La novela “Las partículas elementales” del ultra conservador M.
Houellebecq contiene el mensaje profético de que en el año 2040 la humanidad
decidira colectivamente reemplazarse a si misma con humanoides asexuados, genéticamente
modificados, para evitar la trampa sexual que lleva a las pasiones y a la
exagerada tendencia a la autoafirmación que culmina en violencia destructiva.
El sueño de
escapar a la condición humana, de abandonar el sub desarrollo espiritual, ha
estado en nuestra conciencia desde tiempo inmemorial. Aparece en las creencias
animistas y en los ritos chamanicos arcaicos. En la tradición religiosa neolítica y en las
grandes civilizaciones antiguas. Para la tradición mística el éxtasis, la
ultima realidad, esta más allá del placer y del dolor. Sri Aurobindo afirma que
los estados mentales concientes pueden ser solo un velo que oculta estados
mentales más altos. Para el psicólogo transpersonal Ken Wilber, evolución es trascendencia
y la trascendencia tiene como objetivo final la unidad de la conciencia. Hoy día,
la tecnología científica ha empezado a usurpar el papel supremo que una vez
tuvieron las técnicas religiosas y místicas en la auto trascendencia humana.
La obscura
afirmación de Konrad Lorenz de que nosotros somos el “eslabón perdido” que los antropólogos
tan afanosamente buscan, seria apropiada
aquí. Lo que Lorenz pareciera decir es que el ser humano es solo un pasaje
finito abierto hacia el futuro ¿No es la
misma idea que encontramos en Marx, Nietzsche o Foucault?... la humanidad todavía permanece en la pre
historia. La verdadera historia humana solo comenzara con el advenimiento de la
sociedad comunista. Según Nietzsche, la especie humana es solo un puente entre el animal y el súper hombre.
Para Foucault, el hombre es un nombre
escrito en la arena que las olas del mar borraran.
La idea de que estamos entrando a una nueva etapa espiritual en
la que la humanidad dejara atrás la inercia del cuerpo material, encuentra toda
su expresión en la cultura cibernética. La paradoja es que en el ciber espacio, en donde las entidades virtuales flotan libremente de
un universo a otro, el cuerpo retorna con venganza (la pornografía digital, por
ejemplo, es de uso predominante en el internet). La liviandad del ser no es la
experiencia de un ser descarnado, pero la experiencia de poseer otro cuerpo
(etéreo, virtual, ligero) que no nos confina a la materialidad inerte y finita.
Un cuerpo espectral que puede ser recreado y manipulado artificialmente. A
diferencia del proceso histórico gradual
de descorporalizacion de nuestra experiencia (escritura, prensa, medios de
comunicación masiva, radio, televisión) en el ciber espacio retornamos a una
inmediatez corporal. Pero, a una
inmediatez extraña, virtual, espectral,
proto corporal.
Lo que se
vislumbra en el horizonte de la revolución digital es la esperanza de que el
ser humano adquiera la capacidad de lo que los idealistas alemanes
llamaban intuición intelectual, la
eliminación de la separación entre intuición y producción, la intuición que genera inmediatamente el objeto que
percibe, capacidad que solo estaba reservada a la mente divina. A través de
implantes neurológicos será posible cambiar
de la realidad común a otra realidad virtual generada digitalmente cuyas
señales alcanzaran directamente nuestro
cerebro sin la necesidad de órganos sensoriales. Un típico“web site” será un
ambiente virtualmente percibido sin el sostén de cables externos. Podremos ir
ahí mentalmente seleccionando el sitio
para entrar en ese mundo (Ray Kurzweil, “The Age of Spiritual Machines”,
1999). A través de “nanobots” (billones de micro robots, inteligentes y auto
organizados) podremos recrear imágenes
de tres dimensiones (“Utility Fog”). En ambos casos, sea implantes neuronales o “utility fog”, logramos
un tipo de omnipotencia, la capacidad de cambiar de una realidad a otra con el
mero poder de nuestro pensamiento. Uno podría preguntar… ¿ será esto
experimentado como “realidad”? ¿No es la realidad ontológicamente definida por
un mínimo de resistencia, por lo que no es totalmente maleable a los
caprichos de nuestra imaginación?
Se dice que no
todo puede ser virtualizado. Para que ello ocurra necesitamos del circuito
digital (disco duro) o biogenético (cerebro) que genera la multiplicidad de los universos virtuales.
Cierto… hasta ayer. Hoy existe la posibilidad de bajar el cerebro humano
completo, una vez que sea escaneado totalmente, a una maquina electrónica más
eficiente que nuestros cerebros limitados. Cuando ello ocurra habremos
alcanzado el momento en que podremos cambiar nuestro estatus ontológico de “disco duro a disco
blando”. El momento en que ya no tendremos que identificarnos con nuestro
soporte biológico. La idea implícita aquí es que nuestra identidad es un cierto
modelo neuronal. Esto no significa que solo haya “mente pura”. Esta siempre
necesita corporalizarse en algún tipo de soporte material Pero, si la mente es un
diseño o programa celular, semejante al disco blando, entonces, en principio puede
ser posible cambiar un soporte material por otro. La idea no es tan
extravagante ¿No es esto lo que ocurre
con nuestras células que constantemente están cambiando el material con
que están hechas? El cambio de estar atado a un cuerpo a flotar libremente
entre diferentes cuerpos señala el verdadero nacimiento del ser humano. Todo lo
anterior ha sido solo el confuso periodo
de transición entre el reino animal y el verdadero reino de la mente.
Este es el
momento, dice Zizek, en que enigmas filosóficos existenciales surgen
nuevamente. Si el modelo de mi cerebro es descargado en un soporte material
diferente… ¿Cuál de las dos mentes soy yo? O, dicho de otra manera… ¿en que
consiste mi si mismidad si no puede residir en el soporte material que
constantemente esta cambiando, ni tampoco en el modelo formal que no puede ser
replicado exactamente?
Nuestra inmersión
en el ciber espacio, por otro lado, pareciera repetir el problema de la monada
Leibnizeana que, sin ventanas a la realidad exterior, reflejan en si mismas el
universo entero… ¿no nos parecemos hoy, mas y mas, a monadas sin ventanas,
solitariamente interactuando con
monitores, al encuentro de simulacros virtuales y, sin embargo, sumergidos al mismo tiempo en la red global, comunicándonos sincrónicamente con todo el
planeta? Leibniz cree resolver la contradicción introduciendo la noción de la
“armonía pre establecida” entre las monadas, garantizada por Dios, la Monada
Suprema… ¿como, hoy día, cada uno de nosotros sabe que esta en contacto con
alguien real detrás del monitor y no con un simulacro espectral? Aquí se podría
citar a Heidegger. Lo que cuenta como dimensión específicamente humana no es
una propiedad o diseño cerebral
especifico, sino, la forma en que un ser humano esta situado en su mundo y las
cosas que hay en el. El lenguaje, dice Heidegger, no es la relacion entre un
objeto (mundo) y otro objeto (cosa o pensamiento) en el mundo. Lenguaje es el
sitio de la apertura históricamente determinada que define el horizonte del
mundo como tal. El problema es que con nuestra inmersión en la Realidad
Virtual, estaremos efectivamente privados de esta dimensión del ser en el mundo. Si este
es el caso… ¿no significará que esta
perdida nos abre a otra, nunca antes
imaginada, dimensión mental?
Una vez que
conozcamos completamente el genoma se abre abre el camino a la manipulación tecnológica
que posibilitara la reprogramacion de
nuestros cuerpos, preferiblemente el de los otros, y nuestras características
sicológicas haciendo obsoletas una serie de nociones tradicionales… creacionismo (comparando el
genoma animal y humano se hace claro que somos parte de la evolución animal),
reproducción sexual (se hace superflua con la posibilidad del “cloning”) y
psicología (el genoma es la promesa del viejo sueño positivista de reducir
procesos síquicos a procesos químicos objetivos) Aquí, dice Zizek, deberíamos introducir el viejo dicho que
expresa que toda enfermedad, a excepción del trauma, tiene un componente
genético. Lo que debiera interesarnos en esta afirmación, más que el componente
genético, es la excepción. La creencia estándar es la de que la identidad de un
ser humano es el resultado de la interacción entre nuestra herencia
genética y la influencia de nuestro
ambiente. Una aproximación más
sofisticada la encontramos en la noción “mente corporalizada” del biologo
chileno Francisco Varela. Un ser humano no es solo el producto de sus genes y
su medio ambiente. Es un agente corporal comprometido que, en lugar de
relacionarse con su ambiente, mediatiza o crea su vida y su mundo (una paloma
vive en un mundo diferente al delfín y
el delfín diferente al del hombre). El papel del ambiente, en esta versión,
silenciosamente pierde la preeminencia como punto de referencia para ser reemplazado
por la idea de la mente concebida como la emergencia de una red de relaciones autónomas. Necesitamos movernos
de la idea de un mundo independiente y extrínseco, dice Varela, a la idea de un
mundo inseparable de la estructura de estos procesos de auto modificación. El punto clave es que
estos sistemas no operan a través de la representación. En lugar de representar
un mundo independiente de ellas los
sistemas configuran un mundo como un dominio distinto que es inseparable de la
estructura corporal del sistema cognitivo.
El trauma, en cambio, es el
encuentro chocante que disturba esta configuración, la intrusión violenta de
algo que no encaja en ella. Los animales experimentan rupturas traumáticas que
trastrocan su ambiente. El mundo de la hormiga, por ejemplo, sufre una
catástrofe cuando la intervención humana lo subvierte. La diferencia es que
para los animales las rupturas traumáticas son la excepción que arruinan sus
formas de vida. Para nosotros, en cambio, el encuentro traumático es una condición
universal, la intrusión que pone en movimiento el proceso que nos transforma en
seres humanos. El encuentro traumático no solo nos abruma con su impacto, sino
que, también nos obliga a responder a sus efectos destabilizantes hilando una
intrincada telaraña simbólica.
La herencia del psicoanálisis y la tradición
judeo cristiana, observa Zizek, es que la vocación específicamente humana no
descansa en el desarrollo del potencial humano inherente, del despertar de
fuerzas espirituales dormidas o de algún programa genético, sino, la respuesta
a un encuentro traumático externo. Dicho de otra manera…no hay un lenguaje instintivo.
Hay condiciones genéticas que tienen que darse para que uno sea capaz de
hablar. Pero, cuando uno empieza a hablar uno entra en un universo simbólico
que es la respuesta al asalto traumático… y la forma de esta respuesta, el
hecho de que simbolizamos, no esta en nuestros genes. Hablamos, pero lo
que hablamos no esta determinado por ningún diseño
biológico.
Cabe la pregunta…
si transferimos nuestro diseño cerebral a un disco blando… ¿transferiremos
también esta dimensión?
Nieves y Miro Fuenzalida.
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