En
el mito del origen del hombre de José Ortega
y Gasset nos encontramos con que el animal que se convirtió en ser humano era un
habitante arborícola que vivía en terrenos pantanosos en donde abundaban las
enfermedades epidémicas. Imaginemos que
esta especie se enfermo de malaria, o de otra peste, pero no murió. La especie quedo intoxicada y
esta intoxicación produjo una
hiperfunción cerebral. Y aquí radica todo.
Otros animales superiores que preceden al humano pueden tener entendimiento,
algo de memoria, pero no fantasía. A
diferencia de ellos este animal que
somos encontró súbitamente una tremenda riqueza de figuras y mundos imaginarios
dentro de si. Se lleno de fantasías como nunca nadie las había tenido. Frente
al mundo circundante ahora podía vivir también
en un
mundo fantástico. No solo en el que esta afuera, sino también en el que esta dentro. Al mundo de los
instintos, se agrega ahora el mundo de la imaginación. Es esta diferencia la que nos ha colocado, en menos de 100 mil años, en la cima de la cadena alimenticia.
Cualquiera
sea la causa de esta revolución mental, sea una mutación genética accidental que
cambio los circuitos neuronales, la simbiosis con plantas sicotrópicas o las fiebres
palúdicas, lo que interesa es entender las consecuencias que esta revolución
causo. El humano junto con otras especies animales poseen lenguajes que les
permiten transmitir información vital acerca del medio en que viven. Lo que
separa al lenguaje humano del lenguaje
de otras especies es la habilidad de
transmitir información de cosas que no existen, de entes que nadie ha visto y de seres que
viven fuera de la realidad. Mitos, cuentos, fabulas, historias y
leyendas, según el historiador Yuval Noah Harari, aparecen por primera
vez con esta revolución cognitiva. El
lenguaje ya no solo nos advierte “Cuidado. Un león!”, sino que ahora puede decir… “El león es el espíritu guardián
de la tribu”… ¿No es esta una pura ficción? Desde ese momento hemos vivido en puras fantasías sociales… “
hace explotar tu cuerpo y el cuerpo de otros y el cielo te recibirá con 50 vírgenes”.
¿Por
qué esto ha podido transformarse en una
ventaja biológica? Si ocupamos el tiempo buscando centauros y sirenas en lugar
de callampas y conejos, o si gran parte
del día lo pasamos orando a espíritus guardianes inexistentes… ¿Cómo logramos
sobrevivir? La ficción, dice Harari, nos capacita, no solo para imaginar cosas
que no existen, sino también para hacerlo colectivamente. Los mitos del Tiempo
del Sueño de los indígenas australianos, el ave sagrada Quetzal de los aztecas y mayas,
el mito bíblico de la creación o los mitos nacionalistas del Estado moderno son
todas ficciones urdidas colectivamente que nos han dado una inmensa habilidad
para cooperar flexiblemente con un incontable numero de extraños. Por eso el homo sapiens domina el mundo. Por
eso los ratones comen las sobras y los monos terminan en la mesa del experimento.
Hay
limites bien precisos en el numero de individuos que una banda puede sostener
harmónicamente. Para mantenerse operativa los miembros tienen que conocerse
íntimamente. Si dos chimpancés nunca se han visto, nunca han buscado alimento
juntos y nunca se han rascado las espaldas no saben si pueden confiar mutuamente.
El numero ideal para un contacto directo diario es entre 20 a 50 miembros.
Con mas de 100 el grupo empieza a desintegrarse. El mismo modelo, según los restos
arqueológicos, funciono en los primeros
homo sapiens, adaptados solo para vivir en pequeños grupos. Este mismo numero
mágico funciona hoy en unidades militares, centros comunitarios y negocios con
un mínimo de disciplina o reglas. Cuando se cruza el limite de 150 individuos
las cosas empiezan a ponerse agrias. No se puede dirigir una división de miles
de soldados igual que un pelotón y un
negocio entra en crisis cuando cruza el numero mágico.
¿Cómo el homo sapiens se las arreglo para crear ciudades de miles de habitantes,
naciones, imperios gigantescos o Corporaciones que contienen miles y millones? A través de la ficción. Incontables
individuos que ni siquiera se conocen, pero que creen en un mito común,
cooperan eficientemente en la mantención
de una compleja organización. La Mafia, los partidos políticos, la Iglesia o el colegio de abogados operan con mitos que solo existen en la
imaginación colectiva de sus miembros. Dos
Evangélicos que nunca se han visto
cooperan en la colección de dinero para la mantención del Templo porque ambos
creen que Dios se encarno en Cristo y permitió ser crucificado para expiar nuestros pecados. Un mafioso puede arriesgar su libertad y su vida para vengar
la muerte de otro miembro que ni siquiera conocía porque cree en el juramento de la hermandad.
Dos abogados, que nunca se habían visto, pueden defender a un extraño porque
creen en las leyes, los derechos humanos, el sistema judicial y los honorarios que reciben por sus servicios.
Nada
de esto existe fuera de las fabulas que la gente se cuentan unos a otros. No hay nación, Dios, derechos humanos, leyes
o juramentos fuera de la fantasía común del ser humano. Nadie puede decir… “Mira! Aquí encontré los
derechos humanos debajo de esta piedra”.
Las creencias en espíritus y fantasmas, típicas de las sociedades antiguas, servían
para mantener su unidad. Las sociedades modernas operan bajo el mismo
principio… ¿No son los Jueces, CEO o Senadores
los chamanes y brujos contemporáneos? La diferencia es que son mucho mas poderosos y
los mitos que cuentan, mucho mas extraños.
Una
Corporación, por ejemplo, no es un
objeto físico. Peugeot, dice Harari, emplea cerca de 200 mil personas a través
del mundo la mayoría de las cuales no se conocen entre ellos. A pesar de esto
todos cooperan tan efectivamente que en
el 2008 la Compañía produjo mas de 1.5 millones de automóviles que genero una
ganancia de 55 billones de euros… ¿En que sentido Peugeot SA existe? Los
automóviles no son la Compañía. Cada uno de ellos puede ser vendido como chatarra y Peugeot SA no desaparecería. Continuaría
construyendo autos y emitiendo reportes anuales. Lo mismo ocurre con las
fabricas, las maquinarias, los salones de venta, los empleados, las oficinas. Un desastre puede terminar con todo esto. Así
y todo la Compañía puede pedir un préstamo,
traer nuevos empleados, construir nuevas plantas, comprar nuevas maquinarias.
Tampoco son los accionistas y
administradores los que constituyen la
Compañía. Todos ellos pueden ser
despedidos y todas las acciones vendidas y la Compañía todavía permanecería intacta.
Si consideramos la situación puede que
inversa las fabricas, los trabajadores y
accionistas continúen existiendo, pero por una orden judicial la Compañía se
disuelve y Peugeot deja de existir. La Corporación Peugeot SA, entonces, de acuerdo con esta orden, no tiene una conexión esencial con el mundo
físico. Es solo un producto de nuestra imaginación.
Existe, no como un objeto materia compuesto de átomos, sino como una ficción legal sujeta a las leyes del país en que opera o a
los tratados internacionales que existen en ese momento.
Esto es lo que se llama “Compañía de
responsabilidad limitada”, una invención legal reciente de los últimos 200
años. Por la mayor parte de la historia
las cosas tenían dueños de carne y hueso.
Si el dueño de una pequeña industria
fracasaba era responsable de
todas las deudas contraídas. Si no podía
pagar el banco tomaba posesión de sus bienes y si no eran suficientes terminaba
en la cárcel. Por eso, pocos se arriesgaban. La compañía de responsabilidad
limitada fue la respuesta para
incentivar la creación de industrias y aminorar los riesgos. Ellas son independientes de quien las crean,
de los que invierten dinero en ellas o de quienes las dirigen. Si un abogado
sigue la liturgia y el ritual apropiado, escribe todos los conjuros y
juramentos en una pedazo de papel cuidadosamente decorado, entonces una nueva
Compañía ha sido incorporada. Y luego todos
nos comportamos como si la Compañía realmente existiera. En el sistema legal de EEUU una Corporación es
una persona legal, al igual que el vecino o el dueño del kiosco de la esquina. Hoy dominan el campo económico, gobiernan el mundo y cancelan la democracia
sin que la mayoría lo note.
¿Cómo
la gente llega a convencerse y creer en estas ficciones? ¿En la existencia
de dioses, naciones, dinero o
Corporaciones? No es tan fácil. Pero cuando ocurre le da al ser humano un
tremendo poder capaz de mover a millones para cooperar y trabajar en un fin
común. Todas estas ficciones, construcciones sociales o realidades imaginarias,
dice Harari, no hay que confundirlas con mentiras. Es mentira cuando el pastor dice… “Ahí viene el lobo”! y en
realidad no hay lobo. Estas realidades fantásticas, por el contrario, son creencias comunes que, en tanto
existan, constituyen una poderosa fuerza
en el mundo. Una fuerza tan grande que la sobrevivencia misma de los ecosistemas de los que dependemos esta sujeta al tipo de fantasías que
controlan nuestras vidas.
Esta
es la cosa. Las historias imaginarias
que nos contamos permiten la cooperación efectiva entre extraños como también el conflicto
entre diferentes fantasías. Lo
interesante es que esta cooperación o
conflicto a gran escala basada en mitos puede ser alterada contando otras historias.
Las revoluciones o cambio de historia abren una transformación cultural que
circunvala la lentitud de la evolución genética al crear juegos complejos que cada generación
contribuye a elaborar y desarrollar… Hoy
nadie cree en el poder divino de los reyes. Cuando unos pocos empezaron a contar una
historia diferente a finales del siglo
XVIII los reyes se transformaron en reliquias del pasado.
Nieves
y Miro Fuenzalida.
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