Sunday, March 17, 2024

El gruñón

 

Por todos lados vienen las  presiones para ser positivos y optimistas y reemplazar las malas noticias por las buenas. Las fuerzas culturales y la psicología popular han venido impulsando una búsqueda frenética de la felicidad, generando venta de libros de miles de millones de dólares, junto con la industria de autoayuda y las citas y frases inspiradoras que frecuentemente encontramos en el internet. Hoy podemos contratar no solo  a un decorador de interiores, sino también a un experto en felicidad, tomar clases con un gurú en meditación o encontrar la satisfacción interior con una aplicación. Y para no ser menos el ejercito de Estados Unidos actualmente entrena a sus soldados en psicología positiva, el optimismo se enseña en las escuelas del Reino Unido y el “índice de la felicidad” se ha convertido en un indicador del bienestar nacional para rivalizar con el PIB.

 

Lo curioso es que, después de todo, si reflexionamos sobre el pesimismo y el mal humor descubramos que  tienen algunas ventajas, aunque sea bien difícil de creer. El cínico y el pesimista, según indican algunos estudios,  pueden tomar decisiones mas perspicaces y reducir el riesgo de ataques al corazón e, incluso, pueden esperar matrimonios mas estables, mayores ganancias  y vidas mas largas, aunque por supuesto, anticipan lo contrario. El buen humor, extrañamente, conlleva ciertos riesgos como disminuir la atención a los detalles y hacernos mas crédulos y egoístas. Y la positividad  puede fomentar el consumo excesivo de alcohol y el comer en exceso en los países que pueden darse el lujo de hacerlo.  La clave de esto, según la psicología evolutiva,  esta en la noción de que los sentimientos son adaptativos. La ira, la tristeza y el pesimismo no son castigos divinos o pura mala suerte, sino que evolucionaron para cumplir funciones útiles de sobrevivencia y ayudarnos a prosperar.  Las quejas de Hesíodo, los rencores obsesivos de Newton, las rabietas de Beethoven, el pesimismo y negatividad de Schopenhauer, entre otros, por ejemplo, parecieran indicar que los genios visionarios a menudo tienen mal genio y que, a pesar de ello, este  no ha impedido su poder creativo.

 

Por harto tiempo esto parecía un misterio. Pero, en el 2009 Matthijs Baas de la Universidad de Ámsterdam decidió resolver lo que, al parecer, se presentaba como una incógnita. Para ello recluto un grupo de estudiantes  y se puso a trabajar haciéndolos enojar en nombre de la ciencia. Les pidió a la mitad de ellos que recordaran algo que les había irritado y escribieran un breve ensayo al respecto. Esto ultimo, encima del recuerdo, los enfureció un poco mas, según Matthijs, aunque no los llevo a ataques de ira. A la otra mitad del grupo los hizo sentirse tristes.  Luego, los dos equipos se enfrentaron en un juego diseñado para poner a prueba su creatividad. Tuvieron 16 minutos para pensar en todas las formas posibles de mejorar la educación en el departamento de psicología. El equipo enojado produjo mas ideas, al menos al principio. Sus contribuciones fueron mas originales, repetidas por menos del 1 por ciento de los participantes del estudio. Crucialmente los voluntarios enojados fueron mejores en momentos de innovación al azar, lo que conocemos como pensamiento “no estructurado”. En el uso de un ladrillo, por ejemplo, el pensador sistemático sugirió hasta diez tipos diferentes de construcción, en tanto que el que uso un enfoque menos estructurado invento un uso completamente nuevo al convertirlo en un arma o en un objeto de decoración.  

 

Aquí se podría decir que la creatividad se reduce a la facilidad con que la mente se desvía o no de un pensamiento a otro. En una situación que requiere luchar o huir, es fácil ver como convertirse en un “genio loco” podría salvar la vida. La ira, dice Matthijs, prepara el cuerpo para movilizar recursos. Nos indica que la situación en la que nos encontramos  es mala y nos da un impulso energético para salir de ella. 

 

La cosa funciona mas o menos  así... como la mayoría de las emociones, la ira comienza en la amígdala, esa estructura en forma de almendra  responsable de detectar amenazas a nuestra seguridad.  Es extremadamente eficiente  en dar la alarma mucho antes que el peligro se haga consciente. Son estas señales químicas las que nos enojan. A medida que la adrenalina inunda el cerebro se inicia el estallido de furia enérgica  y apasionada que puede durar varios minutos. Como sabemos por experiencia propia la respiración y el ritmo cardiaco  se aceleran y la presión arterial se dispara. La sangre corre a las extremidades enrojeciendo la cara, signo distintivo de que la persona esta molesta. Según los biólogos, esta reacción evoluciono principalmente para preparar el cuerpo para la agresión física. Pero, también  sabemos que estas respuestas fisiológicas  tienen otros beneficios, como aumentar la motivación y tomar riesgos mentales, lo que es extremadamente útil, siempre y cuando se tenga la oportunidad de desahogar la ira luchando contra el tigre o algún otro enemigo como ocurría en los tiempos de la caza y la recolección o gritándole a la familia o a los compañeros de trabajo, en nuestros días. Obviamente todo esto va a  alienar a algunas personas, pero el beneficio es que el sistema biológico vuelve a la normalidad. La moraleja, según esta narrativa,  es que evitar el mal humor puede tener consecuencias graves para la salud.

 

Esta idea de que la represión de las emociones puede ser dañina para nuestro bienestar físico y psicológico es bien antigua. Aristóteles creía firmemente en el poder de la catarsis y creía que las obras clásicas les permitía a los espectadores experimentar la ira, la tristeza y la culpa en un ambiente controlado. Al sacar todo a luz todos esto sentimientos podrían ser purgados. En nuestra época, Freud cambia el teatro por el diván del terapeuta. 

 

No hace mucho, en el 2010 para ser precisos, un equipo de investigadores decidió probar esta hipótesis. Para ello encuestaron  a un grupo de 644 voluntarios con enfermedades a las arterias coronarias para determinar sus niveles de ira reprimida y tendencia para experimentar angustia y los siguieron entre cinco y diez años para ver que ocurría. El 20% experimento un evento cardiaco importante y el 9% murió. Inicialmente parecía que tanto la ira como la ira reprimida aumentaban la probabilidad de sufrir un ataque al corazón. Pero, después de controlar otros factores, encontraron  que la ira no tenia ningún impacto, mientras que suprimirla aumentaba casi tres veces las posibilidades de sufrir un ataque al corazón o provocar una alta presión arterial crónica.

 

Según algunos científicos el mal humor puede ser beneficioso para una serie de habilidades sociales, como mejorar las habilidades del lenguaje, la memoria y hacernos mas persuasivos. Según el investigador Joseph Forgas, los estados de animo negativos indican que estamos en una situación nueva y desafiante que requiere un estilo de pensamiento mas atento, detallado y observador. Sentirse ligeramente deprimido mejora nuestra consciencia de las señales sociales, prestan mas atención a las normas y expectativas sociales externas y actúan de manera mas justa con los demás.

 

Aunque a menudo se piensa que la felicidad es intrínsecamente virtuosa, lo cierto es que esa emoción no trae tales beneficios. Según un estudio un grupo de participantes que se sentían asqueados, tristes, enojados, temerosos, felices, sorprendidos o neutrales participaron en el “juego del dictador”. El primer jugador recibe algo de dinero y se le pregunta como le gustaría dividirlo  entre el y el otro jugador. El segundo jugador no tiene nada que decir. Simplemente recibe lo que el primer jugador decide. El resultado es que los participantes mas felices se quedaban con la mayor parte del premio, mientras que los que se sentían tristes eran efectivamente menos egoístas.

 

En algunas situaciones la felicidad puede llevar a serios riesgos, especialmente si pensamos que esta asociada con la hormona oxitocina que reduce la capacidad para identificar amenazas. La felicidad en tiempos prehistóricos habría dejado a nuestros antepasadas vulnerables  a los depredadores. Hoy día puede impedirnos prestar atención a peligros como el consumo excesivo, la sobrealimentación típica de los países ricos y las consecuencias del crecimiento económico sin limites. La felicidad funciona, según Forgas, como una señal abreviada de que estamos a salvo y que no es necesario prestar demasiada atención  al medio ambiente.  

 

De todas las emociones positivas, el optimismo sobre el futuro puede tener los efectos mas irónicos. Al igual que la felicidad, las fantasías positivas pueden ser profundamente desmotivadoras, según Gabriele Oettingen de la Universidad de Nueva York. Los graduados  que fantasean con el éxito en el trabajo, dice,  terminan ganando menos, los pacientes que sueñan despiertos con mejorar  tienen una recuperación mas lenta. Gabriele ha demostrado de acuerdo a sus estudios que cuanto mas ilusorio sea su pensamiento, es menos probables que se hagan realidad.  

 

El “pesimismo defensivo”, en cambio,  implica el empleo de la Ley de Murphy, la inevitabilidad cósmica de que todo lo que puede salir mal, saldrá mal. Al anticipar lo peor, se puede estar preparado cuando realmente ocurra... ¿no fue esto lo que recientemente hizo NASA con su tecnología de defensa planetaria del mundo al impactar y mover con éxito, después de 10 meses de vuelo espacial, un asteroide, que en el futuro podría dirigirse hacia nuestro planeta?

 

Nieves y Miro Fuenzalida.


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