Caminando en un claro del bosque disfruto de la hierba salpicada de arboles y rocas, de las mariposas, la brisa y el canto de los pájaros que rompen el silencio. De pronto, el susurro de las hojas a mi espalda indica la presencia de otra persona. Todos los objetos quedan inmediatamente relegados a un segundo plano. Mi atención ahora se dirige exclusivamente a esta nueva aparición. Su inesperada irrupción me provoca una cierta inquietud, una ligera sensación de ansiedad. Lo que capto con el crujir de las hojas no es solo que hay alguien detrás de mi, sino que soy vulnerable.... ¿cuál es su intención? ¿qué esta tramando? ¿qué quiere?
¿No indica esta experiencia que en algún nivel elemental hay en mi semejante algo que despierta mi ansiedad? ¿algo desconocido e inquietante? Según el escritor Richard Boothby nuestras relaciones cuotidianas con los demás, reducidas a pequeñas conversaciones, no solo son engañosamente superficiales, sino que en el fondo funcionan para ocultar una confrontación abismal con algo extraño y enigmático. Lacan, siguiendo a Freud, teoriza este algo con su concepto de das Ding, “la Cosa”, el eje primordial alrededor del cual giran los efectos del inconsciente, la causa motriz inaccesible mas elemental de la conducta y deseos humanos. Y, podríamos agregar, la fuente incomparable de la ansiedad. Es Sartre quien ya hizo notar que ese estado especial se anuncia con una mayor intensidad por la forma en que el otro me ve. Prácticamente no hay cultura en la que el cruce de mirada no este rodeado de poderosas prohibiciones no escritas. En la mayoría de las situaciones el contacto visual no debe mantenerse por mas de dos segundos. Si se prolonga, inevitablemente plantea preguntas inquietantes... ¿por qué me mira? ¿qué es lo que busca? El encuentro de miradas plantea el espectro del das Ding, ese abismo insondable que habita en el otro. Y esa “Cosa”, ese vacío enigmático, es esa parte de nuestra vida mas intima que proyectamos fuera de nosotros. En la confrontación con “la Cosa” lo que esta en juego en ultima instancia es el propio devenir del sujeto. Lo cuestionable en el Otro es, en buenas cuentas, lo cuestionable en uno.
El punto clave aquí, en todo caso, es no ceder a la tentación de reificar o sustancializar “la Cosa”. Esta, en verdad, no es una cosa en absoluto. Como dice Lacan, “La Cosa es también la No-Cosa”. Algo que no tiene existencia objetiva alguna. Mas bien un lugar de pura falta, una zona de algo desconocido. En otras palabras, el marco vacío de la fantasía que ruega ser llenado con contenido, paro que nunca puede ser satisfecho.
Y esta “Cosa” de alguna manera esta íntimamente conectada con la religión. Según Lacan “la verdadera formula del ateísmo es que Dios es inconsciente”. El asombro ante lo divino, dice, surge nada menos que de esta “Cosa”. La religión, incluso considerando su vertiginosa gama de expresiones culturales, simbólicas, morales y sociales, con toda sus complejidades y diferencias es, en el fondo, una formación sintomática centrada en la relación con lo desconocido en el Otro. La sensibilidad religiosa, al igual que para Rudolf Otto, se orienta hacia un “mysterium tremendum”, con la salvedad crucial de que el misterio en cuestión tiene menos que ver con los orbes celestiales que giran sobre nuestras cabezas que con nuestras tensas relaciones con el Otro humano que encuentro junto a mi. Y donde finalmente vemos esto con toda claridad es, nada menos, que en el cristianismo... ¿como así?
Una de las razones de que la religión ha persistido y continuara persistiendo a través de la historia es su tremenda capacidad de segregar significado. Puede dar sentido a absolutamente cualquier cosa y en especial a la vida humana. Este es su poder y este es el poder que encontramos especialmente en el Cristianismo. Como nota Boothby el Cristo crucificado es, sin duda, el Dios mas improbable jamás concebido. Un profeta fracasado, un Dios mendigante y perdedor. Un Dios moribundo que tras de ser escupido y golpeado, es ejecutado de la manera mas atroz e ignominiosa imaginable. No es extraño que sus seguidores quedaran traumatizados por su crucifixión. Su reacción inicial, tras la promesa de la llegada inminente del reino, fue de una desilusión devastadora. Su divinidad fue declarada definitivamente solo en retrospectiva. Y la paradoja final es que su muerte horriblemente degradante ha sido el evento que planteo una inversión extrema de la lógica del poder divino. La solución del apóstol Paulo fue concebir la crucifixión como un sacrificio redentor. La muerte voluntaria de Jesús se convierte en el medio por el cual los pecados de la humanidad serán perdonados. Aquí el contraste con el judaísmo y todas las otras religiones y tradiciones paganas no puede ser mas evidente. En todas ellas son los mortales los que ofrecen sacrificios a Dios. En el cristianismo, la dirección del sacrificio se invierte. Es Dios quien se sacrifica por los humanos. Y, a pesar de lo increíblemente distintivo de este evento, el rasgo definitivo que últimamente distingue a Jesús de todos los demás es su simple y radical mensaje de amor, diferente al que se encuentra en Torah... “Ama a tu prójimo como a ti mismo” porque “El reino de Dios esta dentro de vosotros”. Habéis oído que se dijo “Amaras a tu prójimo y odiaras a tu enemigo” Pero yo os digo “Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen...”
Jesús renuncia a apelar a un Dios trascendente en favor de uno totalmente inmanente. Desde una perspectiva lacaniana, según Boothby, el acontecimiento innovador de la enseñanza de Jesús consiste en localizar lo divino directamente y sin reservas en el abrazo del prójimo. Es la invitación a abandonar toda postura defensiva o angustiante hacia lo desconocido a favor de una apertura radical, de una aceptación sin vacilaciones del Otro, incluso si parece amenazante, ajeno y angustiante. Un amor que solo puede ocurrir contra lo mismo y que rompe el tribalismo comunal. La clave del verdadero significado radica al final de la frase “... como a ti mismo”. La apelación a uno mismo indica que una apertura hacia el Otro esta inevitablemente ligada a una apertura a lo ajeno y amenazante en uno mismo. Psicoanalíticamente significa una apertura al inconsciente. Lo extraño en el prójimo evoca lo que hemos reprimido, lo que amenaza la estabilidad del propio ego. Lo desconocido en el prójimo se presenta, por tanto, teñido de maldad cuya perspectiva mas temible es su correspondencia con el “mal” no reconocido que yace en uno mismo y al que uno no se atreve a acercarse.
Cuando Nietzsche anuncio la muerte de Dios esta era ya una vieja noticia. Prácticamente dos siglos antes el cristianismo ya había anunciado la muerte del mito de un ser divino que se supone habita en un mas allá inaccesible y trascendente. La crucifixión comunica la entrada de Dios en lo humano y con ello niega la trascendencia. Lo que distingue al cristianismo, dice Hegel, es su aceptación radical de la abdicación de Dios. Con el giro ateo del cristianismo se derrumba la triangulación religiosa pagana y judaica al excluir a Dios como intermediario. Según Zizek, la perdida de un Dios trascendente que garantiza el sentido del universo, del Maestro oculto que mueve los hilos y nos vigila, nos deja solos con la terrible carga de la libertad y la responsabilidad por el destino de la creación y de nosotros mismos. Las consecuencias de esta perdida asusta por lo cual no es extraño que los cristianos prefieran quedarse con la cómoda imagen de un Dios sentado allá arriba, velando benevolentemente por nuestras vidas.
Como nota Boothby, la historia del cristianismo es la historia del alejamiento de la confrontación abismal que la crucifixión plantea. La tarea ha consistido en una reversión defensiva del mensaje radical y prácticamente imposible de lograr del profeta Nazareno y su reemplazo por el recurso defensivo del dogma que genera una variedad de creencias canónicas que representan, en ultima instancia, una defensa reactiva contra el núcleo mismo del cristianismo. El cristianismo organizado y teológicamente articulado por la Iglesia funciona casi inevitablemente como su propio Judas. El impacto traumatizante del mensaje de Jesús muy pronto provoco la intensa necesidad de restabilización. El punto mas obvio a destacar es el intenso esfuerzo de la teología cristiana por restablecer la trascendencia de Dios apoyándose en la metafísica griega platónica centrada entre la realidad finita y material y la pureza ontológica de lo suprasensible. En la versión paulina del evangelio, el abrazo del Otro queda relegado a segundo plano. La sublime enseñanza cristiana del don gratuito del amor se reduce a una especie de pago hipotecario de una recompensa de otro mundo. El amor desinteresado se convierte en un auto servicio piadosamente justificado. El reino de Dios entre nosotros queda relegado al mas allá.
Pero, mas importante que cualquiera doctrina en particular es la apelación cristiana a la fe personal. Lo que siempre permanece intacto en las discrepancias teológicas es el hecho novedoso de la introducción del Credo Niceno “... Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo Unigénito de Dios... Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida... Creo en la santa y apostólica Iglesia católica...etc.” Para el cristiano el contenido particular de la creencia es menos importante que la dedicación al acto mismo de creer. El hilo conductor es que los fieles se comprometen con un credo. La posesión de algún tipo de creencia no es, por supuesto, exclusiva del cristianismo. Pero es aquí, como comenta Boothby, donde la dedicación a la creencia adquiere un nuevo desarrollo. Los griegos paganos creían en la existencia de algo parecido a los dioses. Los judíos creen en la existencia de un pacto con Yahveh. Pero tales creencias solo proporcionan un marco para la realidad central, tanto pagana como judía, que se centran menos en la creencia que en la acción. Ritos sacrificiales para unos y la obediencia consciente a las leyes halajicas que rigen la vida cuotidiana, para los otros. Con el auge del cristianismo, en cambio, la pertenencia se convierte por primera vez en una cuestión de mera creencia... ¿cuántos de los que realmente recitan el Credo de Nicea, por ejemplo, entienden lo que dicen? Muy pocos. Pero no importa. La creencia es menos un modo de conocimiento que un medio psicológica para compensar la falta de el. Lejos de reemplazar la ignorancia por el conocimiento, la creencia encubre y defiende su desconocimiento básico... “Donde no entiendo, decido creer”. Y quienes creen introducen una línea implícita de división en el cuerpo social, separándose de los que carecen de ella. Los que no tienen fe se transforman en infieles. La inversión cristiana en la creencia se convierte en el medio por el cual la Iglesia traiciona la enseñanza original de Jesús.
El obscuro lado del legado cristiano se refleja en la larga y sangrienta historia de tortura y asesinato sistemático que la Iglesia ha llevado a cabo en nombre del amor. La paradoja es que los horrores perpetrados en nombre de la cruz surgen precisamente en respuesta a la exigencia del amor a Jesús. No sin razón Nietzsche proclamo bombásticamente que “ha habido solo un cristiano y este murió en la cruz”.
Nieves y Miro Fuenzalida.
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