Sunday, October 15, 2023

Las contradicciones del genio

 

El 10 de marzo de 1977 Roman Polanski llevo a Samantha Galley a la casa de su amigo Jack Nicholson en Hollywood Hill. La insto a meterse en el jacuzzi, la animo a desnudarse y la siguió hasta donde se sentó en un sofá, la penetro, cambio de posición y nuevamente la penetro analmente. Samantha era una niña de solo trece años.

 

Polanski, un genio cinematográfico... ¿podemos, así tranquilamente, seguir viendo sus películas y admirando su genio cinematográfico? ¿O nos negamos completamente a ver “Rosemary’s Baby” o “Chinatown”? Es esta contradicción imposible la que, por lo menos para algunos de nosotros,  encontramos cuando admiramos la genialidad artística o intelectual de un autor, pero al mismo tiempo sentimos  indignación frente a su conducta moral o política... ¿podemos seguir leyendo, por ejemplo, la obra de Martin Heidegger, sabiendo que fue un nazista despreciable que guardo un silencio cómplice ante la exterminación física del pueblo judío, los gitanos y homosexuales en los hornos crematorios de los campos de concentración, el crimen mas grande de la historia? ¿o admirando la pintura de Picasso, imagen del arte mismo, que su nieta Marina, en sus memorias, escribió que “el sometía a sus mujeres a su sexualidad animal, las domaba, las embrujaba, las ingería y luego las aplastaba en su lienzo. Después de haber pasado muchas noches extrayendo su esencia, una vez que estuvieron desangradas, se deshacía de ellas, dejándolas con sus vidas destrozadas”? Dos de ellas se suicidaron, al igual que su nieto Pablito, después que sus vidas quedaron destrozadas por haber pasado un tiempo con Picasso que, además de pegarles, acostumbraba a apagar sus cigarrillos en sus mejillas. La pintura “La Mujer con el Collar Amarillo” representa a Françoise Gilot, una de sus mujeres. Lo que aparece ser un lunar en la mejilla izquierda de la figura, se dice que es la marca de una quemadura de cigarrillo grabada en la cara de la modelo durante una pelea con el artista.  

 

La lista de genios con características indeseables es bien, bien larga. Ante a este dilema... ¿conservamos su obra o las cancelamos junto con su creador? ¿o, por el contrario, separamos, así fácilmente, lo echo del hacedor? En breve... ¿qué hacemos con las grandes obras hechas por humanos despreciables?  

 

Según algunos expertos, especialmente los pertenecientes al “Nuevo Criticismo”, bien popular en la primera mitad  del siglo XX, uno debiera enfocarse solo en el texto que debe mirarse como una entidad aislada... solo escritura. Separar al creador de su obra permite apreciar y analizar su obra en si misma independientemente de las acciones o creencias del creador. No es necesario estudiar el contexto histórico, los datos biográficos ni la contribución filosófica en la cual la obra se produce. Todo lo que importa es la obra en si misma. Las acciones del autor, por depreciables que sean, no tienen relevancia en el significado del texto. No necesitamos años de investigación ni una variedad de fuentes, como el trasfondo histórico o el  contexto sociopolítico de la vida del autor, para criticar y apreciar la obra. La biografía no debe colorar la experiencia de la creación. Su significado y valor solo debe basarse en lo que vemos o leemos. Por tanto, disfruta la obra sin ningún remordimiento. 

 

¿Podemos realmente hacer esto? ¿podemos disfrutar del texto sin cometer la falacia biográfica e ignorar los sentimientos naturales que surgen del conocimiento de la vida del autor?

 

Probablemente no... por eso, tal vez, a mediados de los 60s, su aproximación al arte, especialmente literaria, empezó a erosionarse y finalmente se impuso la primacía de los enfoques críticos que exigían el examen de las realidades de la producción y la recepción del texto.

 

Si seguimos investigando intensamente una y otra vez a una persona o a una obra finalmente encontraremos algo errado o algo que nos molesta en su vida o en su obra. Por mucho que hayamos admirado y sigamos admirando a Marx, por ejemplo, es difícil no pensar en su ataque a Simón Bolívar que lo vio como “un cobarde brutal y miserable, déspota de ínfima estatura”, además de otras cosas, sin siquiera preguntarse por las razones de orden histórico-políticas que pudieron dar sentido a una propuesta o proyecto que, por irrealizable o poco democrático que se quiera,  en su momento histórico se le apareció a las elites revolucionarias como la conclusión posible y necesaria de la guerra de independencia. Para quienes hoy veneran al Libertador, el juicio de Marx es bien difícil de tragar.  

 

La búsqueda de la mancha que tiñe la obra, alimentada por la biografía, es actualmente una ocupación central del Internet que intenta revelar nuestro yo y el de las otras personas, especialmente de aquellas que han sido famosas y reverenciadas a través de la historia, y en esta búsqueda pocas son las que hoy se escapan a este escrutinio. Piensa solo en Aristóteles, considerado  como uno de esos pocos  filósofos cuyo increíble legado histórico ha marcado todo el pensamiento occidental hasta nuestros días. Cualquiera que se adentre en los laberintos de los estudios teóricos se encontrara, mas temprano que tarde, con su autoridad. Con lo que es mas difícil encontrarse es con su lado obscuro, marcado por su misogenísmo,  por su odio a las mujeres. Según el, la mujer existía para ser una sirvienta del hombre, a las que se le debía dar menos comida y a las que describió, mucho peor, como una versión humana incompleta. En su obra “Política”, el escribe que “en cuanto a los sexos el varón es por naturaleza superior y la hembra inferior, el varón gobernante  y la mujer súbdita”. Por mucha filosofía, matemáticas y conocimientos que haya tenido, hoy día, si viviera entre nosotros, seria considerado, especialmente por #MeToo, como un imbécil. Pero, como no vive hoy día sino que en un pasado diferente... ¿podríamos darle un pase?

 

El pasado es uno de esos problemas  difícil de eludir. Un lugar en donde cosas terribles ocurrían... esclavitud, antisemitismo, patriarcado, injusticia e inhumanidad. Un tiempo en donde una variedad de abusos era normal y nos decimos a nosotros mismos que ello ocurría porque no sabían nada mejor. Quienes cometían esos actos eran simplemente productos de su tiempo y separarlos de su contexto no provee una buena comprensión de su obra. Ahora habitamos el presente y sabemos mucho  mas porque somos herederos del Iluminismo... ¿cierto?

 

No realmente. Toma simplemente el ejemplo de Richard Wagner. Imaginemos un liberal iluminado que retrocede en el tiempo y trata de convencerlo que se retracte del infame panfleto que escribió acerca de los judíos. Buena suerte con ello, porque el problema es que Wagner era alguien que también sabia mejor, lo que va en contra de todas nuestras creencias acerca del pasado. Wagner conocía muy bien los argumentos contra el antisemitismo ¿Como lo sabemos? Porque el lo dijo, lo que no quiere decir que el no fuera antisemita. A pesar de saber mas, Wagner eligió lo contrario. ¿Y no encontramos algo parecido en Aristóteles? El probablemente sabia de la existencia de Sappho, Aspasia de Miletus, Hipparchia de Mameia, Telesilla de Argos, y muchas otras que brillaron en el mundo antiguo por sus capacidades intelectuales, artísticas  y políticas y, sin embargo, continuo considerando a las mujeres como una “versión humana incompleta”.   

 

En las versiones teleológicas de la historia frecuentemente encontramos la curiosa idea de que la humanidad se orienta hacia la bondad, la justicia y la  igualdad. De que de alguna manera, si miramos el pasado,  estamos mejorando. La historia es algo que esta detrás o debajo de nosotros y desde nuestra especial posición sabemos mejor, mientras que el mundo literalmente se quema, los ejércitos matan niños, mujeres y ancianos y a los inmigrantes se los encierran en campos de concentración o duermen en las calles de Nueva York o Toronto, las mujeres continúan siendo ciudadanas de segunda o tercera clase en gran parte del mundo y, como si esto no fuera poco, acosadas sexualmente por los jefes. Buena suerte con la esperanza de la inclusión. Pareciera que nuestra destinación histórica es la repetición de lo mismo. El espejo nos muestra nuestra imagen y ella nos dice que no somos mejores.

 

Pero, en todo caso,  estábamos hablando del artista y lo cierto es que a pesar de todas nuestras buenas intenciones de separar el arte del artista o el texto del autor no podemos liberarnos de la biografía... la del artista, que puede interrumpir el consumo del arte y la nuestra, que podría dar forma a la visualización del arte. Y esto es lo que, podríamos decir, ocurre en cada caso.     

 

Gustave Flaubert, el autor de la novela clásica “Madame Bovary”, era pedófilo. El comete la infamia y es su obra  la que se mancha... ¿qué hacemos con ella? ¿Simpatizamos con las victimas y acusamos a los perpetradores? ¿Boicoteamos su creación y la quemamos en la hoguera?

¿Cancelamos sus obras en nombre del progreso? La cosa es que, a pesar de todo, queremos seguir leyendo  y consumiendo su arte y no queremos perdernos ninguna cosa. Es esta tensión la que esta en discusión.

 

Al final, como en tantas otras cosas, nos encontramos sin una respuesta única o universal. Pero, lo que si es claro es que nadie debiera abogar por la vuelta de un nuevo “Index Librorum Prohibitorum”. En el fondo tendrá que depender de nuestros valores personales o perspectivas éticas y políticas y, sobre todo, de nuestra reacción emocional.  

 

Nieves y Miro Fuenzalida.


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