La palabra
ideología no tiene muy buena reputación.
Cuando la semiótica mostro que la creencia de que los signos lingüísticos apuntaban a cosas reales no era tan evidente, abrió la puerta para cuestionar, entre muchas
otras cosas, la noción de ideología que había dominado el ámbito teórico durante la mayor parte del siglo XX.
Según la
semiótica el mundo real no es percibido
en forma directa. La percepción siempre
esta mediada por un sistema de significantes, o
palabras, que son creadas o construidas por nosotros para
representarnos el mundo. Luego, si el
poder de la representación es el que
configura la realidad, la distinción
entre verdad y falsedad empieza a hacer agua… ¿Por qué? Porque hay efectos de
la verdad producidos por diferentes sistemas significativos o discursos, pero
no hay estándares externos a ellos para
evaluar lo que afirman. La verdad
se valida solo en referencia al discurso particular al que pertenece. Fuera de
el no hay una perspectiva absoluta desde
la cual se pueda determinar sus errores.
Ahora, si
aceptamos esto, tendremos que tirar por la borda la famosa autonomía del individuo. Si este es producido
por sistemas significativos que le
asignan una identidad particular sin su voluntad … ¿como podríamos hablar de falsa conciencia si la independencia
del sujeto es ilusoria? ¿Si no hay
sujeto fuera del circuito lingüístico?
El modernismo,
al elevar el núcleo de la subjetividad por encima del flujo material de los
eventos, hace posible la creencia de que la historia de la especie humana y el
individuo son guiados hacia un fin ultimo por una conciencia o una razón dialéctica que trasciende las
circunstancias concretas de la historia. Es esta narrativa teleológica la que ofrecía
los estándares con que juzgar la verdad
o falsedad histórica. El escepticismo critico
contemporáneo hace difícil, si no imposible, mantener esta narrativa. Sin
ella… ¿como se podría distinguir entre
ideología y ciencia histórica?
La falta de
interés del posmodernismo en hablar de “ideología” es porque el concepto implica una oposición binaria entre modos de
pensamiento falso y verdadero. No hay
ninguna posibilidad, dice Rorty, de
identificar una conciencia distorsionada,
porque la distorsión presupone un
medio de representación entre nosotros y
el objeto en cuestión que produce una apariencia que no corresponde a la
realidad del objeto. La única manera en
que no haya distorsión es que no exista referente fuera de la representación. Solo en
este caso no habría nada que distorsionar… ¿No encontramos aquí nuevamente la
sombra de Kant? Según el, nuestra incapacidad para percibir la “cosa en si
misma” es una condición eterna e inevitable y la pretensión de que podemos percibirla es la
definición misma de la superstición.
Cuando la imagen,
la representación adquiere dominio total sobre el objeto, dice Guy Debord,
estamos en el mundo del espectáculo, el
momento en que la realidad tangible es reemplazada por una selección de
imágenes que existen por encima de ella y que pasan a ser lo tangible por excelencia.
El valor de cambio sobrepasa el valor de uso. El espectáculo es capital a tal
grado de acumulación que se vuelve
imagen. La cosa en si misma es obscurecida por la forma de su apariencia. Pero la cosa
en si misma, en este caso, somos nosotros mismos. Trabajo, actividad y vida humana en si misma es ocultada y dominada por su forma
simbólica.
No mas ideología solo simulacra, dice Jean
Baudrillard. Cuando escribió que la
guerra del Golfo no había tenido lugar lo que indicaba era que la guerra había
sido transformada en una imagen que la gente, fuera de la zona de combate,
tenia dificultades en concebirla como completamente real. Para muchos la guerra
compartía la misma categoría ontológica que un juego de video. Los medios
culturales, dice, han reducido todo a imágenes superficiales sin referencia a
lo real… la
guerra, las elecciones presidenciales, la "vida real" en televisión
empiezan como eventos periodísticos sin tener, actualmente, sustancia real. El
dominio del simulacrum en la cultura post-moderna es el indicio de la perdida
de lo real. Ya no tenemos la habilidad para distinguir entre este y sus
imágenes.
El
posmodernismo, de alguna manera, tiene
razón. Es cierto que el sujeto humano esta objetificado, que las imágenes
realmente determinan la realidad y que el mercado global va a permanecer como
el único poder, a lo menos, por el próximo futuro. Esto, por muy erróneo que parezca, es un recuento objetivo y exacto de una real situación material de la
que hoy somos parte.
¿Como llegamos
a esto? Para entender este relativismo materialista
y el poder determinante de la representación en nuestra época tendríamos que tomar en cuenta las condiciones históricas concretas que han
permitido su surgimiento. Lo que el postmodernismo, dice David Hawkes, especialmente ignora es la influencia del
dinero en la conciencia contemporánea. El dinero es el sistema de representación por
excelencia que logra un poder
determinante en teoría y en la vida práctica. La autonomía de la representación que es el tema de la filosofía actual es, como diría un viejo
marxista, parte del mismo proceso del poder global que hoy tiene el dinero.
El imperio del
dinero es parte de un fenómeno mas general que podría caracterizarse como “dictadura
de la representación”. Hoy día es
bastante obvio que la vida económica de cada uno esta determinada por un intrincado ramaje de dinero puramente
simbólico. Lo que es menos aparente es que
nuestra vida sicológica y cultural también esta determinada en la misma
forma. Son las Corporaciones las que no
solo patrocinan todas las esferas de la cultura, incluyendo la investigación científica y los estudios
académicos, sino que también, a través del consumo de
marcas comerciales particulares,
juegan un papel central en la formación de la personalidad.
El personaje
de la novela “Money”, de Martin Amis, describa a un sujeto post moderno incapaz
de distinguir entre el mundo real y el
mundo representado por los medios de
comunicación. El único valor que puede
apreciar es la riqueza material y la
gratificación sensual. Su yo no es mas que un nexo de impulsos y deseos físicos
que satisface a través del dinero… ¿No es esta la descripción del perfecto
consumidor? Hedonista, materialista,
vacuo. Insaciable consumidor de mercancías, alcohol y mujeres, no importa en
que orden se presenten. Es como si el dinero hubiese entrado en su ser,
expulsando toda posible personalidad,
para remodelarlo de acuerdo con sus
propios requerimientos. Lo inquietante de la novela es la sugerencia de que el futuro va a pertenecer a este tipo de individuos. Hoy estamos en el futuro.
Los que no se
han olvidado de Marx podrán recordar que el decía que el dinero, “es la esencia enajenada de la existencia y
del trabajo del ser humano y es esta
esencia extraña que el adora, lo que lo domina”. Lo que realmente vendemos por dinero no es
nuestro trabajo, sino nuestro tiempo, nuestra vida. Originalmente el dinero era el símbolo que
mediaba entre varios objetos, actuando como un denominador común para facilitar
el cambio. Pero, ahora es claro que este
mediador se ha transformado en un verdadero Dios, en el poder real que domina
sobre nosotros. Los objetos, separados de este mediador, han perdido su valor. El objeto solo tiene
valor en tanto representa al mediador… Y es a esta incapacidad de no poder reconocer la función puramente mediadora de la representación, a la
insistencia en creer que ella es una esfera autónoma, al error de confundir la apariencia con la cosa en si
misma, a lo que Marx llamaba ideología.
Hasta la mitad
del siglo pasado todo el dinero del mundo, a lo menos teóricamente, podía ser
convertido en oro. El dinero era un signo, pero un signo que tenia un referente
material ultimo. En el posmodernismo el
dinero se ha transformado en un signo inconvertible, autónomo y autogenerado. Un significante sin
significado. En la economía global el
dinero se ha ido alejando cada vez mas de su base material, haciéndose cada vez
mas abstracto. En su inicio el dinero tomaba su forma de metales preciosos, para luego pasar al billete
de banco, las figuras en el monitor de la computadora, el crédito, el interés y
la “confianza de los investores”.
Pequeñas fluctuaciones en la relación
entre las varias formas que el dinero adopta tiene profundas efectos en la vida
material de los seres humanos a través de todo el mundo.
Lo curioso en todo
esto es que también la lingüística y la semiología
describen el signo como arbitrario y su
significado como puramente relacional.
La comparación no es arbitraria. Si nos fijamos, la historia del dinero y la historia del
lenguaje aparecen como elementos de una historia mas general de la
significación que contiene una lógica de desarrollo que determina cada una de
sus partes. Shell and Goux muestran una
separación histórica progresiva entre el signo y el referente con una
creciente autonomía y poder determinante
de la significación. En nuestra era las imágenes de diversos tipos han logrado
el poder de constituir la realidad misma lo que representa la culminación o fin
del proceso.
Y lo mismo que
el dinero, que se ha hecho mas abstracto
y menos material, ocurre con las cosas que la gente compra con el. Por
miles de años lo que se compraba eran medios de subsistencia. Esto empieza a cambiar con el nacimiento del
mercado global en el siglo XVI que hizo posible imaginar casi todo como una
mercancía. A mediados de los 80s en el
siglo pasado los empresarios desarrollaron la idea de que el éxito
corporativo se encontraba primariamente en la producción de “brands” mas
que en la producción de cosas. Con el triunfo total del mercado las mercancías
mas valiosas ya no son cosas. Son imágenes y marcas. No compramos ropa,
alimentos o autos solamente por su valor de uso, sino por su significancia
simbólica que es lo que determina su consumo. Y es el consumo lo que dicta los cambios de la
moneda, los bonos y las acciones que tienen una profunda influencia en la vida
de la población mundial. El ámbito
simbólico, el mundo de la representación determina literalmente lo que ocurre
en el mundo material.
El triunfo
total del mercado, la mercantilización ilimitada de la realidad, fetichiza los
productos de la labor humana dándoles poder absoluto sobre la vida de sus
productores. El triunfo de la mercancía, dice Debord, hace la noción de falsa
conciencia obsoleta. Lo que hoy tenemos es la materialización de la
ideología. La sociedad se ha vuelto lo
que la ideología ya era.
Nieves y Miro.