Wednesday, November 5, 2014

Placer, Deseo y Consumo.


El placer y el deseo siempre estan en conflicto.  Uno debe  sacrificarse en beneficio del otro. El placer, a diferencia del deseo que intenta  apropiarse del objeto,  busca establecer una relacion empatética o anti-patética con el. Si presumimos que el placer es un tipo de sentimiento...  ¿Cuál seria su  diferencia con el deseo?

El deseo, digamos, construye un futuro en el que ve su propia destrucción, un futuro satisfecho que aniquilara el deseo. El placer, en cambio, esta contenido dentro del presente y detendría el tiempo, si así pudiera, para prolongarse. Puede surgir espontáneamente sin ser deseado previamente. Es un estado harmónico, en tanto que el deseo es disonante. Es cierto que el placer, en algunas ocasiones, surge con la satisfacción del deseo. Pero, con mayor frecuencia, el deseo solo engendra mas deseo. En principio, cualquier objeto  nos  puede proporcionar placer de acuerdo con nuestra naturaleza,  carácter y circunstancias. Las obras de arte, los juegos, los deportes, los entretenimientos... en cambio, solo algo que potencialmente puede ser apropiado se transforma en objeto del deseo. Lo irónico, en todo esto, es que la posesión del objeto no lo extingue. No hay objeto que sea capaz de extinguir al deseo como tal... porque  lo que el deseo busca, en última instancia, es algo que siempre lo elude.

Y es aquí, justamente, donde nos encontramos con la metafísica tacita del consumerismo. El placer, contenido solamente en el presente, no motiva al sujeto a trabajar ni a gastar.  Es enemigo de la sociedad de consumo. Su relacion con el objeto no es posesiva y su existencia se basa en un escape provisional de lo económico, mientras que el deseo es la fuerza económica del consumerismo y el motor de su conciencia. El placer que puede ser encontrado en el propio cuerpo, en objetos que ya poseemos o en objetos que se encuentran dentro del ambito de nuestra percepción  opera en oposición al deseo, privando al consumerismo de su fuerza motivante…  aquí uno podría preguntarse... no será esta, tal vez, una de las razones de la demonizacion norteamericana de la marihuana? Esta le permite al usuario sentir placer en objetos que ya están dentro de su radio perceptivo lo que priva al mercado de su ganancia.

El Dharma, que constituye la enseñanza budista,  habla de cuatro Verdades. La primera es el reconocimiento de que la vida es sufrimiento. A pesar de todas las apariencias en su contra y de toda tentación a pensar que la vida contiene una felicidad permanente, lo cierto es que ella, fundamentalmente, es un valle de lágrimas. La segunda, es la conciencia de que la causa del sufrimiento es el deseo. Sufrimos porque deseamos cosas interminablemente. La tercera Verdad es comprender que la posibilidad de extinguir el deseo es la posibilidad de abolir el sufrimiento que lo acompaña. Y,  finalmente, la cuarta Verdad se refiere a los caminos que guían a la cesación del deseo y, por tanto, a la superación del sufrimiento...

Vista las cosas desde esta perspectiva oriental radical, la última realidad es la del Vacío, la “Vacuidad Positiva”, en contraste con la cual toda realidad finita o determinada es, inherentemente, “ilusoria”. El único camino autentico hacia una verdad ético-epistemológica, de acuerdo con el Buda, es renunciar al deseo como la condición que nos encadena a la finitud de las cosas y al dolor causado por ellas, renuncia que permite la entrada impasible a la dicha del Nirvana.

¿Cual es el problema con este cuadro? Su versión occidental, popularmente representada por el movimiento “New Age”, diluye la posibilidad de transformación social al separar las experiencias místicas de la acción política. Es una composición en donde el poder y sus aparatos de captura abandonan la escena en favor de ese otro mundo representado por el  reino espiritual de las almas puras. El supuesto implícito es que al cambiarnos a nosotros mismos cambiamos la sociedad. Lo cierto, sin embargo, es que al re-dirigir nuestra mirada hacia nuestro interior dejamos  intacto el velo ideológico que nos ata al campo oculto de las estructuras de poder que capitalizan nuestros deseos. Las consecuencias son el fracaso en subvertir las fuerzas del capital que controlan el consumo y nuestra complicidad en su reproducción. Si pensamos que el mundo no es una realidad completamente cerrada, entonces, a la manipulación consumerista del deseo o a su extinción a través de las prácticas budistas, podemos agregar otras alternativas. Así, por ejemplo, podríamos re-ensamblar el deseo de manera diferente. Las teorías clásicas del deseo lo definen en términos negativos. Es la menesterosidad o carencia de algo en el sujeto lo que origina el deseo y produce esa "particular agitación del alma" de la cual hablaba Descartes. En el "Simposium" de Platón,  Sócrates afirmaba que el amor solo existe en relacion a un objeto ausente. Y al otro extremo de nuestra historia occidental, Lacan expresa que el deseo persiste, incluso cuando las necesidades han sido satisfechas, porque este no es causado por el anhelo de poseer el objeto, sino  por "la menesterosidad ontológica"  que expresa una división o partición en el corazón mismo del sujeto  que impide que  logre coincidir consigo mismo. Los teoricos contemporáneos del deseo, especialmente Deleuze y Guattari, rompen con esta larga tradición histórica y producen la idea de que el deseo crea su objeto y que, por el contrario, en lugar de implicar una relacion determinada por la carencia, el deseo abre nuevas posibilidades. Cuando alguien se enamora, por ejemplo,   el deseo abra nuevas e infinitas posibilidades en un universo que aparentemente se presentaba como algo cerrado. El deseo no es el producto del encuentro con un objeto, por fugaz que este encuentro sea, sino, una fuerza o flujo universal que existe antes de la representación, el establecimiento  y la distinción entre objeto y sujeto. Cuando esta energía no logra ser domesticada por la maquina consumerista la podemos encontrar como una fuerza marginal asociada con los excluidos.  Y es a este lado del deseo, concebido como flujo que escapa a los aparatos comerciales de captura, al que el sistema tanto le teme porque siente que pone en peligro su existencia misma.

Esta “economía libidinal”, como la llama Freud, implícitamente representa una fuerza anti-autoritaria y potencialmente desestabilizadora, por lo que no es difícil entender la atracción  que esta noción ha venido ejerciendo en la crítica política post-modernista. Re-ensamblar el deseo de manera diferente  significa desconectarlo de la máquina consumerista y re-conectarlo con nuevas aspiraciones.

La pregunta que uno podría plantearse  frente a la construcción de esta nueva subjetividad,  caracterizada  por el deseo y las motivaciones libidinales inconscientes, es… ¿como una intervención radical en el estatus quo, que exige por sobre todo una política conciente y racional, puede ser sustituida por la “irracionalidad” del deseo?

Nieves y Miro Fuenzalida.
Ottawa. 


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