El tiburón asesino de la película “Jaws”, del director
Spielberg, produjo hace algunos
años atrás bastante atracción popular. Uno se preguntaba… ¿Qué significa? ¿Es el tiburón el símbolo del Tercer Mundo
que amenaza a EEUU, representado por la pequeña aldea costera? ¿Es el símbolo de la naturaleza explotativa
del capitalismo? ¿La fuerza salvaje de la naturaleza, la revancha de lo
reprimido que amenaza irrumpir en nuestra vida diaria? ¿O, por
último, para no seguir indefinidamente, es algo así como un recipiente
para nuestros miedos que flotan en el
espacio social, anclándolos en la figura del tiburón?
El significado de un texto, de una creación artística, de un artefacto
cultural siempre esta sujeto a varias interpretaciones. De todas ellas… ¿podría uno decir que solo una es la
correcta? En otras palabras ¿podría uno
decir que la obra impone límites a las posibles interpretaciones? ¿O el
receptor esta autorizado a producir un flujo ilimitado de interpretaciones inverificables?
¿A determinar cual es su propósito?
El filosofo alemán Kant decía que el objeto artístico exhibía
intencionalidad sin intención. Es decir, que la obra es creada a propósito,
pero sin ningún propósito en particular. En una palabra la obra es… inservible. Para los seguidores de Kant la esencia del
arte es el arte por el arte. La única excusa por hacer cosas inútiles es que
uno las admira intensamente. No podemos decir que la música, la pintura, la literatura o la poesía en sentido
estrictamente utilitario, sean útiles. Todo
lo que es útil es feo porque expresa una necesidad y las necesidades son
innobles y desagradables. Nada es realmente hermoso a menos que sea inútil.
¿Realmente? Para el mercado moderno,
el objeto artístico tiene una función, un valor de uso y abuso económico que en
el capitalismo tardío es reemplazado por
su valor de cambio. Son ofrecidos para la venta al igual que los maceteros y las lámparas porque, como
productos de la labor social, participan de las relaciones de producción. Para otros
más sensitivos, la literatura es un camino al mejoramiento moral y crecimiento
espiritual o un arma ideológica comprometida en el camino de la revolución y la
denuncia de la injusticia social. El arte por el arte no es más que una estrategia
para neutralizar el arte. Los más audaces creen que muy pronto la humanidad
descubrirá que tendrá que volverse a la poesía para interpretar la vida,
consolarnos y sostenernos. Sin poesía la ciencia aparecerá incompleta y lo que
hoy pasa por religión y filosofía será reemplazado por la poesía. No cualquier
poesía, por supuesto, solo la mejor. Por la mayor parte del siglo XIX y el XX las ideologías gobernantes
enfocaron el debate acerca de la utilidad de la literatura en cuestiones morales y
sociales al servicio de una cierta visión de la sociedad humana. Al final del
XX la convergencia de una serie de
fuerzas cambió la conversación. La creación del Internet y su uso globalizado democratizo la
participación. Ahora cada usuario puede
ser crítico, publicar sus escritos y usar la vasta cantidad de libros de literatura
que se pueden encontrar “online”. La consecuencia es la dispersión del
significado. Ahora estos son múltiples,
cambiantes y ricos en posibilidades de interpretación. La resistencia
del texto a ser totalmente conocido lo hace aparecer como uno de los más interesantes productos de la
cultura humana.
En lugar de romper los códigos, de ir más allá de las apariencias para
descubrir la esencia, de rasgar los
velos para revelar la realidad y
descubrir el significado profundo del texto el presente pareciera favorecer una
aproximación mas pragmática a los
productos artísticos. No es que haya una
interpretación final, sino que hay tantas interpretaciones como propósitos a ser servidos, tantas
descripciones como usos a los cuales la obra puede ser puesta. Este es el momento en que llegamos a reconocer que todas las descripciones son evaluadas de
acuerdo a su eficacia como instrumentos al servicio de un propósito y no como
fidelidad al objeto. Todo lo que uno hace con un texto es usarlo. No hay
necesidad de separar interpretación y
uso. La idea de que podemos descubrir lo
que realmente un texto dice es tan mala como la idea de que hay algo intrínsico
en la sustancia que la hace ser lo que
es. El conocimiento de los mecanismos textuales o la detección de jerarquías
metafísicas pueden ser útiles, pero no
esenciales. Leer las teorías interpretativas o análisis críticos de Marx,
Freud, Derrida, Eco, Carmen Perilli o Ángel Rama permite decir algo interesante
acerca de un texto pero, como nota Rorty, no nos lleva mas cerca de lo que el
texto es. Lo que ellos hacen es darnos un contexto o paradigma más en donde
yuxtaponerlo, pero no nos dicen nada acerca de la naturaleza del texto o la
lectura porque ni una ni otra tienen naturaleza. Lo que el encuentro fortuito con un autor, un personaje literario, un argumento, una figura
poética o una imagen en un cuadro puede hacer es reordenar
nuestras prioridades y propósitos.
Y si esto ocurre es porque usamos el autor o el texto para cambiar o para
darle una ligera torsión a nuestra vida.
Eco, a diferencia de Rorty, prefiere mantener el contraste entre
interpretación y uso. Por supuesto que el lector puede usar los textos
literarios para propósitos muy
diferentes. Como documentos históricos, retratos sicológicos, manifiestos
ideológicos, materiales a ser imitados o para fines al que no fue destinado. Sin embargo, no es esto
todo lo que uno hace con un texto si consideramos que hay ciertas diferencias en la forma en que uno
puede usarlo. La interpretación tiene su lugar, no para decidir acerca de este o aquel significado del texto, sino
para analizarlo con el fin de descubrir sus estrategias visibles o encubiertas
en la producción de significados.
Uno puede, por ejemplo, usar un
programa digital sin conocer su subrutina. Y sin conocerla un adolescente puede
jugar con este programa e implementar funciones de las que sus diseñadores no tenían idea. Pero luego
viene un buen científico en computación que disecta el programa, mira su
subrutina y, además de explicar porque es capaz de realizar un número adicional
de funciones, también revela por que y como podría hacer muchas otras cosas.
Este intento de entender como un
texto literario funciona puede que no sea de interés para todos. Su intento,
sin embargo, no carece de valor. Lo que la disciplina de los estudios
literarios trata de hacer es
desarrollar una comprensión sistemática
de los mecanismos semióticos, de las diferentes estrategias y formas literarias que, para un proyecto
artístico, pueden ser cruciales. No es solo
una cuestión de desarrollar interpretaciones de un trabajo en particular, sino
de adquirir un entendimiento general de
cómo la literatura funciona.
Todo esta sujeto a interpretaciones
y reinterpretaciones. Cada obra artística esta abierta a un rango virtualmente
ilimitado de lecturas posibles cada una de las cuales hace al texto adquirir una nueva vitalidad en
relacion a un gusto o perspectiva particular. El lector, lejos de
ser pasivo, es un co productor activo
del significado de la obra por el mero hecho de que en toda comunicación siempre hay un emisor y un receptor.
Ahora bien, si el lector coproduce el significado de la obra
artística ¿significa, entonces, que
no hay límite en esta coproducción?
Antes que un texto sea producido, dice Eco, cualquier texto puede ser
inventado. Después que haya sido creado, es posible hacer al texto
decir muchas cosas y, en ciertos casos, un numero potencialmente
infinito de cosas, pero es
imposible, críticamente hablando, hacer
que diga lo que no dice. Que tenga
muchos diferentes sentidos no significa
que pueda tener todos los sentidos,
porque algunos de ellos resultan
ser un fracaso al ser incapaces de producir nuevos sentidos. El
poder de la teoría Copernicana, por ejemplo, no es solo porque explica mejor los fenómenos astronómicos que
la de Ptolomeo, sino porque explica
sobre que bases el justifica su interpretación de los fenómenos celestiales. En la misma forma uno puede
tratar con las interpretaciones textuales.
El hecho que los poemas y novelas no tengan respuestas que sean verdades inmutables, dice Eco, no implica que no haya interpretaciones buenas y
otras malas. Si es cierto que no hay reglas que ayuden
a discernir cuales son las buenas hay por lo menos algunas que indican cuales son las malas. No podemos decir,
por ejemplo, si la hipótesis de Kepler es definitivamente la mejor, pero
si podemos decir que la explicación
Ptolomeica es peor porque viola ciertos
principios de simplicidad y economía. En la misma forma no podemos decir cual
interpretación de un texto es definitiva, pero si podemos decir que una interpretación es mejor si se puede
contrastar con el texto considerado como un todo coherente. Cualquiera
interpretación de una parte del texto puede ser aceptada o rechazada si es
confirmada o no por otra parte del texto. Igualmente, en la producción de un mismo autor es posible
encontrar resemblanzas familiares en sus diferentes textos que constituyen un
corpus a ser investigado.
Es curioso. Esta tendencia a
identificar como una parte conecta con
el todo es, en el fondo, la forma como nuestra mente ha funcionado hasta ahora,
forma que, eventualmente, cambiara.
Nieves y Miro Fuenzalida
Ottawa, Noviembre 2012
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