La muerte acecha, siempre a la espera, quitando y destruyendo todo lo que mas amomos, dejando en su lugar una permanente secuela de sufrimiento y amargura. Y, sin embargo, por mucho que queramos que nuestra vida y la de quienes amamos siga, no solo en el próximo futuro sino por siempre, tenemos la trágica sospecha de que esto no es posible y que la inmortalidad no seria una buena cosa, después de todo.
No es raro encontrar en los escritos y comentarios teóricos la idea de que la búsqueda de la inmortalidad es el “fundamento del logro humano, la fuente de la religión, la filosofía, la arquitectura de las ciudades y el impulso detrás del arte. Una idea enraizada en nuestra naturaleza y su resultado es lo que llamamos civilización”. Al parecer, por lo que podemos observar, ninguna civilización ha sobrevivido sin una narrativa de inmortalidad, cualquiera que esta sea. Y hay varias.
Por debajo de la aparente diversidad de historias acerca de cómo podemos lograr la inmortalidad el filosofo ingles Stephen Cave describe cuatro creencias básicas que la especie humana ha seguido a través del tiempo y cada uno de nosotros, lo sepamos o no, acepta una u otra o una mezcla de ellas.
La mas elemental, por supuesto, es mantenernos vivos. Todo lo que un ser vivo hace, desde el mas simple al mas complejo, esta dirigido hacia este objetivo. Es el requisito previo de todo lo demás. La roca pasivamente se erosiona con el paso del tiempo. Los organismos en cambio luchan con todo su ser en contra de los elementos, los depredadores y el desorden que caracteriza al universo. La “voluntad de vivir” es su esencia, el deseo de continuar indefinidamente. Y esto, en gran medida, explica lo que hacemos con eso que llamamos civilización, producto de nuestro poderoso intelecto que nos separa del resto. Pero es este mismo intelecto el que inexorablemente nos lleva a la fatal conclusión de que, al igual que todos los otros seres, debemos morir eventualmente. Estamos condenados a perder y sabemos que la segadora nos cortara la vida, no importa lo que hagamos. Y sin embargo, a pesar de ello, no podemos imaginar ese estado de no existencia. Paradójicamente sabemos que estamos condenados a desaparecer y, sin embargo, no podemos imaginar que realmente no existamos. Podemos visualizar nuestro propio funeral o, tal vez, el vacío obscuro en el cual vamos a caer, pero todavía estamos allí, observando, con un ojo que visualiza. El mismo acto de imaginar convoca a algo así como a un ser virtual. No es posible que el que activamente esta imaginando, imagine la ausencia del que esta imaginando. Cada vez que tratamos percibimos que en realidad todavía estamos presentes. Curiosamente, la muerte se nos presenta, entonces, como inevitable e imposible. Esta es, según Cave, la Paradoja de la Mortalidad y su resolución es lo que da forma a las narrativas de la inmortalidad y, por tanto, a la civilización.
Esta contradicción que esta en el centro de la condición humana, por su mayor parte, no nos paraliza porque nos contamos historias que nos ayudan a darle sentido a nuestra realidad existencial y nos protegen o distraen del terror de la finalidad prometiéndonos inmortalidad. Mantenerse vivo indefinidamente es la continuación de mantenerse vivo aquí y ahora, una lucha constante por la sobrevivencia que se prolonga sin fin, comenzado con el alimento, el albergue y la defensa y continuando con la búsqueda del elixir mágico que nos liberara de nuestro miedo mortal. Con el advenimiento de la Ilustración, la fe en la razón y el método científico la esperanza de vida dio un salto significativo alcanzando un promedio de 80 años en la mayoría de los países de Occidente. Uno de los grupos mas prominentes en la versión contemporánea de la narrativa de Mantenerse Vivo es el de los transhumanistas que creen que estamos entrando en una etapa de transición, evolucionando de simples humanos a seres pos humanos inmortales. Aunque la tecnología esta todavía en su infancia, particularmente la genética, la nano medicina, la nano tecnología y la habilidad de remodelar nuestra materia gris, eventualmente, según los futuristas, vamos a llegar a un punto en donde los humanos y su tecnología se volverán efectivamente indistinguibles y súper inteligentes. Si duplicamos la esperanza de vida una vez, dicen, podemos hacerlo una y otra vez. Pero esto no es tan sencillo como parece. No se trata tanto de vivir mas sino de morir mas lentamente. El envejecimiento no tiene una solución fácil.
Si morimos, a pesar de toda esta tecnología futurista, tal vez la opción que nos queda es la de poder resucitar... ¿cierto? Tal vez hay una segunda vez y en esta segunda vez nos transformamos en algo eterno. Y es esta creencia la que por miles de años ha dado esperanza a innumerables personas. Para los resurreccionistas la muerte es solo el comienzo y un día podremos resucitar para vivir de nuevo. Paul, en el nuevo testamento afirma que Jesús al morir en la cruz y resucitar en el tercer día y ascender al cielo ha vencido a la muerte, no solo para el, sino para toda la humanidad. En su segunda venida resucitaremos con cuerpos físicos reales, esos mismos que conocemos ahora, pero mejorados e imperecederos. La resurrección, a diferencia de otras creencias, esta centrada enteramente en el cuerpo y es la expresión central de la fe cristiana. La mitad de la población mundial oficialmente la suscribe, aunque en la realidad la cifra es mucho menor, porque a pesar de su atracción inicial, la idea de una resurrección física es bien problemática. Si los mismos átomos fueran parte de dos seres humanos en diferentes momentos, como en el canibalismo o trasplante de órganos, por ejemplo, ¿como volver a ensamblarlos? Si el cuerpo resucitado esta ensamblado y hecho de las mismas partes que el anterior, puede que este sea viejo, marchito y senil. Si recibimos un cuerpo glorioso e incorruptible, como promete Pablo, este seria diferente y, por tanto, mas un reemplazo que una resurrección. Y por si esto no fuera suficiente tenemos el problema de la duplicación. Reemplazamos aproximadamente el 98% de nuestros átomos cada año lo que implica que Dios podría recomponer no solo el tu actual, si ahora mueres, sino también el tuyo de cinco años, con lo que terminamos con dos diferentes versiones de ti. O con dos copias de ti.
Los que ya no esperan la segunda venida y la resurrección han echado mano a la creencia en la eternidad del alma. Como dice Cabe, el alma cierra la brecha entre este mundo y el próximo y mantiene una parte esencial de nosotros fuera de la tumba, incluso cuando nuestros cuerpos fallan. Una esencia espiritual inmortal que funciona independientemente de su marco carnal. Una hipótesis intelectual y emocionalmente satisfactoria en todo el mundo, incluyendo el secular y científico, capaz de proveer al creyente con una importancia cósmica individual, a pesar de que ha estado bajo constante asalto por parte de biólogos, psicoanalistas, decontruccionistas, conductistas y neurocientíficos. La fantasía de que somos parte ángeles y parte brutos llego a su fin con la revolución darwiniana que concluye que no somos parte ángeles y parte brutos, solo brutos. El alma se supone ser inmaterial, pero es un misterio cómo esta alma inmaterial puede relacionarse con un cuerpo material. La comprensión biológica moderna de cómo funciona la vida, desde los organismos a los órganos que lo componen, desde las células mas diminutas hasta el ADN, no dejan lugar para sustancias inmateriales. Y cada vez mas la evidencia neurológica sugiere que todos los aspectos de la mente y la personalidad dependen del cerebro. Las técnicas conocidas como neuroimagenes, por ejemplo, permiten estudiar de cerca las correlaciones entre el pensamiento y la materia física y ellas muestran que cada proceso mental va acompañado de un proceso cerebral. La idea de que la consciencia, la mente o el alma pueden sobrevivir la muerte del cuerpo es difícil de sostener si pensamos que si algo nos golpea la cabeza con suficiente fuerza nos deja inconscientes... si es algo completamente inmaterial ¿por qué no sobrevive a un simple golpe en la cabeza?
Pero si no es el alma la que sobrevive puede que sea, entonces, algo diferente, algo así como la impresión que dejamos en el mundo, nuestro legado cultural o biológico que no requiere la sobrevivencia del individuo para lograr la inmortalidad. Su influencia la encontramos por todas partes ya sea en el arte, la política, la ciencia, el deporte o la cultura popular. Si las otras narrativas de la inmortalidad son callejones sin salida esto es lo mejor a lo que podemos aspirar. Y quienes siguen este camino valoran mas la fama que la felicidad, el amor, la riqueza e, incluso, la vida misma porque creen que les abre la vía a una existencia que va mas allá de la carne.
Compartimos el mundo natural con todos los otros seres, pero el mundo simbólico es único, algo que nosotros creamos y en el que podemos lograr la permanencia que anhelamos. Y si esto no esta al alcance de todos nos queda siempre el consuelo de que podemos seguir viviendo en nuestros hijos y perpetuarnos a nosotros mismos en el futuro. La creencia de que estamos conectados de una manera profunda nos convierte, en un sentido crucial, en el mismo ser. Una rama o alargamiento del padre y la madre. Pero esto no es lo mismo que la continuación de nuestra consciencia. Seguimos siendo seres conscientes separados. Y eso tiene poco que ver con el intento de vivir para siempre.
¿Podemos vivir sin una narrativa de la inmortalidad, sin el confort de sus imágenes positivas acerca del mas allá? Vivir sin la promesa de la inmortalidad, dice Cave, se nos presenta como una terrible fe y un peligro para el vigor y supervivencia de la nación y la civilización. Pero no tiene que ser así. Hay cierta correlación entre el foco obsesivo en la vida eterna y la voluntad de aceptar la injusticia que reina en el mundo. El cristianismo medioeval, por ejemplo, enseño a sus súbditos explotados a apartar la vista de la miseria de sus vidas y soñar en su lugar en el paraíso futuro, lo que Nietzsche llamo la “moral de esclavo”. La alternativa al mas allá siempre ha sido, desde los albores de la civilización, la creencia de que la finitud le da valor a la vida, aunque venga con el miedo a la muerte. La sabiduría es encontrar la forma de aceptar y de vivir con el hecho de la mortalidad. Todo lo que podemos conocer es la vida y al aceptar que es finita, también podemos saber apreciarla.
Nunca experimentamos la propia muerte porque ya no estamos ahí para sentirla. Solo nos golpea cuando nos roba aquello que mas amamos y frente a ello no hay consuelo.
Nieves y Miro Fuenzalida.
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