A pesar de la predicción
de “la muerte del autor”, anunciada por Roland Barthes, el autor se ha
multiplicado viralmente. La elevación de lo privado a la esfera pública solo ha
exacerbado su culto. Hoy, con la explosión de los “Web sites”, todos somos escritores, teoricos, criticos y autores.
La suerte del autor y su
obra, decía Foucault no hace mucho, ha sido variada a través de la
historia y no es universal y constante en todos los discursos e, incluso, el
mismo tipo de texto no siempre ha requerido de autores. Hubo un tiempo, dice,
que aquellos textos que hoy llamamos literarios, tales como cuento, relato
folklórico, épica y tragedias fueron aceptados, circulados y valorizados sin
relación a su autor. En cambio, los textos que ahora llamamos "científicos",
como aquellos que tratan de cosmología y el cielo, medicina o enfermedades,
ciencias naturales o geografía solamente eran considerados verdaderos, durante
la Edad Media, si el nombre de los autores era indicado. Las referencias al
autor no eran solamente formulas argumentativas, cuya base era la autoridad,
sino que eran signo de discurso probado. "Aristóteles dijo..." o
"Santo Tomas afirma...” Mas tarde, una nueva concepción se desarrolla cuando
los textos científicos empiezan a ser aceptados a partir de sus propios meritos
y ubicados dentro de un sistema conceptual anónimo y coherente de verdades y
métodos establecidos de verificación. En el campo Matemático, por ejemplo, el autor viene a ser solo
una referencia auxiliar en relación a un teorema particular o a un grupo de proposiciones. En Biología y
Medicina esta referencia indica la fuente de información como prueba de la
confianza en la evidencia, ya que permite apreciar la técnica y el material
experimental en un tiempo y laboratorio dado. No más la referencia al individuo
que los ha producido. El papel del autor desaparece como índice de verdad. Pero
si este desaparece del campo científico, retorna, en cambio, en el discurso literario. Cada texto de
poesía o ficción solo logra aceptabilidad si su autor, fecha, lugar y
circunstancia en que han sido escritos son claramente establecidos. El valor y
significado del texto depende de esta información.
Durante el apogeo del
criticismo literario de los últimos años la tendencia ha sido la de
concentrarse cada vez mas solo en aquellos aspectos del texto que no dependen
completamente de la noción de creador o autor. La cuestión ya no es… ¿de que
manera las características personales del autor determinan la coherencia interna
y el sistema conceptual de su obra? Por ejemplo, cierta orientación sexual (Foucault),
ciertas decisiones políticas fatales (M.Heidegger, J.L.Borges), tendencias o rasgos psicopatológicos (F.Nietzsche). La
cuestión es más bien… ¿Cuales son los
modos de existencia de este discurso? ¿De donde viene? ¿Como circula? ¿Quien lo
controla? ¿A quien favorece? Para Foucault la obra corta sus ligazones con el
autor y cobra independencia para entrar a formar parte de una intrincada red de
relaciones conceptuales cuya estructura
escapa al control del autor.
La cosa es que hoy día, con el surgimiento y dominio cultural de las
tecnologías digitales, el autor ha vuelto con venganza y, en la práctica, éstas han ayudado a crear nuevas formas de autoría
reconocidas por el público. Si en algún momento el autor fue considerado un
síntoma capitalista que requería ser curado, ahora presenciamos la expansión
del concepto de autor hasta en las estructuras mismas de la expresión
académica. El anonimato es considerado ahora un signo de culpa o fracaso. En
tanto los académicos y escritores adoptan la “Web” (Blogs y Vlogs,
específicamente) como lugares legítimos de creación, conocimiento y
diseminación, la resistencia al autor se desvanece. No más el autor que escribía
complicados artículos que, inevitablemente, eran arrinconados en los obscuros y
polvorientos estantes de enormes bibliotecas, sino autores que someten sus ideas
a la esfera publica, escritores cuyas ideas interesan más allá del pequeño
grupo de especialistas. El sueño utópico de una autoría colectiva, que muchos
vieron posible en los “hiper texts” y “Blogs”, da paso a la proliferación de
autores que luchan por el espacio en la esfera publica. La mejor oportunidad
para evitar la extinción esta en el número de “hip” por hora, día o mes en la “Web site” o la compra de sus
historias “on line”.
Quizás fue fácil
deshacerse del autor cuando muy poco estaba en juego. Pero ahora, mientras nos
aproximamos al momento en que será posible levantar el velo de nuestros diseños
genéticos, encontramos que es precisamente en la autoría humana, a pesar de sus
errores, ambigüedades, contradicciones, irracionalidades y sorpresas donde
podemos reafirmarnos nuevamente en contra de la destrucción que una vez, porque
era un mito, tan ansiosamente deseamos (Nicholas Rombes, 2005).
Según Bartres el autor es
lo que le da al texto un significado seguro. Al declarar su muerte afirma que no hay presencia que
pueda anclar el significado del texto y asegurar su verdad…Y, sin embargo, para
muchos, el autor es la presencia en la que el lector una vez creyó y a la que
no quiere renunciar. Es la fantasía que la autobiografía despliega (la
completitud de la si mismidad, la transparencia del lenguaje), lo que queremos
que permanezca como realidad.
Nieves y Miro Fuenzalida.
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