Sunday, January 21, 2024

¿Acabar con la filosofía?

 

¿Podemos dejar de filosofar? ¿Podemos abandonar las opciones que el pensamiento filosófico nos empezó a ofrecer desde los tiempos de Anaximandro, Tales, Heráclito y Parménides? ¿Abandonar la posibilidad de interrogarnos, de ir mas allá de los limites del pensamiento, de cuestionar lo que somos o que verdades podemos descubrir? Abandonar la posibilidad de no caer una vez mas en la trampa del miedo a las ideas? Cierto, la filosofía no es muy útil cuando tenemos que  lidiar permanentemente con las dificultades  económicas  que enfrentamos todos los días para mantener la cabeza a flote. Y, sin embargo, la cosa es que por muy cierto que esto pueda parecerle a algunos, no significa que sea inútil.

 

Según la filosofa española Marina Garcés, lo que nos revela el pensamiento filosófico es que las preguntas sin respuestas convierten el limite del pensamiento en palanca para poder pensar, para dirigir la mirada hacia problemas que obligan a forjar nuevos conceptos, especialmente en el momento en que el mundo empieza a mostrar signos de agotamiento, como planeta y como modelo de sociedad. Este mero hecho cambia necesariamente el sentido de la acción, de los valores, de la existencia y de la humanidad como especie y sujeto. No es que la filosofía pretenda salvar al mundo y a la humanidad, sino de hacer al mundo vivible  y a la humanidad capaz de tomar en sus manos esta apuesta. La apuesta de un ambientalismo filosófico que exija cuidar los ecosistemas sociales y personales, uno que abra mundos habitables en este mundo común.  

 

El deseo de acabar con la filosofía ya lo encontramos en sus mismos  inicios cuando la legalidad de la ciudad mato a Sócrates. Hoy día, dice Garcés, reaparece en las sucesivas reformas educativas que arrinconan su estudio como una rareza  de las humanidades mientras le dan espacio a lo que hoy alimenta el sistema, como el saber de los expertos, la emprendiduria, la gestión económica, la tecnología digital o la publicidad. En buenas cuentas, los centros universitarios se convierten en una suma de escuelas profesionales y de centro de innovaciones tecnológicas. Esto importa porque, aunque la universidad no es el único ámbito de la filosofía, sigue siendo hasta hoy su principal forma de trasmisión. Y por ahora, las preguntas, aquellas que nos mueven a pensar, a saber y transformar la sociedad y desafiarnos a ir mas allá de lo que inmediatamente somos tienden a  desaparecer bajo el peso del conocimiento rentable.  

 

¿Pero si no es dentro de la universidad, desde donde se vuelve a filosofar? Si no es desde dentro, entonces tendrá que ser desde fuera. Y no seria la primera vez. Ya lo hicieron otros como Marx, Nietzsche y Sartre, por ejemplo. Hacer filosofía, como comenta Garcés, es confiar en que todos podemos pensar por igual pero que nunca pensaremos todos igual. Las razones que sostienen una idea no son solo ocurrencias personales sino necesidades colectivas que pueden ser revisadas colectivamente. Y hoy mas que nunca. El buen vivir, por ejemplo, que guía toda terapéutica filosófica tiene que enfrentarse hoy a la posibilidad de la autodestrucción de las condiciones de vida de la humanidad, lo que implica confiar no solo en nuestra propia comunidad  sino también en otros modos de pensar que no son parte de la tradición  occidental y que todavía no han configurado ese espacio de dominio mundial  denominado globalización. Los síntomas de agotamiento del planeta y de la sociedad, la actividad depredadora que convierte todo lo que toca en recurso o en residuo, cambia el sentido de la acción, de los valores, de la existencia y de la humanidad como especie y sujeto. La amenaza de nuestra desaparición  provocada por la mortífera civilización occidental obliga a pensar juntos, ya que nadie puede lograr una solución por separado, para abrir la posibilidad de entrar en relación con el fondo común de la experiencia humana.

 

En este siglo XXI, en que es difícil nombrar voces filosóficas relevantes en nuestra precaria situación planetaria, no estaría demás recurrir a la riqueza de pensar de los filósofos que nos han precedido en los tiempos recientes.    

 

Las relativamente no lejanas experiencias trágicas del siglo XX, que derrumbaron las promesas modernistas  del progreso y de la emancipación, obligaron a la  filosofía  a crear nuevos conceptos que fueron en contra y mas allá de su tiempo. Marx, Nietzsche y Freud, junto a otros, desplazaron la pregunta por la verdad o falsedad de los discursos a la pregunta por su sentido... ¿qué razón de ser tienen las leyes de la economía, nuestros valores morales o las narraciones que hacemos de nuestra propia vida? Con estas preguntas  surge una nueva profundidad que ya no esconde esencias ni fundamentos, sino que esconde los conflictos, fuerzas, relaciones de poder y visiones de un mundo en conflicto. Este desplazamiento de la pregunta por la verdad tiene como consecuencia la aparición de una forma de racionalidad que no es fundamentadora sino critica, transformadora y terapéutica. No se trata de adecuar los conceptos a la forma del mundo, sino de entrar en guerra en contra del presupuesto de que el mundo tiene una determinada forma.

 

Estos tres pensadores de la sospecha inauguraron  la tercera etapa de la aventura filosófica.

 

Si recordamos, en sus comienzos metafísicos la filosofía presupuso la identidad entre ser y pensamiento y se enfoco primariamente en la pregunta por la esencia. Luego, en el siglo XVIII, bajo la mirada kantiana, se da el giro hacia las posibilidades del discurso verdadero.

Con Nietzsche, en cambio, encontramos, ya no una razón fundamentadora, sino una potencia experimentadora que cambia por completo el escenario de la filosofía y, junto con Marx y Freud, inaugura un nuevo modo de preguntar por la verdad que hasta hoy día ha alterado todas las coordenadas del pensamiento metafísico y epistemológico. Lo que luego viene es algo bien diferente de lo que la filosofía clásica acostumbraba ser... ya no se trata de preguntar por el orden sustancial del mundo o como lo conocemos. En su lugar aparece la pregunta sobre como lo interpretamos ¿qué reglas estamos siguiendo cuando nos comunicamos y como esa comunicación funciona? ¿Como liberamos la realidad concreta, fragmentaria y ambigua de las formas totalitarias de pensar que la hieren, la escinden y la cosifican? Pasamos de la pregunta por el ¿qué es? a la de ¿como funciona? De la  sustancia al dispositivo, de la continuidad a la discontinuidad. No que es el sujeto, sino cuales han sido los diferentes modos de subjetivación que nuestra cultura produce y como podemos dejar de ser lo que somos para inventar y experimentar nuevas posibilidades de ser. Una filosofía que desconstruye  invirtiendo las dualidades metafísicas y neutraliza su violencia jerárquica para que cada uno de los términos puedan desplegar sus significaciones con toda libertad. En la filosofía de Deleuze “encontramos el intento de poner en movimiento lo que esta bloqueado o fijado en el orden de las cosas, en las constantes estructurales de la lengua, en las representaciones y en las identidades en las que se encierran nuestras percepciones y nuestros conceptos”. A la imagen del árbol, con su lógica binaria y jerárquica, Deleuze y Guattari contraponen la imagen del rizoma, como sistema de raicillas que sin comienzo ni final crece en todas direcciones y desde cualquier punto. Una multiplicidad heterogénea y contingente que permite una interconexión sin jerarquía.       

 

Y en estos momentos la vergüenza ha pasado a ser  un tema constante de la filosofía. No solo la del horror acumulado de la historia, sino la de los compromisos que cotidianamente contraemos con la estupidez y las posibilidades banales de vida que ofrece nuestro presente. Y de lo intolerable que se esconde en la normalidad que a diario soportamos se deriva la necesidad de resistencia. El capitalismo, en el transito del siglo XX al XXI, que se ha hecho rizomático,  ya no necesita normalizar  para movilizar. Con mantener capturado el deseo tiene lo suficiente... ¿Como liberar, entonces, la vida de aquello que la aprisiona? Un desafío que nos complica la existencia sin una clara respuesta. En el 2023 la historia vuelve con venganza. El sujeto es ahora una fuerza geológica y la modernidad, que se proyectaba en el tiempo futuro, se ha convertido en el Antropoceno, que irreversiblemente transforma las rocas y envenena el aire y los mares. Según Garcés, el siglo XX fue el epitafio de la humanidad tal y como la conocíamos. Su sentido no esta cerrado. Nos deja como herencia su potencia de inacabamiento para que hagamos de ella nuestra potencia de transformación y exploración de  territorios que se abran mas allá de sus limites.

 

No tenemos una esencia ni un destino determinado. La modernidad, dice Garcés, nos ha definido como sujeto, la posmodernidad nos ha diseminado como sentido y la época global nos ha totalizado como especie. Somos ya el todo de un planeta que no queremos ver pero en el que podemos reencontrarnos. Y la filosofía es la que nos puede permitir alterar nuestros puntos de vista como individuos, pero también como humanidad, de pasar de la sospecha a la confianza, de la critica como desenmascaramiento de las categorías metafísicas, políticas y sociales a la critica como elaboración de un mundo común. Frente al saber técnico que nos da soluciones, la filosofía es pensamiento que transforma la vida individual y colectiva. No ya una teoría del mundo sino una toma de posición en el mundo.

 

La situación filosófica con la que hoy nos encontramos es la de una nueva  experiencia de la totalidad, que es la totalidad concreta de la destrucción de la vida sobre el planeta en manos de la especie humana. Este hecho, dice Garcés, abre un tiempo nuevo que es mas bien un no-tiempo, una cuenta atrás, la suspensión de la vida en cuidados paliativos cuando ya se ha diagnosticado la enfermedad terminal. Frente a este diagnostico parece ridículo hablar de la filosofía como una ayuda. Y, sin embargo, no lo es. Es la herramienta mas común que tenemos a nuestra disposición para rebelarnos contra la dictadura del fin de nuestro tiempo, para apostar por un ambientalismo filosófico que nos exija cuidar los ecosistemas sociales y personales y mantener vivas las cuestiones relevantes de nuestro tiempo.

 

Así, entre el ocaso de una manera de pensar y la posibilidad de pensar de otro modo, el pensamiento contemporáneo se presenta paradojalmente como una salida  de la filosofía a través de la filosofía misma.

 

Nieves y Miro Fuenzalida.


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