Aparte del ser humano ningún animal ha pensado en vestirse a si mismo.
Esta es una cuestión muy propia del
animal que somos, una cualidad exclusiva
inseparable de todas las otras propiedades que los filósofos
afanosamente han venido catalogando como
razón, lenguaje, risa, aberración sexual, historia, conciencia de la
muerte y muchas otras. El animal no se ve ni se siente desnudo. Y, por lo que
sabemos, esto nunca ha sido un problema para el. No hay desnudez en la naturaleza. Solo el ser humano crea una vestimenta para
protegerse del clima y ocultar su sexo
de la mirada del otro. A diferencia del animal sabemos
que estamos desnudos y la mirada del otro nos avergüenza incluyendo, por extraño que parezca, la mirada del animal cuando se
encuentra con la nuestra.
Extraño… ¿Cierto? Porque… ¿Que dice el animal? ¿Cuál es su punto de vista? ¿Y
por que podría importarnos? Según Derrida,
que introduce el animal en el pensar filosófico, su mirada nos ofrece el límite abismal de lo humano, lo inhumano o ahumano, el fin
del hombre. Su mirada nos devuelve, si no proyectamos nuestra vida interior en el, lo que es radicalmente
Otro. No el Otro humano que pertenece a
una tribu o cultura diferente, sino el Otro absolutamente Otro. Toda la
historia de la filosofía esta basada en la negación o ignorancia de este
encuentro.
¿Dónde nos ubicamos en el orden de las cosas? ¿Arriba del animal, al
lado del animal o después del animal? ¿Hay una historia del animal filosófico,
del animal para el filósofo que uno pudiera contar? ¿De que manera la velocidad
con que la vida se ha venido transformando
en los últimos años ha afectado la
experiencia de lo que todavía llamamos animal?
Nuestra relacion tradicional con el animal ha sido por cientos de años el sacrificio ritual, la caza, la pesca, la domesticación, la explotación de
su energía en el transporte y cultivo
agrícola, la carnicería y el experimento. Esta relacion ha sufrido hoy tremendas transformaciones debido al
desarrollo del conocimiento zoológico, etológico, biológico y genético y a las
intervenciones tecnológicas en la modificación del animal y su medio a través de la experimentación genética, la crianza y
regimentalizacion industrial que eleva
los índices demográficos a niveles desconocidos en el pasado, exclusivamente al servicio humano. 10 billones de gallinas se
matan al año solo en Estados Unidos y la producción mundial, genéticamente
manipulada, es de 65.6 millones de toneladas con un aumento anual del 4%.
El crecimiento forzado y el desarrollo
desproporcionado del tejido para producir carne sabrosa les impide caminar,
aletear o pararse. Los músculos destinados a volar ahora son destinados a la
maquina procesadora. 150 billones de animales son sacrificados mundialmente cada
año, según The Animal Kill Counter << ADAPTT ::
Animals Deserve Absolute Protection Today and Tomorrow que va
indicando el numero de animales muertos en el mundo desde el momento en que uno abre la
pagina. Cualquiera sea la forma en que
uno interprete esto no se puede negar que la sujeción del animal y la violencia
química, hormonal y genética a la que se
le somete ha alcanzado nuevos niveles. Podemos ocultar y disimular esta
crueldad todo lo que queramos, podemos organizar un olvido colectivo, hundirlo
en nuestro inconsciente, actuar como si no lo supiéramos, pensar que tenemos el
permiso de Dios, pero el hecho permanece. Las voces minoritarias y débiles que tratan de llamar la atención hacia el
sufrimiento del animal pueden perderse en el ruido del mercado, pero…igualmente
el hecho permanece.
¿Qué es lo que autoriza a la
tradición filosófica, desde Aristóteles a Levinas, a decir que solo los humanos
hablan, que solo ellos son auto concientes, racionales, históricos, apasionados
o políticos en tanto el animal solo emite signos y carece de razón y autoconocimiento?
La intención, al hacer la pregunta, no es la
de cancelar toda diferencia con el animal y atribuirle propiedades espirituales, incluyendo los árboles
y plantas, como creen algunos “New Age”,
sino que todas estas diferencias tienen que volver a pensarse de manera distinta, empezando con la categoría
“animal”que borra la compleja multiplicidad y variedad de formas que la vida animal contiene. ¿Hay
algo que nos permite colocar en el mismo lote a la ballena y el
grillo, al tigre y la langosta, al
elefante y la gaviota? ¿No es el
caso que la división entre hombre y animal queda corta en dar cuenta de la
multiplicidad de diferencias que existen entre las especies? No basta con decir
que el animal no habla ni razona y que el ser humano es un ser racional, parlante y superior. Tampoco esto puede
mejorarse determinando una diferencia más adecuada y correcta, porque toda esta
aproximación es falsa si la miramos desde la perspectiva del ser y el devenir.
La oposición entre animal y ser humano
comúnmente se formula desde la perspectiva del ser humano como un ser
totalmente constituido y no como un ser en devenir. Pensamos al animal desde
dentro de esta perspectiva y no podemos pensar lo humano desde la perspectiva
del animal o el animal independientemente del ser humano, si es que
esto fuera posible. Cada característica
atribuida exclusivamente al hombre, dice Derrida, es una ficción. Cierto… pero la cosa es que, por muy ficción
que sea, es una ficción que posee una
realidad propia al ser el elemento que organiza nuestra práctica.
Cualquiera o, por lo menos, para la mayoría que haya visto las imágenes
de una factoría de gallinas le es difícil, por algún tiempo, comer con toda
tranquilidad la carne de ave. Muy luego, sin embargo, esta intranquilidad se
neutraliza movilizando una de nuestras ficciones favoritas, como la infame noción
cartesiana del animal maquina. … cuídate de la ingenuidad de creer en la
compasión por los animales. Cuando un animal emite sonidos de dolor debemos
tener en cuenta que ellos no expresan ningún sentimiento interno, ninguna
experiencia real porque los animales no tienen alma. Los sonidos que escuchamos
son en verdad producidos por un complejo
mecanismo de huesos, fluidos y músculos que podemos ver claramente en la disección. Descartes, en verdad,
no dice que los animales no sienten lo que llamamos dolor. Lo que dice
es que ellos no lo experimentan como sufrimiento porque “no hay nadie en casa”,
no sujeto del pensar que tenga la experiencia. Y por esta razón el dolor no es
moralmente relevante. El argumento se
centra en la aserción de que los animales no poseen razón y desde el momento
que el identifica razón con conciencia el animal no puede tener conciencia del
dolor. El único signo que indica la capacidad de pensar es el
uso de la palabra. Los animales pueden comunicar impulsos naturales como miedo,
hambre o enojo, pero sus voces o movimientos corporales no indican nada
parecido a un pensamiento puro. Y es
este el que separa definitivamente al hombre. El lenguaje es el signo exterior
de que alguien esta pensando en el interior.
El espectro desencarnado, el
conocedor interno que se ubica por encima de los procesos corporales... Res
cogitans… El fantasma en la maquina.
Por supuesto, hoy nadie
cree que el animal sea una maquina.
Pero… en algún rincón de nuestra mente,
perdido en uno de sus pliegues, la
creencia continua operando… ¿O no? Y, a veces, obviamente. En el Boletín de la
Sociedad Nacional para la Investigación Médica de Estados Unidos todavía se emplea la tesis de que el animal
no siente dolor como argumento para bloquear
cualquier legislación que pudiera restringir la investigación biomédica. El filosofo Peter
Harris todavía defiende el cartesianismo
basado en la premisa de que no podemos probar absolutamente que el animal
siente dolor. Y el filósofo cognotivista Dennett reproduce, en otro nivel, el sujeto cartesiano cuando argumenta
que independientemente de como los llamemos,
sea dolor, estados concientes o experiencias, tiene que haber un sujeto para
que ellos sean fuente de sufrimiento. Cuando
se afirma que la conciencia humana es una condición necesaria para un serio
sufrimiento volvemos a introducir la
diferencia entre pensar y saber que uno piensa. Y que alguien tenga una mente pensante o no depende de su
relacion con el lenguaje.
No es que todos los animales experimentan el mismo nivel o grado de
sufrimiento. El problema no es este. El
problema es que la diferencia entre
dolor y sufrimiento es transformada en
una diferencia cualitativa, ontológica
basada en un conjunto de
habilidades fantasmaticas como el lenguaje y su supuesta capacidad para
representar exactamente el mundo de las cosas que, en verdad, ni los humanos o
no humanos poseen. La cuestión no es tanto si tenemos el derecho de negarle al
animal el atributo que autoritariamente nos asignamos a nosotros mismos o si
nosotros poseemos el concepto puro, riguroso e indivisible de ese atributo,
sino que la cuestión es si esta diferencia nos da el derecho a concedernos el
poder de eliminarlos completamente de nuestras consideraciones éticas.
La sugestión de Derrida
es que no se trata de retornarles el lenguaje
a los animales. De lo que se trata es como acceder a un pensamiento, por fabuloso
o quimérico que sea, que piensa con la ausencia del nombre y la palabra, como
algo distinto a la privación.
Un documental muestra un pequeño gato moribundo después de haber sido sometido a una serie de experimentos de laboratorio, con sus huesos quebrados, la mitad de su piel destrozada y sus ojos desvalidos mirando el lente de la cámara… ¿Qué es esta mirada, sino la mirada del Otro que negamos? ¿No será que lo que la mirada triste y perpleja expresa es la horrible tortura de haberse topado con el animal humano, de haber descubierto nuestro sadismo y lo que no queremos ver en su mirada dolorida es nuestra propia monstruosidad?
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