Sunday, May 30, 2021

La inevitabilidad del nihilismo

 

 Si pensamos lo suficiente, lo que no es tan  fácil, llegamos a la desconcertante conclusión de que esencialmente la vida carece de sentido. Siempre podemos encontrarle sentido, por ejemplo, al Sacramento de la Eucaristía dentro del contexto de la teología cristiana y a la teología cristiana dentro del contexto de la vida y a la vida dentro del contexto del universo físico... ¿cierto? Si, pero, y esta es la cosa, si seguimos, mas temprano que tarde nos topamos con el desconcertante hecho de que las cosas solo tienen sentido en tanto no las empujemos demasiado.

 

 Según la ciencia la razón de nuestra existencia se debe a una reacción química azarosa ocurrida en la Tierra aproximadamente 3.5 billones de años atrás que condujo a una cadena biológica evolutiva cuyo resultado final  ha sido el homo sapien. Si damos un paso mas atrás, tendríamos entonces que preguntar por que estas condiciones existieron, lo que lleva últimamente a la cuestión de por que la realidad en si misma existe. Pregunta que, en todo caso, no es banal. Somos parte de la realidad y si la realidad tiene alguna razón de ser, entonces, por extensión sabremos cual es la razón y el sentido de nuestro propio ser.

 

Como decía Ortega y Gasset “yo soy yo y mi circunstancia”. Nacemos en una situación especifica, dentro de una familia y lugar determinado y en una época histórica particular que no elegimos y con los que tenemos que existir hasta que se nos acabe el tiempo. Es este marco de referencia el que determina nuestro mutuo entendimiento, nuestra interpretación del mundo y las diversas opciones que tenemos en el. Es esta estructura social la que provee reglas, normas, valores, principios, estructuras económicas y sendas de vida, mas o menos trilladas, por las cuales transitamos. Todos los propósitos que encontramos dentro de este espacio son imposiciones socialmente construidas y no constitutivos de la vida. Todas nuestras acciones, producciones, creaciones y fines deseables que nos ocupan  adquieren su sentido solo dentro de un determinado marco de referencia. Inmersos en la circunstancia social sabemos exactamente lo que tenemos que hacer con nosotros mismos y lo único que nos queda es decidir cual es la mejor forma de lograr los objetivos presupuestos.  

 

Si comparamos el marco social humano con el marco biológico del animal veremos que ambos restringen los parámetros de las conductas, al mismo tiempo que posibilitan la persecución de un fin especifico. Pero, a diferencia de la inmersión biológica animal, los humanos poseemos la habilidad de separarnos de nuestro marco y verlo por lo que realmente es. Es esta distancia la que nos permite descubrir que todos los diferentes fines que nos preocupan a través de nuestra existencia son opcionales y que ellos no contribuyen a lograr un objetivo general o destino final.

 

Esta noción de dar un paso atrás para distanciarnos del marco social tiene, en verdad, una larga historia que presumiblemente empieza con el budismo y se hace familiar en el occidente con la filosofía existencialista del siglo XX de Heidegger y Sartre y continua con los teóricos del pos modernismo. En todos ellos la distancia es positiva y deseable, una fuente de liberación de los regímenes opresivos y un paso necesario para encontrarse a “si mismo”.

 

Visto desde otra perspectiva, sin embargo, esta suspensión del marco carece en realidad de cualquiera connotación de liberación positiva o descubrimiento de una supuesta autenticidad y, en el fondo, solo lleva a una suspensión mental de la comprensión ordinaria y cuotidiana de las acciones y metas que le dan sentido a nuestras vidas.

 

Cuando estamos completamente sumergidos en nuestras tareas cuotidianas, enfocados en la solución de nuestros problemas, en los dolores del cuerpo, en las fluctuaciones de nuestras emociones, en el trabajo diario, en la ceremonia religiosa, en el pago de nuestras deudas económicas o en las intrigas de nuestras relaciones interpersonales, estamos viviendo dentro de un marco significativo y pensamientos acerca del ultimo sin sentido de la vida no tienen mucho lugar. Puedo estar, por ejemplo, totalmente absorbido con el objetivo de comprar el ultimo teléfono inteligente y esta absorción, por ahora, le da sentido a lo que hago. En este caso, separarme del marco es no permitir que este objetivo guie mis pensamientos y acciones  y, en su lugar, empezar a cuestionarlo. La importancia de esto es que permite ver a todos nuestros fines y metas objetivamente al considerarlos solo como diferentes aspectos de nuestra vida que podemos observar y someter a descripción.

 

El valor de esto es que nos permite comprender que son nuestras acciones colectivas las que crean el contexto en el cual la vida individual se llena de sentido. Pero, y esta es la cosa, para que este contexto como tal tenga sentido requiere de un contexto mas amplio, digamos uno que este mas allá de la vida y del mundo físico, desde el cual la vida en “si misma” pudiera tener un propósito que le diera sentido.

 

Una de las formas mas tradicionales de refutar el nihilismo, como nota el filosofo ingles James Tartaglia, es demostrar que hay un  contexto de significado mas amplio que trasciende el universo espacio-temporal  que provee un nivel de comprensión y significado adicional similar al contexto que el marco de referencia ofrece. Es este contexto el que le permite al mundo natural asumir el carácter de un artefacto humano que ha sido creado con un propósito, en lugar de algo que simplemente existe sin razón. En la aparente contingencia de la realidad hay un propósito subyacente que trasciende el mundo que conocemos.  Según el filosofo austriaco Wittgenstein eso que hace que el mundo no exista solo por accidente no puede ser parte del mundo, porque si así fuera también sería algo accidental. Por tanto, ese algo tiene que trascender el mundo.

 

El problema, como dice Tartaglia, es que todo lo que conocemos por experiencia existe dentro del universo físico y la posible existencia de un contexto mas amplio es nada mas que una posibilidad abstracta a la que se llega mediante un proceso de razonamiento acerca de que es lo que se requeriría para que la vida tuviera sentido. Que algo se requiera para que la vida tenga sentido no implica que lo que se requiere  existe.

 

El concepto de la trascendencia, de una u otra manera, ha estado presente en el pensamiento oriental y en la filosofía occidental, a lo menos, desde Parménides con diferentes connotaciones. Pero, es en la religión en donde el concepto ha adquirido un lugar central, lo que indica que, mas que una mera curiosidad intelectual, estamos tratando con algo profundamente enraizado en nuestra historia intelectual. El mensaje religioso, a todas luces, cambia el significado de la muerte, uno de nuestros  temores mas grandes, porque al final de nuestras vidas despertaremos a una nueva realidad que es el verdadera fundamento que le da sentido a nuestra existencia.

 

Pero, como dice Santayana,  este nuevo fundamento requiere a su vez ser fundado y así ad infinitum. La existencia es esencialmente infundada, porque nunca llegamos a un fundamento ultimo. Con lo que nos quedamos, entonces, es con que la demanda por propósitos adicionales, por muy atractiva que sea, termina con el hecho bruto de que la vida no tiene un ultimo propósito.

 

Y, finalmente, si no fuera posible descartar totalmente un propósito general de la realidad, si presumimos que el universo físico existe dentro de un contexto trascendente, no hay razón para creer que este sea un contexto de significado, es decir, uno en el cual la vida humana tuviera un propósito general.

 

Si rechazamos toda concepción supernatural y llegamos a la conclusión de que el significado es un producto, como el humanismo afirma, entonces, en lugar de negar que la vida tenga un significado, lo que quedaría es ver si la noción se puede aplicar dentro de la vida en donde podríamos encontrar contrastes significativos entre las vidas que lo poseen y las que no lo tienen. Un Che Guevara, por ejemplo, comparado con el sujeto que pasa su vida frente al monitor obsesionado con los juegos electrónicos. Esto sugiere que los logros, especialmente los morales, le darían sentido a la vida. La idea básica en la noción de autenticidad en el existencialismo del siglo XX es la de que es posible tomar control de la vida imponiendo en ella una narrativa con un propósito general. La vida, por tanto, tiene sentido, pero somos nosotros los que se lo damos. 

 

Esta narrativa, que hoy día es predominante en el mundo teórico, no refuta, sin embargo, el nihilismo. En ella el sentido de la vida es algo que nosotros creamos y no algo que descubrimos. Así, a pesar de que las vidas individuales son significativas en virtud de los compromisos sociales, el hecho de que la vida social carece en si de sentido permanece. Y, cualquier sentido que nuestras vidas adquieran dentro de la sociedad, siempre será algo de lo que podemos desvincularnos y transformarnos, por ejemplo, en reclusos o ermitaños, lo que indica que ellos no son constitutivos de la existencia.

 

La significancia del nihilismo no es practica, sino teórica. El error de todos los intentos de escapar al nihilismo es la de equiparar el “sin sentido” con la “ausencia de valor social”. Obviamente, nadie quiere considerar a la vida como algo sin valor, porque eso fácilmente llevaría a la misantropía y el anti natalismo.

 

La cuestión, entonces, es esta...  el juicio de que “la vida socialmente no tiene  valor” es una evaluación, en tanto que el juicio la “vida no tiene sentido” no lo es. Según la concepción religiosa debemos valorar solo las cosas que Dios valora. Pero, si no sostenemos tal creencia, no tiene importancia que nuestros proyectos no sean valorados por un ser  trascendente, en tanto que nosotros mismos los valoremos. En contra de Nietzsche, los valores y la verdad no van a colapsar y, por lo tanto, no tenemos que revalorizar el mundo. Lo único que necesitamos es el marco y el mundo objetivo para buscar la verdad y producir los valores. Y, en contra de Cioran, no hay razón para desesperar. El nihilismo solo yace al borde del marco.

 

Una vez liberados de la creencia en fines absolutos quedamos libres para perseguir lo que creemos que es mejor, libres para formular nuevos ideales y libres para tratar de lograrlos sin la imposición de una obligación divina. Y no hay razón para pensar que no podamos comprometernos con nuestras metas solo porque ellas no se imponen desde lo alto.

 

Nieves y Miro Fuenzalida.


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