El exilio es
amargo cuando es la única salida que le queda a un grupo perseguido por el
poder represivo. Pero lo es mucho más
cuando se aplica a la homosexualidad. Cuando hablamos de exiliados siempre hablamos del exiliado
político y el homosexual queda excluido.
Se nos hace difícil verlos como sujetos subalternos, no importa cuan obvio sea
el que su mera existencia los condene en
la mayor parte de Latinoamérica a vivir en un mundo subterráneo y clandestino, con su
cultura censurada, silenciada, invisible
y secreta. Su exilio no se caracteriza
por la deportación masiva, sino por la fuga individual. Lesbianas y
homosexuales han sido y continúan siendo victimas históricas de persecución al
igual que los perseguidos por razones étnicas, religiosas o políticas, solo que
a diferencia de estos últimos, siempre
perseguidos como individuos solitarios que cuando la ley los atrapa los trata con una insidiosa crueldad
diferente a la que se aplica a otros sectores de la población. Durante la época
de las dictaduras latinoamericanas los prisioneros políticos identificados como
homosexuales eran objeto de una persecución mucho más siniestra, tortuosa y fatal al ser identificados no solo como enemigos políticos,
sino también como síntomas de descomposición moral.
Hoy día, cuando la
carnicería militar finalmente ha sido contenida por la fuerza popular, la
mayoría de los homosexuales todavía llevan una vida de marginalización y exilio interno.
La trasgresión de los límites que separan al hombre de la mujer es
universalmente considerada repugnante y en defensa de las buenas costumbres su
visibilidad debe ser rechazada en todos
los ámbitos sociales. La herencia
colonial del código Napoleónico garantiza la privacidad del cuerpo, pero no la
manifestación pública de la desviación
sexual y su cultura. La opresión y la
persecución de una identidad sexual transgresiva obligan al homosexual a una
permanente emigración hacia ciudades en
donde las restricciones sean menos explicitas.
Según David William Foster (“The Homoerotic
Diaspora in Latin America”) los comienzos de la literatura homo erótica en
Latinoamérica, al igual que la
literatura del boom de los años del
neofascismo militar de los 60’s y 80’s, lo encontramos mayormente en el exilio. “El beso de la mujer arana”del
escritor argentino Manuel Puig fue uno
de los primeros escritos del continente que habla desde la perspectiva homo
erótica dentro del contexto de la represión militar y su influencia en los
escritores posteriores ha sido notable al proporcionar las bases de la crítica
de la ideología sexual dominante. Otros escritores cuyas obras han sido
notablemente marcadas por el exilio homo erótico también dan cuenta de la
trágica vida a la que están condenados socialmente quienes poseen un sexo equivocado.
El escritor
argentino Héctor Bianciotti nacido en
1930 ha vivido y trabajado en Francia
desde 1961. En sus memorias “Lo que la noche le cuenta al día” el autor relata
su experiencia en el Buenos Aires de los 50’s después de haber dejado la
tranquilidad pastoral de su vida en la pampa y la autoridad inflexible de su
padre piamontés que fueron el contexto
de su infancia en que descubre su homosexualidad. Uno podría creer, dice
Foster, que el cuadro que pinta de Buenos Aires es el del derrumbe del proyecto
peronista. Su intención, sin embargo, es la de evocar la pesadilla de la imposición draconiana del
código heterosexual “… la mas ligera
desviación de las normas de la moda crea
una rápida reacción de rechazo en los
peatones…” Esta imagen, según Bianciotti, no es solo una metáfora, sino literalmente la
historia social de la represión homo
fóbica de Argentina. Salirse del código de la moda es signo visible de
homosexualidad y sus consecuencias son desastrosas
si uno cae en las manos de la guardia de la decencia pública. Es solo después
de 1983 que la disidencia sexual empezó a adquirir alguna libertad de expresión
en el país aunque el despliegue publico del llamado escándalo sexual continua sujeto a la
persecución social.
El novelista cubano Reinaldo Arenas se suicida
en 1990 después de completar el manuscrito
de su novela “Antes de que anochezca”.
Diez anos antes había salido de Cuba y en sus memorias describe la larga
serie de hostigamientos, persecuciones y cárcel que allí sufrió por ser
homosexual. Fue su insaciable pan eroticismo, su sensualidad corporal ilimitada y sus incontables encuentros sexuales que vivió
en Cuba los que fueron brutalmente cercenados por el autoritarismo
revolucionario y su compromiso con la opresión de la sexualidad. Uno podría
decir en defensa del régimen que la
severidad moral de la revolución tiene que ver con su oposición a prácticas
burguesas decadentes que no tienen lugar en la nueva sociedad o que Arenas usa demasiado
simplisticamente la dicotomía binaria Eros versus Civilización. Lo cierto,
sin embargo, es que sus textos no son análisis antropológicos, como dice Foster.
Ellos son la crónica del encuentro con
la moralidad revolucionaria, el relato del fin del eroticismo hedónico por las
fuerzas de thanatos que destruyen la dignidad del individuo. Son textos llenos
de detalles que proveen una rica descripción histórica de la homofobia
encarnada en la fuerza revolucionaria militar y la persecución material de la
disidencia sexual.
Estas historias de
transgresión sexual seguidas de persecución y exilio la volvemos a
encontrar con una insistencia odiosa en las obras de los autores Puerto Riqueños Daniel Torres (“Cabronerías o
Historias de tres cuerpos”…) y Luis
Rafael Sánchez que no emigra y no se auto identifica como homosexual, pero que ha
tenido que publicar sus obras fuera de
la isla porque contienen una sensibilidad “queer” que la hipocresía moral del
país no permite. Virgilio Piñera, otro cubano que muere en 1979, pudiera muy
bien elegirse como la figura paradigmática del exilio homosexual
latinoamericano. A pesar de que sus historias y antologías fueron publicadas
fuera de la isla, exiliado por la derecha y rechazado por la izquierda, el
grueso de su obra permanece desconocida, perdida para la cultura cubana que
solo vio en el un ejemplo de la degeneración capitalista. La obra de Piñera es
valiosa, dice Foster, en cualquier intento de recuperación del grotesco
impresionista latinoamericano y su subtexto homo erótico puede responder a las cuestiones relacionadas con la construcción
de las diferencias y disidencias sexuales que en los 50s no tenían ninguna
resonancia. El colombiano Fernando Vallejo (“El Río del Tiempo”, “Los caminos a
Roma”, “El fuego secreto”, “Chapolas” y “El mensajero”) desarrolla los temas del
exilio interno y actual relacionados con el homoeroticismo en el trasfondo de
la moral católica represiva
característica de Colombia y del resto del continente. Pedro Lemebel,
homosexual y cronista empedernido,
retrata la realidad social chilena, no con la perspectiva de un mero observador,
sino con una experiencia profundamente comprometida, transgresora y desgarrada, llena de sarcasmos e ironías que
ponen al descubierto el mundo de las minorías, de los desposeídos, de las
mujeres, de las poblaciones callampas y de
la vida doblemente marginal de la homosexualidad (“Incontables”, “La
Esquina es mi Corazón”, “Crónica Urbana”, “Loco Afán”, “Crónicas de
Sidario”, “De Perlas y Cicatrices”,
“Tengo Miedo Torero” y “Zanjon de la Aguada”) Se hace conocer en los 80s como
integrante del colectivo de arte Las Yeguas del Apocalipsis. Curiosamente la recepción
de su obra pone de manifiesto la naturaleza tremendamente contradictoria del
país sureño. La sociedad chilena es la sociedad más católicamente conservadora
y moralmente represiva del continente. Y, sin embargo, en los centros urbanos siempre
es posible encontrar grupos contra culturales
que son los que aclamaron y recibieron
favorablemente la obra de Lemebel. Su
penúltima novela se mantuvo casi 60 semanas entre los libros más vendidos. Jaime Bayly imagina el exilio en su novela “No se lo digas
a nadie” como una simple extensión de
los horrores de la vida social en
Lima que es neuróticamente homo fóbica. Miami, lugar de exilio del
protagonista, no es el lugar en donde se pueda escapar a la hipocresía y
encontrar algo positivo acerca de la propia vida. Al final es solo otro
escenario para repetir el pasado.
Escribir acerca de
la disidencia sexual en Latin América es una de las estrategias significativas
que estos autores, entre otros, han venido usando para contra restar el
impenetrable silencio que siempre rodea el homosexualismo. Las practicas homo
fóbicas en el continente, en verdad, no son diferentes ni peores que en otros lugares del mundo. Y, al igual
que estos otros lugares, también ha producido un
exilio homo erótico que, mayormente, cubrimos con las sombras del pasado y del que no queremos
hablar mucho.
Nieves y Miro
Fuenzalida.
Ottawa
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