Arte y Belleza.
Hace algunos años atrás un congresal estadounidense, George
Dondero, escribió que el arte moderno es feo y distorsionado porque “no
glorifica la belleza de nuestro país, nuestra gente animosa y sonriente y
nuestro progreso material. El arte que no embellece nuestro país en términos
simples que todos puedan entender produce insatisfacción”. No muy diferente del
realismo socialista. El critico soviético Nedoshivin escribía en 1950 que
“entre todas las bellezas materiales de la vida, el primer lugar debería estar
ocupado por la imágenes de nuestros grandes lideres. En la sublime belleza de
nuestros líderes se da la coincidencia de la belleza y la verdad que debe
expresar el arte del realismo socialista”. En otras palabras, el arte que no
esta al servicio de un ideal político o moral partidista es solo
entretenimiento o arte decadente. Esta idea del arte dirigido hoy día esta bastante desprestigiada y solo sobrevive en Corea del Norte. Pero, la idea del arte como representación ideológica, sea
pintura o literatura, todavía es bien común. El mensaje es que toda verdadera obra de arte es una obra moral
y la belleza es su símbolo. Según un crítico las cosas se percibirán como feas
hasta que se descubra su belleza.
Esta forma de ver la
obra artística tiene una larga tradición en occidente. Aristóteles decía que un
objeto es estéticamente bueno o hermoso si es simétrico, ordenado y definido. Estas
son las cualidades que han servido de
base al juicio estético y su popularidad la encontramos en que la presencia o
ausencia de ellas sirve fácilmente de criterio formal para establecer la
objetividad estética. Para San Agustín y
Santo Tomas un objeto es bello si exhibe unidad
y proporción, idea que encontramos repetidamente hasta el siglo XX en la noción de “unidad orgánica” de G. E.
Moore. A pesar de esta persistencia,
sin embargo, Hume y Kant, en el siglo XVIII, empiezan a abrir una brecha al enfocarse, no en el objeto estético mismo,
sino en el receptor. Para el primero un
objeto es hermoso solamente si provoca sentimientos estéticos en sujetos
apropiadamente competentes, “jueces verdaderos”, que el define como serenos de
mente, gusto delicado, versados en la
comparación de objetos, libres de prejuicios y poseedores de buen sentido. El
enfoque de Kant es ligeramente diferente al poner el énfasis en aquello que es
común, universal, a todos los juicios
estéticos. Esto es posible determinar, dice,
porque todos tenemos el mismo “sentido común” para reconocer la belleza
y el juicio estético no es meramente una cuestión de sentimiento, sino una de
libre juego entre la comprensión y la imaginación. Si todos tenemos las mismas
facultades para entender el mundo,
entonces, todos deberíamos juzgar similarmente, a lo menos, en relacion
a los juicios estéticos. Ambos inauguraron el camino hacia el recuento
subjetivo de la belleza estética. Para transitarlo hubo que esperar la llegada
siglo XX.
El modernismo fue el movimiento artístico que empezó a separar al arte de su fusión con las instituciones religiosas y políticas, del modelo mimético y de la idea de que todo buen arte es categóricamente bello y la belleza el símbolo moral, que Hume y Kant retuvieron. El gesto mas vivido del abuso de la belleza es cuando Duchamp en 1919 le pinta mostachos a la Mona Lisa en una tarjeta postal. Las interpretaciones de lo que trato de significar han originado interminables discusiones, pero lo que es importante rescatar de este gesto es que produjo un profundo cambio en la actitud hacia el arte. Como muchos críticos han notado una brecha se abrió definitivamente entre arte y belleza. Si concentramos la atención en las artes plásticas, por ejemplo, tendríamos que decir que el arte del siglo XX es feo, pero es feo no porque seamos incapaces de ver su belleza, sino porque su intención es diferente. Es la afirmación de que algo puede ser buen arte sin ser bello. Esta ha sido una de las clarificaciones conceptuales de la filosofía del arte que se debe exclusivamente a los artistas modernistas. El mensaje que enviaron es que la belleza es un modo entre muchos otros (disgusto, horror, sexualidad, pasión, depresión, etc.) a través de los cuales el pensamiento artístico se presenta a la sensibilidad humana. Todos ellos explican la relevancia del arte en la existencia humana y espacio para todos ellos tenemos que dejar si queremos apreciar adecuadamente al arte.
¿Que es lo que queremos como consumidores de objetos
estéticos? ¿Podemos establecer algún tipo de medida que nos permita afirmar que uno de estos objetos es mejor que otro? Si a nivel colectivo esto
es posible, en el individual no funciona. Si alguien prefiere un objeto estético particular porque es más apropiado para sus propósitos,
porque satisface mejor sus intereses… ¿quien es uno para decirle que ella ha
elegido el objeto errado? La sugerencia de que otros objetos diferentes podrían
darle mayor satisfacción es, tal vez, lo que más podríamos ofrecer. Suponer que un conjunto singular de propiedades,
capaces de producir la experiencia estética mas profunda, puedan ser
identificadas es una pura especulación a priori. Nadie ha encontrado la formula
estética correcta. Cierto… pero la transición al subjetivismo no significa,
como trataron de mostrar Hume y Kant,
que todos los juicios estéticos son igualmente validos. Si así fuera…
¿Por qué el artista trataría de producir algo tan efímero y caprichoso? El problema, entonces, es ¿Cómo separar una explicación
correcta de una incorrecta? ¿Qué es lo que podemos esperar de la interpretación
de un buen crítico? Que nos ayude a develar el significado de la obra poetica,
literaria, plástica o cinematográfica. Y desde el momento en que nos
encontramos con una pluralidad de
interpretaciones posibles tendemos a
quedarnos con la que se nos explica la colección de los diferentes aspectos de
la obra en particular en la forma mas profunda,
simple, comprehensiva y coherente que sea posible ¿Pero, cual es el objetivo de ofrecer tal
explicación? ¿Es un mero ejercicio intelectual, la satisfacción de que un pequeño
misterio ha sido resuelto? Como receptores uno podría responder que un buen
crítico es el que nos ofrece una interpretación que nos permite realzar
nuestra experiencia estética. Es un
instrumento más que le ayuda a uno a entender porque un autor determinado dispone los diferentes elementos de la obra en la forma en que lo hace. Si el crítico
de arte nos entrega una interpretación
de un trabajo artístico particular podemos evaluar su cualidad de acuerdo al
espacio que nos abre para tener la mejor experiencia y comprensión estética
posible. En este sentido, la existencia de una pluralidad de interpretaciones,
no solo es legítima, sino valiosa porque
revive continuamente la experiencia.
Lo que el artista haga es cosa suya. Y sus motivaciones solo
le pertenecen a ella o a el. Sin lugar a dudas existe un vasto espectrum de
razones que impulsan a un artista en particular a crear lo que crea. Pero, los
que tratan de mirar la escena artística mas allá del ambito de su propia obra
pueden notar, como dice David Fenner, dos cambios. El desplazamiento de la
belleza que ocupo un lugar esencial
en el arte hasta el Pos Impresionismo y la apertura al
subjetivismo que desafía el objetivismo formalista con su énfasis en la
simetría y el orden. Son estas dos tendencias las que, probablemente, explican el sentimiento anti realista del ultimo. Si la producción de la belleza no
fue el objetivo del arte del siglo XX… ¿Cuál fue su intención? Desafiar los ideales académicos de la época
en lo que contaba como creación, apreciación y significado del arte. Si la belleza no es el objetivo, porque es
relativa al sujeto, entonces, cualquier otro objetivo (emocional, comunicativo,
cognitivo o sensual) será igualmente tan subjetivo como la belleza. Y es la
conciencia de este hecho lo que inicia la marcha hacia un mayor relativismo e
individualismo de las comunidades de pintores, escritores, poetas y teoricos.
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