Wednesday, December 9, 2015

El precio de la inmortalidad.


El miedo a la muerte nos persigue desde el momento que tuvimos suficiente memoria para recordarla y es una de las mayores motivaciones de nuestra actividad  destinada, mayormente, a evitar su necesidad… a vencerla a través de la negación de su destino fatal. Nuestro mundo cultural, el mundo de los objetos materiales e ideales  proporciona la fuente y promesa del flujo constante de la vida, del poder, de la estabilidad y del placer y evita y resiste su disminución y muerte. Las categorías básicas del mundo antiguo eran  Mana y Taboo. Mientras mas Mana acumulábamos, mas Taboo teníamos que evitar. Nuestros equivalentes contemporáneos son Eros y Tanatos. Pero, el proyecto común sigue siendo el mismo... la creación de símbolos que no decaigan o se carcoman con el tiempo, símbolos inmortales que encubran el miedo a nuestro fin ultimo... apuntar hacia un mas allá absoluto que garantice la afirmación de la vida. La paradoja de este proyecto es que arrastra consigo el signo podrido de la represión de la muerte como estado final cuyas consecuencias han sido pandémicas.

Hegel decia que la historia es lo que la especie humana hace con la muerte. Una especie animal... deslizándose en un planeta fantástico cubierto por la luz del sol. Y cualquiera otra cosa que sea es construida sobre esta animalidad. A nivel básico el ser humano, al igual que cualquier animal, vive luchando por conseguir alimento. Es la lucha por comer o ser comido. Un espectáculo escalofriante en donde dientes y tubos digestivos rasgan y trituran la carne de todo aquello que se coloque a su alcance dejando  atrás pilas de excrementos. La descripción de esta escena grotesca es lo que tanto disturba a las almas sensitivas que la rechazaron con horror la primera vez que Darwin la presento en toda su elementalidad y necesidad. Pero, el hecho concreto es que la vida no puede mantenerse sin que los organismos se devoren mutuamente. Una vez saciados, el objetivo es conservar la vida a cualquier costo y este costo, en el caso del ser humano, puede ser exorbitante.

Nuestra condición paradójica,  decia Ernest  Becker, es que queremos perseverarnos como cualquier otro animal y satisfacer los mismos impulsos a consumir, convertir energía y disfrutar de la experiencia vital. A diferencia de ellos, sin embargo, tenemos que cargar con un peso extra que es nuestra maldición y al mismo tiempo nuestra bendición... somos concientes de la inevitabilidad de nuestro propio fin, de que nuestros estómagos fatalmente morirán. Y es esta conciencia, la conciencia de nuestro destino finito, la que constituye la raíz de nuestro miedo y angustia existencial, de nuestro temor y ansiedad que marcan nuestro ser en el mundo. La aprehensión de este terror existencial no es una ilusión… es una realidad y el sufrimiento que su impacto causa es inescapable. Nadie esta libre de el. Por debajo de la sensación de inseguridad frente al peligro, por debajo del sentimiento de desaliento y depresión siempre yace el temor básico a la muerte, un temor sujeto a elaboraciones complejas  que se manifiestan indirectamente en una variedad de formas (neurosis de ansiedad, fobias, estados depresivos suicidas...)  El fracaso de su reconocimiento solo se logra a través de una laboriosa faena de negación de su realidad, de su encubrimiento ilusorio y mágico. La represión primaria no es la sexual. Es la represión de la conciencia de la muerte. Si la conciencia de este miedo estuviera constantemente presente en nuestra mente no seriamos capaces de funcionar prácticamente. Debe ser reprimido para conservarnos vivos con un mediano confort.

Desde el comienzo mismo de la historia no pudimos soportar el hecho de la muerte. Estábamos ya demasiado despiertos. La simple tarea de comer y sobrevivir biológicamente no fue suficiente para aplacarla. Mas defensas en contra de la creciente comprensión de nuestra vulnerabilidad y mortalidad fue necesario desarrollar. La cultura es la respuesta extra-biológica que le proporciona una realidad más duradera y poderosa que la que encuentra en su propia naturaleza corporal. El paraíso musulmán o cristiano es la fantasía paradigmática típica y más elemental de la visión de lo que el ser humano espera del futuro.

 En un plano más complejo, la trascendencia de la muerte se da en la búsqueda del sentido de la existencia, de un esquema o diseño universal más amplio dentro del cual nos podamos ubicar... obedecer la voluntad de Dios, cumplir con nuestras tradiciones ancestrales o realizar algo que enriquezca a la especie humana. El propósito siempre es el mismo... expandir las limitaciones reales de nuestros cuerpos. La búsqueda de la inmortalidad  puede adoptar una variedad de formas espirituales que ya no son simples respuestas reflejas al hambre y al miedo, sino la expresión de la voluntad de vivir, permanecer y ser considerado y recordado. El individuo es capaz de sacrificarse a si mismo por el grupo si con ello participa en su inmortalidad. Podríamos decir que voluntariamente muere para no morir.

 Lo que el animal humano realmente teme, decia Becker, no es tanto su extinción, sino su extinción sin sentido. Lo que quiere es saber que su vida, de alguna manera, ha significado algo, que en el orden de las cosas ha dejado una señal significativa. Y para que nuestra existencia tenga significado, sus efectos deben conservarse vivos eternamente. Toda religión surge, en última instancia, no tanto del miedo a la muerte natural, sino, a la destrucción final. El orden simbólico nos proporciona la auto-trascendencia artificial. Toda forma cultural es súper-natural y su fin es elevar al ser humano por encima de la naturaleza, asegurarse que de alguna manera su vida es más valiosa en el universo que cualquier cosa meramente física u orgánica.

Esta fantasía no es gratuita y el precio que pagamos por negar el hecho básico de nuestra finitud es bastante alto. El proyecto histórico de la inmortalidad y trascendencia muy pronto transforma al individuo en objeto y a este en victima, dividiendo el mundo en diferentes campos armados dispuestos a la matanza masiva y a la destrucción mutua. La auto-trascendencia cultural,  sea religiosa o secular, no nos da una solución simple y directa al problema de la muerte. El terror continúa persistiendo debajo de la represión cultural. La fantasía solo re-dirige nuestro terror a los niveles culturales más altos creando nuevos problemas. Tan pronto como tratamos de enraizar nuestra vida en significados culturales auto-transcendentales, en símbolos de inmortalidad que nos garanticen algún tipo de duración indefinida, una nueva forma de inestabilidad y ansiedad se crea contaminando los asuntos humanos. Tratando de evitar el mal, introducimos en el mundo un mal mayor del que producen nuestros aparatos digestivos. No es nuestra naturaleza orgánica la que produce el amargo destino terrestre. Es la ingeniosidad humana.


Nieves y Miro Fuenzalida.

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