Sunday, March 26, 2017

La metafisica de las plantas.


En los esquemas metafísicos, a diferencia de las mitología indígenas,  raramente las plantas han merecido la atención de los pensadores occidentales. Por su mayor parte  han permanecido  en la obscuridad  total, ausentes de cualquier conceptualización filosófica dejando el campo exclusivamente a los botánicos, genetistas y ecologistas. ¿No será que esta indiferencia teórica hacia el ser de su vida es lo que esta a la base de nuestra negligencia ética con el mundo vegetal?  

Según el filosofo canadiense Michael Marder, profesor de la Universidad Diego Portales de Chile y la Universidad Vitori-Gasteiz del país Vasco,  la filosofía a través de toda su historia ha presumido que dentro de la escala evolutiva la existencia de las plantas es menos desarrollada o menos diferenciada que la del animal y los humanos y, por esto, están incondicionalmente disponibles para su explotación y uso ilimitado.  Lo increíble es  que a pesar de que ellas son  seres vivos no hemos sido capaces de detectar  el mas mínimo parecido con  nuestra vida,  lo que ha facilitado mantenerlas en  un lugar  inferior en el orden de los seres... ¿no será tiempo de darle una nueva preeminencia a la vida vegetal? ¿de examinar críticamente nuestras presunciones con respecto a ella?  ¿de tener un encuentro  sin fetichizarlas? ¿de que su instrumentalización para propósitos animales y humanos  no agota lo que ellas son?  

No se trata de creer que los seres humanos y las plantas son ejemplos de una agencia universal o que necesitamos modelar su subjetividad  según nuestra propia personalidad. De lo que se trata es  de reconocer que ellas son capaces, de acuerdo a su propia manera, de acceder, influir y ser influidas por un mundo distinto al  nuestro, un mundo que corresponde a su propio modo de ser. Cada vez que  el humano encuentra a las plantas, dos o mas mundos y temporalidades intersectan. El mero reconocimiento de esto  implicaría respeto por  la singularidad de su existencia, cosa  que, colectivamente hasta ahora,  no hemos sido  capaces de hacer. La critica de la representación metafísica del mundo vegetal, dice Marder, abre un espacio conceptual que permite apreciarlas bajo una nueva luz. Tranquilamente las  plantas subvierten las jerarquías filosóficas clásicas  y socaban   la metafísica occidental.

¿Realmente?  ¿Qué tienen que ver las plantas con la metafísica? Bueno...si pensamos que  la creencia metafísica favorita  es la de la “unidad primordial”, que la taxonomía y los sistemas científicos de clasificación repiten,  no es muy difícil llegar a la conclusión de que  la metafísica clásica ha sido  cómplice en la imposición de la identidad  a través de las diferencias jerárquicamente organizadas  de especies,  género, familia, etc. Hoy día la manifestación óntica de la consolidación de la planta  en la ontología metafísica  occidental la podemos ver  en el  mono cultivo, como la caña de azúcar o el maíz, que desplaza la variedad  horticultural  del mundo. La colusión de la metafísica y la economía  capitalista actúa  en contra  de la dispersión  múltiple de la vida. La racionalidad  económica, que trata a las plantas  solo como fuente de energía y lucro, convierte a escala global el principio metafísico de la igualdad e identidad en el modo de producción y  reproducción  favorito de la existencia material. No seria arriesgado decir que  la perdida  de la biodiversidad   y multiplicidad es un síntoma de una tendencia mas profunda, de la implementación practica de la metafísica esencialista de lo Uno,  tanto en el ambiente natural como en el  humano.  Para Marder solo una multiplicidad no totalizable de perspectivas, un pluralismo radical anárquico que contenga todo lo humano  y  no humano podría ser capaz de contrarrestar la violencia metafísica originaria que opone lo humano a la planta.

¿Cómo las plantas subvierten la metafísica tradicional?  Resistiendo una doble proyección. La primera es la proyección de la constitución animal y humana en la planta que dice que ellas  poseen partes que son análogas a los órganos de otras creaturas vivas. La otra,  es la supuesta organicidad de la naturaleza, concebida como un todo viviente.

Tanto en la antigüedad como en los tiempos modernos el antropocentrismo  se ha  sostenido en las nociones de Mente, Idea, Dios,  Ser Supremo, el Sujeto Puro, el Ego Transcendental o el Espíritu. Este logocentrismo, al que estas nociones pertenecen, ha sido sinónimo de la  ceguera  ambientalista de toda la tradición metafísica.

La visión biocentrica del mundo, contenida en la anti metafísica de Klages de comienzos del siglo XX, representa una alternativa al antropocentrismo occidental que luego sirvió de  base al  programa   de la ecología profunda del filosofo  noruego Arne Naess.  En el movimiento biocentrico, dice Naess, nosotros somos ecocentricos. Es la ecosfera, la totalidad del planeta, Gaia, la unidad básica. No hay nada  misterioso en la vida, dice Naess, en tanto igualamos a todos  los seres vivos  reconociendo,  a lo menos en principio,  su valor intrínseco.  Es aquí, desgraciadamente, donde los ecologistas profundos replican la igualdad ideal, es decir cuantificada, de las relaciones entre los seres,  típica del paradigma científico moderno.  Ellos, por ejemplo, afirman la diferencia,  pero eluden  el arreglo jerárquico de los seres y de los valores. En el esquema logo céntrico clásico  las diferencias de este mundo son relativas a la fuente extra temporal de significado. Independiente de las diferencias  entre ellos, todos los seres particulares son igualmente insignificantes frente al “ser supremo”, al Uno,  al Ser.  En forma similar, la ecología profunda también logra paridad axiológica al reemplazar las esencias transcendentes por  la Vida, el Planeta o Gaia que juegan el mismo papel. A pesar de que la actitud biocentrica llama por el respeto a la naturaleza, este respeto permanece,  a lo menos, abstracto. La singularidad de los seres se pierde, la distinción cualitativamente distinta de las diferentes formas de vida se evapora en la idealidad de la naturaleza o la ecosfera. El biocentrismo irónicamente recrea la totalidad metafísica que es justamente la que ha sido responsable  por la degradación, devaluación e instrumentalización del ambiente.  

Lo que sigue al biocentrismo es el zoocentrismo de Singer y Reagan, el centramiento en el animal, especialmente el animal vertebrado,  que se preocupa por el bienestar,  la protección  y los derechos del animal. En su posición  mas extrema expresa que el uso del mundo animal es una violación fundamental  del  derecho de no ser propiedad de nadie.  La sensibilidad  es la base moral para decidir  el “derecho a no ser propiedad”. El argumento es mostrar que la sensibilidad animal es similar a la del ser humano y esto obliga a  su protección. El circulo del logos, que demarcaba los limites entre lo que se podía matar o no,  ahora, en el zoocentrismo, se expande a las creaturas conscientes de dolor.  El problema  es que, si los humanos  continúan reteniendo su estatus de medida moral y ontológica, todo sigue revolviendo alrededor del mismo circulo.  

¿Y que pasa  con las plantas?  Ellas se resbalan entre las grietas del biocentrismo y zoocentrismo, a pesar  que  ofrecen una posible salida al antropocentrismo. Para Marder esta salida sería el phytocentrismo.  Phuton  significa en griego planta que etimológicamente esta ligada a la palabra phusis, naturaleza. Aristóteles incluye las plantas y los animales dentro de las cosas vivas que tienen la capacidad de crecer y decaer por si mismas.  Es debido a esta indeterminación  que no tenemos que limitarnos solo a un tipo de creaturas, como ocurre en el zoo centrismo, ni tampoco en la biosfera  o el ambiente en abstracto. Desde el momento en que los animales poseen ciertas capacidades que las plantas no tienen, la vida animal, incluyendo los humanos, no pueden legítimamente ocupar el papel de  sinécdoque, donde la parte representa el todo, es decir, los representantes de la vida como tal, porque excluye la vida no animal, principalmente las plantas. Solo las cosas que crecen están en condiciones de representar todas las criaturas. El phyto centrismo es una orientación, a través de las plantas,  hacia el crecimiento y  la naturaleza como un todo, una orientación que no excluye las estructuras minerales  que con frecuencia se han concebido como gestantes, parecidas al embrión, dentro del cuerpo materno de las montañas. En verdad, no se puede comprender a la phusis directamente, porque al hacerlo la perdemos en la abstracción de la “naturaleza”, “la biosfera” o “la ecosfera”.  Solo una aproximación  oblicua  nos permite ver que sus protagonistas, los seres que crecen y decaen, son las imágenes singulares de lo universal, el punto determinado-indeterminado de entrada al mundo, que es inmensamente mas grande que las plantas.

El phyto centrismo no pretende reemplazar un centro de existencia por otro mas autentico. Lo que nombra es la implosión inmanente de este centro sin caer en la fantasía de la existencia de una naturaleza puramente fragmentaria.  Una critica inmanente  de una totalidad centrada  solo  es posible, dice Marder, a la luz de la confusión entre el núcleo de la totalidad y la periferia, entre lo que presumiblemente es lo mas esencial y lo accidental. En el caso de la planta, la confusión alcanza su grado máximo gracias a la sinécdoque entre una entidad natural singular, la planta, y toda la naturaleza. El efecto de colocar esta entidad al centro de la vida denota  la  continua descentralización intrínseca de la vida. El proceso de sustituir la planta por el todo  es mucho mas eficaz, porque en la planta la relación entre las partes y el todo es indeterminada y, además, al carecer de un centro vital, como el corazón o el cerebro del animal, refleja mejor la naturaleza. Llenas de vida  las partes de las plantas  se transforman en  seres independientes al ser separadas  del débil ensamblaje  en el que crecieron. La exuberancia de la vida como tal, en cualquier momento,  constituye una nueva totalidad.  Concentrar la atención en las plantas  es dispersarlas en todos los otros seres vivos. La mas dudosa forma de vida se transforma así en la mas universal.
 
¿Qué quiere decir esto? Theophrastus ya decía  que la planta era un ente múltiple y  difícil de describir en términos generales. De hecho, no podemos captar ningún carácter universal  común a todas ellas. Y es esta falta de definición general lo que nos sintoniza con la singularidad de cada especie vegetal. En cualquier planta el numero de partes es indeterminado y múltiple de tal manera que la planta, como concepto,  es una suma  gigantesca  de diferencias.  La  ausencia de universalidad vegetal es lo que desafía la tendencia de la metafísica tradicional  a moverse dentro de limites epistemológicos y ontológicos exactos. Los ecos de la “naturaleza compartida”, de los arboles,  arbustos, hiervas,  enredaderas, rizomas, etc. etc. no invalidan la diferencia de las plantas, solamente  bosquejan trayectorias similares de su crecimiento o, si se quiere, “resemblanzas familiares”.   

 Es esta vacilación entre la particularidad y generalidad de las cosas que crecen   es lo que constituye la piedra angular del phytocentrismo. Gracias a la indeterminación de lo que crece es posible evitar el zoocentrimo, cuya preocupación es un tipo de creatura,  o el biocentrismo que se pierde en la abstracción de la biosfera.  Solo las cosas que crecen están en la posición de representar todas las criaturas que, además de sus respectivas formas de vitalidad,  participan de la vida vegetal. 

La limitación del antropocentrismo se debe, no tanto a la fusión del excepcionalismo  y  superioridad humana, sino a la  elevación de lo humano a  medida y estándar de todo lo que existe... ¿será posible escapar de este narcicismo cósmico?


Nieves y Miro Fuenzalida.

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