Sunday, July 26, 2015

Conflicto o consenso?


 Desde hace más de dos décadas la acción política empezó a favorecer  el centro y a reducir la lucha social solo al intercambio de argumentos y negociaciones de compromisos en donde los intereses de cada uno son reconciliados.   El ciclo de la política confrontacional  que domino al Occidente desde la Revolución Francesa, según el consenso pos político,  ha llegado a su término y la bi-polaridad izquierda-derecha que la sustentaba es hoy solo una  herencia  modernista  que  necesita ser transcendida por la democracia "dialogica". La confrontación de clase debe dar paso a la negociación de intereses, la búsqueda de consensos y la unanimidad social.

El filosofo alemán Kant fue uno de los primeros pensadores que intento proporcionarle a las instituciones democráticas   un fundamento racional universal.  Según Habermas el modernismo, a pesar de los  esfuerzos de sus mejores teoricos,  no  fue capaz  de  lograr este objetivo porque la investigación se movió dentro de la tradición de la filosofía del sujeto y no tanto porque el objetivo era inalcanzable. Lo que necesitamos hacer, dice, si queremos evitar el relativismo político, es salir del círculo de la subjetividad  y enfocarnos en las relaciones inter subjetivas. Dentro de estas relaciones la comunicación racional es la fuerza argumentativa unificadora, creadora  de consensos con la que  los miembros de la comunidad  pueden  lograr superar sus estrechos intereses personales y adoptar acuerdos racionales sin la amenaza de la coerción. La comunicación racional es una experiencia humana central y un mecanismo de coordinación social clave en la vida de la especie.  Un proceso cooperativo en busca de la comprensión mutua.  En  un  intercambio democrático ideal, en donde las relaciones de poder han sido neutralizadas, la única fuerza activa  en el debate público debe ser la  fuerza del mejor argumento ¿Cómo logramos este estado democrático ideal?  A través de un procedimiento  normativa ultimo que permita la expresión de diferentes proyectos políticos. Racionalidad, en este contexto, no es la racionalidad sustantiva clásica, sino la racionalidad de los procedimientos que posibilitan el dialogo. Es la que establece normas basadas en presuposiciones  capaces de garantizar  la imparcialidad de los juicios y acuerdos. Dicho de otra manera, lo que es correcto y verdadero en un proceso comunicativo dado solamente depende de los que participan en el según reglas determinadas ya de antemano.

Este es un discurso netamente “jurídico-discursivo” al ligar la formación de la voluntad política racional a  la institucionalidad  judicial. La autorización del poder por la ley y la aprobación  de la ley por el poder constituyen un solo acto. El marco democrático ideal se define por procesos legislativos, desarrollos institucionales y  procedimientos de planificación. Esta es una visión optimista de progreso  social y de  fortalecimiento de la sociedad civil que se basa en la creación de constituciones  y en el desarrollo y reforma de instituciones que le permitan a  una sociedad pluralista  crear la unidad ciudadana y cambiar gobiernos en una dirección cada vez mas democrática y efectiva.

 Aquí nos encontramos con  un excelente proyecto que funciona maravillosamente bien en condiciones ideales, al igual que la sociedad sin clases de la utopía marxista, pero que nunca coincide con la porfiada realidad, como doscientos años  de escritos constitucionales lo demuestra. La utopía del consenso y la unidad es una cosa. Como llegar a ella es otra. La falta de socialización y de instituciones adecuadas, la pobreza, el abuso, la explotación  y la degradación son los porfiados  obstáculos que impiden la democracia dialogica. Sin una comprensión de las relaciones de poder que atraviesan el campo social es bien difícil lograr cambios democráticos.

Si hay alguna generalización que  sea difícil de negar probablemente sea la que describe al ser humano como desagradecido, inconsistente, mentiroso, egoísta y engañador. Si prestamos un poco de atención a la forma en que la comunicación se lleva a cabo notamos muy luego que se caracteriza mayormente por la retórica irracional y la defensa de intereses particulares. La validez de los juicios en cualquier campaña política o controversia ideológica, por ejemplo, se logra a través de la elocuencia, de los controles ocultos, racionalizaciones, carisma o relaciones de dependencia, más que por argumentos racionales, transformando el proceso comunicativo en un ejercicio de dominación y poder. No se trata de dejar de lado o renunciar al intento de identificar y evaluar los argumentos y  los procedimientos normativos. Pero, tampoco debemos olvidar que hay  conflictos que no tienen solución argumentativa. En la sociedad civil real, opuesta a la ideal, son justamentos estos  los que atraen la atención y los que producen cambios que amplían la democracia. La cuestión no es solo como logramos el consenso, sino también, como entendemos el funcionamiento  del poder.

En el mundo real existen grupos que tienen diferentes visiones del mundo y diferentes intereses y no hay un principio general, incluyendo la fuerza del mejor argumento, con el que las diferencias puedan ser  resueltas. La autorización del poder por la ley, dice el filósofo francés Foucault, es completamente incongruente con los nuevos métodos del poder que se emplean en niveles y formas que sobrepasan el estado y sus aparatos. La ley y las instituciones y programas estatales no garantizan la libertad, la igualdad o la democracia. Incluso, dice Foucault, el sistema institucional completo, no puede asegurar la libertad que es, justamente, su propósito. La tarea política es desenmascarar la seudo neutralidad e independencia   de las instituciones sociales y mostrar la violencia política que siempre han ejercido con el fin de resistirla. El problema no es el de eliminar las relaciones de poder, sino reducir a un mínimo la dominación de las normas legales y las técnicas administrativas. Es la resistencia y la lucha, el activismo y el poder político, a  diferencia de la política del consenso, la ruta más sólida en la consecución de mayor  libertad y cambio social como muestran las batallas populares del siglo XX.


La idea de que los procedimientos y normas existentes en los países democráticos pueden proveer el marco racional para lograr consensos y la armonía entre los diferentes grupos y clases sociales en conflicto no pasa las pruebas empírico-históricas.  Generalmente la democracia surge, no porque la gente quiere esta forma de gobierno o porque han logrado un consenso mayoritario, sino porque finalmente entre los diferentes  grupos en lucha unos pierden y otros ganan. Es cierto que las Cortes de Justicia  resuelven conflictos y que argumentos, racionales o no, se emplean para este propósito. Pero, sus resultados no dependen del acuerdo entre las partes. Una vez que los argumentos han sido escuchados y el juez ha entregado su veredicto, las partes tienen que aceptarlo, les guste o no.  Y si no lo  respetan el sistema esta respaldado por un complejo aparato de sanciones,  policías  y  cárceles. El poder necesita limitar el poder.   No hay manera de eludir el conflicto por lo que el análisis de las estrategias y tácticas en la lucha por el poder es clave para entender las cuestiones de inclusión y exclusión.  La política del consenso pareciera ignorar o tener bien poca comprensión de cómo el poder funciona. Es fácil apoyarse en la constitución y en el desarrollo institucional como solución. Otra muy distinta es lograr la implementación de cambios institucionales o constitucionales específicos.

Los partidarios de la política del consenso tienen razón cuando dicen que  los conflictos, por su mayor parte, son  irrupciones sociales peligrosas que amenazan el orden social y necesitan ser contenidos o reprimidos. Sin embargo, a pesar de este peligro, hay bastantes evidencias en la historia reciente  de que los conflictos sociales han ayudado a manter vivas a las democracias modernas al proveerles la fuerza y cohesión que ellas necesitan. Los gobiernos que suprimen los conflictos siempre terminan mal. Solo miremos el siglo pasado.  En la vida política y social real el conflicto de  intereses, el egoísmo, la explotación y la exclusión  no van a desaparecer solo porque adoptamos el ideal de la unidad y la armonía social. El consenso político nunca va a neutralizar la contradicción social. Al final, lo que siempre permanece es el conflicto, el poder y el partidismo.

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