Sunday, April 2, 2023

El animal y yo

 

O, mejor aun, el animal que soy... ¿qué mas natural que eso? La teoría de la evolución muestra claramente que es bien difícil trazar una línea separadora entre humanos y animales. La descendencia común y el paulatino proceso de selección natural hacen posible asumir la continuidad de rasgos biológicos y sicológicos entre especies que tienen  alguna relación.  

 

Los etólogos que estudian el comportamiento animal  han adoptado, desde hace bastante tiempo, el principio de no inferir estados mentales similares a los humanos  a partir de un comportamiento que pudiera parecer similar a un comportamiento humano. Es este principio el que les ha permitido desaprobar cualquier discusión sobre la mentalidad animal. El antropomorfismo en zoología, al igual que en la astronomía y la física, se convirtió en sinónimo de anécdota, opuesta al rigor científico.

 

Igualmente, desde una perspectiva moral, imaginar que el animal piense o sienta como  el humano es simplemente una forma de narcisismo egocéntrico... uno mira el mundo y solo ve reflejado en el la propia imagen. Y en el contexto teológico no tendría sentido tratar de pensar con los animales en un mundo en donde, a diferencia de todo otro ser, solo el humano esta dotado con razón y alma inmortal gracias a dios. 

 

Y, sin embargo, el irresistible deseo de entender las mentes no-humanas, a pesar de su negación, invita a especular acerca de ellas, aunque casi siempre fallamos.  

 

La antropología, la historia y la literatura ofrecen bastante información acerca de las cambiantes actitudes humanas hacia los animales  que finalmente llevan a preguntar... ¿es posible captar la agencia de otro ser que no puede hablar para revelar los efectos transformativos que sus acciones puedan tener en nosotros? ¿es posible pensar, no acerca del animal, sino con el animal? Pensar con el animal “puede tomar la forma de un intenso anhelo de trascender los confines del yo y de la especie para comprenderlo desde dentro o, incluso, para devenir en un animal” como era típico en otros tiempos y en otros contextos culturales en donde este pensar con el animal se revelaba como lo opuesto al egoísmo y antropocentrismo arrogante de nuestra época. Entender, por ejemplo, como seria ser un águila o un jaguar es algo que funde la oposición entre antropomorfismo y zoomorfismo, entre humanizar al animal y animalizar al humano.

 

El viejo principio de la diferencia entre Naturaleza y Cultura del pensamiento occidental no tiene cabida en las cosmologías del llamado “Nuevo Mundo”. En el pensamiento amerindio, por ejemplo, que el antropólogo brasilero Eduardo Viveiros ha venido investigando desde hace tiempo, nos encontramos, dice, con un “multinaturalismo” que supone la unidad del espíritu y la diversidad de los cuerpos. La cultura, aquí, es lo universal, la naturaleza, lo particular, a diferencia del “multiculturalismo” de las cosmologías modernas que se apoyan en la implicación mutua entre la unicidad de la naturaleza garantizada por la universalidad de los cuerpos y de la sustancia y la multiplicidad de las culturas generada por la particularidad subjetiva de los espíritus y los significados.

 

La etnografía de la América indígena contiene teorías cosmopolitas que hablan de un mundo lleno de agentes subjetivos  humanos y no-humanos, de dioses, animales, muertos, plantas, fenómenos meteorológicos y, a veces, también objetos y artefactos, todos ellos  dotados de un conjunto de disposiciones perceptivas, apetitivas y cognitivas, es decir, llenos de almas semejantes. Los animales y demás no-humanos dotados de alma “se ven como personas” y, por consiguiente “son personas”, objetos intencionales constituidos por relaciones sociales. La similitud de almas, sin embargo, no implica que se comparta lo que esas almas expresan o perciben. Como dice Viveiros, la forma como los humanos ven a los animales, a los espíritus y a otros actuantes cósmicos es bien diferente de la forma como esos seres los ven y se ven a si mismos. Los humanos, en condiciones normales, ven a los humanos como humanos y a los animales como animales. En cuanto a ver espíritus, habitualmente invisibles, indica con seguridad que las condiciones no son normales, afectados por la enfermedad, el trance u otros estados secundarios. Los animales predadores y los espíritus, en cambio, ven a los humanos como presas, en tanto que las presas ven a los humanos como espíritus o como predadores... “El ser humano se ve a si mismo como tal. La luna, la serpiente, el jaguar y la Madre de la viruela lo ven como un tapir o un pecarí, a los que matan”. Al vernos a nosotros como no-humanos, es así mismos y a sus congéneres que los animales y los espíritus ven como humanos. Ellos se perciben como seres antropomorfos cuando están en sus casas o en sus aldeas y aprehenden su comportamiento y sus características bajo una apariencia cultural. Perciben su alimento como alimento humano... los jaguares ven la sangre como cerveza de maíz, los buitres ven a los gusanos de la carne putrefacta como pescado asado y las garras, plumas y picos de los otros animales los ven como adornos o instrumentos culturales. En esta visión indígena todos los animales y demás componentes del universo son personas o virtualmente personas, no solo como una posibilidad lógica, sino como una potencialidad ontológica y algunos no-humanos actualizan esa potencialidad de manera mas completa que otros. La condición común a los hombres y a los animales no es la animalidad, sino la humanidad. Los no-humanos son antiguos humanos. Nosotros, los llamados modernos, pensamos que la humanidad ha surgido de la animalidad, normalmente ocultada por la cultura. El indígena piensa que tras haber sido en otros tiempos humanos, los animales y otros existentes cósmicos continúan siéndolo, aunque de una manera no evidente para nosotros.   

 

Es en este contexto en donde el chamanismo, según Viveiros, se manifiesta como la habilidad que algunos individuos tienen para atravesar las barreras corporales entre las especies y adoptar la perspectiva de otras subjetividades para  administrar las relaciones entre estas y los humanos. Una inteligencia chamánica de primer orden es la capacidad de ver simultáneamente según dos perspectivas incompatibles, el paso de un punto de vista al otro, la transformación en animal  para poder transformar al animal en humano y al humano en animal. Cuando el chaman activa un “devenir-jaguar”, no produce ningún jaguar, ni tampoco se afilia a la descendencia de los jaguares. Adopta un jaguar, coopta un jaguar, establece una alianza felina. Como indica Deleuze, esta no es una semejanza, sino un deslizamiento, una proximidad extrema, una contigüidad absoluta. No una filiación natural, sino una alianza contra natura.  En buenas cuentas, al ver a los seres no-humanos tal como ellos se ven a si mismos los chamanes son capaces de asumir el papel de interlocutores activos en el dialogo transespecifico... un arte y una diplomacia política, un proceso siempre peligroso.

 

Este, como bien dice Viveiros, es un modo de conocer que se ubica en las antípodas de la epistemología objetivista de la modernidad occidental. Para esta conocer es “objetivar”, poder distinguir en el objeto lo que le es intrínseco de lo que le pertenece al sujeto conocedor y que, como tal, ha sido indebidamente proyectado en el objeto. En breve, conocer es des subjetivar. El chamanismo amerindio se guía por el ideal inverso... conocer es “personificar”, tomar el punto de vista de lo que es preciso conocer. La personificación o la subjetivación chamánica reflejan una propension a universalizar la actitud intencional. Dicho de otra manera, lejos de reducer la intencionalidad ambiental a nivel cero para obtener una representacion absolutamente objetiva del mundo, el chamanismo apunta a la revelacion de un maximo de intencionalidad. Cada acontecimiento se ve como una accion, una expression de estados o de predicados intencionales de un agente cualquiera. Segun la epistemologia amerindia es necesario personificar para saber.

 

No hay que confundir, sin embargo, esta subjetivacion amerindia con las fantasias del buen salvaje o las del paraiso de los pueblos exoticos. La verdad es que la presuposicion universal de humanidad no hace al mundo indigena mas tranquilizador o mas bueno. Segun los cubeo del noreste de la Amasonia “la ferocidad del jaguar es de origen humano”. La violencia predatoria, la ley del comer o ser comido es consequence de la humanidad en el animal, en contraste con la nuestra en donde es la bestia interior el origen de la violencia humana.

 

¿Cuál es el punto de todo esto? ¿Y que nos importa como los indígenas puedan pensar? Bueno, porque, como sabemos de hace bastante tiempo, “cada comprensión de otra cultura es un experimento con la propia”. Viveiros cree que ellos piensan exactamente “como nosotros”. Pero, lo que piensan, es decir, los conceptos que se dan, son muy diferentes de los nuestros y, por lo tanto, el mundo descrito por esos conceptos es muy distintos del nuestro.

 

Esta es la cosa... ¿qué ocurre cuando tomamos en serio el pensamiento indígena? ¿cuándo, en lugar de explicar, interpretar, contextualizar o racionalizar ese pensamiento lo utilizamos, extraemos sus consecuencias y verificamos los efectos que produce sobre el nuestro? ¿qué es pensar y tomar en serio el pensamiento indígena? Aquí no se trata, dice Viveiros, de creer que lo que dicen los indígenas es la expresión de una verdad sobre el mundo. Si queremos tomarlo en serio, debemos entonces tomarlo como una practica del sentido... como dispositivo autorreferencial de producción de conceptos, de símbolos que se representan a si mismos. La tarea de la antropología no es la de explicar el mundo de los otros, sino la de multiplicar nuestro mundo. No podemos pensar como los indios, pero, a lo menos, podemos pensar con ellos. Al superar su propio contexto el pensamiento amerindio da que pensar a otros, cualquiera que sean estos otros.    

 

A las diferentes y cambiantes formas de pensar con el animal todavía es posible, si tenemos tiempo, inventar otras para explotar las posibilidades de nuevas formas de experiencia. A diferencia de la proyección de la propia forma de sentir y pensar en otras mentes, la inmersión del yo en el otro es, podríamos decir, un anhelo empatetico, aunque nunca completamente logrado.

 

Nieves y Miro Fuenzalida.


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