Desde los 90s el discurso de la tolerancia se ha transformado en un tema central en las llamadas democracias liberales desde el momento en que la nueva inmigración amenaza la identidad étnica europea, los indígenas buscan reparación, la identidad de la religión islámica deviene en una fuerza política y los conflictos étnicos se transforman en el sitio del desorden internacional. La tolerancia acríticamente se promulga como solución y las escuelas la enseñan, el gobierno la predica y las asociaciones religiosas y cívicas la difunden. Los objetos potenciales de la tolerancia incluyen culturas, estilos de vida, modas, posiciones políticas, religión, incluso, regímenes. Esta variedad de objetos hace difícil precisar un significado único y su practica y modalidad puede diferir de un contexto a otro.
Según Wendy Brown la tolerancia surge como parte de un discurso que identifica la tolerancia y lo tolerado con el Occidente que, por contraste, define las practicas y sociedades no liberales como intolerantes y bárbaras regidas por gobiernos no democráticos. El Occidente se imagina a si mismo como representante del mundo libre, democrático y civilizado en contra del primitivismo, la tiranía y el fundamentalismo del Otro. La tolerancia como principio político define, entonces, la oposición entre liberalismo y fundamentalismo. Pero, eso no es todo. Implícitamente, también legitima la agresión imperialista y la supremacía cultural y política del Occidente. Ver la tolerancia en relación al poder no significa rechazarla. Significa cambiar su estatus de virtud trascendente a un elemento histórico de gobierno liberal.
En las democracias neoliberales la tolerancia se despliega como una forma de doble despolitización. Por un lado la desigualdad, la subordinación, la marginalización y los conflictos sociales, que requieren análisis y soluciones políticas, se presentan como cuestiones personales o individuales o cosas naturales, religiosas y culturales. Una cuestión de prejuicio individual o de grupo. La despolitización del fenómeno político impide la comprensión de su emergencia histórica y, por tanto, el reconocimiento del poder que lo produce y define. Lo tolerado se presenta como un objeto natural y esencialmente diferente de quien lo tolera. En la intención de tolerar otra raza, etnia, cultura, orientación sexual o religión no hay ninguna indicación de que las diferencias o identidades en cuestión hayan sido social e históricamente constituidas, efectos de normas y poderes imperantes. Y, por otro lado, tenemos el reemplazo del vocabulario político por el vocabulario emocional y personal para formular soluciones a problemas políticos. En la practica el discurso de la tolerancia reemplaza el ideal de igualdad y justicia. La sensibilidad o respeto por el otro sustituye la justicia para el otro y el sufrimiento causado por las estructuras sociales se reduce a una cuestión de “diferencia”. El problema es que cuando el sufrimiento pasa a ser una cuestión de sentimiento personal las practicas políticas se reemplazan por practicas emocionales y conductuales, por entrenamientos sensitivos, por mejoramiento de los modales.
Toda esta orientación es parte de la culturalización de la política, de la idea de que cada cultura tiene una esencia tangible que la define y la política es consecuencia de esta esencia. Es esta reducción esencialista la que explica todo. Las masacres, los conflictos del Medio Oriente, el patriarcalismo, el fundamentalismo religioso, etc. Después de la Unión Soviética la “cortina de hierro de la ideología ha sido reemplazada por la cortina de terciopelo de la cultura”. Los conflicto ideológicos son reemplazados por conflictos culturales. Esta culturalización política es bien curiosa. Se aplica a los otros, pero no a “nosotros”, las democracias liberales. Ellos se rigen por su cultura y nosotros, en cambio, disfrutamos la cultura, pero nos auto regimos. El colocarse por encima de la cultura y verse a si mismo como su protector, sin ser conquistado por ella, es lo que le permite al liberalismo definirse como tolerante frente a las costumbres y religiones del otro. Pero, el liberalismo occidental, a pesar de todo lo que pueda decir, no esta mas arriba o fuera de la cultura que cualquier otra cultura. La autonomía y universalidad de los principios liberales es altamente cuestionable, por no decir un puro mito, si consideramos sus ambiciones imperialistas… ¿cuan liberal o tolerante es obligar a otros a ser “libres” o forzarlos a ser “democráticos” a través de “cambio de régimen”?
La tolerancia es la respuesta a algo que preferiríamos que no existiera. No es una estrategia de resolución o transcendencia, sino el manejo de lo indeseable, repugnante, fallido, amenazante o detestable. Un acto de poder disfrazado de magnanimidad que permite o da licencia a existir. Si miramos como el termino se usa en otros campos podemos ver con toda claridad este sentido. En la fisiología de las plantas, por ejemplo, la tolerancia a la sequia se refiere a cuanta privación de alimento, sol o agua la planta puede soportar para seguir viviendo. En medicina la tolerancia a las drogas, implantes, trasplantes o lo que es obviamente toxico se refiere a la habilidad del cuerpo para acomodar lo que es foráneo o extraño. En fisiología la tolerancia al alcohol y otras sustancias indica la capacidad del organismo para absorber, metabolizar y procesar elementos peligrosos. En ingeniería tolerancia es la distancia o grado aceptable de desviación permitida que la estructura puede soportar. En algunos países “Cero tolerancia” se usa en relación al uso de drogas ilícitas, abuso domestico, texting mientras se maneja, etc. En cada uno de estos dominios el termino indica el limite que permite a lo foráneo cohabitar con el anfitrión. El limite de cuanta toxicidad puede ser acomodada sin destruir el objeto, el cuerpo o los valores. La tolerancia, entonces, de acuerdo con esto, puede verse como un modo de incorporar y regular la presencia de lo amenazante, un compromiso entre rechazo y asimilación, una forma de neutralizar lo extraño. El reclamo de que la tolerancia es la política de la protección de las minorías puede que sea uno de sus efectos. Lo que es tolerado, en verdad, no se disuelve ni asimila, sino que retiene su singularidad y heterogeneidad, es decir, su amenaza, dentro del cuerpo social.
La tolerancia no resuelve los antagonismos, solo los acomoda. Los objetos tolerados invariablemente son marcados como marginales y los que toleran son obligados a reprimir su hostilidad en el nombre de la paz, la virtud ética y el progreso social. No es raro que los primeros alberguen resentimiento y los segundos, agresión reprimida. Es este doble aspecto de la tolerancia el que produce un “panorama síquico inestable” en el multiculturalismo liberal.
Solo en los últimos tiempos la tolerancia se ha transformado en el occidente en el símbolo que distingue una sociedad libre de una fundamentalista, la civilización de la barbarie y la sociedad individualista de la organicista. Es lo que define la superioridad de la civilización occidental y lo que marca a las otras como intolerables. Lo que esta dentro de la civilización es tolerable y tolerante. Lo que esta fuera, no es ni uno ni otro. Es este discurso, dice Brown, el que coloca al occidente como el estándar de la civilización. La tolerancia en el opera como muestra de supremacía y manto legitimador para la dominación imperialista. Cualquier nación que se ubique fuera de estos estándares necesita ser traída al lugar de encuentro de la “civilización global” que ahora reemplaza a la civilización plural.
El heterosexual tolera al homosexual, el cristiano al musulmán, el blanco al negro, el hombre a la mujer, etc.… pero solo hasta un punto. Lo universal tolera lo particular, en su particularidad. Pero es lo universal lo que aparece como superior a lo que es particular, a lo que no ha sido asimilado a lo universal. El homosexual es definido a partir de su sexualidad, al igual que los musulmanes, católicos o evangélicos, por su religión o etnicidad que los hace menos capaces de participar en lo universal por estar demasiado saturados por su identidad sexual, religiosa o étnica. Quien tolera no necesita ser tolerado. Quien es tolerado se presume que no es capaz de tolerancia. La estructura binaria de este discurso circula, no solo poder, sino también superordinación y subordinación de los términos. La legitimación de la tolerancia como un discurso civilizador en el fondo enmascara la violencia en el trato con otras naciones no occidentales.
No es que no haya diferencias entre regímenes que promueven explícitamente la tolerancia y los que no lo hacen. El problema es que el discurso liberal de la tolerancia convierte estas diferencias en opuestos ontológicos a los que les atribuye una esencia distorsionada, en lugar de verlos como productos de relaciones históricas de poder. Por un lado tenemos a los fundamentalistas, intolerantes, sin libertad y por el otro, a los pluralistas, tolerante y libres que se identifican con el liberalismo civilizado… ¿No estamos aquí de vuelta al esquema maniqueísta? Nosotros los civilizados, los otros los barbaros que tiran a las viudas a la hoguera o le mutilan los genitales a las niñas.
Por supuesto que estas practicas son intolerables y barbáricas. Pero… ¿Las democracias liberales están libres del barbarismo? ¿Por que el occidente no considera como practicas barbáricas la polución del planeta y la destrucción de sus recursos, el dedicar la vida a la persecución del dinero, el almacenar armas nucleares, la muerte industrializada de animales, las guerras de conquista imperial, la disparidad de géneros, la persistencia del racismo? Desde una perspectiva diferente, todas estas practicas son deshumanizantes, violentas, coercitivas y destructivas… es decir, bárbaras.
Por supuesto que la tolerancia es preferible a los conflictos civiles violentos. Este no es el punto. El punto es que este discurso le sirve a las naciones mas poderosa del occidente para legitimar la globalización de la violencia imperialista, la política económica neoliberal y la mantención del dominio mundial. Si recordamos G.W. Bush proclamaba que “no tenemos intención de imponer nuestra cultura”, mientras, al mismo tiempo, insistía en un conjunto de principios liberales que los otros no podían rehusar sin arriesgar a ser bombardeados… “O están con nosotros o están con los terroristas”.
Según esta visión, la tolerancia no es solo el signo de la civilización y libertad, sino que también configura el derecho del civilizado en contra del bárbaro que es opresivo y peligroso… es decir, intolerable. Cuando el tolerante encuentra su limite, no dice que encuentra una diferencia cultural o política, sino el limite de la civilización misma. Es aquí, dice Brown, cuando rehúsa extender la tolerancia al otro y viola sus propios principios civilizadores como la autodeterminación de las naciones, la responsabilidad legal internacional y la deliberación racional. Suspensión que puede ir tan lejos como la guerra preventiva.
Nieves y Miro Fuenzalida.
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