Si alguien todavía cree que los muertos no retornan es porque no ha
mirado la televisión o visitado el cine
recientemente. Fantasmas, vampiros y zombis
llenan los monitores, pantallas y audífonos y caminan entre nosotros como
nunca. Aunque no es una fantasía exclusivamente moderna uno podría decir
que es la fantasía contemporánea central
de la cultura de masas.
¿Por qué los muertos retornan? Según las historias que se cuentan es
porque hay negocios no terminados entre ellos y nosotros. El sicoanalista
francés Lacan cree que esta fantasía
surge de la creencia de que los
muertos no fueron enterrados propiamente,
que hubo errores en la ejecución del rito funerario o que este simplemente no
se llevo a cabo. Los muertos retornan
como colectores de una deuda que no ha sido pagada o para corregir un error. En
la película “Ghost” el espectro vuelve para terminar asuntos pendientes. Su
asesino necesita ser identificado y castigado. Su aparición es el signo de una
perturbación, como diría Lacan, en el orden simbólico, legal, moral o
epistemológico. Una vez que la perturbación ha sido corregida, que el orden de
las cosas vuelve a su normalidad, el fantasma desaparece para siempre
reestableciéndose otra vez el límite entre los muertos y los vivos. Su entrada
en nuestro mundo es solo temporaria. Es
el tiempo entre dos muertes. Todas las historias de fantasmas dependen de la idea de que la muerte no es
final hasta que se complete con una segunda muerte. A pesar de que en muchas historias de vampiros ellos hacen todo lo posible para evitar la segunda
muerte, se cuenta que una vez que el Conde Drácula es muerto en su rostro había una apariencia de paz y tranquilidad.
Los aparecidos parecieran estar contentos de ser muertos otra vez porque
finalmente podrán descansar.
Es en la teología de San Agustín
en donde se desarrolla esta idea de la segunda muerte que, en verdad, es la
tercera. La primera es el pecado original que separa al hombre de Dios. La
segunda, la del cuerpo. Y la tercera, la muerte de la Revelación que por la
gracia de Dios el pecador puede ser redimido. Los cuentos supernaturales y las
historias modernas de aparecidos siguen este paradigma cristiano.
Desde muy temprano el pensamiento
cristiano ejerció por más de un milenio una influencia decisiva en la forma del
pensar occidental. Oficialmente la Iglesia acepta la posibilidad que los
muertos son capaces de retornar. Cristo trae de vuelta a Lázaro y el mismo, al
tercer día de su ejecución, se levanta desde los muertos. Esta posibilidad, sin
embargo, es severamente custodiada. Los
muertos pueden volver, por ejemplo, en la forma de un santo para guiar a los
vivos, pero solo con la mediación de un
ángel. Si ellos retornan es solo en circunstancias extraordinarias. De
acuerdo a las autoridades eclesiásticas es muy importante distinguir entre la
ortodoxia cristiana y el paganismo y
politeísmo folklórico. Distinción que, después de todo, no logro
disminuir la rica proliferación de
cuentos, relatos y mitos supernaturales
que porfiadamente desafían la ortodoxia.
Los muertos retornan,
entonces, porque nuestro sistema de
creencias les permite retornar. La creencia en fantasmas, al igual que los
fantasmas, sobrevive mas allá del momento en que ha sido relegada al pasado. Según el autor
Colin Davis es algo así como un remanente inconsciente de nuestro pensamiento
mágico religioso que revela la brecha entre nuestro pensar que no hay fantasmas y nuestra actual creencia en fantasmas.
Repetidamente los fantasmas han sido abolidos, solo para retornar con
más fuerza. El agresivo racionalismo del siglo XVIII, en el intento de poner fin a la superstición y
hacer a los espíritus y fantasmas obsoletos,
les dio, en el proceso, un nuevo soporte
en la mente humana. Ahora los fantasmas son internalizados y reinterpretados
como pensamientos alucinatorios.
La reubicación del mundo de los
fantasmas en el espacio circunscrito de la imaginación curiosamente
termina súper naturalizando la
mente. Las figuras espectrales ya no
recorren el mundo exterior. Ahora habitan en
nuestras cabezas colonizando el espacio subjetivo. Esta reubicación,
dice Colin Davis, prepara el terreno
para la venida del psicoanálisis cuyo
objetivo es liberarnos de los miedos irracionales. La cosa es que, paradójicamente,
el psicoanálisis termina introduciendo los demonios en el centro mismo de la
subjetividad. En la “Interpretación de los Sueños” Freud relata el sueño de un padre cuyo hijo acababa de morir. El
hijo le dice ¿Padre, no ves que me estoy quemando? En ese momento el padre
despierta para descubrir que una vela estaba incendiando el cadáver de su hijo.
Los muertos habitan la mente de los vivos porque los vivos no sabemos como
dejar que ellos se vayan. Según los sicoanalistas Abraham y Torok los fantasmas son la presencia de los muertos en
el Ego que intentan prevenir el descubrimiento de algún vergonzoso secreto. El
fantasma no regresa, como algunas versiones de
la literatura gótica, para revelar algo olvidado o corregir algún error.
Por el contrario, vuelve para mentir y confundir al sujeto, para asegurar que
el secreto no se revele. Este fantasma
no es el espíritu de los muertos, sino
el vacío que deja en nosotros el secreto de los otros. Esta es una práctica terapéutica que trata
con traumas transgeneracionales y secretos familiares que atrae tanto a la
cultura popular como a teoricos y críticos literarios. Una vez que el trauma es
disuelto los fantasmas desaparecen.
Para Derrida el secreto de los fantasmas, en lugar de ser un problema a ser resuelto, es una apertura
estructural que permite a las voces del pasado o a las posibilidades del futuro aun no formuladas comunicarse con nosotros. Un encuentro con lo
otro, con lo extraño y ajeno. Una apertura productora de significado. No es que
el secreto no se pueda comunicar porque es taboo, sino porque todavía no se
puede articular en el lenguaje vigente. Los espectros empujan los límites del
lenguaje y el pensamiento. Para Abraham el fantasma y sus secretos deben ser
revelados para que el trauma desaparezca. Para Derrida, en cambio, no hay que
reducir al fantasma y sus secretos a un objeto de conocimiento. Para uno se
trata de una labor de desciframiento, de llevar la interpretación a su fin, de
la recuperación del significado oculto. Para el otro, el proceso
significativo es abierto, sin fin,
infinito. No hay una última
interpretación en donde el proceso
finalmente se detenga. Según Derrida escuchar a los fantasmas equivale a
desprendernos de lo que conocemos para
aprender lo que todavía no podemos formular o imaginar. No se trata de creer en
fantasmas en sentido estricto, porque los fantasmas son justamente aquello cuya
existencia consiste en no existir completamente. Visibles y, al mismo tiempo, invisibles.
Vivos y, al mismo tiempo, muertos. Una traza que marca por adelantado la
presencia de su ausencia. Los fantasmas
confunden el discurso basado en oposiciones binarias. En Derrida “espectro” es
una de esas palabras que impulsa el trabajo descontructivo porque desestabiliza
la logica del pensamiento binario.
Si atiende a los fantasmas
no es para saber si existen o no en un sentido ordinario, sino para atender a lo extraño, lo desconocido, lo
otro.
¿Los que ya no están aquí continúan hablándonos? El escrito de un
profesor de una escuela de leyes quedo
suspendido en medio de la sentencia al tiempo de su muerte. Lo que esta
suspensión indica, dice Davis, es el
hecho de que la muerte interrumpe la producción
de significado. Corta nuestro dialogo con quien ya no vive y remueve
absolutamente su habilidad para producir
signos y hablar con nosotros. La
expresión “estoy muerto” es imposible. La partida no es una partida hacia alguna otra
existencia. Es la partida hacia la nada.
Y sin embargo, a pesar de su vacío absoluto, la muerte no suspende
nuestras expectativas, nuestra esperanza de que
los que han partido puedan, de alguna manera, hablarnos, aunque corramos
el riesgo de que lo que nos digan sea solo una proyección de lo que queremos
escuchar. Los filósofos Levinas y Agamben intentan escuchar a los muertos, no porque crean en la vida del mas allá, sino
como una revisión de lo que significa para los sobrevivientes entender, hablar
y responder a los muertos. Según Agamben restaurar el habla a los que no la
tienen es correr el riesgo de imponer un
significado más que de dar una respuesta
a lo que es radicalmente otro. Podemos
imaginar que los muertos tengan mucho que decir, pero lo que dicen es una
invención creada por los que hablan en su lugar. Son los vivos los que siempre
hablan por los muertos. No hay manera de dirigirse a ellos y no hay forma que ellos puedan responder si no es
a través del auto engaño de la ficción. Si ellos todavía están con
nosotros es porque vivimos en el mundo que ellos crearon y que
nosotros interpretamos y rehacemos en
nuestro tiempo. Es en este sentido en
que Marx dice que la revolución es
potencialmente el quiebre decisivo con
el pasado. El termino del pacto con los muertos. El deber hacia los vivos y los que aun no han
nacido toma precedencia a la deuda del pasado.
Por muchos esfuerzos que hagamos los fantasmas no se van. Las historias
de vampiros, espectros, zombis y cadáveres errantes gozan de una tremenda
popularidad a pesar de que el sistema de creencias que los sostiene ha perdido
su lugar dominante.
Aunque en algún momento pudiéramos creer que los muertos retornan sabemos como seres racionales que ellos no lo hacen. Sus apariciones son solo artimañas del inconsciente o ficciones literarias. No creemos en fantasmas y no creemos que los muertos retornen… y sin embargo no renunciamos a ellos. No creemos en fantasmas, pero no creemos completamente en nuestra creencia. No hay fantasmas, pero de haberlos los hay. Y la industria del entretenimiento nos lo recuerda muy bien. Es el lugar en donde lo que ya no creemos se conserva. En donde lo sobrenatural se dramatiza y presenta como una mera diversión y juego que, a pesar de que no debe tomarse en serio, continua respondiendo a nuestras necesidades, miedos y deseos.
Nieves y Miro Fuenzalida