Tuesday, August 18, 2015

¿Y quien eres tu?


El mundo siempre se nos aparece como una colección masiva de opuestos. Arriba/Abajo, Norte/Sur, Apariencia/ Realidad, Verdad/Mentira, Vida/Muerte, Femenino/Masculino... el hecho es tan evidente que casi no necesita mención. Pero…  ¿no es esto bastante peculiar?  La naturaleza nada sabe de este mundo de opuestos. No hay lobos malos  y otros buenos, rosas verdaderas y otras falsas o animales hermosos y otros feos. Es cierto que los opuestos parecieran existir en ella. Pero, para la naturaleza esto no es  problema. En cambio, lo es para nosotros, ya que cada línea divisoria es una posible línea conflictual. Especialmente, las que trazamos dentro de nosotros mismos.

Cuando mejor se puede percibir esta línea conflictual es en el momento en que  alguien  pregunta... ¿y quien eres tu? Si… tu  que en este momento esta leyendo este texto. Si alguna vez te has planteado esta pregunta, la verdad es que no estas solo y las respuestas que se han dado a ella van de lo profano a lo sagrado, de lo científico a lo romántico, de lo político a lo individual. En  un ambito cotidiano, cuando alguien nos pregunta... ¿quien eres tú? lo que intentamos es describir nuestro yo como lo hemos venido experimentando y conociendo a través del tiempo. O, también, como es reconocido socialmente. Y para ello recurrimos a nuestro nombre, estado civil, profesión, gustos y preferencias. Y cuando se nos apreta un poco mas, a través de un laborioso acto de introspección, incluimos descripciones acerca de lo bueno, lo malo, lo valioso, lo científico, lo filosófico o lo religioso que consideramos fundamentales para nuestra identidad y autenticidad. El proceso básico a través del cual tratamos de lograr esto es el del establecimiento de una línea mental divisoria que define nuestros límites. Todo lo que queda dentro del borde lo identificamos como nuestro yo, en tanto que todo lo que queda fuera de esta línea es el no-yo. Las llamadas crisis de identidad, por ejemplo, ocurren cuando no podemos decidir como o donde ubicar este borde. La respuesta a la pregunta... ¿quien soy yo? esta contenida dentro de estos limites.

La primera línea divisoria que aceptamos como valida es la de la piel que envuelve nuestro organismo. Todo lo que esta dentro de ella es lo que soy. Y todo lo que se ubica fuera de este límite es algo que yo puedo tener, pero que no soy. En una primera instancia, entonces, soy mi cuerpo. Pero, no por mucho tiempo. Muy luego nos despedimos del "hermano asno", como lo llamo San Francisco. Este deja de ser lo que somos para transformarse en algo que tenemos. De ahora en adelante ya no soy mi cuerpo, sino, más bien, tengo un cuerpo. Los bordes se estrechan y en una segunda instancia nos identificamos con solo una parte del organismo, con aquella que llamamos psique, personalidad o mente. Esta separación entre cuerpo y mente no es original y solo crece y se fortifica a través de los años. Este ego al que ahora nos reducimos se identifica, en mayor o menor medida, con una auto-imagen mental, con procesos intelectuales y emocionales asociados con ella. Vivimos en nuestra cabeza desde donde comandamos el cuerpo que a veces obedece y otras no. Con lo que aquí nos encontramos es con otra línea divisoria que intenta fijar la identidad en el ego definido, principalmente, como una auto-imagen mental.

Los límites del yo y el no-yo se nos aparecen, entonces, más flexibles de lo que inicialmente hubiéramos creído. Y como índice de ello podemos llamar la atención al hecho de que, incluso, dentro de la mente misma establecemos, también, líneas de separación... ¿no es el caso, por ejemplo, de que muchas veces nos rehusamos a identificarnos con ciertos aspectos de nuestra propia psique? Esta nueva frontera implica otro encogimiento más de la auto-imagen que crea una división dentro de la propia mente. Parte de ella se transforma en territorio extranjero, extraño y amenazante. Re-diseñamos nuestra alma y negamos y tratamos de excluir de la conciencia todos aquellos aspectos nuestros que consideramos indeseables. En breve, los transformamos en sombras, raíz de nuestra angustia y ansiedad depresiva.

Este ego mental, pura "res cogitans" como decía Descartes, con el que tendemos a identificarnos, es mucho más que una mera perspectiva teorética. Al desensitizar, desvitalizar y constreñir al cuerpo, disminuyendo su fuerza y energía, lo que hace es reducirlo a un mero nivel material elevándose a asimismo a un plano inmaterial ubicado por encima de las pasiones y la existencia física, único portador de la conciencia y la si mismidad. Esta disociación le permite adquirir auto-posesión, dominio de si mismo y del ambiente. El precio a pagar por esta última reducción, sin embargo, es el miedo constante a su existencia, la defensa permanente de sus fronteras. En tanto mas estas  se estrechan, mas crece el mundo del no-yo y más amenazante se nos aparece. A diferencia de la amenaza física, la amenaza a nuestro ego despierta reacciones mucho más viciosas.

Una vez que los limites se han dibujado entre lo que soy y lo que no soy, es cuando puedo responder a la pregunta... ¿quien soy yo? Esta puede ser altamente compleja o extremadamente simple y sin mayor articulación. Pero, cualquiera que esta sea,  lo que permanece es el hecho de que los límites desde los cuales nos definimos  son flexibles y no constituyen nuestro destino. El yo que hoy somos  siempre puede ser re-delineado nuevamente incluyendo en el  más del no- yo.

¿No encontramos un proceso similar en nuestras conductas sociales? Si los contenidos de nuestros modelos sociales del Bien y del Mal, de lo que es correcto o  incorrecto  dependen también de los límites que construimos, entonces, nuestras acciones y nuestra  conciencia moral, nuestra capacidad  para expresar juicios relevantes sobre  acciones sociales conflictivas, estarán constreñidos por ellos.  Podemos actuar, por ejemplo, midiendo las consecuencias de nuestras acciones  en términos puramente físicos o hedonistas (castigo, recompensa o cambio de favores), determinándolas solo  en relacion al poder físico de los que enuncian las reglas y las etiquetas morales. Si nos abtenenemos de hacer algo que queremos no es porque seguimos algún Imperativo Categórico. Es solo por temor a las consecuencias de los que ejercen la Autoridad. En esta actitud  narcisista nuestros intereses personales solo pueden preservarse si ejercemos una máxima exclusión  y reducimos la inclusión  a lo que instrumentalmente nos pueda servir. Las  relaciones humanas son vistas  en términos puramente mercantiles. La reciprocidad es una cuestión de “tú me rascas mi espalda  y yo te rasco la tuya”.

Una diferente conciencia moral, en cambio, con otra noción de inclusión/exclusión, es la que se basa en  las expectativas de la familia, del grupo (iglesia, partido, hermandad), de la  etnicidad o la Nación (mi País, para bien o para mal). Esta  es una cuestión de lealtad que activamente mantiene, apoya y justifica la vigencia de estos órdenes, porque nuestra identidad personal depende de ello. El Bien es lo que agrada y  es aprobado por ellos. La conformidad a las imágenes estereotípicas de la mayoría es lo que consideramos  conducta natural y la aprobación social es vital para la mantención  del yo. La ley, el orden  y el respeto a estas autoridades son valuables en si mismas. Es esta conciencia  la que  permite sostener  cualquier orden social dado.

Podríamos decir que esta conducta convencional es la que predomina mayoritariamente. Para otros, en cambio, este arreglo moral es demasiado constrictivo y  prefieren construir valores y principios que sostengan su valides y aplicación independientemente de la autoridad del grupo y de la  identificación con el. Una acción justa  es definida aquí en términos de derechos  individuales generales y los estándares de conducta resultan del examen crítico y el acuerdo de toda la sociedad. La clara conciencia  del relativismo  de las opiniones y valores personales hace poner el énfasis en procedimientos legislativos para alcanzar acuerdos. Pero, aparte de estos procedimientos constitucionales y acuerdos democráticamente establecidos, lo que se considera correcto al final del día  es siempre una cuestión de valores y opiniones personales, una decisión conciente de acuerdo con principios éticos auto-elegidos caracterizados por su universalidad,  consistencia y comprensión lógica. Esta no es una cuestión de reglas morales como los diez mandamientos. Es el intento de universalizar los derechos humanos de justicia, reciprocidad e igualdad. La afirmación del particularismo es la afirmación del derecho a una existencia separada. Pero, este derecho a la diferencia  tiene que afirmarse dentro de la comunidad global, dentro de un ambito en que  diferentes grupos particulares puedan coexistir con otros grupos ¿Cómo esta coexistencia podría ser posible sin valores universales comunes, sin el sentido de pertenecer a una comunidad más amplia que el grupo particular al que se  pertenece? El reconocimiento de que la democracia necesita del universalismo no significa volver  al universalismo racionalista del siglo de las luces, sino más bien, a un  universalismo entendido como uno  de los juegos de lenguaje contingentes que se construye en algún momento y que  tratamos de hacer parte  de los valores  y de la cultura dominante. En lugar de buscar refugio en mitos religiosos o esencialismos racionalistas  se asume la actitud moral de reconocer la contingencia inevitable de las propias creencias. Es  esta contingencia la que permite nuevos  horizontes. La expansión de la cultura de los derechos humanos no es más que  el deseo de proteger al individuo y las  minorías de los posibles excesos del particularismo cultural (étnico, religioso o nacionalista) que lleva  a efectos políticos paralizantes. La expansión del etno centrismo al  centrismo global es vista aquí como la apertura de un nuevo espacio de inclusión política.





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