La idea del comunismo, y el mismo termino, fueron
profundamente comprometidos en el siglo pasado
por los desastrosos y sangrientos excesos de la dictadura estalinista a tal punto que hoy pocos se atreven a pronunciar su nombre. Muchos
en la izquierda rechazan el comunismo y prefieren reemplazarlo por el
“pos-capitalismo”. Con frecuencia capitalistas,
conservadores y neoliberales se refieren al comunismo como un horizonte
perdido. Todos saben, dicen, y la
historia muestra, que el comunismo no
funciona. Pudo haber sido un hermoso ideal, pero en la practica siempre lleva a
la violencia y al exceso dictatorial del poder.
Una peligro que debe ser suprimido antes que su fuerza se desate.
El referente mas común del comunismo es la ex
Unión Soviética, sinónimo de
estalinismo, autoritarismo, opresión, campos de concentración, ejecuciones
políticas y supresión de cualquier
criticismo. La narrativa que el “mundo libre” ha logrado imponer exitosamente
es la de que el comunismo es igual a
Soviets, que es igual a estalinismo, que es igual a fracaso. La experiencia muestra que el proyecto
comunista no tiene salida. El comunismo
es uno y este es igual a la Unión Soviética. Es esta cadena la que establece los parámetros históricos
para eliminar y reprimir cualquier alternativa comunista. Si hay Lenin, luego
Stalin. Si hay revolución, luego gulag. Si hay partido, luego purgas. Esta
serie de hechos históricos niega la posibilidad comunista y su negación establece el espacio y las condiciones de la democracia.
Uno podría
preguntar… ¿ es, en realidad,
la Unión Soviética un referente estable del comunismo?... En esta
narrativa el comunismo aparece como un objeto imaginario inmutable, un estricto
proceso linear con un fin determinado… ¿no es aquí donde la historia pierde su
propia historicidad? En esta formación,
dice Jodi Dean, la historia funciona como un estructura y una constante incapaz
de cambiar, impenetrable a las fuerzas externas. A diferencia de la revolución permanente del capitalismo,
el comunismo histórico aparece como un fenómeno estático. Solo suponiendo un
comunismo invariable se puede apelar a la historia y transformar una instancia
singular en un ejemplo del peligro y fracaso del experimento comunista. El
problema es que al hacerlo desconecta el comunismo de la misma historia a la
que la critica capitalista apela y borra el comunismo como autocritica y espejo del capitalismo.
Extrayendo el comunismo de su historia como lucha de clases dentro del
capitalismo, como critica y revolución a
la cual el capitalismo da lugar, esta historia sin historicidad, es la que les
permite proclamar al capitalismo como un sistema sin alternativas.
Y, sin embargo… a pesar de todos los esfuerzos de
la narrativa del “mundo libre”, el comunismo espectralmentemente persiste en los intersticios del sistema como
idea, como movimiento, como hipótesis, como programa o como el nombre de un
posible futuro emancipado. No es extraño que el comunismo empiece a aparecer
como discurso y lenguaje para la expresión
de los ideales revolucionarios de
universalidad e igualdad en el momento
en que la dominación capitalista neoliberal va acompañada de extrema
desigualdad, desempleo, crisis económicas, austeridad, agresión bélica
internacional y racismo. La fantasía de
que la democracia occidental es una fuerza
de justicia económica se ha desintegrado al traspasar trillones de
dólares a los bancos de EEUU y Europa mientras elimina los programas sociales
para mantenerse a flote. Y la izquierda, o lo que alguna vez fue izquierda, ha
fracasado en la defensa de un mundo mejor. En su lugar, se ha acomodado al
capital y actúa como si no existieran
alternativas a las leyes del mercado y las finanzas. No hay razón para seguirla, atrapada en las crisis financieras cíclicas,
en la política de la identidad, en la defensa del estatus quo, en su miedo a la
violencia revolucionaria y en su
carencia de cualquier visión futura. Con
la declinación de los sindicatos y una
izquierda castrada, las corporaciones y el sector financiero absorben, apropian
y explotan todo lo que pueden. Dentro de
esta atmosfera múltiples conferencias (Paris, Berlín, Nueva York) y publicaciones sobre el ideal comunista empiezan a aparecer
continuando las discusiones y trabajos teóricos de las décadas anteriores
(Negri, Badiou, Balibar, Bosteels, Hallward, Michael Hardt, Ranciere, Bensaid, Toscano,
Zizek, etc.)
La clase dirigente, a través de sus aparatos
ideológicos, ha logrado establecer la idea de que los cambios radicales son imposibles y que el capitalismo no se puede abolir… ¿con
que se va a reemplazar, si no hay ningún sistema que lo haga mejor?... Y es cierto. Por ahora, no se ve ninguno con
la misma o mejor capacidad productiva que el capitalismo. Pero… esta es la cuestión ¿continuara existiendo con esta misma
capacidad productiva en el próximo futuro? Desde la crisis del 2008 todavía no
ha sido posible volver a su crecimiento normal.
Según David Harvey la posibilidad de un crecimiento económico
del 3% anual, que es el crecimiento mínimo para reproducirse, es bien pequeña
debido, en gran parte, a la dificultad
de reabsorber el capital excedente. Para el 2030 será necesario encontrar oportunidades
de inversión para tres trillones de dólares, aproximadamente el doble de lo que se necesito en el 2010. Según esto
el futuro del capitalismo es bastante incierto. Y es aquí donde el peligro comunista vuelve a
amenazar al sistema.
La llamada
muerte del comunismo fue demasiado prematura. Su reciente vitalidad aflora en
el deseo de justica e igualdad de las multitudes que encontramos en “Ocupar Wall Street”, el
movimiento ambientalista, indigenista, feminista, anti globalización, “Podemos”,
los indignados etc. etc. Comunismo, si
algo significa, es acción, determinación y voluntad colectiva. No el deseo de un sujeto individual. Es el
deseo de un sujeto colectivo, de un “nosotros”. Es la activa lucha colectiva la que cambia y
remodela el deseo individual en un deseo común.
El individuo puede sentir que algo no funciona en la sociedad, que el
sistema es profundamente injusto, que algo falta y trata de hacer algo… firma
peticiones, vota en las elecciones, escribe protestas en su blog, tweets, abre
una pagina en Facebook, una protesta en YouTube, etc. etc. Pero todo esto lo hace individualmente. El
deseo de la multitud, por el contrario, subordina el yo al objetivo colectivo y
esta subordinación requiere disciplina, trabajo y organización. Y es de esta organización de donde viene el temido peligro que puede
transformar el estatus quo y
desmantelar el viejo orden para hacer surgir uno nuevo. Cuando los
explotados, la clase baja, la parte que no es parte, la multitud, la masa, los
plebeyos ya no quiere vivir bajo el
viejo régimen, y la clase alta, el uno por ciento, ya no puede mantener la eficacia del sistema es cuando el
peligro revolucionario puede irrumpir
incontrolablemente.
Obviamente no todas las luchas políticas pasadas o presentes son comunistas. El
problema con subsumir
todas los movimientos actuales de protesta en la multitud es que niega la oposición que pueda haber entre ellos
y como estas contradicciones pueden ser
manipuladas por el capital. Hay que alejarse del positivismo histórico que
postula que la combinación comunista de emancipación e igualdad es única. Esta combinación esta compuesta por múltiples
luchas (revolución burguesa, revolución proletaria, lucha por derechos civiles,
por la conservación del ambiente, por los derechos indígenas, etc.) Por eso, el
comunismo, en lugar de ser un modelo fijo, se configura, remodela y transforma a
partir de sus propios fracasos, errores
y contradicciones. Hay historias y
luchas cuyos éxitos y fracasos inspiran e invitan a mirar el presente de manera
diferente.
Cuando hoy se habla de “nosotros, el 99%”, este 99% no es el nombre de una identidad. Es,
dice Jodi Dean, el número que pone de relieve la división y brecha que existe
entre la parte superior de la sociedad ,
el 1%, y el resto de nosotros. Moviliza la disparidad entre el uno por
ciento que es dueña de la mitad de la riqueza del país y el 99% del resto de la población y
afirma una colectividad y
comunión. No unifica en base a una identidad sustancial como la raza, la
etnicidad, la nacionalidad o la religión. Lo que afirma es el “nosotros” de un
pueblo dividido entre expropiadores y expropiados, entre los que tienen y
controlan los bienes comunes y los que no. Es el nombre de una falla en la sociedad, de la brecha que se
transforma en el vehículo para la expresión del deseo comunista. Es la voz del deseo colectivo por la igualdad y justicia, por el cambio de
las condiciones que permiten que la
ínfima minoría controle y posea, solo para ella, la mayor parte de lo que es
común. “Somos el 99%” borra la
multiplicidad de intereses individuales
y parciales que dividen y fragmentan el pueblo y afirma, en su lugar, su
fuerza común y la incompatibilidad entre
el capitalismo y el pueblo. Es el reconocimiento de que la división de clases
es la contradicción social principal.
Esta es la cosa… el comunismo es el deseo de reemplazar la
explotación por la igualdad, la justicia y la ausencia de opresión… “a cada uno
según su necesidad, a cada uno según su capacidad”. El problema con esta
utopía es que siempre queda corta… ¿que
pasa, por ejemplo, con el
patriarcalismo, el racismo, el
narcicismo, el matonaje, las jerarquías sociales, la intolerancia, el egoísmo?
No es difícil criticar la utopía comunista como imposible. Pero, “la imposibilidad del deseo comunista
no es lo mismo que su causa”. El objeto o la causa del deseo comunista, como dice Jodi Dean, es el pueblo y el pueblo no es el nombre de
un todo social, sino el nombre de los
explotados. Es esta desconexión, esta
división la que le importa al comunismo.
Comunismo no es solo una asociación para gobernar. Por sobre todo, es una organización de producción y movilización
que nunca logra completitud… llamamos comunismo, dicen Marx y Engels, al
movimiento real que elimina el presente estado de cosas.
No hay
leyes históricas que provean una guía de cómo esto pueda ocurrir, de cómo
obtener una cierta transformación sin volver
a lo mismo. Lo menos que se puede decir es que los cambios son siempre impredecibles.
Nieves y Miro Fuenzalida.
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