamiento latino-americano. Proclamar que la modernidad ha sido agotada significa sacrificar un arma poderosa que ha sido usada por todas las tendencias liberadoras en América Latina en sus narrativas críticas. La modernidad, si es cierto que contiene violencia, irracionalidad y opresión colonial, también abre la función crítica del pensamiento. La Filosofía de la sospecha de Nietzsche, Marx y Freud  revela que detrás de nuestra inmediata comprensión de un texto yace escondido otro nivel de significación cuya interpretación necesita ser medida por el criticismo. Es esta idea del desenmascaramiento lo que le da significado a la Filosofía latino-americana que ha estado interesada en apuntar a los mecanismos ideológicos del "discurso opresivo". Renunciar a la Filosofía de la sospecha es renunciar a la denuncia y caer en la trampa del discurso justificante del poder hegemónico mundial. La orfandad epistemológica del Pos-Modernismo desacredita toda utopía y su nihilismo significa renunciar a la participación en favor del "laissez faire" económico.

Para Adolfo Sánchez  Vázquez el pensamiento Pos-Modernista se desprende de la noción misma de fundamento  que inevitablemente lleva al fracaso de cualquier intento que le de legitimidad a un proyecto de transformación social. Al negar el potencial emancipador del Modernismo descalifica la acción política y desplaza la atención hacia la esfera contemplativa de la estética. El anuncio de la "muerte del sujeto" y el "fin de la historia" libera al artista de la responsabilidad de la protesta dada a ellos  por la estética moderna. La reivindicación de la fragmentación y eclecticismo elimina cualquier tipo de resistencia política

El filosofo cubano Pablo Guadarrama, a su vez, expresa que no tiene sentido hablar de la entrada latinoamericana a la posmodernidad  mientras no completemos su proceso. La idea Habermesiana de la modernidad  considerada como un proyecto incompleto encuentra simpatizantes en Latinoamérica y la demanda de ser posmodernista aparece como una exigencia vacía frente a la fragilidad de los paradigmas de la igualdad, fraternidad, secularización, humanismo y racionalismo.

¿Podemos mirar el postmodernismo solamente como una trampa ideológica en la que algunos intelectuales han caído al insistir en interpretar la realidad del subcontinente usando modelos ideológicos originados en otros lugares? Santiago Castro-Gómez intenta responder a esta cuestión afirmando que lo que hoy es difícil de negar es el hecho de que la llamada posmodernidad no es un fenómeno puramente ideológico o una conspiración conceptual elaborada por intelectuales nihilistas euro-norteamericanos. Con lo que nos encontramos, más bien, es con un cambio de sensibilidad al nivel de la vida mundial y su presencia la encontramos en toda la civilización occidental, incluyendo Latino América.

El acuerdo tácito de los actores que rechazan la participación en la discusión posmodernista se basa en la creencia de que entrar en ese debate es responder al extranjerismo de elites alienadas que tratan de seguir cualquier discusión internacional que este de moda  y que todo ello es solo la expresión ideológica del capitalismo tardío en su fase de expansión global. La presuposición básica en esta argumentación es la de que la desigualdad económica entre la  sociedad pos-industrial y la sociedad latinoamericana hace imposible, o a lo menos cuestionable, la transferencia de los contenidos críticos teoricos del postmodernismo de una a otra. Para Nelly Richard, filósofa chilena, este argumento permanece atrapado en las estructuras del pensamiento iluminista, en donde los procesos culturales se conciben subordinados a desarrollos socios políticos. Pero, si usamos las estructuras  de análisis  de acuerdo a la idea de que las esferas de la cultura y la sociedad se relacionan asimétricamente en un imbalance y contradicción dialéctica nunca resuelto, entonces, los requerimientos estructurales de las sociedades del primer mundo no tendrían que ser reproducidos en Latino América para encontrar en esta inscripciones culturales posmodernistas. Estas manifestaciones culturales han surgido en el subcontinente por diferentes razones y circunstancias a las observadas en las sociedades euro-norteamericanas y, principalmente, son el resultado de una diferente forma de experimentar el modernismo. No es una cuestión de imitar o transcribir un debate sobre la crisis de la modernidad en el mundo europeo, sino, de pensar acerca de la forma  en que Latino  América ha experimentado esa modernidad  y su crisis, viviéndola en una forman distinta.La desconfianza de algunos intelectuales latinoamericanos hacia el debate posmodernista puede, en parte, explicarse doblemente por el trauma de la colonización que lleva a muchos de ellos  a mirar con reticencia a todo lo que viene de  “afuera” marcando una clara línea divisoria entre lo que es importado y lo que es nuestro, lo que es extranjero y lo que es nacional y al criticismo implícito en el discurso posmodernistas de los ideales heroicos de la generación latinoamericana que proclama la fe en la revolución y el “hombre nuevo”. Debido a esto, en lugar de aprovechar la critica posmodernista de los sistemas dominantes de la modernidad reorientando su significado desde una perspectiva  latino americana, un buen número de intelectuales considera esta crítica como una nueva ideología imperialista.

Quienes han respondido al debate posmodernista en Latino América se han centrado, principalmente, en el análisis e investigación de la ambigüedad con que el sub-continente ha vivido el modernismo. El argentino García Delgado se enfoca en la transición que Latino América ha venido experimentando, de una  “cultura holistica” basada en la pertenencia y solidaridad de clase a una cultura “neoindividualista”basada en la tendencia global hacia  la formación  de identidades restringidas, caracterizadas por el proceso hacia la esfera privada o a pequeños grupos. La identificación con elementos nacionales se empieza a disolver frente a la cultura transnacional impulsada por los medios de información masiva. La perdida de certidumbres tradicionales  es el resultado, entre otros factores, de la disolución de los antagonismos ideológicos. El enemigo común (conservadores, oligarcas, imperialistas o comunistas) fusionaba y le daba sentido a la política de masas. Con la desaparición de los bloques ideológicos claramente definidos se hace cada vez más difícil y compleja la ubicación del poder político. La integración social es  desplazada a la  ideología del mercado que le ofrece  al individuo ser protagonista de su propia vida (el culto del cuerpo y el sexo, la adquisición de productos de moda, las recetas espirituales y religiosas, etc.) La despiadada brutalidad con que las dictaduras del cono Sur  eliminaron o debilitaron las organizaciones políticas en las décadas de los 70 y  80 dieron paso a la desconfianza en la posibilidad de cambios sociales estructurales debido al alto costo social que su intento acarreo. La ausencia de alternativas políticas, el aumento de la pobreza y la corrupción de las elites políticas llevan a una cultura  de la inmediatez en donde lo mas importante es la sobre vivencia diaria que es el único horizonte significativo (Roberto Follari). La sensibilidad pesimista que se extiende a través de Latino América a finales del siglo XX no viene de afuera, como algo importado por ciertos intelectuales. Surge, más bien,  como el resultado de largos procesos históricos. Cinco siglos de retraso socioeconómico, dictaduras, autoritarismo político, desigualdad en todos los niveles de la vida cuotidiana, ausencia de proyectos políticos capaces de cambiar la situación y el fracaso de todos los partidos políticos de llevar a cabo las promesas de justicia social forman parte de la memoria colectiva  que explica la indiferencia de una gran parte de la población hacia las promesas políticas de un mundo mejor. La búsqueda de la realidad personal en el ambito privado es producto de la falta de confianza en las instituciones políticas y el escepticismo en la eficacia de toda participación en la esfera publica. Frente a las visiones utópicas y mesiánicas del futuro de la política heroica de la era revolucionaria hoy día se impone  la “política de lo posible”. Frente al optimismo ideológico de los 60 que buscaba  romper con el sistema, ahora las preferencias  parecieran inclinarse a reformarlo desde dentro restableciendo la política como un espacio de negociaciones. El sociólogo chileno José Joaquín Brunner cree que el poder de los medios de comunicación han dado forma, en Latino América, a una hiper-realidad de significados descontextualizados. En gran medida, el proceso de socialización se produce a través de criterios y guías  de conductas transnacionales que producen un distanciamiento ambiguo hacia las propias tradiciones culturales. La cultura de masa promueve la disolución de las certidumbres que garantizaban la integración social dando formas a escenas complejas en donde los factores nacionales y transnacionales coexisten. Un factor que la teoría de la dependencia nunca considero  es la sistemática socialización  llevada acabo por la escuela  y que desplaza a la familia como su agente primario. La escuela trasmite una cosmovisión basada en la tradición humanista occidental y en el modelo científico de la comprensión de los fenómenos naturales.  La cultura popular, entendida como el universo simbólico que transmite la herencia religiosa, moral y cognitiva del pueblo no puede resistir el avance del proceso educativo, la industria cultural y los medios de difusión masiva. Lo que de ella queda sobrevive como  “folclore”, pero también moldeada por las imágenes y símbolos del mercado internacional.

El desencanto y el escepticismo en Latino América no es el producto de  una supuesta deshumanización causada por el desarrollo científico y tecnológicos sino, mas bien, por el fracaso de todo proyecto de transformación asociado con la cosmovisión Iluminista. Es el desencanto con una cierta forma de entender  la política y el   ejercicio  del poder  y que lleva a la gente  a buscar nuevas formas de entender y participar políticamente en la esfera social, como es el sustituir, por ejemplo, las relaciones verticales de poder político por conglomerados transversales la posmodernidad es un “estado de la cultura”, como creen estos autores, entonces es posible decir que ella también tiene raíces en Latín América, aunque sus causas son diferentes a las que producen el mismo fenómeno  en los países del Atlántico Norte. Desde el momento que presenta una profunda actitud de desconfianza frente a los proyectos de modernización tecno-burocráticos impulsados por las elites políticas y financieras  de Latino América no representan, necesariamente, al neoliberalismo o al despliegue de la “razón instrumental”.

¿La proclamación posmodernista del fin de las utopías de emancipación total debilita, realmente,  el concepto latino americano de “justicia social”? Como dice Castro-Gómez, la dimensión utópica no esta limitada solo a las narrativas totalizantes de la modernidad. Otras formas utópicas existen que no enfatizan el consenso, la armonía, la homogeneidad, la ausencia total de injusticias y la reconciliación. Es la utopía de un mundo policentrico y pluralista, en donde caminos alternativos y diferentes que llevan a la modernidad pueden existir paralelamente. El fin de las “utopías modernistas” no es el fin de toda dimensión utópica. Solo significa la redescripción y reinterpretación de las viejas utopías de acuerdo a las necesidades de la sociedad latina americana contemporánea. Es solo el anhelo de que con el paradigma de la heterogeneidad  y diversidad corramos menos riesgo de repetir la tentación de transformar  la razón en  sinrazón.

Nieves y Miro  Fuenzalida 
Ottawa, Enero de 2006



















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