Sunday, May 2, 2021

La naturaleza no existe

 

En 1989 Bill McKibben publico un libro con el curioso titulo de “El Fin de la Naturaleza”. Curioso… ¿cierto?…porque  ¿cómo esto podría ser si la naturaleza existía  ya antes que el ser humano y continuara existiendo después de su desaparición? Es justamente esta creencia, dice McKibben, esta idea  de que la naturaleza es independiente del ser humano, la que ya no podemos sostener en  buena fe porque hoy sabemos que la realidad del clima antropogénico la hace imposible. Debido a la intervención humana, como es la del  uso de la energía fosilizada y la liberación de gases que produce, nada en el mundo natural  permanece como natural y todo deviene en un artefacto. Cuando la actividad humana altera las condiciones básicas de la biosfera  todo lo que existe dentro de ella cambia fundamentalmente su modo de ser. La naturaleza, literalmente, ha sido destruida y hoy vivimos en un mundo pos natural. 

 

El problema con esta visión, bastante popular en el movimiento ecológico, es que  muy bien puede ser  que el fin de la naturaleza no haya ocurrido recientemente, con la revolución industrial como se dice, sino que haya estado ocurriendo desde siempre, desde el mismo momento en que los humanos entramos  en la escena. Si esto es así… ¿como podríamos llegar a tener una buena idea de la naturaleza o del clima independiente el ser humano sin tener una línea básica de comparación? La  pregunta  no deja de tener importancia porque sin esta idea no tendríamos como comparar. Por otro lado, si lo miramos desde una perspectiva ontológica, los seres humanos somos seres naturales. Por tanto, si otros seres  vivos  transforman el ambiente sin destruir la naturaleza porque son parte de ella…. ¿Por qué, entonces, decimos que el ser humano la destruye con su acción si también es parte de ella? La única respuesta posible seria pensar que los humanos cayeron  a este planeta  desde arriba, respuesta  que nos llevaría  a aceptar un dualismo metafísico que en esta época es bien difícil de sostener.

 

La cuestión es esta…Si somos ajenos a la naturaleza, la violamos  todo el tiempo. Pero si  somos parte de ella su violación es lógicamente  imposible. En el fondo, entonces, lo que la tesis del fin de la naturaleza no puede decirnos es  que acciones humanas violan el ambiente y que acciones están en armonía con el.

 

Según Vogel, siguiendo las tesis pos estructuralistas, lo que cuenta como naturaleza es siempre, histórica y sociológicamente hablando, variable y el panorama que nos gusta llamar natural siempre resulta ser, en mayor o menor medida, el producto de la acción humana.  McKibben tiene razón al decir que hoy la naturaleza no existe. La cuestión, sin embargo, es que la naturaleza nunca ha existido. Si negamos el concepto de naturaleza, dice Voguel, podríamos avanzar una versión del ambientalismo que resolvería el dualismo metafísico entre el hombre y la naturaleza. Para McKibben la perdida de la idea de naturaleza seria penosa porque ha sido una idea importante y significativa en la historia occidental. Para Vogel, en cambio, su pérdida debería alegrarnos porque finalmente abandonaríamos una ilusión.

 

¿Necesitamos llegar a tal extremo?  ¿No seria mejor enmarcar la crisis ambiental, no en términos de artificio humano versus naturaleza pura, sino como una dicotomía a resolver entre lo que es salvaje y libre y el intento  humano de dominarlo? El mundo no es puramente natural o puramente artificial. Lo que encontramos es una línea continua entre naturaleza incontaminada y dominio humano total. La ventaja de ver las cosas de esta manera  es que abandonamos el dualismo metafísico  y conservamos el  concepto de naturaleza. La naturaleza salvaje no es por definición lo no humano, sino el mundo total, incluyendo el ser humano como parte de ella. Desde esta perspectiva, la tensión crucial  se ubica ahora  dentro de nuestra humanidad o de lo que creemos que es nuestra humanidad y no entre lo humano y lo natural.

 

 La ventaja de verlo así, según el académico Allen Thomson, es doble. La primera es que, a diferencia de la dicotomía entre naturaleza y artefacto, en donde cualquier intervención humana es suficiente para transformar lo natural en  artificial, aquí el dominio   humano de lo salvaje no es inconsistente con la continua existencia de una naturaleza salvaje. Al construir lo artificial continuamos siendo seres  salvajes al igual que el mundo natural con el que nos ocupamos Si lo salvaje, entendido como un proceso primario e inagotable, es inherente a la naturaleza, entonces, por muy grande que sea la civilización o  nuestra capacidad de dominio nunca será  suficiente  para hacerla desaparecer completamente. Lo salvaje es el lugar en donde la diversidad de seres vivos y no vivos florecen de acuerdo a su propio  orden. La segunda es que el calentamiento global antropogénico es el síntoma del control excesivo de la civilización humana. Demasiadas industrias, demasiada energía perdida, demasiados aparatos funcionando, demasiados animales sacrificados. Y esto es solo el comienzo. Claro que un comienzo solo para nosotros, porque  si el calentamiento global provoca una  tragedia, será  una tragedia  para nuestra civilización, no para la naturaleza. Lo que desaparecerá serán las condiciones naturales que hacen  posible la civilización humana, no el mundo natural.

 

¿Qué hay de malo, entonces, con el calentamiento global antropogénico si no afecta la existencia de la naturaleza? ¿Y si no afecta su existencia por qué origina tanta angustia  y rabia moral entre los ambientalistas? Porque, según ellos, causara un tremendo sufrimiento humano si no hacemos algo pronto. Científicos británicos predicen que para el  año  2100 una tercera parte de la superficie terrestre será afectada por sequías extremas, comparada con solo el 2% actual, lo que hará  imposible  la agricultura y, como si esto no  fuera poco, el aumento de temperatura liberara, según NASA, los depósitos de hidratos de metano cuando las capas de hielo se derritan alterando fundamentalmente  nuestras condiciones de vida. Perdida de plantas, especies animales y  eco sistemas regionales únicos  es, sin lugar a dudas, moralmente objetable. Pero… ¿Es esto todo lo que origina la angustia ambientalista? Probablemente no. Si el calentamiento global no significa  el fin de la naturaleza, debe significar, entonces, el fin de otra cosa.

 

El aumento de los niveles de gases produce el efecto de invernadero en la atmósfera que eventualmente causa la perdida del equilibrio entre la cantidad de radiación que la Tierra recibe del sol y la cantidad de energía que libera en el espacio. El calentamiento global es el síntoma de ese desequilibrio. Si consideramos que el actual equilibrio atmosférico ha definido  el ambito en el que nuesta civilización  ha sido posible, entonces tendríamos que decir que este equilibrio tiene un valor constitutivo conectado con nuestra identidad como personas individuales, como miembros de una cultura y  de una especie. Nuestra identidad, en gran mediada, esta constituida por el lugar particular que habitamos en el mundo y este mundo depende del equilibrio atmosférico. Es este lugar  particular, con  sus bosques, ríos y lagunas, con sus calles, moradas y centros de reunión, el que  forma  la comunidad a la que pertenecemos y su desaparición implica un sentimiento de perdida real, el fin de algo fundamental en nuestras vidas. Y, a pesar de que no individuo o evento es responsable por la destrucción del ambiente terrestre, sabemos que el calentamiento global  que la produce esta unido a una causa común que hace imposible eludir  nuestra responsabilidad colectiva… ¿No será que es esta intuición moral la que, finalmente, despierta la angustia ambiental ante la posibilidad de que el calentamiento global traiga el  fin  de  nuestro mundo?

 

El proyecto modernista ha sido el intento de denominar la naturaleza y colocarla  al servicio de  nuestros fines. Por miles de años el mundo natural determino las condiciones en las cuales la historia se desarrollo. Los eventos naturales estaban fuera de nuestra influencia y responsabilidad. Eran actos de Dios. Y lo único que nos quedaba era sufrirlos pasivamente o rezar con la esperanza de conmover al Ser Supremo.  El  conocimiento científico cambia todo esto al crear el poder  para controlar,  dominar y explotar  el mundo natural y lograr la liberación  del ser humano del miedo y la superstición. Y este fue un tremendo poder.  Solo que junto  con el dominio de la naturaleza y la conciencia de la libertad viene también la responsabilidad.  Ahora sabemos que las condiciones fundamentales de la biosfera es algo de lo  que colectivamente somos parte.

 

Así la ciencia y la tecnología  nos permiten el control de nuestro ambiente, pero este control nos hace  responsables por mucho más de lo que esperábamos.  Es por esto que Allen Thomson dice que  no nos  angustiamos por  el fin del mundo natural. Nos angustiamos por  nuestra responsabilidad por el mundo natural.

 

Y la verdad,  esto no es del todo malo. En un momento el planeta fue más grande que nosotros. No ahora… nuestra activad colectiva juega un papel determinante  en las condiciones que hacen posible la vida. Y dada esta  tremenda  responsabilidad  nuestra ansiedad es apropiada y mientras mas se extienda tanto mejor.

 

Nieves y Miro Fuenzalida.

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