¿Seria posible
imaginar a la metáfora como parte del discurso científico? Probablemente no. La
mayoria de nosotros nos hemos vivido dentro de una tradición positivista en
donde el lenguaje científico es neutral y libre de la subjetividad altamente
desconfiable de la literatura. La promesa de la ciencia occidental siempre ha sido la de entregar una explicación
impersonal, mecánica y deantropomorfizada de la realidad. En este contexto la
metáfora aparece como un adorno
innecesario e incompatible con un
pensamiento estrictamente racional.
Según Liliana
Papin una serie de análisis contemporáneos han empezado a demostrar que lejos de ser transparente el lenguaje
científico funciona con las mismas complejidades que el lenguaje literario. La
noción de un lenguaje científico privilegiado que es puramente descriptivo y
objetivo es rechazada por un grupo importante
de pensadores actuales que
enfatizan el trasfondo cultural,
histórico, ideológico, filosófico y lingüístico en el que se enraíza la
ciencia. Como mejor se puede resumir esta nueva actitud es con la tesis de que
todo lenguaje es metafórico y las revoluciones científicas son, de hecho,
revoluciones metafóricas (Arbib y Hesse). Y no se están refiriendo solo a la
sociología, antropología o psicología, sino que su foco es la ciencia física, considerada la más
pura. Varios físicos modernos al empezar a investigar la estructura y las reglas de la interpretación científica se han vistos
más y más envueltos en una faena literaria que se enfoca directamente en el
lenguaje. Al igual que los poetas,
novelistas y profesores de literatura los físicos se hacen las mismas
preguntas. En sus investigaciones y experimentos mentales ellos también han encontrado la metáfora. Von Newmann
afirmaba que la teoría quantum es difícil de explicar, no porque sea difícil de
entender, sino porque las palabras que usa la ciencia son inadecuadas.
Igualmente David Bohm y David Peat afirman que los problemas con el lenguaje
informal estuvieron a la base del quiebre de la comunicación entre Einstein
y Bohr y que persisten hasta hoy entre la teoría quántica y
la teoría de la relatividad.
El lenguaje
científico empieza a perder su carácter privilegiado en el momento en que la teoría de la relatividad remeció el mundo
de la física newtoniana. Hasta ese momento se tuvo la presunción logica de que
siempre es posible distinguir entre dos
casos diferentes. Esta es una partícula o no es una partícula. Solo una de
estas dos afirmaciones puede ser
correcta. Pero, la dual naturaleza de la luz (partícula y onda) desestabiliza
la noción fundamental de correspondencia entre el nombre y sus atributos y la
categorización básica de “Either/Or”. La distinción entre materia y espacio desaparece en la
teoría de la relatividad cuando la materia ya no se define primariamente por
sus propiedades geométricas y mecánicas, sino como una curvatura local del
continuo espacio-tiempo. La física quántica
profundiza aun más la crisis obligándola a cambiar el marco de
representación de la física clásica.
La geometría
euclidiana y la mecánica newtoniana se basan en profundos hábitos de
pensamiento mucho más fuerte de lo de lo que imaginamos. Según M. Capek estos hábitos se enraízan en la estructura
misma del lenguaje común. La lenguas indo europeas, dice, se basan en una división estructural entre el
nombre, que se asocia con cosas, y verbos que denotan movimiento, acción o
estados del ser. Aunque la lingüística moderna no calza exactamente con esta
descripción todavía subyace en los procesos perceptivos inmediatos o
subliminales. En la física quántica, en cambio, los conceptos de estados o
eventos han surgido para reemplazar los conceptos de cosas, pequeños entes o
bloques básicos en la construcción de la materia porque el uso de sustantivos
no solo es obsoleto, sino ambiguo y engañoso. Schrodinger hizo notar, algunos años atrás, que no hay
partícula que pueda ser observada dos veces y lo que observamos es, en realidad
dos eventos diferentes que conectamos con la imagen del corpúsculo que persiste
a través del tiempo. La partícula es creada con el experimento más bien que
observada. Según Bohr la emisión de radiación beta, compuesta de electrones
negativos, no debe ser entendida en el sentido clásico como una proyección de
partículas que pre existen en el núcleo, sino debería imaginarse como un
proceso de creación que ocurre durante el proceso de proyección en la misma
forma en que los fotones son creados durante el proceso de emisión. Es por esto
que no tiene mucho sentido aplicar el término corpúsculo o partícula a estas
entidades evanescentes cuya corta vida contrasta escandalosamente con la
constancia y eternidad de los átomos clásicos.
Las partículas
elementales en lugar de existir como
entidades separadas existen como un conjunto de relaciones constituidas por
cambios, procesos y eventos que las lenguas indoeuropeas consideran verbos. Los
adjetivos y atributos, usualmente definidos como nombres, son inadecuados o equívocos en este ambito.
Decir que la luz tiene propiedades de
onda o propiedades corpusculares no significa que la luz es onda o es partícula
en un momento determinado. El mundo que observamos no es un mundo sustantivo y
no hay correspondencia total entre nuestras palabras y nuestras experiencias.
Tan pronto como usamos palabras recreamos una realidad fija que es incompatible
con los eventos actuales ¿No es definir la ausencia de espacio una tarea
imposible para la mente desde el momento en que, como dice Capek, el vacío que
tratamos de crear se llena inmediatamente con un espacio tan similar como el
que intentábamos suprimir? La metáfora del “black hole”, es una buena
ilustración de esa imposibilidad y cualquiera que haya sido su intención la frase evoca una imagen visual. Al parecer,
no podemos escapar a las metáforas. Ellas siempre están presentes de una u otra manera. En las
lenguas occidentales, mas que en ninguna
otra, el proceso de pensamiento esta
ligado a la imagen visual (imaginación, reflexión, especulación) lo que ha constituido uno de los mayores
impedimentos en la comprensión de la física moderna
Como nunca antes
los científicos se ven hoy confrontados con las restricciones del lenguaje y sus raíces metafóricas. Sus escritos,
irónicamente, se asemejan al trabajo de los novelistas y los poetas
que, al igual que ellos, reclaman también de las limitaciones que les impone el lenguaje. El intento de escapar
a las metáforas los une en una causa común. Los poetas, los simbolistas en
particular, luchan con la estructura de hierro de los moldes gramaticales y
tratan de darle nuevas formas y diseños. Mallarme hablaba de una “poesía de las matemáticas” y
Heisenberg trato de escapar a las
desventajas del lenguaje reemplazándolo por un formalismo matemático. No es
sorprendente que un sistema de signos abstractos se presente como solución o
escape al dominio de la metáfora. Una creación libre de la mente, un sistema
coherente y preciso de símbolos carentes de las asociaciones del lenguaje
cotidiano. El físico Jeans, haciéndole eco a Galileo, dice que el universo como
mejor puede ser retratado, aunque todavía en forma imperfecta, es con el
pensamiento matemático. El problema, como estos mismos científicos notan, es
que la extremada abstracción de las matemáticas solo provee un esquema lingüístico cuya aplicabilidad
es limitada. Según Heisenberg todavía necesitamos una descripción de los fenómenos
físicos basada en lenguaje simple porque
este es el criterio que indica el grado de comprensión que de ellos hemos
logrado. Bohm y Peat proponen que cada teoría científica lleve la inscripción
“este no es un universo”, repitiendo la inscripción del cuadro surrealista de Maigrette “esta no es una pipa”.
Aquí, Bohm y Peat
concuerdan con Foucault y Magritte de que “cualquiera que sea lo que digamos que una cosa es, no es…”.
En otras palabras, cualquier tipo de pensamiento, incluyendo la matemática, es
una abstracción que no cubre, y no puede cubrir, toda la realidad. Si esto no es una novedad en el arte o en la
filosofía, lo es en las ciencias. El
escape de la ambigüedad del lenguaje solo los ha obligado a reconocer y aceptar las dificultades de la metáfora como un
paradigma que tiene que ser integrado en los resultados de las investigaciones
científicas. Una de las metáforas
científicas mas famosas es “la luna es una manzana” de Newton que puede
ser extendida a “la luna es una tierra”. Comúnmente la metáfora, como aquí lo
vemos, va de lo que ya conocemos a lo
que no conocemos y en este sentido es un instrumento privilegiado para la
producción de significado. Una función elemental de la mente para percibir relaciones y analogías más allá de las diferencias
superficiales. Una piedra básica de la conceptualizacion y abstracción, a pesar
de que su uso también puede ser
restrictivo. En verdad, la metáfora es
indispensable en el lenguaje y el pensamiento desde el momento en que
naturalmente estamos obligados a usar
un vocabulario limitado para
cubrir proyectos cada vez más amplios del pensamiento y la comunicación. Esto
explica su amplio uso en todas las lenguas. Bohm y
Peat reconocen que el juego metafórico
es de una importancia primaria en el trabajo científico y muchas de ellas han
servido de puente en lo que en una primera instancia aparecía como
inconmensurable. Así como los poetas,
los científicos también tienen
metáforas preferidas para dar cuenta de su participación en la interpretación
del universo. Todo esto es significativo porque, al igual que los filósofos y
críticos modernistas, estos científicos
han llegado a la conclusión de que la percepción, en lugar de ser pasiva, es un
acto intencional. En todos los niveles
de la percepción la noción del participante empieza a reemplazar la noción del
observador.
Elkana hace notar
las ramificaciones que el “vacío” tiene en las teorías científicas. La regla establecida,
dice, es que todos los posibles factores relevantes a un experimento deben ser
cuidadosamente considerados. Pero, al mismo tiempo, las especulaciones e
historias personales que llevan al investigador a un experimento determinado no
deben ser incluidas en el reporte científico. Esto significa que la visión
metafísica, la que decide que factores son relevantes, se suprime,
lo que da la impresión de que se esta tratando con “hechos brutos”. Es este tipo de observaciones la que invita a una aproximación crítica
literaria de los escritos científicos.
El temor es que ella puede llevar
rápidamente al relativismo científico. Los experimentos en las ciencias
empíricas verifican o niegan la valides de la interpretación y proveen limites
seguros entre la pura especulación y el conocimiento. Pero, el quiebre de la
comunicación entre Bohr y Einstein (“Dios no juega a los dados”), mostró que
estos limites no son definitivos. Los actuales modelos teoricos científicos
están tan lejos del experimento directo que los científicos más ortodoxos
tienen grandes dificultades en descartar incluso las teorías más fantásticas
que han surgido en la física quántica
que se asemejan más al misticismo
que a la ciencia como se ve en los escritos de Fritjof Capra.
Muchos investigadores han empezado a reconocer
la necesidad de reevaluar que significa
ciencia y científico y muy bien podría ocurrir que estos términos se revelen como la más
poderosa metáfora de la civilización occidental.
Nieves y Miro
Fuenzalida.
Ottawa.