El mundo siempre
se nos aparece como una colección masiva de opuestos. Arriba/Abajo, Norte/Sur,
Apariencia/ Realidad,
Verdad/Mentira, Vida/Muerte, Femenino/Masculino... el hecho es tan evidente que
casi no necesita mención. Pero… ¿no es
esto bastante peculiar? La naturaleza
nada sabe de este mundo de opuestos. No hay lobos malos y otros buenos, rosas verdaderas y otras
falsas o animales hermosos y otros feos. Es cierto que los opuestos parecieran
existir en ella. Pero, para la naturaleza esto no es problema. En cambio, lo es para nosotros, ya
que cada línea divisoria es una posible línea conflictual. Especialmente, las
que trazamos dentro de nosotros mismos.
Cuando mejor se
puede percibir esta línea conflictual es en el momento en que alguien pregunta... ¿y quien eres tu? Si… tu que en este momento esta leyendo este texto.
Si alguna vez te has planteado esta pregunta, la verdad es que no estas solo y
las respuestas que se han dado a ella van de lo profano a lo sagrado, de lo científico
a lo romántico, de lo político a lo individual. En un ambito cotidiano, cuando alguien nos pregunta...
¿quien eres tú? lo que intentamos es describir nuestro yo como lo hemos venido
experimentando y conociendo a través del tiempo. O, también, como es reconocido
socialmente. Y para ello recurrimos a nuestro nombre, estado civil, profesión,
gustos y preferencias. Y cuando se nos apreta un poco mas, a través de un
laborioso acto de introspección, incluimos descripciones acerca de lo bueno, lo
malo, lo valioso, lo científico, lo filosófico o lo religioso que consideramos
fundamentales para nuestra identidad y autenticidad. El proceso básico a través
del cual tratamos de lograr esto es el del establecimiento de una línea mental
divisoria que define nuestros límites. Todo lo que queda dentro del borde lo
identificamos como nuestro yo, en tanto que todo lo que queda fuera de esta línea
es el no-yo. Las llamadas crisis de identidad, por ejemplo, ocurren cuando no
podemos decidir como o donde ubicar este borde. La respuesta a la pregunta... ¿quien
soy yo? esta contenida dentro de estos limites.
La primera línea
divisoria que aceptamos como valida es la de la piel que envuelve nuestro
organismo. Todo lo que esta dentro de ella es lo que soy. Y todo lo que se ubica
fuera de este límite es algo que yo puedo tener, pero que no soy. En una
primera instancia, entonces, soy mi cuerpo. Pero, no por mucho tiempo. Muy
luego nos despedimos del "hermano asno", como lo llamo San Francisco.
Este deja de ser lo que somos para transformarse en algo que tenemos. De ahora
en adelante ya no soy mi cuerpo, sino, más bien, tengo un cuerpo. Los bordes se
estrechan y en una segunda instancia nos identificamos con solo una parte del
organismo, con aquella que llamamos psique, personalidad o mente. Esta separación
entre cuerpo y mente no es original y solo crece y se fortifica a través de los
años. Este ego al que ahora nos reducimos se identifica, en mayor o menor
medida, con una auto-imagen mental, con procesos intelectuales y emocionales
asociados con ella. Vivimos en nuestra cabeza desde donde comandamos el cuerpo
que a veces obedece y otras no. Con lo que aquí nos encontramos es con otra línea
divisoria que intenta fijar la identidad en el ego definido, principalmente,
como una auto-imagen mental.
Los límites del
yo y el no-yo se nos aparecen, entonces, más flexibles de lo que inicialmente hubiéramos
creído. Y como índice de ello podemos llamar la atención al hecho de que,
incluso, dentro de la mente misma establecemos, también, líneas de separación...
¿no es el caso, por ejemplo, de que muchas veces nos rehusamos a identificarnos
con ciertos aspectos de nuestra propia psique? Esta nueva frontera implica otro
encogimiento más de la auto-imagen que crea una división dentro de la propia
mente. Parte de ella se transforma en territorio extranjero, extraño y
amenazante. Re-diseñamos nuestra alma y negamos y tratamos de excluir de la conciencia
todos aquellos aspectos nuestros que consideramos indeseables. En breve, los
transformamos en sombras, raíz de nuestra angustia y ansiedad depresiva.
Este ego mental,
pura "res cogitans" como decía Descartes, con el que tendemos a
identificarnos, es mucho más que una mera perspectiva teorética. Al
desensitizar, desvitalizar y constreñir al cuerpo, disminuyendo su fuerza y energía,
lo que hace es reducirlo a un mero nivel material elevándose a asimismo a un
plano inmaterial ubicado por encima de las pasiones y la existencia física, único
portador de la conciencia y la si mismidad. Esta disociación le permite
adquirir auto-posesión, dominio de si mismo y del ambiente. El precio a pagar
por esta última reducción, sin embargo, es el miedo constante a su existencia,
la defensa permanente de sus fronteras. En tanto mas estas se estrechan, mas crece el mundo del no-yo y más
amenazante se nos aparece. A diferencia de la amenaza física, la amenaza a
nuestro ego despierta reacciones mucho más viciosas.
Una vez que los
limites se han dibujado entre lo que soy y lo que no soy, es cuando puedo
responder a la pregunta... ¿quien soy yo? Esta puede ser altamente compleja o
extremadamente simple y sin mayor articulación. Pero, cualquiera que esta sea, lo que permanece es el hecho de que los límites
desde los cuales nos definimos son
flexibles y no constituyen nuestro destino. El yo que hoy somos siempre puede ser re-delineado nuevamente
incluyendo en el más del no- yo.
¿No encontramos
un proceso similar en nuestras conductas sociales? Si los contenidos de
nuestros modelos sociales del Bien y del Mal, de lo que es correcto o incorrecto dependen también de los límites que construimos,
entonces, nuestras acciones y nuestra conciencia moral, nuestra capacidad para expresar juicios relevantes sobre acciones sociales conflictivas, estarán
constreñidos por ellos. Podemos actuar,
por ejemplo, midiendo las consecuencias de nuestras acciones en términos puramente físicos o hedonistas
(castigo, recompensa o cambio de favores), determinándolas solo en relacion al poder físico de los que
enuncian las reglas y las etiquetas morales. Si nos abtenenemos de hacer algo
que queremos no es porque seguimos algún Imperativo Categórico. Es solo por
temor a las consecuencias de los que ejercen la Autoridad. En esta actitud narcisista nuestros intereses personales solo
pueden preservarse si ejercemos una máxima exclusión y reducimos la inclusión a lo que instrumentalmente nos pueda servir. Las
relaciones humanas son vistas en términos puramente mercantiles. La reciprocidad
es una cuestión de “tú me rascas mi espalda
y yo te rasco la tuya”.
Una diferente conciencia
moral, en cambio, con otra noción de inclusión/exclusión, es la que se basa
en las expectativas de la familia, del grupo
(iglesia, partido, hermandad), de la
etnicidad o la Nación (mi País, para bien o para mal). Esta es una cuestión de lealtad que activamente
mantiene, apoya y justifica la vigencia de estos órdenes, porque nuestra
identidad personal depende de ello. El Bien es lo que agrada y es aprobado por ellos. La conformidad a las
imágenes estereotípicas de la mayoría es lo que consideramos conducta natural y la aprobación social es
vital para la mantención del yo. La ley,
el orden y el respeto a estas autoridades
son valuables en si mismas. Es esta conciencia la que permite sostener cualquier orden social dado.
Podríamos decir
que esta conducta convencional es la que predomina mayoritariamente. Para
otros, en cambio, este arreglo moral es demasiado constrictivo y prefieren construir valores y principios que
sostengan su valides y aplicación independientemente de la autoridad del grupo
y de la identificación con el. Una acción
justa es definida aquí en términos de derechos individuales generales y los estándares de
conducta resultan del examen crítico y el acuerdo de toda la sociedad. La clara
conciencia del relativismo de las opiniones y valores personales hace
poner el énfasis en procedimientos legislativos para alcanzar acuerdos. Pero,
aparte de estos procedimientos constitucionales y acuerdos democráticamente
establecidos, lo que se considera correcto al final del día es siempre una cuestión de valores y opiniones
personales, una decisión conciente de acuerdo con principios éticos
auto-elegidos caracterizados por su universalidad, consistencia y comprensión lógica. Esta no es
una cuestión de reglas morales como los diez mandamientos. Es el intento de
universalizar los derechos humanos de justicia, reciprocidad e igualdad. La
afirmación del particularismo es la afirmación del derecho a una existencia
separada. Pero, este derecho a la diferencia
tiene que afirmarse dentro de la comunidad global, dentro de un ambito
en que diferentes grupos particulares
puedan coexistir con otros grupos ¿Cómo esta coexistencia podría ser posible
sin valores universales comunes, sin el sentido de pertenecer a una comunidad más
amplia que el grupo particular al que se
pertenece? El reconocimiento de que la democracia necesita del
universalismo no significa volver al universalismo
racionalista del siglo de las luces, sino más bien, a un universalismo entendido como uno de los juegos de lenguaje contingentes que se
construye en algún momento y que tratamos de hacer parte de los valores y de la cultura dominante. En lugar de buscar
refugio en mitos religiosos o esencialismos racionalistas se asume la actitud moral de reconocer la
contingencia inevitable de las propias creencias. Es esta contingencia la que permite nuevos horizontes. La expansión de la cultura de los
derechos humanos no es más que el deseo de
proteger al individuo y las minorías de
los posibles excesos del particularismo cultural (étnico, religioso o
nacionalista) que lleva a efectos
políticos paralizantes. La expansión del etno centrismo al centrismo global es vista aquí como la
apertura de un nuevo espacio de inclusión política.
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