La Biblia
se imprimió por primera vez en 1488. Hasta esa fecha había existido por más de
dos mil años solo en manuscritos expuestos a constantes borraduras,
adiciones y traducciones. Es posible distinguir alrededor de 40 autores entre
ellos reyes, pescadores, sacerdotes, pastores y burócratas cuyos escritos
abarcan un periodo de aproximadamente 1500 años. De toda esta diversidad
el sacerdote reclama la unidad increíble del texto y el
estatus de fundamento del canon occidental.
¿Que
es lo que hace a la Biblia el libro de los libros? ¿Qué es lo que indica el
origen divino de su Palabra? ¿Qué es lo que la diferencia de cualquier otro
texto?
Cuando
escribimos nuestro nombre en una hoja de papel, pregunta una de esas enseñanzas
dedicada a los feligreses… ¿Quién lo escribe… nosotros o el lápiz? Obviamente,
como sabemos, el lápiz no tiene el poder de escribir por si mismo.
Nosotros somos la fuerza o el espíritu detrás del lápiz. En la misma forma Dios
es la fuerza detrás de los profetas que escribieron la Biblia. Dios se revelo a
si mismo a ellos para hablar a una audiencia mas amplia. Cuando uno toma un
lápiz, el lápiz viene a ser la herramienta en la mano del escritor. En la
misma forma, el verdadero profeta es el lápiz de Dios. Es el quien habla por
Dios y quien representa a Dios… “el pueblo imploro a Moisés hablar a Dios
por ellos en lugar de hablar ellos a Dios directamente por temor a morir. Dios
complacido accedió al pedido” (Éxodos 20:18-21) Los autores humanos escribieron
exactamente lo que Dios quiso que ellos escribieran y el resultado fue la
perfecta y sagrada Palabra de Dios (Psalm 12:6; Peter1:21).
En la
homilía dirigida al conclave que iba a elegir al nuevo Papa el cardenal
Ratzsinger (Abril 18, 2005) afirmo que una fe madura es la que se arraiga
profundamente en la amistad con Cristo. Es su amistad la que nos abre a
todo lo que es bueno y nos da el criterio que permite distinguir entre
lo verdadero y lo falso. Es una relacion sin secretos y una
comunión de voluntades unidas a Dios. Los amigos de Jesús son los
Apóstoles y sus descendientes, el episcopado, el conclave de cardenales y el
Vaticano son los que entregan la doctrina de la Iglesia que es
idéntica a la voluntad de Dios. Es decir, solamente las interpretaciones que la
clerecía hace del nuevo testamente son las que realmente transmiten
fidedignamente lo que el texto dice. Y es este texto el que decide últimamente
entre la verdad y la falsedad.
En el
siglo XVII Spinoza sometió a la Biblia a la crítica de la pura
razón explicándola históricamente. Bajo esta forma radicalmente nueva el
Libro Sagrado aparece solo como un libro antiguo mas entre
muchos otros, irrelevante como autoridad y sus intérpretes reducidos a
estudiosos de textos antiguos. Su interés en hacer esto no fue solo académico,
sino que su proyecto fue un apasionado compromiso social en la lucha por la
libertad religiosa e intelectual. Su acercamiento a la lectura de las
escrituras permitió crear un método nuevo y coherente de interpretación que
luego pudo enriquecerse enormemente en un contexto secular de libertad
intelectual. No es que otras voces en defensa de la libertad
religiosa o desafíos a la coerción política basadas en las interpretaciones
de textos sagrados no se hubieran escuchado antes. Lo que nadie había
argumentado tan claramente como lo hizo Spinoza fue que la
crítica de la autoridad de la Biblia es una condición necesaria para
asegurar permanentemente la libertad religiosa e intelectual. Que el reemplazo
de explicaciones míticas por explicaciones históricas es clave en
el logro de este objetivo.
El hecho
de que hoy día no estemos gobernados por interpretes de la ley divina ni
intelectualmente dependientes de las revelaciones de Dios es una de las
herencias de los pensadores del siglo XVII que define la libertad
moderna. La legitimidad política fundada en la religión es cosa del
pasado. La autoridad derivada de la ley divina tal como aparece en la Biblia
para definir políticas sociales era el fundamento del poder soberano por
lo que no era raro que los que se atrevieran a cualquier análisis crítico
del texto eclesiástico pagaran con creces su atrevimiento. La autoridad bíblica
y el constreñimiento de la libertad estaban indisolublemente ligados. Su
autoridad era la última arma para derrotar cualquier desafío al régimen
dominante. Se fueron los tiempos en que la Biblia era la autoridad única,
el texto dominante, la fuente original del saber del canon occidental.
¿Por qué
un texto escrito inicialmente en hebreo compuesto enteramente de consonantes,
sin puntuación o marcas indicando vocales, se ha mantenido por
miles de años como la piedra fundamental, como el centro de la cultura
judeo cristiana?
La
herencia de la tradición metafísica occidental, similar a otras
tradiciones, presupone que cualquier sistema de conocimiento depende de
un fundamento último, de un primer principio, de un símbolo central
desde el cual todos los significados se construyen jerárquicamente. En el
Nuevo Testamento Dios es la Palabra, no cualquiera palabra, sino la Súper
Palabra. Según el evangelio de San Juan… “En el comienzo fue la Palabra. Y la
Palabra estaba con Dios. Y la Palabra era Dios”. Y así, a través de miles de
años, todo fue visto como el efecto de esta causa que deviene en
significado transcendental, en uno que se ubica más allá de la
naturaleza, del universo, del todo. La Palabra-Dios es el origen y
es la que detiene, centra y limita el libre juego del universo, la que
establece las leyes que aseguran que las naranjas no se conviertan
espontáneamente en choclos o las palomas en gatos. La que separa el bien del
mal. La que pone orden. Como creador de la ley la Palabra-Dios permanece más
allá de la ley, más allá de la estructura del mundo. Es el centro que centra
todo lo que hay, el que garantiza su significado y el que le da sentido a la
existencia.
Un
gran número de símbolos, aparte de Dios, han ocupado el lugar de “significante
trascendental”… la Idea, el Espíritu Mundial, la Sustancia, la Materia, la
Naturaleza, la Conciencia Cósmica, el Vacío, etc. Son trascendentales porque
desde el momento en que cada uno de estos conceptos pretende fundar todo el
sistema de pensamiento y lenguaje no pueden estar dentro del sistema,
implicados en el lenguaje que intentan ordenar y centrar. Son fundamento, pero
no parte de lo fundado.
¿Por qué
necesitamos significantes transcendentales? Por que la relacion
entre un
significante (sonido, imagen, grafico) y un significado no es fijo, sino
arbitrario. No hay una razón inherente de porque las marcas m-e-s-a, por
ejemplo, evocan en nuestra mente el mueble llamado mesa. Muy bien podemos
evocarlo también con la palabra inglesa “table” o la francesa “tableau”.
El significado en el lenguaje es una cuestión de diferencia. Un
signo es lo que es porque es diferente de otros signos. Si miramos el
lenguaje como sistema vemos que en el hay solo diferencias y
el significado, en lugar de ser algo inmanente al signo, es
funcional, resultado de su diferencia con otros signos. El significado,
digamos, es el producto de un cierto sistema de significaciones compartido y no
de una experiencia privada o un diseño divino. Y, para complicar
mas las cosas, tampoco hay una distinción fija entre significante y significado
¿Por qué? Por que si queremos conocer el significado de un
significante tenemos que buscarlo en el diccionario. Pero lo que allí
encontramos son más significantes cuyos significados podemos buscar en el mismo
diccionario que nos llevara a otros significantes y así sucesivamente. El
proceso no es solo infinito, sino también circular. El significante
constantemente se transforma en significado que a su vez se transforma en significante
y vise versa y nunca llegamos a un significado ultimo que no sea el mismo un
significante.
¿A dónde
nos lleva todo esto? A reconocer que el significado esta esparcido o
desparramado a lo largo de toda la cadena de significantes. No es fácil fijarlo
porque nunca esta completamente presente en un solo signo. El significante
hoja, por ejemplo, tiene un sentido cuando hablamos de árboles y otro cuando
hablamos de libros. Al aparecer en diferentes contextos muestra
diferentes sentidos lo que hace bien difícil saber cual es su significado
original. Creer que uno puede decir o escribir lo que es
definitivamente, es una ilusión. Aunque, hay que reconocer, una ilusión
necesaria ¿Por qué? Porque, a pesar de no hay concepto que no este
enredado en un juego de significación sin fin, este juego necesita ser
estabilizado en algún punto. Un discurso en el que los significados no puedan
ser fijados es un discurso sicótico.
Y este es
el papel que el “significante transcendental” ha jugado. Como tal debe, de
alguna manera, ser anterior, haber existido antes del pensamiento y del
lenguaje. Su significado debe ser diferente a todo otro significado, es decir,
no debe ser producto del juego de diferencias. Debe figurar, en otras palabras,
como el significado de los significados, como el eje de todo el sistema de
pensamiento, el signo alrededor del cual todos los otros giran. Lo que en el
fondo hacemos es elevar un significado a una posición privilegiada.
Así, Dios es… el Origen, la Ultima Causa, el Creador.
¿No es
esta una curiosa forma de pensar? Para que este significado sea posible
otros signos tienen que haber existido. Es bien difícil pensar en
un origen sin querer ir mas allá de el. No es que tengamos que renunciar
a la búsqueda de tales causas o principios y, aunque quisiéramos, no es tan
fácil ya que están profundamente enraizados en nuestra historia. Pero, si
los examinamos cuidadosamente podemos descubrir que siempre pueden
ser desconstruidos. Se puede mostrar que, lejos de ser absolutos, son producto
de un sistema de significados particulares y no algo que provenga
desde fuera del sistema.
En el
momento en que el fundamentalismo religioso islámico y cristiano lucha por
establecer políticas gubernamentales basadas en libros sagrados
el descontruccionismo puede servir como una práctica
política, como un intento de desmantelar la logica de formas
particulares de pensamiento que sostienen
sistemas
completos de estructuras políticas e instituciones sociales. La
intención es tratar de ver sus nociones, no como absolutas, sino como efectos de una historia más amplia y profunda del
lenguaje, del inconsciente, de las instituciones y las prácticas
sociales.
Nieves y
Miro Fuenzalida
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