¿Hay alguien que
realmente no haya sentido en algún momento de su vida una cierta sensación de
encierro, de constreñimiento y sofocación que le hace soñar con espacios ilimitados y mundos diferentes… con
abrir la puerta y salir?
Mr Seaman, uno de
los paciente del “Hospital St. Vincent”, nos contaba, en una ardiente y húmeda
tarde de verano, que en la década de los 70 un equipo de científicos aisló
varios chimpancés, cada uno en piezas separadas, a los que se les enseño a
comunicarse por medio de botones marcados con símbolos… si querían un plátano apretaban un botón
marcado con el dibujo de un plátano el que inmediatamente caía por un tubo. De
esta manera ellos podían satisfacer también otras necesidades, como la obtención
de agua, cambios de luz, de temperatura
e incluso afecto físico. Cuando el mono apretaba el botón adecuado, uno de los
investigadores entraba a la pieza, lo abrazaba y jugaba con el por algún tiempo
antes de irse nuevamente. En este experimento, el mundo entero del chimpancé
quedaba reducido solo a lo que ellos podían conseguir a través de los botones,
a los factores de costo y a lo que los investigadores tenían en mente. En total,
había doce botones.
El propósito de esta
investigación, nos contaba Mr. Seaman, era el de averiguar si el animal era capaz de
notar los cambios de símbolos en los botones y leer correctamente su nuevo
ordenamiento. Así, el plátano que caía al apretar el segundo botón, ahora caía
al apretar el quinto. La habilidad inmediata del mono para actuar de acuerdo
con esta nueva situación fue considerada por los expertos como una nueva revelación
científica, indicando que estos animales eran capaces de entender y usar
abstracciones y que podían iniciar el mismo tipo de procesos mentales
asociativos y simbólicos que los humanos.
Pero, como dice
Mr. Seaman, también es posible extraer otras interpretaciones diferentes. El
experimento, por ejemplo, nos puede indicar que el chimpancé en el laboratorio sufrió
una acelerada versión de la historia humana y que, como cualquier otro animal
limitado, hará lo que sea necesario para sobrevivir y tratar de obtener lo
mejor de una mala situación que escapa a su control. Cuando un animal con
sistema nervioso de cierta complejidad es trasladado de su mundo natural a uno
artificial, en donde su habilidad para sobrevivir se hace irrelevante, empezara
a depender de quien controla el nuevo ambiente y usara su inteligencia para
aprender aquello que sea necesario para ajustarse al sistema. Se concentrara, e
incluso se convertirá en un adicto, de aquellas pocas experiencias que les son
disponibles. Sus deseos y esperanzas físicas y mentales se reducirán
exclusivamente solo a aquello que puedan obtener. A diferencia del chimpancé, agrega Mr. Seaman, nosotros, los animales
humanos, no fuimos capturados y encarcelados en una pieza o jaula zoológica… pero,
después de muchas generaciones, nuestra especie ha sufrido una suerte similar.
Esta alucinante
analogía, probablemente producto de una de las erráticas lecturas de Mr. Seaman
esta, según creemos, lejos de ser exacta…
Y, sin embargo, a pesar de su romanticismo un tanto rousseaniano y de su
exageración extrema nos provee, diríamos, con una cierta perspectiva
provechosa. Nosotros también experimentamos un trasplante del medio natural,
complejo y tridimensional en el que evolucionamos y que nos exigía el uso
regular de nuestra musculatura y de todos nuestros sentidos. En contraste,
ahora inter-actuamos mayormente con productos comerciales manufacturados tales
como libros, papeles, televisión y pantallas, los que están constituidos típicamente
solo por dos dimensiones y no requieren mas de dos sentidos y unos pocos músculos
para su uso. En realidad, funcionamos en contextos tan diferentes de nuestro
medio evolutivo, como el mono en el cubiculo. Al igual que el, es la cultura
humana, mas bien que la naturaleza, la que nos provee con las limitadas
elecciones que típicamente se nos dan en nuestra vida diaria. Si comparamos el
medio ambiente natural con el que hoy nos toca vivir encontramos que en aquel teníamos
que estar constantemente alerta a cada cambio y detalle de las actividades y
reacciones de los otros seres vivos y el medio cercano a nosotros y toda la inter-acción
que éramos capaces de experimentar a través de nuestros cinco sentidos era
vital para nuestra sobrevivencia. Solo que esos talentos invaluables en aquella
situación, talentos que hacían la diferencia entre la vida o la muerte, son
totalmente inservibles, e incluso contra-productivos, en nuestra vida moderna.
Si hoy pudiéramos identificar 56 diferentes variedades de copos de nieve o distinguir
trescientos diferentes modelos de sueños con sus significados o los diferentes
tonos de amarillo de la rosa salvaje, de poco nos serviría para mejorar nuestra
situación en la competencia económica. Lo que nos queda, en cambio, es
auto-recrearnos para encajar en la civilización tecnológica contemporánea. Re-diseñar
nuestra personalidad con aquellas cualidades que puedan transarse en el mercado…
pensamiento rápido, agresividad, competitividad, manipulación, encanto
personal. Son estas las que nos permitirán triunfar y obtener algún grado de
satisfacción en nuestra monótona vida de trabajo y consumo.
¿Seria ir
demasiado lejos al comparar los cubículos experimentales del chimpancé con las
oficinas de las corporaciones o el estado moderno? Quienes diseñaron tales
ambientes de trabajo sabían lo que estaban haciendo. La eliminación de estímulos
sensoriales definitivamente aumenta la atención en el trabajo que
necesitamos llevar a cabo con la
exclusión de todo lo otro. Con el ambito de experiencias drásticamente reducido
en las oficinas conteporaneas, los estímulos que quedan –trabajo mental, manejo
de papeles- estas permanecen mas tiempo y adquieren una importancia que no tendrían
en un ambiente mas complejo, rico y estimulante. Si el trabajador adquiere
cierto interés en lo que hace, es mayormente porque eso es lo que hay
disponible para llamar su atención. Además, no olvidemos, el empleado no tiene
decisión en lo que se le presenta para llamar su atención. Eso esta determinado
por otros.
Nuestro mundo
moderno, de cubículos comerciales y gigantescos edificios de departamentos, de
alguna manera nos hacen recordar las pequeñas piezas en las que los chimpancés
del experimento tuvieron que vivir, especialmente cuando nos sentimos
restringidos, confinados y deprimidos. Pero, lo toleramos porque nos continúa
proporcionando plátanos y, de vez en cuando, un abrazo. Evidentemente nos gusta mantener los plátanos, la seguridad y comodidad…
solo que también nos gustaría abrir la puerta y salir.
Nieves y Miro Fuenzalida
Ottawa, Septiembre
29 de undosmildos.
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