En tiempos pasados acostumbrábamos a decir… “Te amo
con toda mi alma” Hoy día, cuando los bordes entre la Teología, la Biología y
la Tecnología empiezan a perder su nitidez, esta expresión, podríamos decir, ha
quedado relegada al desván de la historia. Si quisiéramos encontrar algo
equivalente tendríamos que decir…“Te amo con todos mis genes”.
En una de las películas mas populares de Stephen
Spielberg, “E.T.”, vemos, en una de sus ultimas secuencias, al héroe
extra-terrestre yaciendo en la mesa de operaciones en donde un equipo medico
intenta desesperadamente salvarle la
vida. De pronto, uno de los científicos lanza un grito exclamando, “Tiene
ADN…Tiene ADN…”
D.Nelkin y M.S. Lindee (autores de “The DNA Mystique:
The Gene as a Cultural Icon”), al comentar la escena afirman que esta
referencia, este descubrimiento de que el extra-terrestre posee genes al igual
que nosotros refleja hoy día ideas familiares. Forma parte de una narrativa
cultural en la que el gene es removido de la historia, el tiempo y el espacio.
En breve, de toda contingencia y temporalidad. Esta molécula esencial es vista,
no como consecuencia de las condiciones en las que se desarrollo en la Tierra,
sino como una sustancia ultima presente en todo ser vivo, independiente de su
planeta de origen. El descubrimiento del
ADN en el cuerpo de E.T. es algo así como encontrar la segunda edición de la
Biblia revisada, actualizada y aumentada con el Nuevo
Testamento, en la nave espacial de un marciano. El mensaje implícito en esta
narrativa es el de que tal descubrimiento libera al texto molecular de la
historia y lo transforma en algo verdaderamente universal.
Dime que genes tienes y te diré quien eres.
M.Rothstein, al escribir el obituario de I. Asimov en el New York Time, afirmo que “todo esta en los genes”. Y una
biografía de J.Joyce contiene un diagrama con su diseño genético. Ya sea
en el melodrama televisivo, los
comerciales, las revistas, los tabloides o los diarios , los genes aparecen
como la ultima explicación de la criminalidad, las diferencias raciales, la
timidez, la inteligencia, la homosexualidad, la obesidad, la pobreza, el
alcoholismo o la flojera... Hay genes para todos los gustos. Genes de
celebridad, de violencia, de ahorro, de pecado, de egoísmo. Esta imaginación popular que colorea el
mercado nos entrega una noción del gene como algo poderoso, deterministico y
fundamental para comprender la conducta y desentrañar el “secreto de la vida”. En los anos 90 los genetistas vieron al genoma como
la “Biblia”, “El Libro del Hombre” o “El Cáliz Sagrado”. Si es cierto que el
gene es una estructura biológica, la unidad de la herencia, una secuencia del
ácido deoxyribonucleico que especifica la forma de una proteína y transporta
información que ayuda a formar y darle vida a las células y los tejidos, no es
menos cierto que también se ha transformado
en un icono cultural, un símbolo y, prácticamente, en una fuerza mágica.
El gene biológico, esa estructura nuclear con la forma de una escalera torcida,
ha empezado a poseer un significado
cultural independiente de sus propiedades biológicas. Lo cierto es que hoy se
ha convertido, doblemente, en un concepto científico y un poderoso símbolo
social con poderes múltiples.
A pesar de toda la retórica Post-Modernista que
proclama una abierta actitud anti-esencialista y, con ello la muerte del
sujeto, nos encontramos aquí con que las
imágenes y narrativas del gene en la cultura popular entregan, por el
contrario, un mensaje que contiene un
esencialismo genético al reducir la si mismidad a una entidad molecular,
igualando al ser humano con toda su complejidad social, histórica y moral con
sus genes que se transforman ahora en el equivalente secular del alma
cristiana. Independiente del cuerpo, el gene aparece en esta nueva narrativa como un elemento
inmortal y fundamental en la
constitución de la identidad, capaz de explicar las diferencias individuales,
el orden moral y el destino humano. Es el sitio de nuestro verdadero ser y, por
tanto, relevante en los problemas de la
autenticidad personal planteados por nuestra cultura. En cierta forma pareciera
que en esta narrativa popular, tanto el individuo como el orden social fueran
la expresión directa de esta poderosa, mágica y, a veces, sagrada entidad.
Por milenios, gran parte de las culturas pre-modernas
han reconocido alguna entidad que es relativamente independiente del cuerpo y
que es lo que le da vida y poder. En diferentes culturas y en diferentes
momentos se le ha llamado yalo, noos, hun, alma o espíritu y es algo que
persiste cuando el cuerpo se ha ido y,
al contener todos sus elementos esenciales, puede ser usada para traerlo de
vuelta –en el día de la resurrección y juicio final, por ejemplo. Mas aun, esta
identidad también es central en la identidad o si mismidad del sujeto. El
esencialismo genético, que hoy ha empezado a modelar gran parte de la
imagologia popular, obtiene su poder, en gran medida, de estas raíces teológicas.
El gene se ha transformado en una forma de hablar acerca de los límites de la
personalidad, la naturaleza de la inmortalidad y el significado sagrado de la
vida en formas que se asemejan a las narrativas religiosas. Así como el alma
cristiana ha proveído conceptos
arquetípicos a través de los cuales ofrece entender la persona y la continuidad
del ser, así también, el gene aparece en
la cultura popular como una entidad semejante al alma, una reliquia sagrada e
inmortal, un territorio prohibido. Esta no es solo una semejanza lingüística o
metafórica. Es mucho más que eso. El genoma ha empezado a reemplazar, en el campo social y cultural, las funciones que una vez tuvo el alma.
Imágenes genéticas aparecen en los lugares menos
inesperados. El automóvil BMW tiene una “ventaja genética”. El Subaru es una
“súper-estrella genética” y el
Toyota tiene “un gran conjunto de
genes”. Y, para no ser menos, los productores de Infinity definen su
autenticidad en un comercial que afirma que “mientras algunos sedanes de lujo lucen como sus
antepasados, los nuestros poseen el mismo ADN.” Las imágenes habituales y las
metáforas familiares proveen las formas culturales que permiten la comunicación
de ideas. A través de la repetición forman los hábitos de pensamientos
inconscientes y el conjunto de presunciones y creencias que configuran nuestro
orden socio-conceptual. La cultura popular –como lo mostró T. Adorno en la
década de los 40- nos ofrece la oportunidad de examinar los cambios de
significado en nuestra sociedad, como también sus presupuestos. Las imágenes de
los medios de comunicación no determinan
la conducta individual. Sus efectos en nuestras decisiones individuales,
obviamente, están mediatizados por actitudes previas y por aquello que esperamos
del futuro. Pero, la persistencia de las mismas imágenes nos revela el tipo de
conductas que culturalmente valoramos, creando así un marco en donde nuestras
expectativas se dan. La repetición hace posible la imposición de una hegemonía
ideológica que define ciertas acciones y pensamientos como naturales, como una
cuestión de hecho.
La razón de las crisis sociales puede ser atribuida a
la acción de seres supernaturales, al destino, a la clase dominante o a las
políticas inoperantes del Estado. La
elección de cualquiera de estas siempre va a reflejar, en mayor o menor medida,
creencias culturales acerca de la naturaleza fundamental del ser humano, la
relación entre el individuo y la sociedad o la responsabilidad del Estado. En
la década de los 80, durante el apogeo mundial del neo-conservatismo, el
énfasis en la responsabilidad individual empezó a jugar un papel más importante
en las políticas culturales. Los individuos mismos empiezan a ser vistos como
la fuente de problemas sociales y, consecuentemente, la adopción de la
responsabilidad personal pasa a ser la
forma apropiada para resolverlos (“la pobreza podría terminar si los pobres se
decidieran a trabajar”, “la población negra y los indígenas debe
responsabilizarse por la actualización de sus vidas”…) Por supuesto, nada de
malo hay en asumir la responsabilidad personal. Todo lo contrario. El problema
es que, al poner el énfasis primariamente en la responsabilidad individual, el
amplio espectro de fuerzas económicas y sociales dentro del cual el individuo
actúa queda fuera de foco. Si concebimos lo social solo como una colección de
sujetos completamente autónomos, entonces toda la responsabilidad, tanto por el
progreso o por los problemas sociales, yace, no en la acción de grupos, en las
organizaciones políticas, en las instituciones económicas o en los aparatos ideológicos,
sino, en el individuo, ya sea para mejor o peor. Si el ser humano no es
transformable, si su constitución es algo ya dado (y en la fantasía política
contemporánea un trazo genético es un trazo que no puede ser afectado por las
fuerzas del ambiente) entonces cualquier intento por cambiar o transformar las
estructuras sociales puede considerarse irrelevante. Es poco lo que el Gobierno
puede hacer para transformar o ayudar a aquellos que están programados para ser
lo que son. Los programas sociales pierden su importancia cuando los problemas
sociales derivan de la biología individual.
La atracción del esencialismo genético para el
neo-conservatismo radica en la utilidad ideológica que le proporciona en su
lucha en contra de las políticas igualitarias de la izquierda, en su uso como
arma en contra del Estado de Bienestar y su intento de reemplazarlo por el
sector privado. Las desviaciones genéticas liberan al Estado y a la sociedad de
la responsabilidad colectiva por las condiciones sociales que promueven la
violencia y la explotación.
Y, sin embargo,
a pesar de este énfasis individual, las explicaciones genéticas poseen un doble
filo. Si remueven la responsabilidad del Estado y la sociedad, también la
remueven del individuo, liberando a este de responsabilidad moral al proveer
una excusa biológica por las causas de su acción. Los genes son agentes del
destino. No somos mas que victimas de una molécula, prisioneros de nuestra
herencia ¿No es esta una nueva forma de culpabilidad…una culpabilidad biológica?
No soy yo, sino las deficiencias de mis padres que me pasaron genes malos o del
doctor que no ordeno exámenes pre-natales. La narrativa biológica dentro de los
valores neo-conservadores le permite a este ubicar problemas y soluciones
dentro del individuo y definir efectivamente los términos del discurso público.
Las explicaciones biológicas –“esta en mis genes”- reproduce las explicaciones
teológicas- “el diablo me hizo hacerlo”.
La amenaza de una nueva pesadilla configurando nuestra
realidad se hace cada vez mas evidente… ¿para que molestarnos con el arduo
trabajo de enseñar, entrenar e investigar si, por lo menos en principio,
defectos tales como las limitaciones en la habilidad para aprender pueden ser
eliminadas y, quizás, reemplazadas por otras cualidades positivas a través de
la selección e ingeniería genética? Avances en genética humana compiten con
políticas educacionales o, mas precisamente, comienzan a hacer posible la
planificación de programas vio-genéticos a largo plazo que tienen una enorme ventaja a su favor…disminuyen los
costos y reemplazan la incertidumbre de los resultados por la “eficiencia de la
pre-planificación”. Mas aun, si seguimos extrapolando y anticipando, podríamos
decir que todo lo que podría ocurrir, finalmente, ocurrirá. Las regulaciones
del trabajo y las medidas de protección de los trabajadores, por ejemplo, podrán
ser reemplazadas por exámenes genéticos
de empleo que llevara a un pragmatismo
selectivo voluntario en el estadio pre-natal. La consecuencia de todo esto no
es difícil de imaginar… los individuos que posean ciertas propiedades
susceptibles de ser discriminadas tenderían a desaparecer. En otras palabras,
simplemente no nacerían.
¿Cual seria el futuro de la educación si los límites
ya han sido definidos para los niños antes de entrar a la escuela primaria? ¿O
de la jurisprudencia, si al
criminal no se le da la posibilidad del
arrepentimiento y la re-socialización? ¿O del mercado laboral si las huellas
genéticas reemplazan al currículum vitae? ¿O de las compañías de seguros, si el
monto mensual depende de cuantas mutaciones genéticas el cliente posee?
Un nuevo significante maestro esta a la espera para
hegemonizar el campo socio-cultural…El que lo logre, solo el tiempo lo dirá.
Nieves y Miro Fuenzalida.
Ottawa, Octubre 2002