El ciudadano del mundo.
Los emigrados tratan con dientes
y uñas de aferrarse a la vieja patria que, a pesar de estar lejos, todavía les
asegura su identidad. Por eso siempre es una sorpresa el encontrarse con gente que no se ve a si misma como argentino, griego, jamaicano, canadiense,
chileno o lo que sea, sino como ciudadano del mundo. Alguien que, en lugar de identificarse con
una nación en particular, se identifica
con la raza humana. Este seria, nos imaginamos…
el ciudadano sin fronteras
¿Y que significa, en todo caso, ser ciudadano? Porque, si consideramos
los antecedentes del pasado remoto, veremos que desde siempre los seres humanos
se han movido atravesando tierras, mares y continentes. Según el pensador
argentino W. D. Mignolo los términos ciudadano, extranjero y pasaporte tienen
una corta historia y son parte de la
idea imperial de lo “humano”, lo “menos humano” y lo “no-humano”. La definición
de “lo humano” dada por los cristianos letrados del Renacimiento es lo que sirvió de base a los pensadores del Iluminismo
para la construcción del modelo del “ciudadano”, el marco que les permitió
distinguirlo del extranjero que, en el
fondo, no era más que la secularización de la noción cristiana de paganos y gentiles. Si uno quisiera ir más atrás
en busca del origen de la noción del “ciudadano” podría encontrarla en la noción
romana “civitas” que luego lleva a
la concepción
pos-revolucionaria del ciudadano francés
y de ahí a la noción del cosmopolita de
Kant.
Pero, por muy interesantes que sean la historia y el origen de esta noción… ¿no seria más útil
develar las contradicciones que hoy día
hacen a la celebrada idea de “ciudadanía global” una mera ilusión posmodernista? Mignolo muestra como la ciudadanía global esta inevitablemente
marcada por diferencias coloniales e imperiales. Estas dos fronteras, dice,
aparentemente invisibles e inconscientes, están profundamente enraizadas en el
cerebro de los custodios de las fronteras que separan el Sur del Norte, en las embajadas
y consulados europeos y norteamericanos y en la sociedad civil. Si tú tienes un
pasaporte peruano en Japón y no eres un empleado de la Embajada Peruana o un ejecutivo de una corporación
transnacional el estatus de tu ciudadanía esta lejos de ser flexible. Todo es relativo,
como dice el proverbio, y la ciudadanía global solo se aplica a un pequeño
porcentaje de la población mundial, a aquellos que solo tienen el privilegio de
ser parte de las elites económicas y
políticas. El resto, ya sea en el Congo,
India, Filipinas o Bolivia están sujetos
a la herencia de las reglas diferenciales del imperio y las colonias. Si hay
alguna duda es cuestión de ver la direccionalidad de las migraciones
contemporáneas. Los capitales se mueven del Norte al Sur y la gente del Sur al
Norte, de América Latina a Estados
Unidos, del Norte de Africa a Europa, en busca de mejores condiciones de vida.
Solo que estas mejores condiciones no son más que un mito y una ilusión para los inmigrantes de los países pobres que
se topan con enormes barreras para disfrutar de los mismos privilegios y
derechos que el resto de los nacionales.
Mignolo sostiene que las
relaciones entre capitalismo, ciudadanía y racismo han sido parte integral del
modernismo. Ser pobre y blanco no es lo mismo que ser pobre y negro. Desde que la pobreza no puede evitarse, desde
el momento en que es parte del sistema el
racismo ha sido la condición bajo la cual los agentes del estado y el capital
deciden quien será pobre.
Cuando la Iglesia y el Estado Monárquico
fueron reemplazados por el Estado Secular la logica de exclusión que los
cristianos aplicaban a los judíos, moros, indios y negros se reinscribe
nuevamente en la imagen del extranjero. Kant, pensando en la sociedad ideal,
reemplaza a Dios por la naturaleza que pasa a
determinar el carácter nacional inscrito, por decirlo así, en la sangre del
individuo. Cada Nación europea adquiere, gracias a los lazos sanguíneos, una
distinción propia. El Estado Secular une en la figura del individuo la ley y la
sangre. El problema es que cuando uno sale de Europa la escala humana empieza a
rodar cuesta abajo. El tetrágono etno-racial agrupa a la población humana en amarillos que viven en Asia, negros en Africa, rojos en América y blancos en Europa. Siglos después la administración
de Nixon crea el pentágono etno-racial al agregar a los hispánicos o latinos
Si seguimos el pensamiento de
Mignolo, una ciudadanía global efectiva necesariamente presupone la eliminación
de la diferencia imperio-colonia. En otras palabras, que las chicanas en USA,
los aymaras en Bolivia o los negros en Europa tengan el poder epistemológico
para intervenir y cuestionar la naturalización de un orden basado en un racismo
global que justifica la superioridad
imperial y el control de la población colonial. Los indígenas y africanos le
dieron la oportunidad a los teólogos españoles de reconfigurar el mapa de la
cadena de los seres humanos. Si no era claro para ellos el grado de humanidad de los indígenas, en el
caso de los negros no había duda. Simplemente
no eran humanos. Esta es la única forma de entender que ellos se transformaran
en mercancías en el mercado mundial. Esta diferencia colonial que se articula
en el continente Americano se vuelve a reinterpretar en la primera mitad del
siglo XIX en África, Asia y el cercano Oriente.
¿Y no es esta línea divisoria, esta diferencia imperial y colonial
basada en la clasificación racial de los seres humanos, la que hoy, a pesar de
la retórica multiculturalista, continúa viva, la que previene la concretización
de cualquier ciudadanía global?
A esta altura de la historia para
nadie es un misterio que la retórica explicita de la modernidad occidental ha
sido la del desarrollo, la salvación, el progreso, el bienestar, la democracia, los derechos humanos y la ciudadanía
global. Su lado obsceno, que como tal no se discute mucho, ha sido la
división imperial que mantiene la logica colonial de la
opresión, dominación, explotación y marginalización. Es esta creencia histórica que sobrevive hasta hoy la que
se naturaliza y se transmite como la
verdad de generación a generación a través de las escuelas, colegios,
universidades, instituciones estatales, agencias de turismo, la industria de la
cultura popular y los medios de información. Es esta mentalidad, a pesar de las
buenas intenciones legislativas que algunos
gobiernos adoptan, la que se desliza en la subjetividad de la población blanca, en
las regulaciones de los legisladores y en la actitud preferencial que decide
quien entra al país y quien no. El control
de la circulación global de la gente, especialmente por parte de la Unión
Europea y los Estados Unidos, se ejerce en las fronteras, en los consulados y
embajadas de los países de origen en donde se realiza la primera selección. La
estructura racial, la existencia de la
cadena de seres humanos que identifica a unos como más humanos
que otros, fue el fundamento del poder colonial y es el mayor impedimento que hoy existe para creer seriamente en algo así
como la “ciudadanía global”.
La condición
necesaria, entonces, para la existencia de una ciudadanía global es la
del reemplazo de la perspectiva epistémica imperial, que no toma en serio
ninguna otra, por la descolonización de
los seres humanos y del conocimiento. Una descolonización que desafíe la hegemonía de la
mentalidad imperial.
La logica implícita del capital y
la logica implícita de la conciencia fueron el blanco de la crítica de Marx y
Freud. A diferencia de la teoría tradicional, la teoría critica inicio el
análisis de esta logica y sus
consecuencias en los fenómenos sociales
y en el conocimiento científico. Horkheimer y la escuela de Frankfur
continuaron este sendero y expusieron el lado oscuro del modernismo del siglo
XIX, la naturaleza explotativa del capitalismo y su influencia en la formación
de la subjetividad. Pero, ninguno de
ellos tuvo mucho que decir del
colonialismo. Según Mignolo lo que nunca se considero en esta tradición europea
fue la crítica del colonialismo iniciada en el siglo XVIII por Bartolomé de las
Casas e intelectuales indígenas como
Waman Puma de Ayala en el virreinato de Perú. El poder imperial interno silencio
la crítica de la modernidad desde la perspectiva del colonizado hasta
aproximadamente la segunda guerra mundial en que aparecen los trabajos de
Amilcar Cabral en las colonias portuguesas, Fanon y Aime Cesaire en las francesas, Fausto Reynaga en Bolivia y Gloria
Anzalda en Estados Unidos.
Uno de los aspectos que la descolonización
epistémica ha hecho resaltar hoy día es
la relacion entre geo-historia y epistemología por un lado y bio-política y
epistemología por otro.
El filosofo argentino Enrique
Dussel, por ejemplo, da a conocer en 1977 su filosofía de la liberación
cuestionando la relacion entre geopolítica y filosofía y establece una correspondencia
entre economía y dependencia epistemológica en la historia del mundo colonial
moderno. El filosofo italiano Franco Cassano, en 1990, se pregunta por la
relacion entre el mar y la filosofía y el sociólogo portugués Bonaventura de
Souza Santos propone la idea de una epistemología del Sur. Los tres proclaman
que no hay conocimiento separado de la experiencia y los recuerdos del mundo
colonial. No basta la critica interna. Es necesario desprenderse de la
hegemonía Occidental y sus categorías
fundadas en el pensamiento griego y latino.
La relacion entre biopolitica y epistemología, en cambio, surge
en Estados Unidos como consecuencia del movimiento por los derechos cívicos y
lo que se cuestiona aquí es la relacion entre identidad y epistemología. Nuevas
esferas de conocimiento surgen (estudios étnicos… afro-americanos,
indo-americanos, latino-americanos, feminismo, orientalismo…) Lo común en todas
ellas es que incorporan la memoria personal y colectiva de las comunidades
configuradas en torno a la raza y el sexo. Todas introducen en la esfera social
el conocimiento y la perspectiva de los marginados y los desposeídos por el
racismo colonial y el patriarcalismo. Colocan el conocimiento, no al servicio
de alguna autoridad como la iglesia, el monarca o el Estado, sino al servicio
de la liberación y la descolonización de la subjetividad.
Los estudios humanistas, en realidad, pueden jugar un papel crítico en la
descontruccion de las categorías racistas. Pero… no por si mismos. El aumento
de la producción, la competencia y la acumulación, que son la destinación final del ser humano según el
sistema capitalista, implican el atropello, la explotación y el asesinato del
otro. Sin la logica colonial la modernidad capitalista occidental no podría
haberse desarrollado. Sin la
transformación actual de este sistema económico capitalista la ciudadanía global, el ciudadano del mundo,
se reserva solo para la elite política y económica.
Nieves y Miro Fuenzalida.
Ottawa, Noviembre 2008
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