Desde hace un par
de décadas la acción política empezó a favorecer la aproximación hacia el centro y a reducir la
lucha social solo al intercambio de argumentos y negociaciones de compromisos
en donde los intereses de cada uno son reconciliados. El ciclo de la política confrontacional que domino al Occidente desde la Revolución
Francesa no se ve con simpatia y la
bi-polaridad izquierda-derecha que la sustentaba, según se dice, necesita ser transcendida por la democracia "dialogica".
La confrontación de clase debe dar paso a la negociación de intereses, la
búsqueda de consensos y la unanimidad social ¿Como lograr esto?
El filosofo alemán
Kant fue uno de los primeros pensadores que intento proporcionarle a las
instituciones democráticas un
fundamento racional universal. Según
Habermas el modernismo, a pesar de los esfuerzos de sus mejores teoricos, no fue
capaz de lograr este objetivo porque la investigación se
movió dentro de la tradición de la filosofía del sujeto y no porque el objetivo
fuera inalcanzable. Lo que necesitamos hacer, dice, si queremos evitar el
relativismo político, es salir del círculo de la subjetividad y enfocarnos en las relaciones inter
subjetivas. Dentro de estas relaciones la comunicación racional es la fuerza
argumentativa unificadora, creadora de
consensos con la que los miembros de la
comunidad pueden lograr superar sus estrechos intereses
personales y adoptar acuerdos racionales sin la amenaza de la coerción. La
comunicación racional es una experiencia humana central y un mecanismo de
coordinación social clave en la vida de la especie. Un proceso cooperativo en busca de la
comprensión mutua. En un intercambio democrático ideal, en donde las
relaciones de poder han sido neutralizadas, la única fuerza activa en el debate público debe ser la fuerza del mejor argumento ¿Cómo logramos
este estado democrático ideal? A través de
un procedimiento normativa ultimo que
permita la expresión de diferentes proyectos políticos. Racionalidad, en este
contexto, no es la racionalidad sustantiva clásica, sino la racionalidad de los
procedimientos que posibilitan el dialogo. Es la que establece normas basadas
en presuposiciones capaces de garantizar
la imparcialidad de los juicios y
acuerdos. Dicho de otra manera, lo que es correcto y verdadero en un proceso
comunicativo depende de los que participan en el según reglas determinadas de antemano.
Este es un
discurso netamente “jurídico-discursivo” al ligar la formación de la voluntad
política racional a la institucionalidad
judicial. La autorización del poder por
la ley y la aprobación de la ley por el
poder constituyen un solo acto. El marco democrático ideal se define por
procesos legislativos, desarrollos institucionales y procedimientos de planificación. Esta es una
visión optimista de progreso social y de
fortalecimiento de la sociedad civil que
se basa en la creación de constituciones y en el desarrollo y reforma de instituciones que
le permitan a una sociedad
pluralista crear la unidad ciudadana y
cambiar gobiernos en una dirección cada vez mas democrática y efectiva.
Esye es un excelente
proyecto que funciona maravillosamente bien en condiciones ideales, igual que la sociedad sin clases de la utopía
marxista. El problema es que el proyecto
nunca coincide con la porfiada realidad. Doscientos años de escritos constitucionales lo demuestra. La utopía
del consenso y la unidad es una cosa. Como llegar a ella es otra. La falta de
socialización y de instituciones adecuadas, la pobreza, el abuso, la
explotación, la discriminacion y la
degradación son los porfiados obstáculos
que impiden la democracia dialogica. Sin una comprensión de las relaciones de
poder que atraviesan el campo social es bien difícil lograr cambios democráticos.
Si hay alguna
generalización que sea difícil de negar
es la que describe al ser humano como desagradecido, inconsistente, mentiroso, egoísta
y engañador. Si prestamos atención a la
forma en que la comunicación se lleva a cabo, especialmente en los medios de comunicación,
notamos que se caracteriza mayormente
por la retórica irracional y la defensa de intereses particulares. La validez
de los juicios en cualquier campaña política o controversia ideológica, por
ejemplo, se logra a través de la elocuencia, de los controles ocultos,
racionalizaciones, carisma o relaciones de dependencia, más que por argumentos
racionales que transforma el proceso comunicativo en un ejercicio de dominación
y poder. No se trata de dejar de lado o renunciar al intento de identificar y
evaluar los argumentos y los
procedimientos normativos. Pero, lo que ndebemos olvidar es que hay conflictos que no tienen solución argumentativa.
En la sociedad civil real, opuesta a la ideal, son justamentos estos los que atraen la atención y los que producen
cambios que amplían la democracia.
En el mundo real
existen grupos que tienen diferentes visiones del mundo y diferentes intereses
y no hay un principio general, incluyendo la fuerza del mejor argumento, con el
que las diferencias puedan ser
resueltas. La autorización del poder por la ley, como dice Foucault, es completamente incongruente con
los nuevos métodos del poder que se emplean en niveles y formas que sobrepasan
el estado y sus aparatos. La ley y las instituciones y programas estatales no
garantizan la libertad, la igualdad o la democracia. Incluso el sistema
institucional completo no puede asegurar la libertad que justamente es su
propósito. La tarea política es desenmascarar la seudo neutralidad e
independencia de las instituciones sociales y mostrar la
violencia política que siempre han ejercido con el fin de resistirla. El
problema no es el de eliminar las relaciones de poder, sino reducir a un mínimo
la dominación de las normas legales y las técnicas administrativas. Es la resistencia
y la lucha, el activismo y el poder político, a diferencia de la política del consenso, la
ruta más sólida en la consecución de mayor libertad y cambio social como muestran las
batallas populares del siglo XX.
La idea de que los
procedimientos y normas existentes en los países democráticos pueden proveer el
marco racional para lograr consensos y armonía entre los diferentes grupos y clases sociales
en conflicto no pasa la prueba empírico-históricas. Generalmente la democracia surge, no porque la
gente quiere esta forma de gobierno o porque han logrado un consenso
mayoritario, sino porque finalmente entre los diferentes grupos en lucha unos pierden y otros ganan.
Es cierto que las Cortes de Justicia
resuelven conflictos y que argumentos, racionales o no, se emplean para
este propósito. Pero, sus resultados no dependen del acuerdo entre las partes.
Una vez que los argumentos han sido escuchados y el juez ha entregado su
veredicto, las partes tienen que aceptarlo, les guste o no. Y si no lo
respetan el sistema esta respaldado por un complejo aparato de
sanciones, policías y
cárceles. El poder necesita limitar el poder. No hay
manera de eludir el conflicto por lo que el análisis de las estrategias y
tácticas en la lucha por el poder es clave para entender las cuestiones de
inclusión y exclusión. La política del
consenso pareciera ignorar o tener bien poca comprensión de cómo el poder
funciona. Es fácil apoyarse en la constitución y en el desarrollo institucional
como solución. Otra muy distinta es lograr la implementación de cambios institucionales
o constitucionales específicos.
Los partidarios de la política del consenso tienen razón cuando dicen que los conflictos, por su mayor parte, son irrupciones sociales peligrosas que amenazan el orden social y necesitan ser contenidos o reprimidos. Sin embargo, a pesar de este peligro, hay bastantes evidencias en la historia reciente de que los conflictos sociales han ayudado a manter vivas a las democracias modernas al proveerles la fuerza y cohesión que ellas necesitan. Los gobiernos que suprimen los conflictos siempre terminan mal. Solo miremos el siglo pasado. En la vida política y social real el conflicto de intereses, el egoísmo, la explotación y la exclusión no van a desaparecer solo porque adoptamos el ideal de la unidad y la armonía social. El consenso político nunca va a neutralizar la contradicción social. Al final, lo que siempre permanece es el conflicto, el poder y el partidismo.
Los partidarios de la política del consenso tienen razón cuando dicen que los conflictos, por su mayor parte, son irrupciones sociales peligrosas que amenazan el orden social y necesitan ser contenidos o reprimidos. Sin embargo, a pesar de este peligro, hay bastantes evidencias en la historia reciente de que los conflictos sociales han ayudado a manter vivas a las democracias modernas al proveerles la fuerza y cohesión que ellas necesitan. Los gobiernos que suprimen los conflictos siempre terminan mal. Solo miremos el siglo pasado. En la vida política y social real el conflicto de intereses, el egoísmo, la explotación y la exclusión no van a desaparecer solo porque adoptamos el ideal de la unidad y la armonía social. El consenso político nunca va a neutralizar la contradicción social. Al final, lo que siempre permanece es el conflicto, el poder y el partidismo.