Sunday, September 28, 2025

Dios es el inconsciente

 

Caminando en un claro del bosque disfruto de la hierba salpicada de arboles y rocas, de las mariposas, la brisa  y el canto de los pájaros que rompen el silencio. De pronto, el susurro de las hojas a mi espalda indica la presencia de otra persona. Todos los objetos quedan inmediatamente relegados a un segundo plano. Mi atención ahora se dirige exclusivamente a esta nueva aparición. Su inesperada irrupción me provoca una cierta inquietud, una ligera sensación de ansiedad. Lo que capto con el crujir de las hojas no es solo que hay alguien detrás de mi, sino que soy vulnerable.... ¿cuál es su intención? ¿qué esta tramando? ¿qué quiere?

 

¿No indica esta experiencia que en algún nivel elemental hay en mi semejante algo que despierta mi ansiedad? ¿algo desconocido e inquietante? Según el escritor Richard Boothby nuestras relaciones cuotidianas con los demás, reducidas a pequeñas conversaciones, no solo son engañosamente superficiales, sino que en el fondo funcionan para ocultar una confrontación abismal con algo extraño y enigmático. Lacan, siguiendo a Freud, teoriza este algo con su concepto de das Ding, “la Cosa”, el eje primordial alrededor del cual giran los efectos del inconsciente, la causa motriz inaccesible mas elemental de la conducta y deseos humanos. Y, podríamos agregar, la fuente incomparable de la ansiedad. Es Sartre quien ya hizo notar que ese estado especial se anuncia con una mayor intensidad por la forma en que el otro me ve. Prácticamente no hay cultura en la que el cruce de mirada no este rodeado de poderosas prohibiciones no escritas. En la mayoría de las situaciones el contacto visual no debe mantenerse por mas de dos segundos. Si se prolonga, inevitablemente plantea preguntas inquietantes... ¿por qué me mira? ¿qué es lo que busca? El encuentro de miradas plantea el espectro del das Ding, ese abismo insondable que habita en el otro. Y esa “Cosa”, ese vacío enigmático, es esa parte de nuestra vida mas intima que proyectamos fuera de nosotros. En la confrontación con “la Cosa” lo que esta en juego en ultima instancia es el propio devenir del sujeto. Lo cuestionable en el Otro es, en buenas cuentas, lo cuestionable en uno.

 

El punto clave aquí, en todo caso, es no ceder a la tentación de reificar  o sustancializar “la Cosa”.  Esta, en verdad, no es una cosa en absoluto. Como dice Lacan, “La Cosa es también la No-Cosa”. Algo que no tiene existencia objetiva alguna. Mas bien un lugar de pura falta, una zona de algo desconocido. En otras palabras, el marco vacío de la fantasía que ruega ser llenado con contenido, paro que nunca puede ser satisfecho.

 

Y esta “Cosa” de alguna manera esta íntimamente conectada con la religión. Según Lacan “la verdadera formula del ateísmo es que Dios es inconsciente”. El asombro ante lo divino, dice, surge nada menos que de esta “Cosa”. La religión, incluso considerando su vertiginosa gama de expresiones culturales, simbólicas, morales y sociales, con toda sus complejidades y diferencias es, en el fondo, una formación sintomática centrada en la relación con lo desconocido en el Otro. La sensibilidad religiosa, al igual que para Rudolf Otto, se orienta hacia un “mysterium tremendum”, con la salvedad crucial de que el misterio en cuestión tiene menos que ver con los orbes celestiales que giran sobre nuestras cabezas que con nuestras tensas relaciones con el Otro humano que encuentro junto a mi. Y donde finalmente vemos esto con toda claridad es, nada menos, que en el cristianismo... ¿como así?  

 

Una de las razones de que la religión ha persistido y continuara persistiendo a través de la historia es su tremenda capacidad de segregar significado. Puede dar sentido a absolutamente cualquier cosa y en especial a la vida humana. Este es su poder y este es el poder que encontramos especialmente en el Cristianismo. Como nota  Boothby el Cristo crucificado es, sin duda, el Dios mas improbable jamás concebido. Un profeta fracasado, un Dios mendigante y perdedor. Un Dios moribundo que tras de ser escupido y golpeado, es ejecutado de la manera mas atroz e ignominiosa imaginable. No es extraño que sus seguidores quedaran traumatizados por su crucifixión. Su reacción inicial, tras la promesa de la llegada inminente del reino, fue de una desilusión devastadora. Su divinidad fue declarada definitivamente solo en retrospectiva. Y la paradoja final es que su muerte horriblemente degradante ha sido el evento que planteo una inversión extrema de la lógica del poder divino. La solución del apóstol Paulo fue concebir la crucifixión como un sacrificio redentor. La muerte voluntaria de Jesús se convierte en el medio por el cual los pecados de la humanidad serán perdonados. Aquí el contraste con el judaísmo y todas las otras religiones y tradiciones paganas no puede ser mas evidente. En todas ellas son los mortales los que ofrecen sacrificios a Dios. En el cristianismo, la dirección del sacrificio se invierte. Es Dios quien se sacrifica por los humanos. Y, a pesar de lo increíblemente distintivo de este evento, el rasgo definitivo que últimamente distingue a Jesús de todos los demás es su simple y radical mensaje de amor, diferente al que se encuentra en Torah... “Ama a tu prójimo como a ti mismo” porque “El reino de Dios esta dentro de vosotros”. Habéis oído que se dijo “Amaras a tu prójimo y odiaras a tu enemigo” Pero yo os digo “Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen...”

 

Jesús renuncia a apelar a un Dios trascendente en favor de uno totalmente inmanente. Desde una perspectiva lacaniana, según Boothby, el acontecimiento innovador de la enseñanza de Jesús  consiste en localizar lo divino directamente y sin reservas en el abrazo del prójimo. Es la invitación a abandonar toda postura defensiva o angustiante hacia lo desconocido a favor de una apertura radical, de una aceptación sin vacilaciones del Otro, incluso si parece amenazante, ajeno y angustiante.  Un amor que solo puede ocurrir contra lo mismo y que rompe el tribalismo comunal. La clave del verdadero significado radica al final de la frase “... como a ti mismo”. La apelación a uno mismo indica que una apertura hacia el Otro esta inevitablemente ligada a una apertura a lo ajeno y amenazante en uno mismo. Psicoanalíticamente significa una apertura al inconsciente. Lo extraño en el prójimo evoca lo que hemos reprimido, lo que amenaza la estabilidad del propio ego. Lo desconocido en el prójimo se presenta, por tanto, teñido de maldad cuya perspectiva mas temible es su correspondencia con el “mal” no reconocido que yace en uno mismo y al que uno no se atreve a acercarse.

 

Cuando Nietzsche anuncio la muerte de Dios esta era ya una vieja noticia. Prácticamente dos siglos antes el cristianismo ya había anunciado la muerte del mito de un ser divino que se supone habita en un mas allá inaccesible y trascendente. La crucifixión comunica la entrada de Dios en lo humano y con ello niega la trascendencia. Lo que distingue al cristianismo, dice Hegel, es su aceptación radical de la abdicación de Dios. Con el giro ateo del cristianismo se derrumba la triangulación religiosa pagana y judaica al excluir a Dios como intermediario. Según Zizek, la perdida de un Dios trascendente que garantiza el sentido del universo, del Maestro oculto que mueve los hilos y nos vigila, nos deja solos con la terrible carga de la libertad y la responsabilidad por el destino de la creación y de nosotros mismos. Las consecuencias de esta perdida asusta por lo cual no es extraño que los cristianos prefieran quedarse con la cómoda imagen de un Dios sentado allá arriba, velando benevolentemente por nuestras vidas.

 

Como nota Boothby, la historia del cristianismo es la historia del alejamiento de la confrontación abismal que la crucifixión plantea. La tarea ha consistido en una reversión defensiva del mensaje radical y prácticamente imposible de lograr del profeta Nazareno y su reemplazo por el recurso defensivo del dogma que genera una variedad de creencias canónicas que representan, en ultima instancia, una defensa reactiva contra el núcleo mismo del cristianismo. El cristianismo organizado y teológicamente articulado por la Iglesia funciona casi inevitablemente como su propio Judas. El impacto traumatizante del mensaje de Jesús muy pronto provoco la intensa necesidad de restabilización. El punto mas obvio a destacar es el intenso esfuerzo de la teología cristiana por restablecer la trascendencia de Dios apoyándose en la metafísica griega platónica centrada entre la realidad finita y material y la pureza ontológica de lo suprasensible. En la versión paulina del evangelio, el abrazo del Otro queda relegado a segundo plano. La sublime enseñanza cristiana del don gratuito del amor se reduce a una especie de pago hipotecario de una recompensa de otro mundo. El amor desinteresado se convierte en un auto servicio piadosamente justificado. El reino de Dios entre nosotros queda relegado al mas allá.

 

Pero, mas importante que cualquiera doctrina en particular es la apelación cristiana a la fe personal. Lo que siempre permanece intacto en las discrepancias teológicas es el hecho novedoso de la introducción del Credo Niceno  “... Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo Unigénito de Dios... Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida... Creo en la santa y  apostólica Iglesia católica...etc.”  Para el cristiano el contenido particular de la creencia es menos importante que la dedicación al acto mismo de creer. El hilo conductor es que los fieles se comprometen con un credo. La posesión de algún tipo de creencia no es, por supuesto, exclusiva del cristianismo. Pero es aquí, como comenta Boothby, donde la dedicación a la creencia adquiere un nuevo desarrollo. Los griegos paganos creían en la existencia de algo parecido a los dioses. Los judíos creen en la existencia de un pacto con Yahveh. Pero tales creencias solo proporcionan un marco para la realidad central, tanto pagana como judía, que se centran menos en la creencia que en la acción. Ritos sacrificiales para unos y la obediencia consciente a las leyes halajicas que rigen la vida cuotidiana, para los otros. Con el auge del cristianismo, en cambio, la pertenencia se convierte por primera vez en una cuestión de mera creencia... ¿cuántos de los que realmente recitan el Credo de Nicea, por ejemplo, entienden lo que dicen? Muy pocos. Pero no importa. La creencia es menos un modo de conocimiento que un medio psicológica para compensar la falta de el. Lejos de reemplazar la ignorancia por el conocimiento, la creencia encubre y defiende su desconocimiento básico... “Donde no entiendo, decido creer”. Y quienes creen introducen una línea implícita de división en el cuerpo social, separándose de los que carecen de ella. Los que no tienen fe se transforman en infieles. La inversión cristiana en la creencia se convierte en el medio por el cual la Iglesia traiciona la enseñanza original de Jesús.  

 

El obscuro lado del legado cristiano se refleja en la larga y sangrienta historia de tortura y asesinato sistemático que la Iglesia ha llevado a cabo en nombre del amor. La paradoja es que los horrores perpetrados en nombre de la cruz surgen precisamente en respuesta a la exigencia del amor a Jesús. No sin razón Nietzsche proclamo bombásticamente que “ha habido solo un cristiano y este murió en la cruz”.

 

Nieves y Miro Fuenzalida.


Sunday, September 21, 2025

El garrote de un mirar

 

Me

Dio

Un garrotazo

Troglodita

El garrote

Tierno

De

Tu

Mirada.

Hasta

Hoy

Guardo

El

Cototo

Que

Me

Dejo

En

Un bolsillo

De

Mi corazón.

 

Nieves.

 


Sunday, September 14, 2025

El discurso liberal de la tolerancia.

 

Desde los 90s el discurso de la tolerancia se ha transformado en un tema central en las llamadas democracias liberales desde el momento en que la nueva inmigración amenaza la identidad étnica  europea, los indígenas buscan  reparación, la identidad de la religión islámica deviene en una fuerza política y los conflictos étnicos  se transforman en  el sitio del desorden internacional. La tolerancia acríticamente se promulga como solución y las escuelas la enseñan, el gobierno la predica y las asociaciones religiosas y cívicas la difunden.  Los objetos potenciales  de la tolerancia incluyen culturas, estilos de vida, modas, posiciones políticas, religión, incluso, regímenes.  Esta variedad de objetos  hace difícil precisar un significado  único y su practica y modalidad puede diferir  de un contexto  a otro.

 

Según Wendy Brown la tolerancia surge como parte  de un discurso que identifica la tolerancia y lo tolerado con el Occidente que, por contraste,   define  las practicas y sociedades no liberales  como intolerantes y bárbaras regidas por gobiernos no democráticos.  El Occidente se imagina a si mismo como representante del mundo libre, democrático  y civilizado en contra del primitivismo, la tiranía y el fundamentalismo del Otro. La tolerancia como principio político define, entonces, la oposición entre liberalismo y fundamentalismo. Pero, eso no es todo. Implícitamente, también legitima la agresión imperialista y la supremacía cultural y política del Occidente.  Ver la tolerancia en relación al poder  no significa rechazarla. Significa  cambiar su  estatus de  virtud trascendente a un elemento histórico de gobierno liberal.

 

En las democracias neoliberales la tolerancia se despliega como una forma de  doble despolitización. Por un lado la desigualdad, la subordinación, la marginalización y los conflictos sociales, que requieren análisis y soluciones políticas,  se presentan como cuestiones personales o individuales o cosas naturales, religiosas y culturales.  Una cuestión de prejuicio individual o de grupo.  La despolitización  del fenómeno político  impide la comprensión de su emergencia histórica y, por tanto, el reconocimiento del poder que lo produce y define. Lo tolerado se presenta como un objeto natural y esencialmente diferente de quien lo tolera. En la intención de tolerar otra raza, etnia, cultura, orientación sexual o religión no hay ninguna  indicación de que las diferencias  o identidades en cuestión hayan sido social e históricamente constituidas, efectos de normas y poderes imperantes.  Y, por otro lado, tenemos el reemplazo del  vocabulario político por el vocabulario emocional y personal para formular soluciones a problemas políticos.  En la practica  el discurso de la tolerancia reemplaza el ideal de  igualdad y justicia. La sensibilidad  o respeto por el otro sustituye la justicia para el otro y el sufrimiento causado por las estructuras sociales  se reduce a una cuestión de “diferencia”. El problema  es que cuando el sufrimiento pasa a ser una cuestión  de sentimiento personal  las practicas  políticas se reemplazan por practicas  emocionales y conductuales, por entrenamientos sensitivos, por  mejoramiento de los  modales. 

 

Toda esta orientación  es parte  de la culturalización de la política, de la idea de que cada cultura tiene una esencia tangible que la define y  la política es consecuencia de esta esencia.  Es esta reducción esencialista la que explica todo. Las masacres,  los conflictos del Medio Oriente, el patriarcalismo, el  fundamentalismo religioso, etc.  Después de la Unión Soviética la “cortina de hierro de la ideología ha sido reemplazada por la cortina de terciopelo de la cultura”.  Los conflicto ideológicos  son reemplazados por conflictos culturales. Esta culturalización política es bien curiosa. Se aplica a los otros,  pero no a “nosotros”, las democracias liberales. Ellos se rigen por su cultura y nosotros, en cambio, disfrutamos la cultura, pero nos auto regimos.  El colocarse por encima de la cultura  y verse a si mismo como su protector,  sin ser conquistado por ella, es lo que le permite al liberalismo definirse como tolerante frente a las costumbres y religiones del otro.  Pero, el liberalismo occidental, a pesar de todo lo que  pueda decir,  no esta mas arriba o fuera de la cultura que cualquier otra cultura. La autonomía y universalidad de los principios liberales es altamente cuestionable, por no decir un puro mito, si consideramos  sus ambiciones imperialistas… ¿cuan liberal o tolerante es obligar a otros a ser “libres” o forzarlos a ser  “democráticos” a través de “cambio de régimen”?

 

La  tolerancia es la respuesta a algo que preferiríamos  que no existiera. No es  una estrategia  de resolución o transcendencia, sino el manejo de lo indeseable, repugnante, fallido, amenazante  o detestable.  Un acto de poder disfrazado de magnanimidad  que permite o da licencia a existir. Si miramos como el termino se usa en otros campos podemos ver con toda claridad este sentido. En  la fisiología de las plantas, por ejemplo, la tolerancia a la sequia se refiere a cuanta privación  de alimento, sol o agua  la planta puede soportar para seguir viviendo. En medicina la tolerancia a las drogas, implantes, trasplantes o  lo que es obviamente toxico se refiere a la habilidad del cuerpo para acomodar lo que es foráneo o extraño. En fisiología  la tolerancia al alcohol y otras sustancias  indica la capacidad del organismo para absorber, metabolizar y procesar elementos peligrosos. En ingeniería  tolerancia es la  distancia o grado aceptable  de desviación permitida  que la estructura puede soportar. En algunos países  “Cero tolerancia”  se usa en relación al uso de drogas ilícitas, abuso domestico, texting mientras se maneja, etc. En cada uno de estos dominios el termino  indica el limite  que  permite a lo foráneo  cohabitar  con el anfitrión. El limite de cuanta toxicidad  puede ser acomodada sin destruir el objeto,  el cuerpo o los valores. La tolerancia, entonces,  de acuerdo con esto, puede verse como un modo de incorporar y regular la presencia  de lo amenazante, un compromiso entre rechazo y asimilación, una forma de neutralizar  lo extraño. El reclamo de que la tolerancia es la política de la protección de las minorías  puede que sea uno de sus efectos. Lo que es tolerado, en verdad,  no se disuelve ni asimila, sino que retiene su singularidad y  heterogeneidad, es decir, su amenaza,  dentro del cuerpo social.

 

La tolerancia no resuelve los antagonismos, solo los acomoda. Los objetos tolerados invariablemente son marcados como marginales y los que toleran son obligados a reprimir su hostilidad en el nombre de la paz, la virtud ética  y el progreso social.  No es raro que los primeros alberguen resentimiento y los segundos, agresión reprimida. Es este doble aspecto de la tolerancia  el que produce un “panorama síquico inestable” en el multiculturalismo liberal.

 

Solo en los últimos tiempos  la tolerancia se ha transformado en el occidente en el símbolo que distingue una sociedad libre de una fundamentalista, la civilización de la barbarie y la sociedad individualista de la organicista.  Es lo que define la superioridad  de la civilización  occidental  y lo que marca a las otras como intolerables. Lo que esta dentro de la civilización  es tolerable y tolerante. Lo que esta fuera, no es ni uno ni otro. Es este discurso, dice Brown, el que coloca al occidente  como el estándar de la civilización. La tolerancia  en el opera como  muestra de  supremacía  y manto legitimador  para la dominación imperialista. Cualquier nación que se ubique fuera de estos estándares necesita  ser traída  al lugar de encuentro de  la “civilización global” que ahora reemplaza a la civilización plural.

 

El heterosexual tolera al homosexual,  el cristiano al musulmán, el blanco al negro,  el hombre a la mujer, etc.… pero solo hasta un punto. Lo universal tolera lo particular, en su particularidad. Pero es lo universal  lo que aparece como superior a lo que es particular, a lo que no ha sido asimilado a lo universal. El homosexual es definido a partir de su sexualidad, al igual que los musulmanes, católicos o evangélicos,  por su religión o etnicidad  que los hace menos capaces de participar en lo universal por estar demasiado saturados por su  identidad sexual, religiosa o étnica.  Quien tolera no necesita ser tolerado. Quien es tolerado se presume que no es capaz  de tolerancia. La estructura binaria de este discurso circula, no solo poder, sino también superordinación y subordinación de los términos. La legitimación de la tolerancia como un discurso civilizador  en el fondo enmascara la violencia en el trato con otras naciones no occidentales.

 

No es que no haya  diferencias entre regímenes que promueven explícitamente la tolerancia y los que no lo hacen. El problema es que el discurso liberal de la tolerancia convierte estas diferencias en opuestos  ontológicos  a los que les atribuye una esencia distorsionada, en lugar de verlos como productos de relaciones  históricas de poder.  Por un lado tenemos a los fundamentalistas, intolerantes,  sin libertad  y por el otro, a los pluralistas, tolerante y libres que se identifican con el liberalismo civilizado…  ¿No estamos aquí de vuelta al esquema maniqueísta? Nosotros los civilizados, los otros los barbaros que tiran a las viudas a la hoguera o le mutilan los genitales a las niñas.

 

Por supuesto que estas practicas son intolerables y barbáricas. Pero… ¿Las democracias liberales están libres del barbarismo? ¿Por que el occidente no considera  como  practicas barbáricas la polución del planeta y la destrucción de sus recursos, el dedicar la vida a la persecución del dinero,  el almacenar armas nucleares, la muerte industrializada de animales, las  guerras de conquista imperial,  la disparidad de géneros, la persistencia del racismo? Desde una  perspectiva diferente, todas  estas practicas  son  deshumanizantes, violentas, coercitivas y destructivas… es decir, bárbaras.  

 

Por supuesto que la tolerancia es preferible a los conflictos civiles violentos. Este no es el punto.  El punto es que este discurso le sirve  a las naciones mas poderosa del occidente para legitimar  la globalización  de la violencia imperialista, la política económica neoliberal y la mantención del dominio mundial. Si recordamos G.W. Bush proclamaba que “no tenemos intención de imponer nuestra cultura”, mientras, al mismo tiempo,  insistía  en un conjunto de principios liberales que los otros no podían  rehusar sin arriesgar a ser bombardeados… “O están con nosotros o están con los terroristas”.

 

Según esta visión, la tolerancia no  es solo el signo de la civilización y libertad, sino que también configura el derecho del civilizado en contra del bárbaro que es opresivo y peligroso… es decir, intolerable.  Cuando el tolerante encuentra su limite, no dice que encuentra una diferencia cultural o política, sino el limite de la civilización misma. Es aquí, dice Brown,  cuando rehúsa extender la tolerancia  al otro y viola sus propios principios civilizadores como la autodeterminación  de las naciones,  la responsabilidad legal internacional y la deliberación racional. Suspensión que puede ir tan lejos como la guerra preventiva.

 

Nieves y Miro Fuenzalida.

 


Sunday, September 7, 2025

Cortando gotas de agua

  

Con

La tijera

Del

Tiempo

Voy

Cortando

El agua

En

Pequeños

Fragmentos

De

Gotas.

Las beberemos

Mañana

Cuando

se

extinga

el rocio. 

 

Nieves.