Sunday, August 3, 2025

El prestigio de los monstruos

 

Los monstruos fantásticos están por todas partes y en todos los tiempos. Híbridos grotescos, recombinación de animal y humano, mezcla de diferentes especies animales y metamorfosis humanas  que dan origen a formas espeluznantes, diabólicas y llenas de maldad hacia los humanos. Objetos malignamente peligrosos que despiertan el miedo primordial de ser comido. Presencias o apariciones horrorosas que hacen trizas todos los estándares del orden, la harmonía y la moral.  

 

Lo extraño es que estos seres bizarros, productos de la pura imaginación humana, que adquieren vida propia en  la mitología, el folklor, los rituales, al igual que en el arte, la literatura, el cine y la cultura popular han ejercido, a pesar de nuestra intensa repulsión y miedo, una tremenda fascinación desde las cuevas de Altamira hasta las fantasías celuloides de Hollywood.

 

Los monstruos en Europa son tan viejos como la misma humanidad. Durante el Paleolítico, cerca de 30 000 años atrás, formas monstruosas decoraron las paredes de las cuevas pre históricas de Francia y España, justo en el momento en que el Homo Sapiens reemplazaba al Neanderthal. Muchas de estas figuras tienen el cuerpo humano como base al que se le agregan apéndices de otros animales... humano con cabeza de serpiente, un ciervo con cabeza humana, un cuadrúpedo con un largo cuello que termina con la cabeza de un caballo, todas creaciones que señalan el nacimiento de un animal imaginativo. En las primeras civilizaciones del tiempo de los faraones los monstruos eran mas que incidentales. Dragones, hombres monos, serpientes marinas  y esfinges proliferaban salvajemente en la antigüedad clásica, símbolos primordiales que activamente  jugaron un papel, aunque negativo, en la formación del mundo. Su contrapartida es el héroe que surge simultáneamente con el nacimiento de los monstruos como la polaridad inseparable de un sistema unificado de valores e ideas. 

 

En el mundo clásico del Mediterráneo los monstruos y los humanos se mezclaban en forma bastante ambigua. El terrible Minotauro de Creta, una creatura maldita mezcla de hombre y toro, exigía el sacrificio de doncellas vírgenes para saciar su lujuria. Generalmente todos estos monstruos tenían dimensiones gigantescas  dotados con un poder físico sobrehumano.

 

Con el advenimiento del Cristianismo los teólogos trataron de reconciliar los monstruos de la imaginación con la moral divina. Según estos pensadores, obligados a acomodar el mal dentro del esquema divino, algo bien difícil de lograr, los monstruos fueron vistos como emisarios del Diablo enviados para combatir a Dios. Entre el Ciclope Polyphemus, del poema de Homero, y Grendel, en el poema Beowulf  de los comienzos del cristianismo, hay obviamente, después de mil años, un cambio de foco. Todavía los monstruos son figuras malévolas que se alimentan de carne humana, signo universal de la monstruosidad, pero con una diferencia. En ambas narrativas el héroe vence al monstruo. Ulises ciega  al Ciclope  y Grendel es muerto por Beowulf. Nada nuevo aquí. Lo que separa a un monstruo del otro, sin embargo, es que el primero es engendrado y protegido por Poseidón, Dios del mar, en tanto que el segundo proviene del infierno y es un enemigo de Dios, parte del condenado clan de Caín.

 

En siglo XIX, época de los descubrimientos científicos, los monstruos aparecen nuevamente en la literatura Gótica con el Frankenstein  de Mary Shelley y el Drácula de Bram Stoker. Hasta recientemente la creencia en monstruos continuo en Europa y  América. Hoy día los monstruos de Hollywood no necesitan introducción... King Kong, Godzilla y Alíen, por ejemplo, entre muchos otros. Y los pueblos aborígenas, al igual que en la tradición europea, también poseen sus propios monstruos... uno de los mas aterrorizantes en la población indígena de Canadá es Windigo, la verdadera encarnación del horror que acecha en la foresta hambriento de carne y sangre humana.

 

Y así los monstruos aparecen en los rincones obscuros  del mundo y en el abismo del tiempo... ¿Qué nos dicen todas estas figuras de horror acerca de nuestra mente? ¿y que tienen todas ellas en común?

 

Uno de los primeros atributos físicos que sobresale es la dimensión gigantesca que poseen. Según los psicólogos esta deformación espacial es la herencia del tiempo en que éramos pequeñísimos comparados con otros, especialmente nuestros padres que parecían tocar el cielo. Las emociones de pavor y admiración frente al monstruo, dice el siquiatra Percy Cohen, son residuos del tiempo en que experimentábamos sentimientos ambivalentes de miedo y reverencia frente a la abrumadora y omnipotente dimensión de los gigantes que nos rodeaban. Junto a la inmensidad física encontramos  también el énfasis en la colosal boca como órgano de destrucción y depredación que rasga y tritura el cuerpo humano para ser devorado, motivo que se encuentra en el folklor y la tradición de todo el mundo. El sicoanálisis distingue la agresividad oral como primera etapa en el desarrollo sicosexual que va acompañada de fantasías canibalisticas. El deseo de rasgar, triturar y tragar, dice Freud, es el foco primario del  impulso agresivo que continua por el resto de nuestra vida. El hombre-lobo, el dragón que escupe fuego y todos los otros monstruos diabólicos que se alimentan de los humanos, nota el escritor David Gilmore, son el símbolo primordial y multivalente de la psique humana que combina toda la serie de conflictos que comprende el inconsciente. Digamos, un remanente mental de nuestra propia etapa primordial.

 

Pero...  ¿no seria posible también que este terror de ser comido provenga, no de nuestra experiencia individual, sino de la memoria colectiva de nuestra propia infancia como especie, de la espeluznante experiencia del encuentro con animales depredadores? Como los fósiles indican, estos animales de rapiña tenían dimensiones gigantescos, enemigos formidables que nadie quisiera tener.

 

En todo caso, cualquiera sea su simbolismo, el monstruo, en ultima instancia, es una metáfora de la regresión en el tiempo a etapas previas. El retorno al cerebelo reptiliano primitivo, a la etapa instintiva del animal humano. La vuelta a la infancia de la vida, a los procesos de pensamiento primario  previos al desarrollo sicológico humano. Y, como nota Gilmore, también regresivos en un sentido mítico religioso, anteriores a los dioses y diosas. Lo que esto sugiere es la idea de que cada ser humano, en todos los tiempos y en todas partes, lleva dentro de si mismo el pasado primitivo de la especie como un conjunto de fantasías imperecederas.

 

Tal vez, uno de los aspectos mas intrigantes es el hecho de que en cualquier cultura los monstruos son una extraña combinación de piezas que re ensamblan la realidad... humanos con características animales, mezclas de tejidos vivos y muertos, amalgama de partes discordantes de una variedad de organismos, como en las quimeras griegas, o la combinación de reinos ontológicos como la hidra y el manticore, una bestia mítica con el cuerpo de león, el rostro de un hombre y el aguijón  de un escorpión... ¿no es esto un desafío a los fundamentos mismos de nuestro mundo?  Pareciera, como dicen algunos, que la mente necesita monstruos para despertarla a  posibilidades desconocida. Que la deformación perceptual involucrada en la creación de monstruos tiene un propósito mental positivo, aparte de la obvia función terapéutica de externalizar nuestros instintos y miedos. En este sentido los monstruos parecieran funcionan como los sueños... algo necesario para el normal funcionamiento mental. Al igual que los sueños el cuerpo del monstruo combina la realidad cuotidiana con poderosas represiones provenientes de experiencias pasadas inconscientes. Y al igual que los sueños los monstruos son vistos fugazmente para luego volver a la obscuridad.

 

¿No hay algo paradójica en estas imágenes que al mismo tiempo de ser aterrorizantes  son cognitivamente útiles, no solo como válvulas para el escape de las emociones reprimidas, sino también como estimulo para la imaginación? Según los antropólogos Turner y Douglas los monstruos son nuestros guías, nuestra entrada al mundo misterioso que yace fuera y dentro de nosotros. Como lo desconocido en si mismo, ellos  aterrorizan y, a la vez, contribuyen al desarrollo y crecimiento de la imaginación. Como tales son indispensables para tratar con los desafíos de la vida. Para el sicólogo de la infancia Jean Piaget esta operación mental sin restricciones de crear monstruos provee un espacio de juego imaginario en el que la gente joven puede experimentar con imágenes e ideas revolucionarias o, como dice Erik Erikson, un medio para infundir la realidad con un nuevo potencial imaginativo. Y Bruno Bettelheim cree que esta forma de creación y juego mental  le permite al niño darle a sus ansiedades una forma tangible de la que luego pueda distanciarse y derrotar. Este proceso proyectivo continua en la adultez, no solo en los sueños y las fantasías, sino también en los ritos comunales. En breve, el monstruo trae los miedos primitivos a la luz del día al darles formas visibles y mortales a las creaturas de la imaginación.

 

La mezcla de animal y humano, como en el hombre lobo, el vampiro, el minotauro o las arpías, entre tantos otros, señala la profunda ambivalencia del terror y la fascinación con la bestia interna, del impulso a negarla y reconocerla. No importa cuan espirituales y celestiales pensemos que somos, el hecho evidente es que somos miembros del reino animal  y como tales herederos de sus instintos violentos. Como cualquier otro animal retenemos el lado atavistico del cerebelo. Para lidiar con la dualidad de nuestros impulsos asesinos y al mismo tiempo compasionados, dice Gilmore, creamos dioses con el lado bueno que llevamos dentro de nosotros y monstruos con el lado malo. El problema es que nunca logramos purificarlos y siempre terminamos contaminando uno con el otro.     

 

Al final, con lo que nos quedamos, es con la idea de que los monstruos son completamente humanos. Su malicia y destructividad  no son características animales, sino humanas. Como ninguna otra metáfora el monstruo muestra la totalidad de la psique en toda su grotesquidad, contradicción, caprichosidad  y dinamismo. Es la  fusión de los opuestos, la subversión de las reglas, el derrocamiento de las barreras cognitivas, las distinciones morales y las categorías ontológicas. Un símbolo universal poderoso que despierta una eterna fascinación compulsiva.

 

No hay una frontera fija entre los monstruos y los humanos, no hay una clara división entre ellos y nosotros, entre bestialidad y civilización. Cuando miramos en la profundidad del pasado, el pasado nos mira de vuelta.

 

Nieves y Miro Fuenzalida


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