Que tal si te quedas dormida?
Y que tal si en tu sueño vas al cielo
y allí cortas una extraña y
hermosa flor ?
Y que tal si, cuando despiertas,
te encuentras con
una flor en la mano…?
Ahh! y entonces que...?
(Samuel Coleridge)
El lugar común de la sabiduría tradicional es
ver la Filosofía o el Arte como disciplinas o convenciones, algo que ya es y
que podemos conocer y definir ¿No seria
mejor, dice Deleuze, ver a la Filosofía o cualquiera otra disciplina en
términos de sus posibilidades, de aquello que podría ser capaz de hacer? Si
necesitamos distinguir la Filosofía del Arte es para evitar la homogenización
del pensamiento. Hoy día existe la tendencia bastante frecuente de
que hay un acuerdo o sentido común en nuestra forma de pensar o que, por lo
menos, deberíamos apuntar hacia tal objetivo a través de la comunicación y el consenso…
¿pero porque no abrir la vida a diferentes formas de pensar? ¿Ver a la Literatura, la Pintura o la
Música, más que como un intento de representar o expresar una visión del mundo
común o experiencias similares, como una forma de choquear y provocar la experiencia?
¿De disturbar el sentido común? Hay diferentes formas con las que podemos
remecer y perturbar el pensamiento y que
pueden servir como elementos para diferenciar entre Filosofía, Arte y Ciencia.
Probablemente
nunca nos topamos con una obra artística o filosófica pura, pero ello no impide
el que tratemos de distinguir y maximizar las tendencias artísticas, filosóficas
o científicas dentro de un texto dado. Leer un trabajo, ya sea como Arte o como
Filosofía, requiere el que veamos su fuerza especifica, su capacidad para
alterar la vida. Y esto es posible, no mirando lo que la obra es, sino lo que
logra o hace. La literatura es el poder de la ficción misma. No pretende decir
lo que el mundo es, pero si los posibles mundos que podemos imaginar. Si
podemos crear Ciencia, Arte o Filosofía es porque el pensamiento es productivo,
porque su fuerza va a lo que es y
también a lo que podría ser.
Si la Filosofía crea conceptos y problemas que
permiten una orientación o dirección al pensamiento, el Arte, dice Deleuze, crea afectos y percepciones que son liberadas
de los observadores particulares o los cuerpos que los experimentan. Pensemos en la
obra de Harol Pinter... ¿no fue este autor el gran creador del “aburrimiento”? Largas pausas en el dialogo, dos personajes
que intercambian preguntas, mas bien que preguntas y respuestas o interacciones
que parecen no tener referencias ni direcciones. No es que la obra o los
personajes sean aburridos. Lo que vemos es el aburrimiento de la vida burguesa.
El aburrimiento es creado como un afecto general. Somos introducidos al
“aburrimiento”. En la misma forma podemos pensar la obra de Stephen King. Sus
cuentos y novelas no nos introducen a una representación del mundo. Nos
introducen a la experiencia del miedo y del terror. Es esta creación
de afectos impersonales la que capacita al Arte desentrañar el orden de la
experiencia cuotidiana. La opinión prevalente es la de creer que simplemente
hay un mundo común compartido a través del lenguaje (información y comunicación)
y un sentido común a través del cual el pensamiento adquiere su forma
correcta. Presume una directa relación entre afecto y concepto, entre lo
que vemos y lo que decimos, entre lo sensible y lo inteligible. Es como si el
mundo fuera finalmente traducido a un lenguaje y a una experiencia que todos
compartimos. A partir de un complejo flujo de percepciones tendemos a percibir
solo objetos reconocidos y repetidos. No percibimos las pequeñas diferencias
que constituyen el flujo del tiempo. Vemos esto como la extensión de un objeto
que es lo mismo. Nos consideramos a nosotros mismos como sujetos con una
identidad más que como un flujo de percepciones. Cuando percibimos datos como
colores, sonidos o texturas los subordinamos
a conceptos cuotidianos. La obra de Arte, en cambio, funciona en otra
dirección. Desprende del flujo ordenado de percepciones su singularidad. No
podemos asumir que toda forma de Arte provenga de un fundamento común. Pero lo
que si podemos reconocer es que el Arte no es acerca del conocimiento,
proveedor de significado o información. Una obra artística puede tener
significado o expresar un mensaje, pero lo que la transforma en Arte no es su
contenido. Es su afecto, la fuerza
sensible o el estilo a través del cual produce su contenido ¿Por qué, por ejemplo, pasaríamos dos horas
mirando una película si todo lo que quisiéramos de ella fuera la historia o la
moral del mensaje? Nuestras mentes no son solo máquinas de información o comunicación.
Son, también, maquinas de deseos y afectos y el Arte puede abrirnos a nuevas
posibilidades de afectos, a nuevas experiencias.
La Ciencia fija
el mundo en un “estado de cosas” observables. La Filosofía crea conceptos que
no están dirigidos tanto a representar el mundo como a producir nuevas formas
de pensar y responder a problemas. El Arte, según Deleuze, crea afectos y
percepciones, sentimientos o imágenes libres de la organización o interés del
sujeto. Estos tres poderes poseen una relación discordante o divergente. No
podemos sumar todo lo que sabemos de Filosofía y Ciencia y todo lo que sentimos a través del Arte para
arribar a una imagen coherente del mundo. Por el contrario, si expresamos el
verdadero poder de cada tendencia a través del pensamiento, podríamos
comprender las diferencias del mundo en que vivimos. No hay un mundo único que
luego es representado por la Ciencia, la Filosofía o el Arte. Existe el mundo
de la Ciencia constituido por funciones, leyes y “estado de cosas”. La
Filosofía crea un mundo o “plano” de conceptos. El Arte crea un mundo de
afectos y percepciones. El mundo no es algo que este simplemente fuera del
pensar esperando a ser representado. El hecho es que no podemos separar el
pensamiento de la vida, o el acto de pensar el mundo del mundo mismo. Como
cualquier otra forma de vida, el pensamiento crea sus propios mundos.
Nieves y Miro Fuenzalida
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