Tuesday, June 17, 2014

De Fútbol y Héroes.



A los antropólogos les gusta ver a la sociedad como un sistema de acciones simbólicas, una estructura de estatus y roles, costumbres y reglas de conductas designadas a servir de vehículos para el heroísmo terrestre.  Lo que algunos antropólogos llaman “relatividad cultural” es, en el fondo, la relatividad del sistema heroico a través del mundo.  Cada sistema define roles para la dramatización de varios grados de heroísmo.  Desde el heroísmo de Alejandro Magno, Buda o el Che Guevara al heroísmo y fama del jugador de fútbol o la actriz de televisión hasta  el heroísmo de la vida diaria y anónima.

No importa que el sistema cultural del héroe sea mágico o religioso, primitivo o secular o científico y civilizado.  El propósito siempre es el mismo.  Proporciona la posibilidad de obtener un sentimiento primario de valor, de singularidad cósmica, de utilidad última y de significado indudable.  Es el sentido de crear un lugar en el mundo.  Es la esperanza y la  creencia de que las cosas que el ser humano crea en la sociedad son de significado y valor permanente, de que ellas sobrevivirán su muerte y decadencia.  De que tienen acceso a la inmortalidad.

En nuestra cultura, especialmente en los tiempos modernos, el papel del héroe parece demasiado grande para nosotros  o  nosotros demasiado pequeños para el y lo que hacemos  es disfrazar nuestra insignificancia acumulando números en la libreta de banco o una casa un poco mejor en el vecindario, un auto ultimo modelo o hijos brillantes para reflejar privadamente nuestro sentido de valor.  Por mucho que lo enmascaremos, la motivación es la misma… ansia de singularidad cósmica, de ser especiales, de sobresalir.  Y aquí y allá, de vez en cuando, a través de la copa mundial de fútbol, tenemos la oportunidad de embarcarnos socialmente, en grande, con bombos y platillos  en un proyecto heroico en donde el grupo social y la Nación, a través del equipo que sirve de vicario, o de chivo expiatorio si las cosas van mal, logran su singularidad.  La victoria es aquel lugar  privilegiado que nos permite separarnos del resto y acceder a cierta inmortalidad que es, por ultimo, el objetivo del héroe.  Por eso, no todos pueden ganar. Solo uno es el elegido.

¿Cuan conciente esta el ser humano de lo que hace para experimentar este sentimiento heroico?... ¿y que es lo que lo genera? Pareciera que cada uno de nosotros repite  la tragedia griega de Narciso. Estamos completa y desesperanzadamente absorbidos en nosotros mismos. Si tenemos interés en alguien, es primero en relacion a nuestro yo. En la Grecia antigua la suerte era cuando la flecha hería al prójimo en lugar de herirnos a nosotros.  Veinticinco mil anos de historia no han cambiado este narcisismo básico.  Su peor aspecto es cuando sentimos que prácticamente todos son sacrificables, excepto yo o la extensión de mi yo que es el grupo.  Lo cierto es que no somos capaces de evitar este egoísmo básico.  A través de millones de años de transformación el organismo ha tenido que proteger su propia integridad, su identidad fisio-química y preservarla. En el caso del ser humano esta identidad y el sentido de poder y actividad adscrito a ella se han hecho concientes.

A nivel funcional el narcisismo es inseparable de la auto-estimación que se  constituye simbólicamente.  El narcisismo se alimenta de símbolos, de ideas acerca del propio valor, de conceptos e imágenes cuya  incorporación, expansión y permanencia pueden ser alimentadas ilimitadamente en el dominio simbólico al ofrecer respuesta a la necesidad de inmortalidad.

Es en la niñez donde podemos ver sin ocultamiento esta lucha por la auto-estimación.  El egoísmo y rivalidad característica entre hermanos no es solo  producto del crecimiento, sino que, también, es la expresión del ansia típicamente humana que es el deseo de sobresalir y de ser único en la creación.  Cuando se combina el narcisismo natural con la necesidad básica de auto-estimación tenemos un ser que necesita sentirse a si mismo un objeto primario de valor.  Primero en el universo,  representante universal de la vida.  Es lo que podríamos llamar “significancia cósmica”.  Cuando nos sentimos menesterosos de fuentes colectivas de auto–estimacion,  el mundial de fútbol nos puede llenar el vacío. Y  con menos daño que el fanatismo religioso. La copa mundial se ha transformado, indudablemente, cada cuatro años, en el símbolo embriagador de nuestra transformación heroica. Signo de excelencia que nos  ubica por encima del resto de la humanidad.  Por cuatro años tenemos la posibilidad de ser reconocidos como los mejores.  No es sorprendente, entonces, que quienes ganen ­­­­­­­­­­­­­­­ se sientan en la cúspide del mundo.

Nieves y Miro Fuenzalida

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