La abstracción
nos jode... nuestros pensamientos son
demasiado ruidosos y con vida propia... tal vez la vida siempre camina con un
pie en sueños neblinosos. Las identidades que permean nuestro ser son como
ondas reventando en las rocas... solo dejando el titileo trémulo de un recuerdo...
recuerdo tan infectado con nuestras proyecciones que nunca podemos realmente
contener la intensidad del momento ... soportar su peso completo sin
fragmentarlo en pequeños trozos de polvo
cósmico/psíquico. Y sin embargo, al mismo tiempo, esto no descarta la
posibilidad de tener chispazos de coherencia... ocurrencias simbióticas que se
extienden a través del tiempo y crean una "vida" que tiene acceso a
toda y cada mutación que tiene a su disposición. Emoción, surgiendo desde algún
lugar de este torcido sendero... cuyos contornos se funden con la carne... exudando
una chispa de misterio... el condimento
de la vida. La importancia no reside en como emerge, si no en el hecho de que
emerge ... que surge en cualquier mascara naciente en su paso al exterior... donde
las palabras se hacen nebulosas y el néctar cosquillea en nuestros labios... trenzando
cuentos de identidades desconocidas... cuentos de alegrías y penas... cuentos
de maravillas y tragedias, que si a uno se le ocurriera probar aunque fuera
solo una gota... los velos nunca volverían a recuperarse de tal acto de magia...
arrojándolo a uno dentro de una grieta... cuyo encanto seductivo nos deja
persiguiendo fantasías eternamente. Si esta es nuestra morada debemos
transformar la fantasía en arte... en obra. Solamente transformar nuestras
cadenas en lápices y brochas... en la santidad de la palabra... una palabra que
revolotea en la noche... Trenzamos cuentos dentro de la existencia así
como la existencia trenza cuentos dentro de nosotros... meros pensamientos
brillando tenuemente en la noche.
Ariel
Enero/01.
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