Porque todavia
somos barbaros?
Al recordar
a Hegel o Marx algunos de nosotros no puede evitar cierta nostalgia al reconocer
que ellos representaban la culminación de una gran narrativa que desde el
Siglo de las Luces mantuvo la convicción de que la mejor forma de comprender
los fenómenos humanos era históricamente y que esta historia era la historia de
la emancipación de la especie humana de las limitaciones naturales y las injusticias
sociales. Optimisticamente pensábamos que el sufrimiento actual era solo una
etapa en la línea del progreso. El fin de la historia traería el
triunfo del imperio de la justicia y la armonía en donde lo que es coincidirá
con lo que debe ser. El momento en que la irracionalidad se eliminara y
el drama del progreso humano terminara. En otras palabras, la visión secular
del Paraíso en la tierra.
La metáfora de
la luz es bien interesante. Desde su comienzo el modernismo la uso
para designar la luz de la razón entendida como el poder de la
argumentación que todos los seres humanos pueden ejercer y que
constituye la fuente del progreso y la felicidad. Fue Platón el que inicialmente
introdujo la analogía del sol y el bien en el pensamiento occidental y desde
ese momento la luz adquirió la nobleza y connotación filosófica con que
hoy la conocemos. El destino del filósofo, decía Platón, es ascender
costosamente hacia la superficie para ver la luz de la verdad y luego, como
buen ciudadano, volver a la caverna de la vida diaria en donde la gente
confunde las sombras por la realidad y no quieren que nadie les
diga lo contrario. Al final del siglo XVIII el iluminismo filosófico proclama haber encontrado el
conocimiento universal que, al hacerlo publico, abre el camino al progreso, al
reconocimiento mutuo, a la libertad humana y al fin de la superstición. El
sueño tan largamente esperado por la especie. El ser humano al servicio
del ser humano… excepto por un pequeño detalle. Si finalmente hemos visto la
luz ¿porque todavía somos bárbaros?
Si los números
significan algo lo ocurrido en el siglo pasado es imprecedente… 6 millones de
judíos exterminados por los nazis, 22 millones por el proceso de
colectivización soviética, mas el numero desconocido de victimas de la
persecución religiosa, del genocidio étnico y la disidencia política. La
exterminación sistemática de armenios por los turcos, la aniquilación de la
población urbana de Kampuchea en 1995 que alcanzo a 2 millones de personas. La
destrucción atómica de Hiroshima y Nagasaki por EEUU que ni siquiera las
razones de guerra podrían lograr explicar o justificar. La limpieza étnica de
la ex republica de Yugoslavia, Ruanda y la persecución, tortura y
desaparición de miles de victimas que vimos en todo su sadismo en las
décadas del 70 y 80 en Sudamérica y que hoy se refinan y repiten en
la guerra en contra del terrorismo. La lista es larga y podríamos seguir.
Pero este recuento, por incompleto que sea, entrega una imagen de la historia
muy diferente de la que el humanismo progresista, en su versión liberal o
socialista, prometió en sus inicios. Estos eventos son tan grandes y horribles
que los historiadores contemporáneos ya no pueden pensarlos como fracasos
temporarios en la marcha hacia el progreso.
¿No será que
Iluminismo, Modernidad y Barbarie son términos que, a pesar de ser contradictorios
entre si, podrían pensarse mucho mejor como una unidad? Si
así es, la cuestión es esta… ¿como, lo que comúnmente pensamos como
términos opuestos, podrían encajar uno con otro?
El filosofo
alemán Schiller, siguiendo a Rousseau y Hobbes, ya afirmaba doscientos años
atrás, escandalizando a los hombres y mujeres de su época, que cultura y
barbarie aparecen como una misma cosa. Según el, el ser humano puede ser visto
de dos maneras… como una bestia salvaje cuando sus sentimientos dominan sus
principios, o como un bárbaro, cuando sus principios destruyen sus
sentimientos. Estos dos lados podemos descubrirlos no solo en la
historia antigua, sino, también, en nuestro propio tiempo… ¿Diría Schiller, por
ejemplo, que hoy la multitud representa la bestia salvaje y la elite
política, o el estado, representan al bárbaro? El escándalo que Schiller
provoco se debió a que la cultura siempre se ha visto como una dimensión
distinta y superior a la naturaleza y afirmar que son sinónimas es un sin
sentido. Es este sin sentido, sin embargo, el que marca el comienzo del viraje
del concepto de barbarismo, que de antónimo de cultura, pasa a ser
sinónimo de cultura.
El ensamblaje de
Iluminismo y Barbarismo nos presenta tres posibilidades. Iluminismo
no es barbarismo. Iluminismo es igual a barbarismo. O… Iluminismo
es ambos. Para Marx y la mayoría de los filósofos del siglo XVIII y XIX Iluminismo
y Barbarismo eran términos antitéticos y hasta el día de hoy es la forma más
común de ver al barbarismo. Su visión más pobre y tergiversada la vemos en la
política exterior de EEUU. El presidente Busch, refiriéndose al islamismo
fundamentalista, retóricamente preguntaba… ¿porque nos odian? Y
respondía…“ Porque ellos odian nuestra democracia y nuestros valores. Porque
nosotros somos el bien, ellos son el mal”. Según esta aproximación la historia
es la historia del progreso humano y algunos progresan mas que otros ¿No es
esta una visión ingenua de uno mismo y una visión simplista del otro?
Ciertamente lo es para Adorno y Horkheimer para quienes el modernismo es
barbarismo. Pero, es Freud el que vio que el Iluminismo tenia que iluminarse a
si mismo, ejercer un acto de auto reflexión para llegar a reconocer
que el barbarismo no es simplemente un principio externo, sino su
principio antagonista interno. Iluminismo y Barbarie son los dos
lados de la modernidad que, últimamente, no pueden ser separados. No es que no
haya progreso, sino que el progreso va acompañado por su opuesto.
Una época solo es conciente de si misma cuando reconoce que el barbarismo es su
lado obsceno. Un virus listo para propagarse en cualquier instante. La
tortura y el crimen que se desato en Latinoamérica en las décadas del 70 y 80 no
vinieron desde fuera. La maquina de guerra y sus torturadores eran chilenos,
argentinos o brasileros. El terrorismo fundamentalista contemporáneo lo encontramos
no solo fuera, sino también dentro de las metrópolis del capitalismo… en el
racismo ultra derechista de las calles de Europa o en el bombardeo de
Oklahoma en Estados Unidos. Es esta tensión o antagonismo interno el que
en última instancia encontramos en nuestra condición humana.
Si la crisis de
la creencia de que al final de la historia nos espera la felicidad y la
racionalidad humana, entonces, la alternativa mas segura que nos
queda es presumir que la historia es discontinua y sin dirección. Adorno
y Horkheimer, que inicialmente negaron la idea del cambio por el cambio mismo,
al final renuncian a la idea de que los cambios puedan traer
modificaciones sustanciales y ven el futuro marcado por la misma rutina y
sufrimiento. Habermas, sin embargo, no comparte esta resignación y considera el
abandono de los ideales del Iluminismo injustificado y vuelve a reafirmar la
posibilidad de crear una sociedad verdaderamente moderna. Sin una apropiada
meta narrativa de la emancipación humana, dice, no es posible
aspirar a una sociedad ideal o a un programa de acción para lograrla. Es cierto
que la tensión existencial no puede ser abolida, pero puede ser canalizada en
una forma mas apropiada a través de la búsqueda del consenso sin coerción, que
es la condición necesaria para lograr el proyecto modernista ¿Realmente?
Lyotard responde diciendo que cualquier consenso que se logre es solo un
estadio de la discusión, no su fin. La afirmación de Habermas de que el
consenso, libre del poder, es el gol y fin de la historia es una
meta narrativa no menos peligrosa que cualquier otra. Si la distorsión del
poder es parte de todo contexto… ¿Cómo podría haber un consenso puro? ¿Y cuan
evidente es la presunción, natural o histórica, de que el ser humano prefiere
la armonía?
La conciencia de
la contradictoria relacion entre cambio y continuidad siempre ha sido una
parte integral en la comprensión del pasado, el presente y las esperanzas del
futuro. El desafío del post modernismo es que niega la presencia simultanea del
cambio y continuidad como parte de la vida humana. El dominio exclusivo de
uno o del otro, dicen, es la condición necesaria para la comprensión de una
historia post modernista. El filósofo griego Heraclito, más de dos mil años
atrás, ya había afirmado el dominio exclusivo del cambio y la naturaleza
ilusoria de la duración y continuidad. En la misma forma la teoría
progresista de la historia del modernismo también contiene la separación entre
cambio y permanencia como dos aspectos del tiempo. Los cambios de un
periodo histórico a otro tienen como ultimo fin la edad de la razón y la felicidad en
donde el cambio dará paso a la estabilidad. La continuidad prevalecerá y las
transformaciones serán reducidas a pequeños ajustes. La diferencia con el
modernismo es que la versión post estructuralista del post modernismo separa el
cambio y la estabilidad en forma radical. No es que hayamos fracasado en la
marcha hacia el progreso, sino que la historia nunca se dirigió hacia el. Es el
cambio el que debe promoverse incondicionalmente y asegurar el dominio de la
pluralidad, diversidad y heterogeneidad. Frente al reduccionismo modernista de
la continuidad hoy día nos encontramos con el reduccionismo del cambio que pasa
a ser la clave en la explicación de la historia. En lugar de significado y
orden histórico ahora nos encontramos con un mundo fluido, sin dirección y con
múltiples verdades. La esperanza de la felicidad futura de las utopías
tradicionales se reemplaza por la negación ascética del fin de la historia y el
compromiso diario para mantener el cambio libre de obstáculos.
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