El marxismo, después
de la caída de la Union Soviética se considera muerto y todo intento de revivirlo se
presenta como la nostalgia de aquello que pudo haber sido y no fue. Las razones
de su muerte, según las preferencias, se deben a la inherente imperfección
humana, la superioridad innata de la economía de mercado por sobre la planificación
estatal, la transformación inevitable de las aspiraciones revolucionarias en tiranías
despóticas o la incapacidad marxista para comprender la revolución informática.
La caída del estado socialista, según va la historia, representa el exorcismo
final del espectro revolucionario que por tanto tiempo persiguió al
capitalismo. Hemos llegado al fin de una utopia ingenua. La superioridad del
capitalismo liberal para expandir los mecanismos de la tecno-ciencia moderna
representa el summun bonum del
desarrollo humano y cualquiera que lo cuestione se coloca al margen del
progreso.
Y... a pesar del
triunfalismo neoliberal, el marxismo continua manifestando una cierta
espectralidad, un porfiado rechazo a morir y ser enterrado.
No hay un solo marxismo y seria mejor que en lugar de hablar del
marxismo habláramos de marxismos. Esta heterogeneidad, este rechazo a ser
considerado como un sistema cerrado y final , dice Nick Dyer-Witheford, lo podemos ver en los escritos mismos de Marx
en donde se afirman distintas cosas en distintos momentos, no siempre
consistentes unas con otras, dando paso a arreglos diferentes, incluso, en ocasiones,
antagónicos entre si. La corriente leninista fue uno de ellos y la mejor forma
de entenderlo es como un marxismo altamente adaptado, o mejor aun, fatalmente
sobre-adaptado a un momento particular del desarrollo capitalista que se
caracterizo por la división taylorista del trabajo, la mecanización industrial
y el énfasis en la organización masiva. La introducción soviética de las normas
de eficiencia, disciplina laboral, industrialismo y acumulación fueron, de
acuerdo a estándares capitalistas, un gran éxito. Pero, en términos comunistas,
una derrota catastrófica, debido a la supresión de la auto-organización laboral
y la aniquilación sangrienta de toda expresión marxista diferente. El estado soviético
se trasformo en un competidor y no en una alternativa al capitalismo. Lo que
vino después es historia.
La cuestión que hoy se nos plantea, dice Nick
Dyer-Whitherford, es la de si es posible en un mundo capitalista pos-moderno un
marxismo-pos moderno. De si el fracaso del experimento bolchevique se
identifica con el fin del marxismo o, por el contrario, de si debemos mirar
este fracaso como la apertura de un espacio en el que otras formas reprimidas
de él puedan florecer en las nuevas condiciones de explotación informática. La
critica estándar al marxismo, provenientes de los teoricos de los nuevos
movimientos sociales, es la de que las nuevas formas de lucha que hoy
presenciamos están específicamente ligadas al advenimiento del orden Pos-Industrial,
en donde el trabajo manual juega un papel cada vez menor y el poder
tecnocratico adquiere un poder improcedente Esta nueva situación origina
formas de resistencia diferentes, según dicen, y que van más allá de los análisis
de clases convencionales. Una identidad reducida meramente a sus términos de
clase, a su posición dentro del sistema económico de producción, genera una
serie de omisiones y represiones... ceguera hacia el patriarcalismo y
racismo, negación de la diversidad cultural y triunfalismo científico que
genera consecuencias catastróficas tales como sexismo, destrucción ecológica y represión
totalitaria. La conclusión de esta critica es que las relaciones de clases ya
no ocupan un lugar privilegiado dentro del sistema, sino mas bien, son
consideradas solo como una relacion mas entre una diversidad de identidades
semioticamente construidas y la extracción de plusvalía simplemente se incluye
como una mas dentro de otras opresiones y dominaciones tales como el sexismo,
el racismo, la homofobia y el industrialismo, ninguna de las cuales posee
prioridad esencial sobre las otras. Una política progresista, agregan, necesita
ser re-pensada en contra del trasfondo de la variedad de luchas surgidas a
partir de las diferentes y numerosas relaciones de subordinación, todas las
cuales, por distintas que sean, pueden relacionarse en un proyecto común de
democracia radical... la pregunta que cabe, frente a todo esto, es la de
si es posible, realmente, adoptar una posición Pos-Marxista en la cual los análisis
de clase y explotación, en lugar de ocupar una posición crucial, sean
desplazados eclécticamente junto a otras aproximaciones .
El capitalismo es un asunto no terminado y sus consecuencias
las continuamos padeciendo. El problema con algunas posiciones Pos-Marxistas
es que confunden el blanco de sus ataques. La mayor fuente práctica de reduccionismo
económico hoy día no es el marxismo,
sino el mercado mundial, fortalecido por la red computacional, las
comunicaciones vía satélites y la alta tecnología bélica. Este es un sistema
basado en la imposición mercantil universal, en la subordinación de toda
actividad a la ley del valor y centrado, principalmente, en la compra y venta
del tiempo humano. Es una narrativa monológica dominante en donde solo el
dinero tiene poder y que como sistema opera a través de un proceso de reducción
masiva que percibe y procesa el mundo únicamente a través de factores
económicos. En esta realidad, el sujeto humano figura solo como poder laboral y
capacidad consumidora y su medio ambiente natural únicamente como materia
prima. Es este sistema el que tiene hoy
una capacidad totalizante que abarca todo el planeta. Toda dominación es
reduccionista. Pero, ni el patriarcalismo ni el racismo han logrado
integrar el planeta en un sistema coordinado e interdependiente total. Es solo
el capitalismo, con la ayuda de las nuevas tecnologías, el que ha sido capaz de
integrar la disponibilidad del trabajo femenino, el mercado étnico, los flujos
migratorios, los bancos de genes humanos y la totalidad del mundo animal y
vegetal dentro de sus coordenadas de valor. Y al hacerlo ha subsumido toda otra
forma de opresión a su propia lógica. Esta es una dominación que realmente
domina. La división capitalista internacional del trabajo incorpora y,
mayormente, depende de la discriminación sexual o étnica para establecer su
control jerárquico. Es cierto que la lógica del patriarcalismo y el
racismo es más vieja que la lógica del capital. Pero hoy se ven forzados a
manifestarse dentro y a través de la estructura archi-dominante del capital. La
clase, es decir la clasificación capitalista de sus recursos humanos, tiende a
afirmarse así misma como un poder social definitivo y privilegiado en todo
sentido del termino. Y esto, no por que la clase tenga una prioridad económica ontológica
esencial sobre el sexo, la etnicidad o las relaciones ecológicas, sino debido a
la subordinación social a un sistema que fuerza a aspectos básicos de la
sexualidad, la raza y la naturaleza a girar alrededor del eje de la ganancia.
La prevención de la violencia masculina hacia la mujer, la preservación de la
foresta o la erradicación del racismo, es primariamente una cuestión de
calculo. El capitalismo, en si mismo, no se opone a ello e, incluso, puede
apoyarlo si no implica una perdida económica. Pero, violentamente se opone tan
pronto como estas demandas exijan una diversificación sustancial de la plusvalía
social. El neo-liberalismo, la expresión contemporánea del capitalismo, es la
re-afirmación brutal del mercado en su ataque al estado de bienestar y la expansión
sin límite del intercambio mercantil. Cada uno de los objetivos del movimiento
social se ha venido haciendo imposible de lograr gracias a la insistencia
corporativa de la prioridad de la austeridad estatal requerida por la
competencia global y el reestablecimiento de la ganancia.
La limitación del Pos-Marxismo académico radica en su
rechazo a reconocer con toda su profundidad la integración capitalista del
planeta. La re-invención de un marxismo pos-modernista ciertamente necesita
aprender de los nuevos movimientos sociales. Pero, al mismo tiempo, no puede
darse el lujo de perder el foco en las contradicciones específicas del
capitalismo, como tampoco su conexión con la tradición política e intelectual
que consistentemente ha mantenido viva la critica al capitalismo. Un marxismo
renovado, a la altura de los desafíos del siglo XXI, requiere desenterrar
fibras no consideradas dentro de los textos de Marx y exponerlas a nuevas
mutaciones para volver a re-descubrir la posibilidad de una transformación
social.
Nieves y Miro Fuenzalida.
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