Tuesday, April 19, 2016

El Internet y nosotros.


El desarrollo de la tecnología informática  ha creado una tremenda  aceleracion en la producción de información, enfrentandonos a un nuevo desafio.  La limitación biológica  de nuestra edad personal hace que cada uno de nosotros muera en estado de subdesarrollo comparado con el avance social y tecnológico de la humanidad como tal que no esta sujeta a esta misma dimensión  temporal. Ahora, cada nueva generación  tiene que enfrentarse  a una inmensa carga de conocimientos y experiencias que las generaciones anteriores han  acumulado y cuya  suma total se le  hace a los  pobres  individuos  más y más inaccesible.

 Considerese solo esto. El número de libros publicados en Europa en el siglo XVI, según cálculos recientes, se duplicaba cada siete años.  Después de un siglo y medio de la invención de la imprenta, alrededor de 35000 libros habían sido impresos con un total de copias de cerca de 20 000 000. En el siglo XX  el volumen global  de literatura, ciencia y tecnología creció aproximadamente a la misma velocidad, doblándose cada siete u ocho años. Desde los anos 1970, con el crecimiento de las tecnologías de computación, el número de información se ha venido duplicando cada  año. El tiempo promedio de vida en los últimos cuatrocientos años, en cambio, en lugar de crecer geométricamente,  solo lo ha hecho aritméticamente. De ahí nuestra habilidad decreciente para ajustarnos a la información ambiental. Uno solo puede imaginar el momento en que únicamente los individuos excepcionales, equipados con súper computadoras, podrán ser capaces de mantenerse a la par con la información de la época. Pero, mas temprano que tarde, la civilización también los dejara atrás.

La habilidad de conservar y transmitir información, dice el academico  Mikhail Epstein,  se ha acelerado enormemente con el disco compacto. Todo lo que la humanidad desarrolla a traves del tiempo lo condensa históricamente. Toda la memoria de la especie puede ser,  en corto tiempo,  accesible a cada individuo. El problema  es que la condensación de la información siempre queda detrás de su proliferación, lo que  hace imposible su dominio. El resultado  es la creciente fragmentación  de la cultura y la especialización de las sub culturas. El individuo se identifica cada vez menos con la humanidad y más con culturas locales o disciplinas estrechas.  

Hoy día todavía se puede ser especialista en un autor determinado  ¿Pero… en aproximadamente un siglo, no será esta especialidad considerada demasiado amplia? Lo más probable es que el especialista se concentre solo en una obra  o en  un  tema de un autor en particular.  R. Buckminster Fuller (“Synergetics…”, 1975) especulaba que el trauma informático puede resultar en la extinción humana. La ciencia ha descubierto que todos los casos conocidos  de extinción biológica fueron causados por la sobre especialización al sacrificar la adaptación general. La especialización cultural, dice, alimenta sentimientos de soledad, futilidad, confusión y prejuicios en los individuos que provocan discordias internacionales que llevan,  finalmente, a la guerra.


Es claro que actualmente  la mayor fuente de riqueza proviene de la información más que de la  industria o la agricultura. En el ambito de la producción material el consumo es  más rápido. En el de la información, en cambio, la situación es opuesta.    Se produce  mas informacion de la que el indivuo puede absorber. La mente individual  ya no puede abarcar  lo que la mente de la especie crea.  No seria raro que el individuo continue la diversificación y especialización hasta que las palabras humanos y humanidad no tengan mucho  en común.

El argumento de Epstein se basa en el hecho de que el capital informativo  aumenta y circula  fácilmente. El problema es que su circulación produce un exceso inconsumible que  crea  nuevas dificultades. Una mente incapaz de captar una idea dada o procesar una cantidad de información es una mente desvalida  y potencialmente destructiva. Esto no es solo una cuestión  relacionada con la distribución de las fuentes informativas, sino de la habilidad intelectual para consumirlas ¿Quiénes son los desvalidos? Todos nosotros, en diferentes grados. Como individuos quedamos detrás del avance del conocimiento común que es de todos y de nadie. Esta desproporción,  en alguna medida, nos separa cada vez más.


Esta escena puede aparecer bastante  melodramática para quienes creen que las computadoras resolverán el problema del exceso al que ellas contribuyen. Es cierto que el Internet, en un instante, nos permite acceder y sortear una tremenda cantidad de información y, no importa la cantidad que produzcamos, las computadoras siempre  ayudaran a guardarla, organizarla y usarla. El problema es que en el Internet cada consumidor de información potencialmente se transforma en un productor y lo menos que necesitamos es producir más. La información generada en esta forma, a pesar de su calidad inferior, de todas maneras debe tomarse en cuenta. En el pasado, la cultura del manuscrito a través de los siglos fue  creando sus propios criterios rígidos de selección. La deficiencia del material impreso  limitaba  el acceso del autor a la publicación que imponía criterios profesionales, editoriales, educacionales y estilísticos. El criterio de la cultura impresa, mas tarde, ha sido menos rígido, pero continua siendo restrictivo. Con el despliegue de la cultura digital  todo criterio selectivo se hace obsoleto. Sus ondas sonoras están por todas partes y sus sonidos son, mayormente, ruidos. Cualquiera puede diseminar información que no se necesita, creando una explosión que deja a muchos sin poder absorber la información que necesitan.   53 millones de “Blogs” ya existian en el Internet en el 2008, duplicándose cada seis meses, hablando acerca de nuestra vida privada, nuestra vida sexual, nuestra vida soñada, nuestra segunda vida y nuestra falta de vida.

 ¿Estamos en vías de desarrollar una sociedad informática en donde cualquier frase significativa rápidamente se transformara en un sonido insignificante?  La Biblioteca de Babel, de Jorge Luis Borges, contiene todo lo que fue, será o puede ser escrito. No tiene centro ni lógica.  Es un caos de información  compuesta de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales.  Por cada línea racional o proposición significativa hay una cantidad interminable de cacofonía, verbantina sin sentido e incoherencia… Los infieles afirman que la regla de la Biblioteca no es el “sentido”, sino el “sin sentido” y  la racionalidad  es  casi una excepción milagrosa. Para producir las obras literarias que consideramos creaciones artísticas superiores les tomo a los humanos miles de años  de refinamiento lingüístico. Tomaría millones de años ubicar estas obras en una verdadera Biblioteca de Babel, una conteniendo todas las posibles combinaciones de signos. Llevaría menos tiempo crear algo de la nada que ubicarlo en el medio de todo eso. Según John Naisbitt la información desorganizada y sin control ya no es un recurso en una sociedad informática. Por el contrario, se hace la enemiga del trabajador informático. Los científicos que se ven abrumados con datos técnicos se quejan de polución informática y piensan que les toma menos tiempo llevar a cabo un experimento que investigar si este ya ha sido hecho.


 El espacio virtual  es parte de nuestra conciencia y limitado por la duración de nuestras vidas.  Su pureza es tan importante como la pureza del ambiente natural. El aumento de la distancia entre el individuo y la humanidad es un problema “de la ecología de la conciencia”, de cómo proteger nuestro espacio interior.  La progresión geométrica de la información empieza a atochar el espacio mental y su efecto es el  adormecimiento intelectual y el aburrimiento. Uno siempre piensa  que el aburrimiento se debe a la falta de estímulos. Pero, lo que es bastante común, es que también puede surgir del exceso de estimulación. La información, al igual que la energía, dice Epstein, tiende a degradarse en entropía… ruido, redundancia y banalidad. La velocidad de la información deja atrás a la lentitud del significado.

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