Sunday, November 23, 2025

La trampa de la identidad

 

A través de sus campañas Trump invita a sus seguidores que se divirtieran a costa de sus enemigos, que disfruten agrediendo violentamente a los manifestantes o incluso a los medios de comunicación que cubren sus mítines. La euforia que estos mítines producen es la de una multitud que recibe el mensaje de que el culpable de su falta de satisfacción es el inmigrante, el otro racial, los medios de comunicación o los académicos comunistas que infectan las universidades. En contraste, la representante de la legislatura por Nueva York, Alexandria Ocasio-Cortez, expresa que no le importa si alguien vota por ella o no. Eso no cambiara el hecho de que voy a luchar para que tengan acceso a la atención medica. Por eso quiero que los seguidores de MAGA también tengan acceso a la atención medica y reciban un salario digno.  

 

¿No es esta la diferencia entre la política de la identidad y la política de la universalidad?

 

Como nota Todd McGowan la promesa de la modernidad es la promesa de la emancipación universal. Con la ruptura de la autoridad tradicional la modernidad pone fin a cualquier justificación teórica para privar a alguien de su libertad o la defensa de una sociedad desigual. La lucha revolucionaria por la “libertad, igualdad y fraternidad” es la lucha por la universalidad.  Y, sin embargo, basta con una simple mirada al mundo contemporáneo para ver la falta de libertad y desigualdad reinante por todos lados. No solo una anomalía, sino una característica constitutiva. La igualdad universal ha dejado de ser un proyecto político viable... ¿qué ha pasado aquí?

 

La historia del siglo XX es la historia de cómo la universalidad se volvió toxica y la identidad particular políticamente deseable, en repudio a la catástrofe Nazi y el gulag Soviético. La victoria bolchevique, la revolución de Mao y la toma del poder en Camboya parecieran revelar que los proyectos igualitarios no son una buena idea, al igual que el Nazismo que culmina con el Holocausto. No es extraño que los lideres y teóricos políticos hayan rechazado y criticado estos movimientos. La universalidad, que era parte integral del proyecto revolucionario, se convierte ahora en la principal característica de la opresión. En lugar de liberar a los sujetos de su particularidad ideológica, la universalidad se presenta como una ideología que no admite la diferencia ni la alteridad. El fascismo, el estalinismo y el capitalismo global parecen operar mediante la imposición de su universalidad sobre grupos oprimidos. Para Derrida, por ejemplo, lo universal no es mas que la sustitución de la propia mitología particular por una estructura que se aplica a todos. La universalidad, dice, es la violencia disfrazada de una mitología inflada. Y muchos otros, como Adorno, Karl Popper, Leo Strauss, Foucault y Agamben, entre los mas famosos, emprenden un camino similar, alejándose de la lucha universal del marxismo para centrarse en una serie de luchas particulares. No una revolución total, sino cambios específicos. Un giro que se produce como el intento de alejarse  del Holocausto y del gulag... ¿quién podría culparlos?

 

Y, sin embargo, hay algo verdaderamente erróneo en su interpretación de lo universal. La violencia del nazismo es distinta de la violencia del estalinismo y no se pueden caracterizar con la misma etiqueta, como la de totalitarismo. Pero, en verdad, ambas implican una traición de lo universal.

 

Después de la guerra el análisis del nazismo se centra casi exclusivamente en su ataque a identidades especificas... judíos, gitanos y homosexuales. Pero se omite a otro grupo, los comunistas, que revela con mayor claridad que la lógica política del nazismo no fue solo un ataque contra los judíos, sino, principalmente, contra la universalidad. Las primeras victimas enviadas a campos de concentración fueron los enemigos políticos del Reich. El ataque a comunistas y judíos fue un ataque a la universalidad. Los comunistas proclamaban abiertamente su compromiso con la igualdad universal y rechazaban la teoría nazi  de la superioridad  de una identidad racial particular. Y los judíos, al igual que los comunistas, según la visión nazi, encarnaban la universalidad al no poseer una identidad racial propia, parasíticos de otras razas. Desconectados de la tierra y la identidad que proporciona el arraigo es lo que los transforman en enemigos mas peligroso que los comunistas. El genocidio judío no surgió de la maldad diabólica nazi, sino de su política identitaria. El intento de privilegiar  la identidad aria exige tener un enemigo. Pero no cualquier enemigo. El ataque a los judíos fue el ataque a la universalidad que compartían con los comunistas en defensa de la identidad particular nazi. Un ejemplo de una política de la identidad llevada a su extremo. En contraste, el estalinismo no promulgo una identidad particular como el nazismo, pero fue otro ejemplo de alejamiento de la universalidad. Los crímenes del estalinismo no fueron crímenes de lo universal, sino el resultado de una concepción errónea de la universalidad. De la creencia de que la igualdad universal debía realizarse plenamente a través de la invención, en lugar de un valor descubierto como base para la lucha emancipatorio. Stalin creía en su capacidad particular para lograr la universalidad, pero esta creencia, unida con el sueño de que la revolución permitiría la pertenencia o inclusión de todos, fue letal. Cuando se concibe la universalidad como un futuro realizable que no excluye a nadie, se requiere  la creación de enemigos que se conciben como obstáculos para justificar la imposibilidad del logro revolucionario. Los enemigos de la revolución, por tanto, son necesarios para explicar porque todavía no se ha logrado la igualdad universal. Los Kulaks se convirtieron inicialmente en el obstáculo que la revolución debía eliminar para lograr la plena integración, seguidos por las matanzas masivas de campesinos y las purgas de la dirigencia del partido. Toda esta catástrofe social fue consecuencia de la creencia de Stalin que se auto considero el artífice de una sociedad en la que todos tuvieran cabida. A diferencia del nazismo, el estalinismo fue un proyecto explícitamente de izquierda que fracaso. La universalidad no puede tener enemigos y seguir siendo universalidad,       

 

Para redimir el proyecto de emancipación universal, es necesario replantear el significado de universalidad. Generalmente se cree que esta es lo que obliga a cada particularidad encajar en un molde general y seguir sus dictados. El problema con esta creencia es que ubica la universalidad en aquello que determina el lugar de cada elemento dentro de la estructura social, en lugar de aquello que no encaja en la estructura. La cosa, por el contrario, es que lo que no encaja en la estructura es  justamente el punto de universalidad. La parte que no es parte. Todas las luchas políticas están conectadas a través de una no pertenencia compartida, que es lo que constituye el limite interno de cualquier grupo. Ninguna sociedad puede incluirnos sin alienarnos simultáneamente. Nuestra pertenencia siempre esta en peligro de fracasar y este fracaso es la base de la libertad frente a la determinación social.

 

La identidad, dice McGowan, proporciona una identidad política que impide salir de los limites de lo que uno ya es. Cuando recibimos o adoptamos una identidad, no importa cual sea, nos sometemos a las exigencias que la estructura social impone. Nos adaptamos a una posición simbólica cuyas restricciones determinan ideológicamente  los limites de nuestras acciones. Quien es judío, por ejemplo, analizara las situaciones desde la perspectiva de su judaísmo, lo que influirá en las posibilidades que perciben.

 

Si la identidad es atractiva es porque, entre otras cosas, permite imaginar múltiples identidades distintas coexistiendo sin que se impongan unas a otras. El ideal, de acuerdo con el multiculturalismo, es la convivencia en la diversidad. Sin embargo, esta convivencia inevitablemente se topa con una barrera in franqueable que hace imposible la inclusión universal.     

Si lográramos, por ejemplo, establecer una comunidad que no busque excluir a nadie, esta solo seria posible en la medida en que exista alguna identidad fuera de ella, como la de quienes rechazan el sistema de tolerancia mutua. Lo irónico es que necesitamos otra identidad opuesta a la nuestra para constituir la propia... los judíos para los nazis, los negros para los blancos, los inmigrantes para Trump, etc. Sin el otro en la posición de enemigo, no hay identidad. La nuestra eventualmente se topara con otra incompatible.

 

La diferencia entre la política reaccionaria y la política emancipatoria, entre izquierda y derecha, se manifiesta con mayor claridad en el tipo de adversario o enemigo que cada una enfrenta. Donde la política de la identidad reconoce a un enemigo, el universalismo ve a un camarada potencial. Invita a sus oponentes a que se unan a la lucha por la emancipación, en lugar de negar su existencia. Y no porque la universalidad sea una vasta extensión donde desaparecen todas las divisiones. Eso no es universalidad, sino uniformidad. No se trata de buscar una universalidad sin rastro de particularidad. Lo que universalmente compartimos no es una identidad común, sino lo que no tenemos, lo que esta ausente en nuestras vidas, la imposibilidad de ser un “ser en si” como decía Sartre.

 

No hay que confundir, por tanto, la universalidad con la suma de todas las particularidades, con la lógica de que si sumamos negros, blancos, cristianos, musulmanes, homosexuales, latinos, indígenas, etc. etc. finalmente lo tendremos todo. No se trata, según McGowan, de lograr una combinación total. Por el contrario, es lo que permanece ausente en una colección completa de particulares. El objetivo de la lucha política no es incluir a todos dentro de la estructura social, sino reconocer el fracaso de toda inclusión. Cuando la inclusión de algunos es la meta, la exclusión de al menos uno es inevitable. Y cuando la meta es la inclusión de todos, la exclusión de al menos uno es, igualmente, inevitable. El proyecto de inclusión nunca termina. Siempre queda algo afuera. La política universalista implica aceptar la falta de pertenencia, la imposibilidad de una comunidad en la que diversas identidades pueden coexistir unas al lado de otras en un estado de mutua tolerancia.

 

El fracaso de las políticas de la identidad radica en abordar el racismo, el sexismo o la homofobia como si fueran cuestiones de identidad cuando, en verdad, son luchas universalistas que se dan al mismo novel que las luchas económicas. El universalismo no puede ignorar la estructura capitalista que por si misma imposibilita la igualdad. El capitalismo actúa como la barrera mas intransigente para el reconocimiento de la universalidad. No permite ver, por ejemplo, que la persona trans que lucha contra una sociedad opresiva libra la misma batalla que el minero que lucha por su salud. A pesar de que sus identidades y experiencias son diferentes, ellos participan de lo universal a través de sus luchas que revelan lo que esta constitutivamente ausente. Ningún proyecto universalista, por tanto, puede aislarse de la critica del capitalismo y seguir pretendiendo ser universalista.

 

Las implicaciones políticas del rechazo a la universalidad son catastróficas si consideramos el cambio climático. A pesar de ser un fenómeno global, lo confrontamos con iniciativas particulares... reciclar, conducir menos, instalar paneles solares, plantar mas arboles, impuesto a la emisión de gases fósiles, etc. La crisis es universal, no solo porque afecta a todos, sino porque es el punto de ausencia en el orden social. Lo que compartimos es la catástrofe ambiental que no podemos controlar. La ausencia de una vía de escape para unos u otros  es la forma que adopta hoy la igualdad. El capitalismo esta desprovisto de las herramientas necesarias para afrontar esta crisis que exige universalidad. La lucha contra el cambio climático debe ser también una lucha universalista contra el capitalismo.

 

Nieves y Miro Fuenzalida.


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