La elección de Trump muestra con claridad meridiana que los extremadamente pobres luchan por los extremadamente ricos. Un fenómeno político que tristemente vemos por todos lados. Su triunfo ideológico irónicamente es visto por sus seguidores como una forma de resistencia subversiva en contra del sistema. Una pseudo actitud radical que contrasta tristemente con la obediencia irracional al líder. Una forma de populismo de derecha que trata al comunismo y al capitalismo como si fueran lo mismo, creencia que la Bestia pretende representar. Pero, contrariamente, su política es permitir que el mercado funcione libremente en su forma mas destructiva y salvaje, desde la especulación brutal hasta el rechazo de todas las protecciones ecológicas y limitaciones éticas. La democracia da paso a la oligarquía en donde los multibillonarios no solo controlan la economía sino que ahora pasan a controlar directamente la política. Trump es el sistema y con su victoria la codicia infinita que mueve el neoliberalismo, el rostro contemporáneo del capitalismo, logra su clímax. Es el surgimiento de la Bestia que siempre se esconde debajo del abismo de toda democracia.
Si hay algo en que los críticos y defensores del capitalismo están de acuerdo es la creencia de que el egoísmo es su característica esencial. Sus defensores normalmente no niegan que el sistema esta organizado en torno a la codicia monetaria y sostienen que no puede ser de otra manera porque por naturaleza eterna el ser humano es incorregiblemente egoísta. Los sueños izquierdistas que priorizan el bien colectivo por encima del interés personal son meras fantasías utópicas totalmente irrealizables. Cualquier intento de crear un nuevo ser humano desinteresado y al servicio del bien común a través de una revolución económica esta condenado al fracaso. Ya en el liberalismo clásico al estilo de Adam Smith encontramos la idea de que “no es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero de donde esperamos nuestra cena, sino de su consideración por su propio interés”. Como lo puso Gordon Gekko, la figura popular de la película de 1987 “Wall Street” de Oliver Stone... “la codicia, a falta de una palabra mejor, es buena”. La cosa es que tanto en el liberalismo clásico como en el neoliberalismo de Milton Friedman se dice que la búsqueda despiadada de los intereses personales no socaba ningún bien mayor. Todo lo contrario. Ella contribuye de manera creciente al mejoramiento de la vida material. La mano invisible, como una marea, levanta el nivel de vida de todos gracias al progreso tecnológico, la competencia de precios, la desregulación y la filantropía. La poderosa fuerza natural e inerradicable de la codicia y el egoísmo humano pueden ser aprovechadas por la sociedad al ser domesticadas y puestas al servicio de un orden colectivo viable y duradero de agonismo económico y político pacífico.
La lógica del capital, sin embargo, exige múltiples formas de auto sacrificio y es antitética a los intereses personales mas fundamentales de todos de los que viven atrapados en ella, independientemente de lo que puedan pensar. Después de cuarenta años de capitalismo neoliberal la miseria socioeconómica y geopolítica multifacética actual es innegable como lo podemos ver en la creciente brecha de desigualdad de riqueza a través del mundo. Según el informe de Octubre del 2020 sobre la riqueza mundial del “Credit Suisse”, el 1% de las personas mas ricas del mundo poseen el 43.4% de la riqueza mundial total, mientras que aquellos con menos de 10 000 dólares en recursos monetarios constituyen el 53,6% de la población mundial y solo poseen el 1,4% de la riqueza mundial. El 0,002% de los individuos mas ricos del mundo posee el 6,2% de la riqueza mundial total. Es decir, aproximadamente la mitad de la humanidad no posee nada o casi nada, mientras una pequeña fracción controla casi la mitad de los activos agregados del mundo.
Muchos teóricos continúan insistiendo, como Adrián Johnston por ejemplo, que los análisis económicos de Marx siguen siendo increíblemente actuales, quizás ahora mas que nunca. Y esto porque en el siglo XXI hemos retrocedido colectivamente hacia un capitalismo rapaz al estilo del siglo XIX. A pesar de los logros tecno científicos seguimos, como lo hemos estado durante mas de cinco mil años, atrapados en la barbarie de sociedades que se basan en la desigualdad material. La patética verdad es que después de miles de años de “progreso histórico” hemos culminado en que una minúscula fracción de seres humanos controla los destinos del planeta... ¿como explicamos esto?
A pesar de las estipulaciones de Marx sobre la irreductibilidad de las personas a categorías económicas, las acusaciones de que el materialismo histórico reduce a todos a ser nada mas que los objetos pasivos de las leyes de hierro de la historia económica es lo que abrió la puerta al revisionismo marxista para eliminar cualquier privilegio de la economía. Y, sin embargo, a pesar de ello, la realidad muestra que a lo menos en el modo de producción capitalista las personas realmente se ven reducidas a ser, casi totalmente, personificaciones de roles que el sistema socio económico les asigna, ya sea tanto para los explotados como para los explotadores, que son gobernados mas allá de su voluntad por las fuerzas y factores transindividuales de la economía y sus constelaciones sociales. Para los sujetos en estas configuraciones económicas sus mascaras capitalistas no son solo mascaras sino que con el tiempo se convierten en sus rostros inamovibles.
Dentro del modo de producción capitalista, dice Johnston de acuerdo a Marx, la forma dominante del egoísmo es la codicia especifica de los grandes capitalistas. La de los consumidores, por su parte, que es estimulada por la publicidad, las marcas y la obsolescencia programada, es un efecto secundario que refleja y sirve a la búsqueda insaciable de plusvalía de los capitalistas, cuya lógica fundamental es D-M-D (dinero-mercancía-dinero). La codicia capitalista en tanto D-M-D es “infinita” en virtud de la matematización de este egoísmo a través de su mediación monetaria. Según una concepción ideológica tradicional el sentido de la palabra “fin” es el de un objetivo o meta que tiene un punto de parada una vez alcanzado. Sin embargo, el fin de “mas dinero”, no tiene un fin finito. Así como el conteo de números en una línea numérica puede continuar incesantemente, tampoco hay un punto de parada o meta final para la acumulación de plusvalía. Siempre se puede tener mas. Y, de acuerdo con la misma lógica, ningún capitalista tiene nunca suficiente dinero, lo que lo obliga a repetir la secuencia D-M-D una y otra vez. El dinero no es solo un objeto sino el objeto de la codicia. La infinitud del supuesto “fin” de la codicia capitalista significa, entonces, que ningún capitalista puede satisfacer su codicia o, lo que es lo mismo, llegar a un estado de reposo o saciedad determinado. Ellos deben reinvertir continuamente sus ganancias y moverse hacia donde la competencia intracapitalista los dirige. El objetivo de cada capitalista en tanto es acumular sin limite la mayor cantidad posible de plusvalía.
Igualmente, los consumidores o la llamada clase media del capitalismo avanzado tampoco pueden alcanzar la cantidad suficiente de uno o mas productos para saciar total y permanentemente la sed de su codicia alimentada por el capital. La publicidad, el marketing, el branding, la obsolescencia programada, las innumerables fuentes de crédito, las plataformas de compra, la mercantilización de lo natural y lo experiencial, los macro datos y la explotación de las redes sociales alimentan este circulo infernal en busca de baratijas brillantes y distracciones divertidas y para ello deben hipotecar su futuro a través del crédito y la deuda y soportar la persistente sensación de vacío, a pesar de la continua adquisición de mercancías. El sistema productivo no solo crea el objeto para el sujeto sino también el sujeto para el objeto. Un capitalista o consumista plena y finalmente satisfecho dejaría de ser capitalista o consumerista. La satisfacción es antitética a la reproducción y mantenimiento de este sistema socioeconómico. Solo reproduciendo la carencia perturbadora, en lugar de la plenitud tranquilizadora, el capitalismo puede reproducirse a si mismo. Todos los que vivimos bajo las reglas del capital estamos sometidos, de una u otra manera, a la autoridad enigmática e impredecible de la mano invisible del mercado. Una de las ideas claves del materialismo histórico es que es la dinámica socio estructural transindividual, y no la sicología individual, es la que verdaderamente determina la conducta de las personas como representantes de clase.
¿No es este capitalismo global al cual estamos sometidos con su obscena desigualdad de riqueza merecedor de ser juzgado como un fracaso por la mayoría de la población mundial? ¿Un capitalismo que ni siquiera satisface las necesidades de auto conservación mas básicas de los millones de personas que abandona a la pobreza miserable y al saqueo de sus riquezas naturales?
El egoísmo humano puede ser natural, pero la infinita codicia capitalista definitivamente no lo es. Las formas en que esta se manifiesta y opera están influidas por diferentes contextos socio históricos, en este caso, el modo de producción capitalista que deja atrás verdaderos océanos de detritos y montañas de basura como si no hubiera mañana. Y, de hecho, muy bien puede que no haya si consideramos como la contaminación amenaza con provocar múltiples desastres ambientales y finalmente el colapso ecológico total. Como Freud ya indicaba en el siglo pasado, no debemos presumir que la economía libidinal de la psique siempre e inevitablemente prefiera satisfacer los impulsos de la muerte a través de la competencia económica egoísta del capitalismo, en lugar del auto sacrificio de renovación social del socialismo. Pero, así como el triunfo del amor sobre la muerte no esta garantizado de antemano, tampoco lo esta el triunfo de la agresión sobre la socialidad.
Nieves y Miro Fuenzalida.
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