Cuando Jean Jacques Rousseau decía que “el hombre nace libre y sin
embargo lo vemos encadenado por todas
partes” se refería no tanto a las leyes
del Estado como a las normas y
convenciones sociales que gobiernan cada instante de nuestra vida. Para Rousseau
la cuestión era como legitimar las normas y no como eliminarlas. Para el
movimiento contra cultural que se inicio en los 60s la cuestión era desafiar la
noción misma de norma y sugerir que nada las justificaba porque no eran más que
estructuras represivas… ¿para que necesitamos normas y reglas sociales, después
de todo?
Los manuales de buena educación han existido por siglos. En uno de
ellos, aparecido en el siglo XIII, se aconsejaba como conducirse en la mesa…
aquellos que le gusta la mostaza y la sal deben evitar el sucio habito de meter
los dedos en ellos… sonarse con el mantel mientras se come en compañía de
otros… escupir sobre la mesa… dejar escapar gases corporales… ofrecer pedazos de comida que uno ya ha mascado o meter la mano
debajo de la ropa para rascarse las partes privadas. Desde aquella época a
hoy hemos recorrido un largo camino. O,
a lo menos, eso creemos.
Los sistemas de buenas maneras varían de contexto a contexto y, aunque
no pareciera así a primera vista, juegan un papel importante en nuestra vida
moral. Sin ellos esta se vería bastante empobrecida. Si todavía creemos en la
moral, o lo que queda de ella, podríamos
decir que una obligación moral elemental es la de hacernos a nosotros mismos
agradables en nuestra relacion con los otros y uno de los objetivos primarios
de cualquier sistema de maneras es motivarnos a serlo. Aquí la buena voluntad es menos importante que la
apariencia, para decirlo cinicamente, porque este ejercicio no hay que verlo
como un fin en si mismo, sino como un
medio para tratar al otro con respeto, facilitar el intercambio mental o mantener la conversación.
Desde hace bastante tiempo el
lugar común ha venido indicando que las
maneras son superficiales, juegos meramente formales, en tanto que la moral se
enraíza en las profundidades de nuestro ser
¿No será tiempo de cambiar esta óptica? Hace ya más de dos mil años
atrás que Aristóteles notaba que las
virtudes morales se desarrollan a partir de hábitos y recientemente Pascal
decía que la apariencia de la creencia
puede ser esencial para llegar a creer realmente. Si sigues el rito de arrodillarte
y de rezarle a Dios varias veces al día, después de un tiempo creerás en
el sin esfuerzo.
La intención de las buenas
maneras es crear una cierta apariencia, expresarle a los otros que uno no es un
ser egoísta al que solo le importa uno
mismo y nadie mas. Una deferencia mutua se acepta, la autoridad se limita, el
desprecio a los otros se disimula y el intercambio social se mantiene
suspendiendo momentáneamente el ansia de victoria. Solo tratemos de imaginar
como seria una sociedad en la que no hay convenciones de cortesía. A pesar de
la existencia de principios de justicia, la armonía social tendería a
desaparecer, la compañía de los otros se haría intolerable y nuestra
disposición hacia ellos seria menos favorable. Quien nunca desarrolla el hábito
de tratar al otro con cortesía pierde la motivación para creer que este merece
nuestro respeto y consideración. No
seria exagerado decir que los innumerables pequeños ritos
de cortesía que realizamos durante el día influyen
nuestros supuestos acerca del estatus moral de nuestros vecinos y nuestra
noción de lo que es un ser humano. Según C. Diamond el aprender a decirle al prójimo “buenos
días”, “por favor”, “como esta usted”, “discúlpeme” o saludar al extraño con una sonrisa no son
solo buenas maneras que inspiran una
buena moral, sino que también ayudan a construir una concepción del ser humano
como objeto moral. Un acto de cortesía
no posee nada en si mismo que lo haga una marca de deferencia. Si la tiene es solo porque se le ha asignado simbólicamente la
función de expresar el reconocimiento de la dignidad del otro.
¿Por qué nos importa tanto el
reconocimiento de nuestra dignidad? ¿Por qué nos molesta la falta de
deferencia? ¿Y por qué nos sentimos ofendidos cuando alguien no nos considera? Porque
curiosamente en algún momento de nuestra historia empezamos a creer que los animales humanos estamos dotados de un
valor intrínseco que los otros animales no poseen. En la época moderna Kant es el que mas ha influido en vernos a si
mismos como seres dignos de consideración… “el respeto que le debo a otros o el
que los otros reclaman de mi contiene el reconocimiento de la dignidad del otro
ser, un valor que no tiene precio y no hay objeto equivalente con el que
pudiera ser cambiado”. Hasta el día de hoy nos aferramos
profundamente a esta creencia por lo que
no es de extrañar que cuando no se nos respeta
sufrimos un ataque histérico. El trato rudo, la descortesía, la ausencia
de buenas maneras socava la creencia en nuestro valor intrínseco. No basta con
el reconocimiento de nuestra capacidad a elegir racionalmente para sentirnos
respetado. Todavía podemos sentirnos ofendidos o heridos emocionalmente cuando se nos trata irrespetuosamente. Incluso,
si todos en mi comunidad reconocen mi
derecho a actuar autónomamente todavía alguien podría tratarme sin
consideración si se pone a textear cuando le estoy contando mis preocupaciones.
Ignorar los sentimientos del otro es ignorarlo como sujeto digno de atención. Y a la inversa, alguien
que me valora puede muy bien no valorar mi opinión. Puede reconocer mi dignidad
como persona y al mismo tiempo condenar mi opinión y mis acciones desde una perspectiva moral.
Los códigos de buenas maneras se pueden rastrear hasta los orígenes
mismos de la historia humana y han servido como motivación para la coexistencia
entre la gente, como un instrumento del poderoso para mantener control sobre
los mas débiles o del débil para reclamar cierto control para si mismo. Hoy
día, cualquiera haya sido su origen, sirven para instruirnos en el respeto mutuo. En cualquier
interacción humana el código de maneras prescribe conductas específicas. Si
vamos a encontrar a alguien por primera vez, por ejemplo, mejor que le
estrechemos la mano, le preguntemos como
esta, le miremos a los ojos o algo similar ¿Por qué toda esta rutina? Porque
posibilita o abre la comunicación. No
hay sociedad, comunidad o grupo humano que carezca de un código de maneras, sea
bueno o malo. La función más importante de ellos, al igual que la moral, es la
de promover la convivencia y la estabilidad social.
La significancia moral simbólica de las buenas maneras, dice Sarah Buss, depende de la comunidad en que se
da y no hay límites, fuera de la convención, de lo que una comunidad dada pueda
considerar como buenas maneras. Pero, dice, cualquiera sea el acto en
que estas se expresan, y estos varían de comunidad a comunidad mucho más que
los códigos morales, su objetivo es mostrar respeto y el respeto al otro ha
sido cargado con una significación moral. Es esta dimensión la que permite escapar
al relativismo multicultural y justificar la crítica de los diferentes códigos
de maneras.
Un código de malas maneras es inmoral cuando fracasa o ignora el reconocimiento de la dignidad del otro y no
importa que el código se haya originado cuando no era prevalente la creencia en
el valor intrínsico de cada individuo. Hasta recientemente los intocables en India no
podían usar el pronombre de la primera
persona para referirse a si mismos
delante de un Brahmín. En su lugar tenían que decir…“Su humilde perro
respetuosamente solicita…”. Se podría reclamar que calificar de inmoral este
trato es un prejuicio o centrismo
cultural europeo. Pero no lo es si acordamos que la dimensión moral
interna que cualquier código de maneras
contiene sea lo que proporciona la base para criticar un código
determinado. El código racista puede ser
criticado desde el punto de vista de las maneras porque instruye al blanco a no
reconocer al negro o al indígena como
individuos merecedores del mismo respeto que el blanco. Un código machista
instruye a los hombres a conducirse como seres superiores a la mujer. En el
código de la pandilla el respeto no es mutuo, sino vertical y se adquiere a
través de la fuerza en donde la falta de respeto al jefe es una ofensa que se
paga con la vida. Estos códigos de conducta le
impiden a la gente la práctica
del reconocimiento mutuo, la apreciación que cada uno de nosotros pudiera desarrollar por el otro. Por supuesto, el
deber de tratar a la gente como iguales no significa tratarlos igualmente. Pensemos solo en el trato que se le proporciona
a un diplomático, a un juez. o a un
personero de gobierno.
Kant pensaba que para desarrollar una mentalidad democrática era
necesario enfatizar la racionalidad y la obligación moral, centro común
de lo humano, ubicado mas allá de lo empírico y accidental. Los que no creemos en la necesidad de la existencia de algo que este
detrás de la historia para empujar un cierto grado de progreso moral pensamos que el respeto mutuo puede
construirse a partir de diferentes presupuestos, con categorías basadas en la
contingencia histórica mas que en la necesidad trascendental. Nos basta lo que sentimos frente a la experiencia de la
propia humillación para saber que es la misma experiencia que el otro siente.
Es esta la que nos transforma en
semejantes y la que abre la posibilidad para la mutua consideración. En lugar de buscar refugio en
principios eternos seria mejor admitir
la contingencia de nuestras creencias y reconocer que, justamente debido a esta
contingencia, somos libres para crear nuestros proyectos morales.
Nieves y Miro Fuenzalida.
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