“Un albañil cae de un techo
muere y ya no almuerza
¿Innovar, luego, el tropo,
la metáfora?” (Cesar Vallejo).
Visto solamente a partir del contraste, tan ricamente expresado por
Vallejos, entre extravagancia teorética o estética y una concreta instancia de
dolor humano, el Post-Modernismo latino-americano aparece como un pobre esquema
interpretativo. A la luz de las desigualdades, explotaciones y miserias sufridas por las clases mas pobres
los refinamientos Pos-Modernos son irrelevantes y, para muchos, su retórica ha
sido hoy día capitalizada beneficiosamente por el “neo liberalismo” para
renovar su proyecto de hegemonía cultural, económica y política.
Para el filosofo argentino Arturo Annes Roig, por ejemplo, el
Pos-Modernismo es un discurso alienante porque invalida los mejores logros del
pensamiento latino-americano. Proclamar que la modernidad ha sido agotada
significa sacrificar un arma poderosa que ha sido usada por todas las
tendencias liberadoras en América Latina en sus narrativas críticas. La
modernidad, si es cierto que contiene violencia, irracionalidad y opresión
colonial, también abre la función crítica del pensamiento. La Filosofía de la
sospecha de Nietzsche, Marx y Freud
revela que detrás de nuestra inmediata comprensión de un texto yace
escondido otro nivel de significación cuya interpretación necesita ser medida
por el criticismo. Es esta idea del desenmascaramiento lo que le da significado
a la Filosofía latino-americana que ha estado interesada en apuntar a los
mecanismos ideológicos del "discurso opresivo". Renunciar a la
Filosofía de la sospecha es renunciar a la denuncia y caer en la trampa del
discurso justificante del poder hegemónico mundial. La orfandad epistemológica
del Pos-Modernismo desacredita toda utopía y su nihilismo significa renunciar a
la participación en favor del "laissez faire" económico.
Para Adolfo Sánchez Vázquez el
pensamiento Pos-Modernista se desprende de la noción misma de fundamento que
inevitablemente lleva al fracaso de cualquier intento que le de legitimidad a
un proyecto de transformación social. Al negar el potencial emancipador del
Modernismo descalifica la acción política y desplaza la atención hacia la
esfera contemplativa de la estética. El anuncio de la "muerte del
sujeto" y el "fin de la historia" libera al artista de la
responsabilidad de la protesta dada a ellos por la estética moderna. La
reivindicación de la fragmentación y eclecticismo elimina cualquier tipo de
resistencia política
El filosofo cubano Pablo Guadarrama, a su vez, expresa que no tiene
sentido hablar de la entrada latinoamericana a la posmodernidad mientras no completemos su proceso. La idea
Habermesiana de la modernidad
considerada como un proyecto incompleto encuentra simpatizantes en
Latinoamérica y la demanda de ser posmodernista aparece como una exigencia
vacía frente a la fragilidad de los paradigmas de la igualdad, fraternidad,
secularización, humanismo y racionalismo.
¿Podemos mirar el postmodernismo solamente como una trampa ideológica en
la que algunos intelectuales han caído al insistir en interpretar la realidad
del subcontinente usando modelos ideológicos originados en otros lugares?
Santiago Castro-Gómez intenta responder a esta cuestión afirmando que lo que
hoy es difícil de negar es el hecho de que la llamada posmodernidad no es un
fenómeno puramente ideológico o una conspiración conceptual elaborada por
intelectuales nihilistas euro-norteamericanos. Con lo que nos encontramos, más
bien, es con un cambio de sensibilidad al nivel de la vida mundial y su
presencia la encontramos en toda la civilización occidental, incluyendo Latino
América.
El acuerdo tácito de los actores que rechazan la participación en la
discusión posmodernista se basa en la creencia de que entrar en ese debate es
responder al extranjerismo de elites alienadas que tratan de seguir cualquier
discusión internacional que este de moda
y que todo ello es solo la expresión ideológica del capitalismo tardío
en su fase de expansión global. La presuposición básica en esta argumentación
es la de que la desigualdad económica entre la
sociedad pos-industrial y la sociedad latinoamericana hace imposible, o
a lo menos cuestionable, la transferencia de los contenidos críticos teoricos
del postmodernismo de una a otra. Para Nelly Richard, filósofa chilena, este
argumento permanece atrapado en las estructuras del pensamiento iluminista, en
donde los procesos culturales se conciben subordinados a desarrollos socios
políticos. Pero, si usamos las estructuras
de análisis de acuerdo a la idea
de que las esferas de la cultura y la sociedad se relacionan asimétricamente en
un imbalance y contradicción dialéctica nunca resuelto, entonces, los
requerimientos estructurales de las sociedades del primer mundo no tendrían que
ser reproducidos en Latino América para encontrar en esta inscripciones
culturales posmodernistas. Estas manifestaciones culturales han surgido en el
subcontinente por diferentes razones y circunstancias a las observadas en las
sociedades euro-norteamericanas y, principalmente, son el resultado de una
diferente forma de experimentar el modernismo. No es una cuestión de imitar o
transcribir un debate sobre la crisis de la modernidad en el mundo europeo,
sino, de pensar acerca de la forma en
que Latino América ha experimentado esa
modernidad y su crisis, viviéndola en
una forman distinta.La desconfianza de algunos intelectuales latinoamericanos
hacia el debate posmodernista puede, en parte, explicarse doblemente por el
trauma de la colonización que lleva a muchos de ellos a mirar con reticencia a todo lo que viene
de “afuera” marcando una clara línea
divisoria entre lo que es importado y lo que es nuestro, lo que es extranjero y
lo que es nacional y al criticismo implícito en el discurso posmodernistas de los
ideales heroicos de la generación latinoamericana que proclama la fe en la
revolución y el “hombre nuevo”. Debido a esto, en lugar de aprovechar la
critica posmodernista de los sistemas dominantes de la modernidad reorientando
su significado desde una perspectiva
latino americana, un buen número de intelectuales considera esta crítica
como una nueva ideología imperialista.
Quienes han respondido al debate posmodernista en Latino América se han
centrado, principalmente, en el análisis e investigación de la ambigüedad con
que el sub-continente ha vivido el modernismo. El argentino García Delgado se
enfoca en la transición que Latino América ha venido experimentando, de
una “cultura holistica” basada en la
pertenencia y solidaridad de clase a una cultura “neoindividualista”basada en
la tendencia global hacia la
formación de identidades restringidas,
caracterizadas por el proceso hacia la esfera privada o a pequeños grupos. La identificación
con elementos nacionales se empieza a disolver frente a la cultura
transnacional impulsada por los medios de información masiva. La perdida de
certidumbres tradicionales es el
resultado, entre otros factores, de la disolución de los antagonismos
ideológicos. El enemigo común (conservadores, oligarcas, imperialistas o comunistas)
fusionaba y le daba sentido a la política de masas. Con la desaparición de los
bloques ideológicos claramente definidos se hace cada vez más difícil y
compleja la ubicación del poder político. La integración social es desplazada a la ideología del mercado que le ofrece al individuo ser protagonista de su propia
vida (el culto del cuerpo y el sexo, la adquisición de productos de moda, las
recetas espirituales y religiosas, etc.) La despiadada brutalidad con que las
dictaduras del cono Sur eliminaron o
debilitaron las organizaciones políticas en las décadas de los 70 y 80 dieron paso a la desconfianza en la
posibilidad de cambios sociales estructurales debido al alto costo social que
su intento acarreo. La ausencia de alternativas políticas, el aumento de la
pobreza y la corrupción de las elites políticas llevan a una cultura de la inmediatez en donde lo mas importante
es la sobre vivencia diaria que es el único horizonte significativo (Roberto
Follari). La sensibilidad pesimista que se extiende a través de Latino América
a finales del siglo XX no viene de afuera, como algo importado por ciertos
intelectuales. Surge, más bien, como el
resultado de largos procesos históricos. Cinco siglos de retraso socioeconómico,
dictaduras, autoritarismo político, desigualdad en todos los niveles de la vida
cuotidiana, ausencia de proyectos políticos capaces de cambiar la situación y
el fracaso de todos los partidos políticos de llevar a cabo las promesas de
justicia social forman parte de la memoria colectiva que explica la indiferencia de una gran parte
de la población hacia las promesas políticas de un mundo mejor. La búsqueda de
la realidad personal en el ambito privado es producto de la falta de confianza
en las instituciones políticas y el escepticismo en la eficacia de toda
participación en la esfera publica. Frente a las visiones utópicas y mesiánicas
del futuro de la política heroica de la era revolucionaria hoy día se
impone la “política de lo posible”.
Frente al optimismo ideológico de los 60 que buscaba romper con el sistema, ahora las
preferencias parecieran inclinarse a
reformarlo desde dentro restableciendo la política como un espacio de
negociaciones. El sociólogo chileno José Joaquín Brunner cree que el poder de
los medios de comunicación han dado forma, en Latino América, a una
hiper-realidad de significados descontextualizados. En gran medida, el proceso
de socialización se produce a través de criterios y guías de conductas transnacionales que producen un
distanciamiento ambiguo hacia las propias tradiciones culturales. La cultura de
masa promueve la disolución de las certidumbres que garantizaban la integración
social dando formas a escenas complejas en donde los factores nacionales y
transnacionales coexisten. Un factor que la teoría de la dependencia nunca
considero es la sistemática
socialización llevada acabo por la
escuela y que desplaza a la familia como
su agente primario. La escuela trasmite una cosmovisión basada en la tradición
humanista occidental y en el modelo científico de la comprensión de los
fenómenos naturales. La cultura popular,
entendida como el universo simbólico que transmite la herencia religiosa, moral
y cognitiva del pueblo no puede resistir el avance del proceso educativo, la
industria cultural y los medios de difusión masiva. Lo que de ella queda
sobrevive como “folclore”, pero también
moldeada por las imágenes y símbolos del mercado internacional.
El desencanto y el escepticismo en Latino América no es el producto
de una supuesta deshumanización causada
por el desarrollo científico y tecnológicos sino, mas bien, por el fracaso de
todo proyecto de transformación asociado con la cosmovisión Iluminista. Es el
desencanto con una cierta forma de entender
la política y el ejercicio del poder
y que lleva a la gente a buscar
nuevas formas de entender y participar políticamente en la esfera social, como
es el sustituir, por ejemplo, las relaciones verticales de poder político por
conglomerados transversales la posmodernidad es un “estado de la cultura”, como
creen estos autores, entonces es posible decir que ella también tiene raíces en
Latín América, aunque sus causas son diferentes a las que producen el mismo
fenómeno en los países del Atlántico
Norte. Desde el momento que presenta una profunda actitud de desconfianza
frente a los proyectos de modernización tecno-burocráticos impulsados por las
elites políticas y financieras de Latino
América no representan, necesariamente, al neoliberalismo o al despliegue de la
“razón instrumental”.
¿La proclamación posmodernista del fin de las utopías de emancipación
total debilita, realmente, el concepto
latino americano de “justicia social”? Como dice Castro-Gómez, la dimensión
utópica no esta limitada solo a las narrativas totalizantes de la modernidad.
Otras formas utópicas existen que no enfatizan el consenso, la armonía, la
homogeneidad, la ausencia total de injusticias y la reconciliación. Es la
utopía de un mundo policentrico y pluralista, en donde caminos alternativos y
diferentes que llevan a la modernidad pueden existir paralelamente. El fin de
las “utopías modernistas” no es el fin de toda dimensión utópica. Solo
significa la redescripción y reinterpretación de las viejas utopías de acuerdo
a las necesidades de la sociedad latina americana contemporánea. Es solo el
anhelo de que con el paradigma de la heterogeneidad y diversidad corramos menos riesgo de repetir
la tentación de transformar la razón
en sinrazón.
Nieves y Miro Fuenzalida
Ottawa, Enero de 2006