Sunday, December 29, 2019

Los fantasmas entre nosotros


Si alguien todavía cree que los muertos no retornan es porque no ha mirado la  televisión o visitado el cine recientemente. Fantasmas, vampiros y zombis  llenan los monitores, pantallas y audífonos y caminan entre nosotros como nunca. Aunque no es una fantasía exclusivamente moderna uno podría decir que  es la fantasía contemporánea central de la cultura de masas.

¿Por qué los muertos retornan? Según las historias que se cuentan es porque hay negocios no terminados entre ellos y nosotros. El sicoanalista francés Lacan  cree que esta fantasía surge de  la creencia de que los muertos  no fueron enterrados propiamente, que hubo errores en la ejecución del rito funerario o que este simplemente no se llevo a cabo. Los muertos  retornan como colectores de una deuda que no ha sido pagada o para corregir un error. En la película “Ghost” el espectro vuelve para terminar asuntos pendientes. Su asesino necesita ser identificado y castigado. Su aparición es el signo de una perturbación, como diría Lacan, en el orden simbólico, legal, moral o epistemológico. Una vez que la perturbación ha sido corregida, que el orden de las cosas vuelve a su normalidad, el fantasma desaparece para siempre reestableciéndose otra vez el límite entre los muertos y los vivos. Su entrada en nuestro mundo es  solo temporaria. Es el tiempo entre dos muertes. Todas las historias de fantasmas  dependen de la idea de que la muerte no es final hasta que se complete con una segunda muerte. A pesar de que en  muchas historias de vampiros ellos  hacen todo lo posible para evitar la segunda muerte, se cuenta que una vez que el Conde Drácula es muerto  en su rostro había una apariencia de paz y tranquilidad. Los aparecidos parecieran estar contentos de ser muertos otra vez porque finalmente podrán descansar.

 Es en la teología de San Agustín en donde se desarrolla esta idea de la segunda muerte que, en verdad, es la tercera. La primera es el pecado original que separa al hombre de Dios. La segunda, la del cuerpo. Y la tercera, la muerte de la Revelación que por la gracia de Dios el pecador puede ser redimido. Los cuentos supernaturales y las historias modernas de aparecidos siguen este paradigma cristiano. 

 Desde muy temprano el pensamiento cristiano ejerció por más de un milenio una influencia decisiva en la forma del pensar occidental. Oficialmente la Iglesia acepta la posibilidad que los muertos son capaces de retornar. Cristo trae de vuelta a Lázaro y el mismo, al tercer día de su ejecución, se levanta desde los muertos. Esta posibilidad, sin embargo, es severamente  custodiada. Los muertos pueden volver, por ejemplo, en la forma de un santo para guiar a los vivos, pero solo con la mediación  de un ángel.  Si ellos retornan  es solo en circunstancias extraordinarias. De acuerdo a las autoridades eclesiásticas es muy importante distinguir entre la ortodoxia cristiana y el paganismo y  politeísmo folklórico. Distinción que, después de todo, no logro disminuir  la rica proliferación de cuentos, relatos y mitos  supernaturales que porfiadamente desafían la ortodoxia.

 Los muertos retornan, entonces,  porque nuestro sistema de creencias les permite retornar. La creencia en fantasmas, al igual que los fantasmas, sobrevive mas allá del momento en que  ha sido relegada al pasado. Según el autor Colin Davis es algo así como un remanente inconsciente de nuestro pensamiento mágico religioso que revela la brecha entre nuestro pensar  que no hay fantasmas y nuestra  actual creencia  en fantasmas.

Repetidamente los fantasmas han sido abolidos, solo para retornar con más fuerza. El agresivo racionalismo del siglo XVIII, en el  intento de poner fin a la superstición y hacer a los espíritus  y fantasmas obsoletos, les dio, en el proceso,  un nuevo soporte en la mente humana. Ahora los fantasmas son internalizados y reinterpretados como pensamientos alucinatorios.

La reubicación  del mundo de los fantasmas en el espacio circunscrito de la imaginación curiosamente termina  súper naturalizando la mente.  Las figuras espectrales ya no recorren el mundo exterior. Ahora habitan en  nuestras cabezas colonizando el espacio subjetivo. Esta reubicación, dice Colin Davis,  prepara el terreno para la venida  del psicoanálisis cuyo objetivo es liberarnos de los miedos irracionales. La cosa es que, paradójicamente, el psicoanálisis termina introduciendo los demonios en el centro mismo de la subjetividad. En la “Interpretación de los Sueños” Freud relata el sueño  de un padre cuyo hijo acababa de morir. El hijo le dice ¿Padre, no ves que me estoy quemando? En ese momento el padre despierta para descubrir que una vela estaba incendiando el cadáver de su hijo. Los muertos habitan la mente de los vivos porque los vivos no sabemos como dejar que ellos se vayan. Según los sicoanalistas Abraham y Torok los  fantasmas son la presencia de los muertos en el Ego que intentan prevenir el descubrimiento de algún vergonzoso secreto. El fantasma no regresa, como algunas versiones de  la literatura gótica, para revelar algo olvidado o corregir algún error. Por el contrario, vuelve para mentir y confundir al sujeto, para asegurar que el secreto no se revele. Este  fantasma no es el  espíritu de los muertos, sino el vacío que deja en nosotros el secreto de los otros.  Esta es una práctica terapéutica que trata con traumas transgeneracionales y secretos familiares que atrae tanto a la cultura popular como a teoricos y críticos literarios. Una vez que el trauma es disuelto los fantasmas desaparecen.

Para Derrida el secreto de los fantasmas, en lugar de ser  un problema a ser resuelto, es una apertura estructural que permite a las voces del pasado o a las posibilidades  del futuro aun no formuladas  comunicarse con nosotros. Un encuentro con lo otro, con lo extraño y ajeno. Una apertura productora de significado. No es que el secreto no se pueda comunicar porque es taboo, sino porque todavía no se puede articular en el lenguaje vigente. Los espectros empujan los límites del lenguaje y el pensamiento. Para Abraham el fantasma y sus secretos deben ser revelados para que el trauma desaparezca. Para Derrida, en cambio, no hay que reducir al fantasma y sus secretos a un objeto de conocimiento. Para uno se trata de una labor de desciframiento, de llevar la interpretación a su fin, de la recuperación del significado oculto. Para el otro, el proceso significativo  es abierto, sin fin, infinito.  No hay una última interpretación  en donde el proceso finalmente se detenga. Según Derrida escuchar a los fantasmas equivale a desprendernos de lo que conocemos  para aprender lo que todavía no podemos formular o imaginar. No se trata de creer en fantasmas en sentido estricto, porque los fantasmas son justamente aquello cuya existencia consiste en no existir completamente.  Visibles y, al mismo tiempo, invisibles. Vivos y, al mismo tiempo, muertos. Una traza que marca por adelantado la presencia de su ausencia.  Los fantasmas confunden el discurso basado en oposiciones binarias. En Derrida “espectro” es una de esas palabras que impulsa el trabajo descontructivo porque desestabiliza la logica del pensamiento  binario. Si  atiende a los  fantasmas  no es para saber si existen o no en un sentido ordinario, sino para  atender a lo extraño, lo desconocido, lo otro.

¿Los que ya no están aquí continúan hablándonos? El escrito de un profesor de una escuela de leyes  quedo suspendido en medio de la sentencia al tiempo de su muerte. Lo que esta suspensión indica, dice Davis,  es el hecho de que la muerte interrumpe la producción  de significado. Corta nuestro dialogo con quien ya no vive y remueve absolutamente su habilidad  para producir signos y  hablar con nosotros. La expresión “estoy muerto” es imposible. La partida  no es una partida hacia alguna otra existencia. Es la partida hacia la nada.

Y sin embargo, a pesar de su vacío absoluto, la muerte no suspende nuestras expectativas, nuestra esperanza de que  los que han partido puedan, de alguna manera, hablarnos, aunque corramos el riesgo de que lo que nos digan sea solo una proyección de lo que queremos escuchar. Los filósofos Levinas y Agamben intentan escuchar a los muertos,  no porque crean en la vida del mas allá, sino como una revisión de lo que significa para los sobrevivientes entender, hablar y responder a los muertos. Según Agamben restaurar el habla a los que no la tienen  es correr el riesgo de imponer un significado  más que de dar una respuesta a lo que es radicalmente otro.  Podemos imaginar que los muertos tengan mucho que decir, pero lo que dicen es una invención creada por los que hablan en su lugar. Son los vivos los que siempre hablan por los muertos. No hay manera de dirigirse a ellos y no hay forma  que ellos puedan responder  si no es  a través del auto engaño de la ficción. Si ellos todavía están con nosotros  es porque vivimos en  el mundo que ellos crearon y que nosotros  interpretamos y rehacemos en nuestro tiempo.  Es en este sentido en que Marx dice que la revolución  es potencialmente el quiebre decisivo  con el pasado. El termino del pacto con los muertos.  El deber hacia los vivos y los que aun no han nacido toma precedencia a la deuda del pasado. 

Por muchos esfuerzos que hagamos los fantasmas no se van. Las historias de vampiros, espectros, zombis y cadáveres errantes gozan de una tremenda popularidad a pesar de que el sistema de creencias que los sostiene ha perdido su lugar dominante.

Aunque en algún momento pudiéramos creer que los muertos retornan sabemos como seres racionales que ellos no lo hacen. Sus apariciones son solo artimañas del inconsciente o ficciones literarias. No creemos en fantasmas y no creemos que los muertos retornen…  y sin embargo no renunciamos a ellos. No creemos  en fantasmas, pero no creemos  completamente en nuestra  creencia. No hay fantasmas, pero de haberlos los hay. Y la industria del entretenimiento nos lo recuerda muy bien. Es el lugar en donde lo que ya no creemos se conserva. En donde lo sobrenatural se dramatiza y presenta como una mera diversión y juego que, a pesar de que  no debe tomarse en serio, continua respondiendo a nuestras necesidades, miedos y deseos.


Nieves y Miro Fuenzalida

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