El placer y el deseo siempre estan en conflicto. Uno debe sacrificarse en beneficio del otro. El placer,
a diferencia del deseo que intenta
apropiarse del objeto, busca
establecer una relacion empatética o anti-patética con el. Si presumimos que el
placer es un tipo de sentimiento... ¿Cuál seria su diferencia con el deseo?
El deseo, digamos, construye un futuro en el que ve su propia destrucción,
un futuro satisfecho que aniquilara el deseo. El placer, en cambio, esta
contenido dentro del presente y detendría el tiempo, si así pudiera, para
prolongarse. Puede surgir espontáneamente sin ser deseado previamente. Es un
estado harmónico, en tanto que el deseo es disonante. Es cierto que el placer,
en algunas ocasiones, surge con la satisfacción del deseo. Pero, con mayor
frecuencia, el deseo solo engendra mas deseo. En principio, cualquier
objeto nos puede proporcionar placer de acuerdo con
nuestra naturaleza, carácter y circunstancias.
Las obras de arte, los juegos, los deportes, los entretenimientos... en cambio,
solo algo que potencialmente puede ser apropiado se transforma en objeto del
deseo. Lo irónico, en todo esto, es que la posesión del objeto no lo extingue. No
hay objeto que sea capaz de extinguir al deseo como tal... porque lo que el deseo busca, en última instancia,
es algo que siempre lo elude.
Y es aquí, justamente, donde nos encontramos con la metafísica
tacita del consumerismo. El placer, contenido solamente en el presente, no
motiva al sujeto a trabajar ni a gastar. Es enemigo de la sociedad de consumo. Su
relacion con el objeto no es posesiva y su existencia se basa en un escape
provisional de lo económico, mientras que el deseo es la fuerza económica del
consumerismo y el motor de su conciencia. El placer que puede ser encontrado en
el propio cuerpo, en objetos que ya poseemos o en objetos que se encuentran
dentro del ambito de nuestra percepción
opera en oposición al deseo, privando al consumerismo de su fuerza
motivante… aquí uno podría
preguntarse... no será esta, tal vez, una de las razones de la demonizacion
norteamericana de la marihuana? Esta le permite al usuario sentir placer en
objetos que ya están dentro de su radio perceptivo lo que priva al mercado de
su ganancia.
El Dharma, que constituye la enseñanza budista, habla de cuatro Verdades. La primera es el
reconocimiento de que la vida es sufrimiento. A pesar de todas las apariencias
en su contra y de toda tentación a pensar que la vida contiene una felicidad
permanente, lo cierto es que ella, fundamentalmente, es un valle de lágrimas.
La segunda, es la conciencia de que la causa del sufrimiento es el deseo.
Sufrimos porque deseamos cosas interminablemente. La tercera Verdad es
comprender que la posibilidad de extinguir el deseo es la posibilidad de abolir
el sufrimiento que lo acompaña. Y, finalmente, la cuarta Verdad se refiere a los
caminos que guían a la cesación del deseo y, por tanto, a la superación
del sufrimiento...
Vista las cosas desde esta perspectiva oriental radical, la última
realidad es la del Vacío, la “Vacuidad Positiva”, en contraste con la cual toda
realidad finita o determinada es, inherentemente, “ilusoria”. El único camino
autentico hacia una verdad ético-epistemológica, de acuerdo con el Buda, es
renunciar al deseo como la condición que nos encadena a la finitud de las cosas
y al dolor causado por ellas, renuncia que permite la entrada impasible a la
dicha del Nirvana.
¿Cual es el problema con este cuadro? Su versión occidental,
popularmente representada por el movimiento “New Age”, diluye la posibilidad de
transformación social al separar las experiencias místicas de la acción política.
Es una composición en donde el poder y sus aparatos de captura abandonan la
escena en favor de ese otro mundo representado por el reino espiritual de las almas puras. El
supuesto implícito es que al cambiarnos a nosotros mismos cambiamos la
sociedad. Lo cierto, sin embargo, es que al re-dirigir nuestra mirada hacia
nuestro interior dejamos intacto el velo
ideológico que nos ata al campo oculto de las estructuras de poder que
capitalizan nuestros deseos. Las consecuencias son el fracaso en subvertir las
fuerzas del capital que controlan el consumo y nuestra complicidad en su
reproducción. Si pensamos que el mundo no es una realidad completamente cerrada,
entonces, a la manipulación consumerista del deseo o a su extinción a través de
las prácticas budistas, podemos agregar otras alternativas. Así, por ejemplo,
podríamos re-ensamblar el deseo de manera diferente. Las teorías clásicas del
deseo lo definen en términos negativos. Es la menesterosidad o carencia de algo
en el sujeto lo que origina el deseo y produce esa "particular agitación
del alma" de la cual hablaba Descartes. En el "Simposium" de
Platón, Sócrates afirmaba que el amor solo existe en relacion a un objeto
ausente. Y al otro extremo de nuestra historia occidental, Lacan expresa que el
deseo persiste, incluso cuando las necesidades han sido satisfechas, porque
este no es causado por el anhelo de poseer el objeto, sino por "la menesterosidad ontológica"
que expresa una división o partición en el corazón mismo del sujeto que impide que logre coincidir consigo mismo. Los teoricos contemporáneos
del deseo, especialmente Deleuze y Guattari, rompen con esta larga tradición histórica
y producen la idea de que el deseo crea su objeto y que, por el contrario, en
lugar de implicar una relacion determinada por la carencia, el deseo abre
nuevas posibilidades. Cuando alguien se enamora, por ejemplo, el deseo abra nuevas e infinitas
posibilidades en un universo que aparentemente se presentaba como algo cerrado.
El deseo no es el producto del encuentro con un objeto, por fugaz que este
encuentro sea, sino, una fuerza o flujo universal que existe antes de la representación,
el establecimiento y la distinción entre
objeto y sujeto. Cuando esta energía no logra ser domesticada por la maquina
consumerista la podemos encontrar como una fuerza marginal asociada con los
excluidos. Y es a este lado del deseo, concebido como flujo que
escapa a los aparatos comerciales de captura, al que el sistema tanto le teme
porque siente que pone en peligro su existencia misma.
Esta “economía libidinal”, como la llama Freud, implícitamente
representa una fuerza anti-autoritaria y potencialmente desestabilizadora, por lo
que no es difícil entender la atracción que esta noción ha venido ejerciendo en la crítica
política post-modernista. Re-ensamblar el deseo de manera diferente significa desconectarlo de la máquina consumerista
y re-conectarlo con nuevas aspiraciones.
La pregunta que uno podría plantearse frente a la construcción de esta nueva subjetividad,
caracterizada por el deseo y las motivaciones libidinales
inconscientes, es… ¿como una intervención radical en el estatus quo, que exige
por sobre todo una política conciente y racional, puede ser sustituida por la “irracionalidad”
del deseo?
Nieves y Miro Fuenzalida.
Ottawa.
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