Se dice que en una ceremonia
del islamismo iránico una predicadora afirmo que cualquier mujer que no hiciera
el amor con su marido cuando este lo quisiera seria colgada de sus senos en el
infierno. Una de las mujeres, al escuchar esto, pregunto... ¿y si el hombre no
quiere hacer el amor con su mujer... de donde será colgado?
Incluso, en aquellas
sociedades donde el dominio masculino es predominante, siempre hay mujeres que
reaccionan a tal dominación y rehúsan aceptar el estereotipo que se les asigna a cumplir con las expectativas masculinas. El movimiento feminista, dentro de las tradiciones religiosas, es una
prueba de ello. La Religión no es solo
un conjunto de ideas abstractas, sino también,
una práctica social cuya influencia ha sido relevante en la creación de
subjetividades. No hay Religión que se
identifique a si misma como patriarcalista o sexista. Por el contrario. Cada una de ellas les enseña a sus miembros
que traten a las mujeres apropiadamente e, incluso, critican el trato a la que
estas están sujetas en otras religiones. El mal trato femenino solo se
encuentra en otras tradiciones religiosas,
no en la nuestra. La mayoría de sus integrantes crecen en la
creencia de que las mujeres ocupan un estatus justo y apropiado en su
propia religión. Incluso, si se les
enseña que las mujeres son inferiores al hombre o que deben someterse a este, tanto
la mujer como el hombre son alentados a ver estas enseñanzas como una parte
valiosa y práctica de sus tradiciones, más
bien que como algo problemático. En la tradición
hindú se cree en la Ley de Manu que dice… “en la niñez la mujer debe estar
subordinada a su padre, en la juventud a su marido, y cuando este muere, a su hijo: una mujer nunca debe ser independiente”.
La investigación inter-cultural, aunque
limitada por el momento, nos revela estereotipos y símbolos femeninos que
reflejan presupuestos culturales acerca de como se concibe lo masculino y femenino y como se establecen relaciones jerárquicas
de poder entre ellos.
Ninguna de las
religiones mayores del mundo, tales como el Judaísmo, Cristianismo, Islamismo,
Budismo, Hinduismo o las tradiciones filosóficas del Confucianismo y el Taoismo
del Asia Oriental, tratan al hombre y la mujer en los mismos términos. Si aplicamos
la definición estándar de patriarcalismo a cualquiera de ellas lo que se nos
revela, muy pronto, son enseñanzas e instituciones sexistas.
Frecuentemente los hombres son caracterizados como espiritualmente superiores, lo que les permite representar mejor el ideal
del creyente y justificar posiciones desde las cuales controlan y dictan las
normas tradicionales para todas las mujeres. Estas, en la mayoría de los
casos, no son invitadas o no se les permite participar en la interpretación o construcción
de la doctrina y su habilidad para participar y ser líderes u oficiantes en
rituales claves es severamente limitada. En el ambito privado, el hombre posee la
autoridad sobre la mujer y a esta se le enseña a someterse a tal autoridad.
Incluso, algunas religiones culpan a la mujer por las limitaciones y miserias
de la existencia humana. Las imágenes transcendentales son mayoritariamente
masculinas, en tanto que las imágenes femeninas son escasas, prohibidas o
condenadas como idolatrías. La descripción y discusión de estas prácticas
sexistas ha sido uno de los logros de la teología femenina.
El primer desafió
con el que se encuentran los estudios feministas es el de exponer y criticar el
androcentrismo implícito en nuestras practicas sociales. Bastante a
menudo nos encontramos con frases tales como... “Los árabes le permiten (o no
le permiten) a la mujer ...” La estructura de esta frase es tan común que, incluso hasta el día de hoy, no vemos lo limitante que es, tanto para
el que la enuncia como para el que la escucha. Los árabes reales son los
hombres. Las mujeres árabes son objeto sobre los cuales el árabe real actúa. ¿No es justamente aquí, implícito dentro de este modelo de lenguaje
habitual y común en todas las culturas, donde encontramos la naturaleza y limitación
del androcentrismo? La noción humana es
reducida a la norma masculina para luego ser vista como algo idéntico. El reconocimiento de que la masculinidad es
solo un tipo de experiencia humana es mínima o no existente. Simoine de Beavoir, en el "Segundo Sexo", escribe que en el medio de una discusión
abstracta no es raro escuchar a un hombre decir...“Tú piensas así porque eres
mujer...” aquí, la única defensa posible
seria replicar... “Pienso así porque es verdad...” extrayendo con ello la
auto-subjetividad del argumento. No seria apropiado replicar... “Y tu piensas
lo contrario porque eres hombre...” ya que se da por entendido que el ser
hombre no es una peculiaridad. El hecho de que la mujer tenga ovarios y útero
la encierra en su subjetividad, la
circunscribe a los límites de su propia naturaleza. Con frecuencia se dice que
ella piensa con sus glándulas. El hombre
ignora el hecho de que su anatomía incluye glándulas tales como los testículos
que segregan hormonas. Piensa que su cuerpo posee conexión directa y normal con
el mundo que le permite aprehenderlo objetivamente, en tanto que considera el
cuerpo de la mujer como una prisión, cargado con todas sus peculiaridades... ¿No es justamente aquí
donde Simone de Beavoir expone con toda claridad el hecho de que cualquier distinción
entre masculinidad y humanidad es ignorado y la feminidad es vista como excepción
a la norma?
La respuesta estándar
a esto es que el genero masculino incluye lo femenino haciendo innecesario los
estudios femeninos. Obviamente, esta respuesta es la implicación
lógica de la identificación de masculinidad con humanidad. El resultado de esta
identificación es que las investigaciones acerca de la religión tienen
mayormente como objeto la vida y el pensamiento de los hombres, en tanto que la
vida de las mujeres religiosas es tratada solo periféricamente. En su
mayor parte, estas investigaciones no
reconocen que la vida y los pensamientos de los hombres son solo parte de la situación
religiosa. Desde el momento en que las
enseñanzas del hombre y la mujer difieren de cultura a cultura, el término genérico masculino no cubre lo
femenino. Esto solo seria posible en religiones o culturas que no tuvieran
roles sexuales. Pero, estas no existen. La solución inevitable a este impase lógico
del pensamiento androcentrico ha sido devastadora para la mujer ya que estas,
al desviarse necesariamente de las normas masculinas, obliga al androcentrismo
a lidiar con ellas como objetos exteriores a la masculinidad (léase humanidad) que
requieren ser explicados y clasificados en algún lugar. Por tanto, en la mayor
parte de los estudios y recuentos religiosos los hombres se presentan como
sujetos religiosos y nombradores de la realidad, en tanto las mujeres solo son presentadas en
relacion a ellos, nombradas por ellos y
definidas por ellos.
Según Rita M. Gross,
un modelo mas adecuado de la humanidad, en lugar del modelo androcentrico, que
favorece solo a un sexo, seria un modelo
bi-sexual capaz de reconocer que, a pesar de las diferencias sexuales, ambos
sexos son igualmente humanos. La aspiración del feminismo moderno no es tanto
la igualdad o eliminación de jerarquías, sino, la libertad de los estereotipos sexuales
que es la fuente de tanto problema y que hace que los hombres y mujeres tengan
vidas mas separadas y diferentes de lo que biológicamente es determinado.
Cualquier noción de igualdad presupone
la existencia permanente de roles sexuales, con todas las limitaciones que
su existencia implica. Decir que el role femenino es distintivo y
de igual valor que el masculino, todavía presupone que solo la mujer puede ejercer
tal role y que esta debe adecuarse a el. Cuando tendemos a fundir la
identidad sexual con el role social lo que implicamos es que la anatomía es
destino. Solo la liberación y el quiebre
de ellos es una de las condiciones indispensables para imaginar la posibilidad
de un orden pos-patriarcal. El patriarcalismo depende, en gran medida, de
la permanencia de los roles sexuales. Sin estos, nadie tendría acceso automático
a uno u otro rol, como tampoco poder automático
sobre otros por el simple hecho de poseer una determinada fisiología
sexual. Este proyecto, dice Rita
Gross, no garantiza por si mismo jerarquías apropiadas, pero si elimina los peores abusos del poder
patriarcal. La diferencia sexual es obvia y tan básica que es imposible
ignorarla o negarla. Pero, el sexo no implica inevitabilidad en relacion
a decisiones reproductivas, económicas o
roles sociales, como tampoco rasgos y tendencias psicológicas. Lo que
tenemos que reconocer es que los términos femenino y masculino son productos
culturales, no biológicos y que difieren ampliamente de cultura a cultura.
Es a través del
lenguaje que nuestro mundo es socialmente construido, adquiere sentido y en
donde las relaciones de poder son formalmente establecidas y recreadas.
Si el discurso es, en verdad, el campo de batalla en el que las relaciones de
poder entre los sexos se producen y reproducen, entonces la critica feminista
del discurso patriarcal religioso se transforma, también, en una poderosa forma de acción política...
así como las palabras tienen consecuencias, ellas también tienen causas que se enraízan en
la realidad material que sirve de marco a las relaciones de dominación.
Nieves y Miro Fuenzalida.
Ottawa, enero de un dos mil cuatro.
No comments:
Post a Comment