Un movimiento sacude al mundo. Es el movimiento de la migración y
todos los poderes concebibles del Nuevo Orden se alinean en su intento para detenerlo. Pero,
el movimiento es irresistible. En la visión
optimista de Hardt y Negri, no
seria raro que la batalla en contra del
poder mundial se ganara a través de la sustracción y deserción.
Según los autores de “Imperio”, el macro-poder, de alguna manera, ha
intuido siempre este peligro. Y por ello, en los tiempos modernos, ha ejercido
la violencia mas extrema en contra de esta movilidad que disturba las
condiciones disciplinarias a las que la fuerza laboral ha estado constreñida.
La esclavitud, que puede ser considerada en una línea continua con los
diferentes regimenes de trabajo asalariado, expone la forma mas extrema del
aparato represivo en su intento de
bloquear la movilidad de la fuerza de trabajo. La historia de la esclavitud
negra durante la era colonial demuestra esta necesidad fundamental del poder jerárquico
a controlar la movilidad laboral, como también, el deseo incontrolable del
esclavo a escapar. El nomadismo de los explotados siempre expresa el rechazo a
la explotación y la búsqueda de la libertad y de nuevas condiciones de vida.
En la imagen global del mundo contemporáneo el poder laboral y los
movimientos migratorios son extremadamente difusos y difíciles de definir. Toda
comparación con los movimientos migratorios del comienzo de la época
moderna-incluyendo el tráfico de esclavos y las migraciones de colonos
blancos-se transforma en un ejercicio fútil. Junto con el éxodo del llamado
tercer mundo, hoy día esta también el
flujo de refugiados y de intelectuales que se suman al desplazamiento proletario
masivo en la agricultura y la manufactura. Todo intento de documentación legal
se ve, muy pronto, incapacitado de copar con las migraciones clandestinas. Lo
que empuja este flujo desde atrás es el deseo de huir de las condiciones culturales
y materiales miserables de la reproducción neo-liberal. Pero lo que empuja hacia
adelante es la riqueza del deseo y la acumulación de capacidades expresivas
productivas que los procesos de globalización han determinado en la conciencia
de cada individuo y grupo social. Y, por supuesto, esto crea una esperanza. La
deserción y el éxodo son formas poderosas de lucha dentro del Nuevo Orden
mundial. Pero esta movilidad, obviamente, todavía constituye un nivel de lucha espontánea
que, frecuentemente, guía a nuevas condiciones de
desarraigamiento, pobreza y miseria.
El espacio que solo se viaja debe ser transformado, dice Negri, en
un espacio vital, en un espacio de vida. Y la circulación debe ser transformada en libertad. La multitud en
movimiento debe lograr la ciudadanía global. Su resistencia a las ataduras, su
lucha en contra de la esclavitud de pertenecer a una Nación, una identidad y a un pueblo y su huida de la soberanía y
los límites impuestos a su subjetividad, son signos de cambio. El nomadismo y
mestizaje dentro del Nuevo Orden deben ser considerados prácticas ético- políticas.
Hoy día, la celebración de lo local
puede ser reaccionaria y fascista cuando se opone a la circulación y a la
mezcla y cuando se orienta al refuerzo de los muros de la Nación, de la
etnicidad, de la raza, de la religión y del pueblo. El concepto de lo local no
tiene porque ser definido a través del aislamiento y la pureza. Si rompemos
estos muros podemos unir directamente lo local a lo universal, a ese universal
concreto que permite a las multitudes pasar de lugar a lugar transformando cada
uno de ellos en algo propio. A través de la circulación vamos componiendo un
grupo humano de múltiples colores con poderes aun no imaginados. A través de la
circulación constituimos la comunidad humana. No el sueno de un estado cosmopolita,
sino una especie común. Los cuerpos se mezclan y el nómada habla una lengua común.
El rebelde, en la era pos-colonial, es el que continuamente transgrede los
limites territoriales y raciales, el que destruye particularismos y se orienta
hacia una civilización común. Una nueva horda nómada, una nueva raza de bárbaros
surgirá para invadir o evacuar el nuevo Imperio.
¿No es esta imagen que Negri proyecta en el fenómeno migratorio contemporáneo
extremadamente problemática? la afirmación positiva de la voluntad nomadica crea,
en su opinión, la posibilidad de un sujeto emancipado y una movilidad que es esencial
en las nuevas formas de la lucha de clases. Sin embargo, esta concepción
marcial de los procesos migratorios no corresponde a ninguna realidad. Las motivaciones
de los diferentes grupos o individuos para emigrar son muy distintas y no se
unifican alrededor de una cruzada en contra del Imperio. Las migraciones
transforman el mapa ideológico solo cuando alguien renuncia a la propia
identidad y toma otra que era imposible
dentro del grupo social del que se viene. Ni las grandes migraciones europeas a
América como tampoco el flujo contemporáneo del Sur al Norte se ajustan a este modelo. Si el número es
suficientemente grande lo que
ocurre es el deseo de las primeras
generaciones de inmigrantes a trasladar su vida comunal sin cambio. Tanto en Europa
como en los países del Golfo los trabajadores temporales se asemejan más
bien a un “commuters” que a un nómada. En
las complejas sociedades del modernismo tardío
la migración es mayormente el intento de servir los flujos del capital, motivados por el deseo de
riquezas, más que por la“riqueza de deseos”. Las migraciones
entre países no son por si mismas mas revolucionarias que los movimientos de la
población dentro de ellos. “Los desposeídos de la tierra quieren ir a Disney
World- no a las barricadas.” La ironía de la modernidad es que a pesar de que las sociedades complejas dependen
grandemente de la fuerza laboral del inmigrante, no son capaces de asimilarlo y
la imagen que inspira la migración se vuelve, por siempre, elusiva, dejando en
su lugar un cuerpo fragmentado y una
mera colección de deseos.“Disney World” no es solamente Disney. La fragmentación
y alienación son frecuentemente el resultado inevitable. El problema con esta monadología
es que su utopianismo secular retiene la dinámica social de sus predecesores mitológicos
(Plotino, San Agustín). El camino a la utopía siempre guía hacia arriba más
bien que hacia abajo y la multitud se reúne “en amor, simplicidad e inocencia”. Pero, un utopianismo realmente
secular, y no solo secularizado, debe
abrirse a la posibilidad de que la justicia puede, también, encontrarse
en la fragmentación, la complejidad y la confusión.
A pesar de la importancia que las migraciones han tenido en la
historia, las teorías políticas siempre han trabajado con unidades sociales y
los actores que encontramos dentro de ellas (Nación-Estado, ciudadanos). Es solo a partir
de la dislocación creada por la globalización cuando las migraciones han venido
siendo consideradas como unas de las más románticas aspiraciones de la
izquierda y un atractivo sustituto de la revolución. Los emigrantes son vistos
como héroes, pero solo en el país al que emigran, no en el país del que vienen.
Las migraciones, después de todo, continúan siendo significantes porque no solo
son manifestaciones de las aspiraciones humanas por cambio, sino también, a la
larga, un medio para efectuarlos. Su verdadero fracaso en transformar el mundo en
una utopía crea las condiciones para la solidaridad, o lo que es lo mismo, una
nueva capacidad para formar alianzas con
otros diferentes a uno mismo para romper la estructura social existente y crear
un nuevo orden sin la división social de la antigua. Nada garantiza si
este nuevo orden nos va a gustar o va
ser mejor.
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